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BERKELEY Y MATRIX

  • gonzalojesuscasano
  • 15 dic 2023
  • 22 Min. de lectura

 

 

BERKELEY Y MATRIX

 

 

I.

Siguiendo el modelo expositivo de su rival epistemológico Spinoza, quien lo toma a su vez de Euclides, podríamos decir que la filosofía de Berkeley se deriva toda ella de dos postulados. Y así nos los encontramos también en “Tres Diálogos entre Hylas y Philonús”.

1. Una percepción no puede existir en un ser no percipiente.

2. Un ser inerte carece de eficacia, y no puede ser causa de nada.

El primer postulado apunta hacia la materia, que no tiene un sistema de captación de estímulos, como lo es el nerviosos de los seres vivos.

El segundo indica que lo inanimado no puede generar efectos, debido a su intrínseca inactividad.

“Tres Diálogos ...” está por supuesto inspirado en el estilo platónico de presentar la discusión filosófica, siendo aquí Philonús (philia-nous: el amante de la mente) el trasunto de Sócrates; e Hylas (hyle: materia) es el equivalente a los múltiples interlocutores del filósofo ateniense, los cuales siempre se descubra que después de todo no saben nada.

Nada más comenzar sus diálogos Philonús argumenta que una substancia material, i.e. sin órganos receptores, no puede percibir colores, olores, sabores et alia; así pues no podría ser la sede (o fuente) de nuestras percepciones; éstas sólo pueden encontrarse en seres con la facultad de la sensibilidad. Esta afirmación, en apariencia inocente, alberga casi todo lo necesario para que Berkeley construya su arquitectura gnoseológica, de hecho es el primer postulado; si Hylas la admite le será casi imposible evitar todas las inferencias que conducirán al idealismo, versión berkeleyana.

Una respuesta inmediata a este postulado sería asegurar que las percepciones, aunque no puedan ser `causadas´ por una instancia sin capacidad activa (el substratum material), si podrían surgir del encuentro entre tal materia y las terminaciones nerviosas de un ser animado. Esta sería la tesis de los que llama Berkeley filósofos modernos, en especial Descartes; pero no es diferente de lo que mantendría un escolástico tomista; por otro lado Kant, posterior a Berkeley,  defiende algo similar, a pesar de que conoció bien las objeciones de nuestro pensador. Esta teoría epistemológica se presenta por tanto como bastante resistente.

Berkeley busca siempre ejemplos que apoyen su tesis, y así anota que el dolor es incuestionablemente una sensación subjetiva (los entes inertes no sufren), que por consiguiente se halla sólo en mentes, en seres sensoriales. Pero, continúa, el alfilerazo o la quemadura que han causado supuestamente ese dolor se presentan como sensaciones inseparables del último; son pues ideas tan subjetivas (dependientes de un preceptor) como la del dolor.

Continuando con otros sentidos Philonús recuerda que una persona enferma y otra sana tienen distintas percepciones de lo que es amargo y dulce; de manera que estas `sensaciones´ gustativas existen no en el azúcar o en asenjo, sino sólo en la mente.

Lo agradable o desagradable de un olor también están sólo en los seres sensoriales; la materia no “siente” agrado o desagrado. Y todo el mundo sabe que diferentes tipos de iluminación hacen que los objetos se nos presenten con coloraciones distintas; un daltónico no posee las mismas percepciones cromáticas que un individuo sin esa deficiencia; un enfermo de ictericia tiende a “ver” todo amarillento ... Todo está en la mente preceptora, no en una supuesta substancia material externa.

Hasta aquí no encontramos nada especialmente novedoso o rompedor, puesto que Berkeley se ha limitado a las cualidades secundarias; incluso en Demócrito se consideraban éstas como subjetivas, y no inherentes a los cuerpos materiales. El mismo Descartes, defensor del mecanicismo, está obligado a defender esto.

Más drástico, y específico del empirismo de nuestro filósofo, es su caracterización de las cualidades primarias, que en su lista son: extensión, forma, solidez, gravedad, movimiento, reposo. Hylas se resiste con mucha más entereza a considerarlas sólo existentes en las ideas de una mente.

En esta argumentación se decide uno de los elementos esenciales del inmaterialismo de Berkeley. Respecto a la extensión arguye que es observada diferentemente por un hombre y por un mosquito; lo que para uno es una extensión grande, para otro es pequeña; ¿quién está en lo cierto? Los dos; cuestión de percepción; igual que el tamaño de un objeto, según que el observador esté lejos o cerca.

En el caso del movimiento, todos sabemos que éste se calibra por el tiempo; y éste a su vez no es más que (según nuestro empirista, desde luego) la sucesión de ideas en una mente. También es evidente que las mentes perceptoras no se desenvuelven todas a la misma velocidad, de modo que en unas la sucesión de los contenidos es más lenta, en otras más rápida. ¿Resultado? El mismo lapso de tiempo es “vivido” como más largo o más corto por diferentes personas, o entes con capacidad sensorial en general.

La réplica desde nuestro sentido común (que no es el mismo que acepta Philonús) es que la medición del tiempo es un proceso distinto al tiempo como entidad en sí misma; y nos imaginamos lo que diría Berkeley: ¿en sí mismo? ¿Qué tipo de percepción encontramos en nuestro cerebro que se corresponda con ese tiempo esencial y substancial, en-sí-mismo? Y si no la hay entonces tal objeto en-sí-mismo es una ficción. Los principios del empirismo en plena acción.

La solidez, continúa Philonús, es lo mismo que la resistencia, la cual (¡cómo no!) es variable según cada entidad sensible; diferentes especies animales, dadas sus características de fuerza y tamaño, experimentarán diversas sensaciones de dureza ante el mismo `objeto´. Nada hay duro o blando en la (supuesta) realidad exterior, sólo lo hay en mis impresiones.

Hylas asiente a todos estos razonamientos de Philonús, y como consecuencia de ello se ha subido (quizás sin ser consciente) al carro del inmaterialismo; admitido que las cualidades primarias son subjetivas, prácticamente sólo queda inferir que no hay substrato material.

 

II.

Se hace necesaria una pequeña parada gnoseológica para examinar hasta dónde ha llegado nuestro pensador. Si no hay extensión, ni peso, ni impenetrabilidad, ni movimiento, ciertamente no hay cuerpos materiales. Las razones que aduce Berkeley son discutibles como mínimo, y algunas podrían llamarse hasta falacias; sin entrar en ello en detalle, sólo acudir a otra mente decisiva de la cultura británica de la época.

Newton sí admitía una distinción entre la medición del tiempo y el Tiempo Absoluto; y no sólo ofreció una definición de éste nada más comenzar los “Principia”, sino que ésta resulta verdaderamente operacional, y prueba su eficacia en la mecánica que comienza en esta obra magna. De igual modo Newton está convencido de haber construido una caracterización nada subjetiva de la resistencia de la materia, que se emplea matemáticamente con resultados contrastados por las observaciones empíricas; la `inertia´, la masa inercial inherente a cualquier tipo de materia, es una resistencia esencial al movimiento. Newton no sólo la define, también al comienzo de su libro, sino que la define operacionalmente, por tanto la convierte en categoría científica estricta; ni más ni menos es su segunda ley:  F = m.a. En ella la resistencia de un cuerpo se mide por la aceleración que se le imprime, cuando se le ha aplicado una fuerza conocida; esta “vis inertiae” es una propiedad intrínseca de todo ser extenso. Newton incluso ha dado una explicación cuantificacional de la gravedad, aunque él se resiste a considerarla una cualidad esencial de la materia; sin embargo Berkeley sí incluye el peso en su lista de cualidades primarias, con lo cual es “subjetiva”. La medición de la “gravitas” que da Newton, como rigurosamente proporcional a (aunque no idéntica con) la cantidad de materia de un cuerpo, es claramente “intersubjetiva”; no en vano el título de la obra dice “principios matemáticos”. Éstos puede que no sean esencias metafísicas (el estudio de las cuales no intentaba Newton), pero desde luego son contrastables e independientes de los entes percipientes.

Newton también afirma haber encontrado mediciones (definiciones, caracterizaciones) objetivas de la velocidad uniforme, de la aceleración,  y del `momentum´; por lo cual sí estaba seguro de poder explicar el movimiento como una entidad nada subjetiva, independiente en suma de cuáles sean las circunstancias sensoriales de uno u otro observador. Sus leyes de la mecánica eran válidas, aseveraba, para él, para Huygens, para Leibniz, para Descartes, también para Berkeley; todos ellos “sujetos” perceptivos distintos.

La mecánica de Newton, apreciadísima por la comunidad de filósofos naturales y pilar del empirisimo británicos, se posiciona claramente (?) con los realistas, defensores de las substancias materiales. De cualquier manera Berkeley, buen conocedor de los “Principia”, dice al final de “Tres Diálogos ...” que su filosofía encaja maravillosamente con la newtoniana; de nuevo sus razones son ... alimento para el debate.

¿Qué causa nuestras ideas? Ya vimos que tanto para el moderno como para el escolático, una realidad subyacente y material; respuesta equivocada, contraataca Philonús, puesto que lo que es inerte no puede tener actividad, ni producir efectos. ¿Será entonces que nosotros mismos fabricamos nuestras percepciones? Tampoco, porque aunque un individuo es `activo´ para abrir o cerrar los ojos, no lo es para lo que va a contemplar. Qué color (u olor, o sabor) voy a encontrar en mis sensaciones no depende de un acto de mi voluntad; ciertamente es algo que me viene dado, y ante lo cual soy absolutamente pasivo. Es verdad que ello se me impone “desde fuera”, motivo por el cual la mayoría de los filósofos (continúa Philonús) cree en una realidad material externa.

Pero no hay tal, puesto que las percepciones sólo pueden incardinarse en seres con facultad de la sensibilidad (Postulado 1), y nosotros, aunque percipientes, no somos activos respecto a qué sensaciones vamos a encontrarnos; es decir, incapaces (Postulado 2) de construirlas,`inertes´. La única posibilidad es que las percepciones se hallen en otra mente, en la Mente, la de Dios.

Esta cadena de inferencias equivale realmente a una demostración de la existencia de Dios, de la cual Berkeley está muy orgulloso por su sencillez y contundencia argumentativa.

Para nuestro filósofo las cosas sensibles no son apariencias de un “hypokeimenon” material, de una cosa-en-sí-misma kantiana ..., son, sin restricciones, reales; sólo que su realidad consiste en ser percibidas. Las ideas son los entes auténticos, los que siempre está buscando la ontología. Y son producidos (causados) y mantenidos por Dios, quien los va presentando a nuestros receptores neuronales según una ordenación que también es confección suya. Este orden armonioso entre ideas  bellamente ensambladas es lo que los científicos llaman leyes de la naturaleza, y tratan de ir descubriendo paso a paso para completar una imagen adecuada del Universo, hechura de Dios. Isaac Newton realizó, en efecto, una gran contribución en esta andadura.

Para el epistemólogo realista (moderno o aristotélico) los objetos de los sentidos existen fuera de la mente; Berkeley repite otra vez su criticismo, argumentando en esta ocasión que lo anterior significa pasar de una existencia conceptual a una existencia real. Aunque Philonús no lo cite, esta frase es notablemente similar al conocidísimo argumento anselmiano para probar la existencia de Dios.

La existencia conceptual a que se alude es ésta: una idea que existe en un ente sin capacidad de recepción de estímulos, una percepción que reside en un ser sin órganos de la percepción; en suma sensaciones que existen no en una mente, sino en una materia subyacente (por definición, inerte). Esto es una inconsistencia, y por lo tanto no puede existir de ningún modo.

El contra-argumento tomista dirigido al corazón de la prueba ontológica puede servir de paralelo a lo anterior: San Anselmo parte en su razonamiento de la esencia pensada (logos) de Dios, y a partir de ella deduce la existencia `óntica´ de Dios. A lo más que podríamos llegar deductivamente, según Sto. Tomás, es a la existencia “pensada” de Dios, con lo cual la prueba no es tal.

Lo conceptual (ámbito del “logos”) no sirve para demostrar la existencia real (ámbito del “ontos”).

Sin embargo, en una vuelta de tuerca de la argumentación, también podemos poner en paralelo la demostración berkeleyana de Dios, y la anselmiana:

San Anselmo: la idea de Dios, como ser necesario, es perfectamente consistente; y ello lo admitiría hasta el ateo. Pero si la analizamos con detenimiento podemos deducir de ella que Dios existe en la realidad; en caso contrario la idea del ser necesario se convertiría en inconsistente,  contra nuestro presupuesto de partida. De modo que el ser necesario es, sin objeción posible, al Ens Realissimum, que diría Kant.

Berkeley: una percepción que está inherente a un ente no percipiente constituye una noción contradictoria; y como consecuencia las percepciones sí se encuentran en un ser con capacidad sensorial, y que es la Mente de Dios.

La existencia de un universo de objetos sensibles (que para Philonús son, todos ellos, ideas), prueba que hay una Mente en la cual residen, y que por supuesto no es la mía o la tuya; esto último porque mi mente no puede crear por puros actos volitivos percepciones tales o cuales.

Dios ha creado las percepciones, si además hubiera creado los “originales” de aquéllas (i.e. el substratum material) habría procedido en vano, de la manera menos económica; ello es impensable para un empirista británico, fiel al principio de economía de Ockham.

 

 

III.

La aparición de “Matrix” fue saludada como una renovación del género de ciencia ficción, aplaudida por millones de espectadores sorprendidos, y premiada con cuatro Óscars frente a su gran rival, “La Guerra de las Galaxias.I”; como consecuencia sus creadores, los hermanos Wachowski, entraron por la puerta grande en la historia de esta categoría cinematográfica. Las peleas de esos extraños personajes que se quedan suspendidos en el aire en medio de gráciles desplazamientos, las balas trazando lentamente su trayectoria rodeadas de pequeños vórtices de aire camino de sus blancos, el dinamismo arrollador cuando toca poner en escena los momentos de acción pura ... encandilaron a aficionados y novatos del género. Y además hay un guión soportando todo; muy elaborado, profundo, con mucho anclaje para la detenida reflexión.

En la rompedora película de A. Amenábar “Abre los Ojos” el protagonista (Eduardo Noriega)  comienza a sufrir una enorme confusión acerca de en qué momentos sueña, y cuando está en vela; ¿será cierto que una delicada operación quirúrgica le ha restaurado el rostro? O por el contrario, ¿Será esto un sueño de su cerebro desajustado que no puede aceptar su cara desfigurada? ¿El amor que le sigue demostrando Penélope Cruz es verdadero, o es otra ensoñación de su deseosa mente?

¿Existe una empresa de crionización que puede explicar razonablemente toda su turbación mental? ¿O también ha soñado que hay tal empresa? ¿Se está volviendo loco, o ya lo está hace muchas fechas?

Igualmente Thomas A. Anderson (Keanu Reeves) tiene muchas dificultades para distinguir sueño y realidad, desde que entró en contacto con Trinity y Morpheus.

¿Qué es real? ¿La asfixiante sala de interrogatorios ante el fatuo agente Smith? ¿El dormitorio en que se despierta el Sr. Anderson, soñando con el anterior infortunado incidente? ¿Su primer encuentro con Morpheus? ¿La nave Nabucodonosor? ¿La planta de energía que utiliza humanos embutidos en cápsulas? ¿Es real la ciudad de Chicago en qué vive y trabaja?

Capas sobre capas de ... ¿realidad? ¿fenómenos ilusorios todos ellos? ¿Una ensoñación en que sueñas que estás soñando, y en ese sueño estás soñando, que estás soñando ... “ad infinitum”? ¿Estamos en la situación de un pintor que pinta un cuadro con un pintor pintando a otro pintor, el cual pinta un cuadro con otro pintor, quien a su vez pinta otro cuadro ...? El espectador de “Matrix” siente vértigo y náuseas, como el propio protagonista.

Para comenzar no todo es transparente en la existencia de Thomas A. Anderson, como le recuerda el desagradable agente Smith; por un lado programador informático de Cortechs, empresa puntera del sector; por otro pirata informático (bajo el apelativo de Neo) casi legendario, aunque no tanto como un tal ... Morpheus. Será éste quien hable claramente a Neo de lo que es Matrix: “Es el mundo que ha sido colocado sobre nuestros ojos, para cegarnos sobre la verdad?” Con esta descripción nos transportamos al concepto hinduista de “Maya” (“samsara” sería el equivalente budista) , la Ilusión esencial que es el mundo sensible; todo él apariencias, que ocultan de nuestros sentidos la única realidad, sea ésta Brahma (el dios absoluto de los hinduistas) o la nada que se alcanzará en el nirvana budista.

Pero esta Apariencia global no es un resultado de la naturaleza, sino la creación de las máquinas en guerra con los humanos, como explica Morpheo. Los productos de la Inteligencia Artificial se rebelaron contra sus hacedores, el conflicto convirtió el planeta en un yermo, y la ciudad de Chicago en que cree vivir Neo es sólo una serie de negras ruinas apocalípticas. Esto es la realidad tras las apariencias. En su victoria las máquinas decidieron utilizar los cuerpos humanos como baterías de energía; y esto es lo que ha visto Neo al despertarse lleno de cables en algo parecido a un capullo de gusano de seda, junto a muchos miles de estos receptáculos. Ésta es la planta de energía que mantiene a las máquinas.

Sólo que para aprovechar la energía eléctrica y el calor de los cuerpos humanos al máximo era necesario tener ocupadas sus mentes; y así nació Matrix, una trama de sensaciones (fabricadas) que nos mantienen narcotizados. De ellas forma parte la ciudad de Chicago de 1.997, en la cual cree vivir y trabajar Keanu Reeves. Todo es un sueño; mejor dicho, un engaño sensorial grandioso; ciertamente no es el escenario que describe Descartes, ni el de Berkeley, ni  el del mismo Hume.

Cuando Neo le pregunta a Morpheo, situados ambos en un espacio de inmaculada blancura que es consecuencia de un programa informático, tocando una silla: “¿Esto no es real?”, aquél le responde como lo haría Philonús en nuestros días:

“¿Qué es real? ¿Cómo defines lo real? Si hablas de tus sentidos, lo que sientes, paladeas, hueles o ves, entonces sólo estás hablando de señales eléctricas interpretadas por tu cerebro?” Quien controle esas señales determinará qué es lo que vemos y sentimos, decidirá cómo es el mundo físico, que está hecho de percepciones; existir es entrar a formar parte de una sensación, como dice Philonús. Si Matrix determina todos los estímulos que llegan a nuestras dendritas, entonces el ser humano se convierte en un esclavo de aquélla; o mejor aún, Matrix puede introducir directamente en nuestro córtex las percepciones ya acabadas, de modo que no serían necesarios los procesos intermedios de afectar las terminaciones nerviosas y conducción de las señales a través de los axones.

Matrix, nos dice Morpheo, es una simulación neuronal interactiva, una realidad virtual; pero al afectar a todos y cada uno de nuestros órganos de captación de estímulos, es indistinguible (¡un estado de cosas de pesadilla!) de la auténtica realidad física. Pero ésta si existe.

Cuando el protagonista escapa de la infernal planta de energía (humana) de Matrix, Morpheo le saluda con: “Bienvenido al mundo real, Neo”. Y algo más adelante le explica: “Ésta es mi nave, la Nabucodonosor. Es una hidroala. Pequeña como un submarino. Es oscura. Es opresiva y fría. Pero es el hogar.” El “hogar” es la realidad fuera de la Gran Ilusión que es Matrix, es el substratum material tras las ideas que tanto buscaba Hylas, hasta que fue convencido por Philonús de que no había tal entidad. Es el noúmenon kantiano, que después de todo si puede ser conocido tras los fenómenos, los cuales sólo nos presentan la `forma´ externa de las cosas. Se ha distinguido nítidamente entre el sueño y la realidad, como pretendía Descartes para apuntalar su criterio de certeza; y ello sin necesidad de una demostración de la existencia de Dios. Aunque por otra parte el Constructor de Matrix manifiesta propiedades quasi divinas, al ser capaz de fabricar un universo de fantasías.

El Dios de Berkeley ha ejecutado algo parejo a una realidad virtual, puesto que sólo hay ideas y no objetos físicos; pero su finalidad es buena, y su motivo de actuación el principio de evitar lo superfluo. Para nuestro filósofo el Gran Tejido de las Apariencias (Maya) es el Gran Ahorro divino; para la obra de los Wachowski es el Gran Engaño.

El Constructor de Matrix ha seguido lo opuesto a la “lex parsimoniae”, y ha procedido por los senderos menos simples y económicos: ha duplicado la realidad, para sus fines tortuosos. Pero no nos equivoquemos, esa duplicación se refiere a la urdimbre global de nuestras ideas, a la res cogitans; porque la res extensa sigue siendo una y única: la Nabucodonosor, la planta de energía para las máquinas, el Chicago en ruinas, Zión etc.

El personaje más ilustrador de los planteamientos epistemológicos de nuestra película, el más filosófico de los caracteres, resulta ser el traidor, Cypher. Él nos da algunas claves (eso significa su nombre) para la completa comprensión del guión de los hermanos Wachowski.

Cypher está harto de la frialdad y la mugre de la Nabucodonosor, de las ropas raídas, de las comidas gelatinosas que parecen engrudo, de la oscuridad permanente, de los malos olores, de la falta de recursos y de perspectivas. De modo que en un punto de la narración le vemos en un restaurante, sentado enfrente del agente Smith; está comiéndose con gran delectación una ilusoria chuleta, con un ilusorio tenedor, sobre una ilusoria silla, ante una (ilusoriamente) maravillosa vista de una ya inexistente Chicago, en el último piso de un irreal rascacielos. Pero todo ese ramillete de sensaciones engañosas le están satisfaciendo de una manera que nunca conseguirá el mundo subterráneo de los sublevados; así que ha escogido formar parte de Matrix.

Cypher le está pidiendo al agente Smith que le vuelvan a colocar en una cápsula gelatinosa de la  infernal planta de energía, donde pasará su existencia como una pila voltaica; ésa será su “real” vida. Pero la “irreal”, según promesa de Smith, consistirá en la de un actor famoso, rodeado de todos los lujos, que se llamará Mr. Reagan(¿). ¿Quién necesita la verdad, si la mentira es tan atrayente?

¿Ha enloquecido Cypher? No necesariamente; para él los locos son los tripulantes de la Nabucodonosor, soportando la miseria y arriesgando el pellejo. Una vez “enchufado” ¿cómo se notará la diferencia entre lo existente y lo ficticio? Puede que la chuleta de ese estupendo restaurante no exista como “soporte” material de los accidentes, pero si todos éstos se hallan presentes e interconectados, ¿qué más le da a nuestro córtex? Cypher no es incoherente en sus razonamientos; de hecho sus frases son las mejores escritas por los Wachowski:

“Sabes, ya sé que esta chuleta no existe. Sé que cuando la ponga en mi boca, Matrix está diciendo a mi cerebro que es jugosa y deliciosa. Después de nueve años, ¿sabes de qué me he dado cuenta? ... La ignorancia es una bendición.” La última frase es sobrecogedora, pero no de la un demente; en muchas otras circunstancias existenciales, muchos seres humanos la habrían repetido, lamentablemente. De cualquier manera es la frase de un inmoral y un cobarde, de un verdadero traidor, aunque disfrace todo de maquiavelismo y “realismo político”.

Descubierta la traición Trinity le espetará que Matrix no es real, y Cypher replicará que es más real que el mundo de los insurrectos y Zión. El haz global de las ideas que propone Philonús como la única substancia existente (aparte de Dios y nosotros) también es como una realidad virtual; y Berkeley insiste en que es tan real como el mundo creado por Dios en el “Génesis”; más aún, eso es lo que Él creó en el principio.

Trinity le asegura que pagará por su traición, y Cypher responde: “¿Pagar por ello? Ni siquiera lo recordaré. Será como si no hubiera sucedido. El árbol cayendo en el bosque. No hace ruido.” Si nadie lo percibe, no existe: no se puede ser más fiel al inmaterialismo de Berkeley. “Esse est percipi”.

Y para terminar con nuestro artero personaje, la frase que resume su filosofía ( y quizás la de los creadores de la película): “Real es una palabra de cuatro letras”.

Antes de Rousseau ya los sofistas establecieron que el origen de la sociedad es consecuencia de un pacto (“nomos”), y de igual modo funciona el lenguaje: los signos lingüísticos adquieren el significado que les asigna la comunidad de hablantes por un convenio. Es muy citado que uno de los personajes de Lewis Carroll asevera, hablando con Alicia, que las palabras no tienen un significado connatural a ellas, sino aquel que quiere ... quien manda sobre ellas . De esa manera Humpty-Dumpty le aclara a Alicia el significado de “gloria”: un bonito y demoledor argumento; ello ha quedado establecido así porque él es el amo del lenguaje. Si esta niña atrevida (pues ha pasado a través del espejo) quiere conocer qué representa determinado término deberá preguntárselo a él, ni más ni menos, pues es quien decide. ¡Ah! En la circunstancia de que determinada palabra porte un largo y complicado significado, entonces se le pagará extra cuando venga a cobrar, con todas las demás, el sábado por la noche.

Al final del segundo de los “Tres Diálogos ...” Philonús insiste en que por definición el significado de “materia” es el de una entidad inactiva y no pensante; es cierto que estamos acostumbrados a considerarla la causa subyacente de nuestras ideas, pero puesto que se ha demostrado que no existe, ¿por qué seguir recurriendo a ese término? Philonús admite que se podría, a partir de ahora, utilizar el vocablo “materia” para significar una substancia pensante y activa, i.e. la comunidad de hablantes podría “convenir” en ello; tal decisión sería, sin embargo un juego vacuo y conducente a la confusión, insiste Philonús.

Cypher ha decidido instituir un nuevo convenio lingüístico consigo mismo, como si la comunidad de usuarios del lenguaje tuviera un solo miembro. En sus “Investigaciones Filosóficas Wittgenstein argumentaba que un lenguaje con un solo hablante es imposible, casi inconsistente, en lo cual le otorgamos nuestro aplauso; nuestro tramposo hace caso omiso de ello ..., y además cuenta con una urdimbre de fenómenos “matrixiales” que le acompañan en su nuevo modo de expresión, formando una comunidad.

En la (nueva) lengua de Cypher “real” va a significar a partir de ahora cualquiera de las percepciones que se encuentra en la Gran Trama Global (World Wide Web) tejida por el Constructor de Matrix. Y es que él, como Humpty-Dumpty, es el dueño de las palabras, y lo que éstas representan lo elige él.

 Trinity le diría que lo “real” es la Nabucodonosor y Zión; pero Cypher ha abandonado ese “acuerdo” lingüístico; el traidor estima que es real la suculenta tajada de ternera que se está comiendo, aunque en verdad hace casi dos siglos que no hay vacas.

Por añadidura el lenguaje determina como es la realidad, y aunque Trinity le insistiera a Mr. Reagan, célebre actor de Chicago, que lo que ocurre auténticamente es que Cypher está inmerso en fluido amniótico en uno de los cientos de miles de receptáculos enchufados a Matrix ..., Mr. Reagan se mantendría en su posición de que tal circunstancia no conlleva el significado de “real” en su peculiar y unipersonal idioma.

 

 

 

 

 

IV.

¿Existe un verdadero pensamiento filosófico en el guión de “Matrix”?

No se puede negar que Neo y Morpheo elaboran en sus primeros intercambios el mismo escenario intelectual de los diálogos entre Hylas y Philonús, con ese orden en el reparto de los papeles. Morpheo examina las razones que tiene Neo para admitir la existencia de mesas, sillas, paredes y suelos, cuando todo ello son sólo ideas; ciertamente la perfecta concatenación entre la silla que veo, la que toco y la que oigo al arrastrar es impecable, y ello es lo que nos arrastra a la convicción.

El Constructor de Matrix ha realizado una telaraña bien cerrada y sin jirones con los fenómenos sensibles, y los infelices humanos atrapados en ella no se percatan de que viven en una pura ficción, dentro de las imágenes generadas por un programa de ordenador. Este Ente no es, como desafortunadamente hemos visto, un Dios benefactor, sino un auténtico genio maligno cartesiano;  sus fines no son positivos, todo lo contrario; quiere engañarnos para su nefasto provecho.

Morpheo le muestra a Neo que toda la Red de sensaciones que le rodea no tiene como correlato una serie de substancias físicas que “soportan” esas cualidades secundarias (y primarias). Al igual que en la teoría de Berkeley aquí no hay substratum material, sólo ideas que Matrix va generando e introduciendo en nuestros cerebros.

Pero existe una profunda y trágica diferencia con el universo berkeleyano; porque en nuestra película no sólo hay dos substancias, Dios y la pensante con sus sensaciones, sino que también existe la substancia extensa que postuló Descartes. Neo la descubre cuando es rescatado por Morpheo y Trinity y se despierta en uno de los miles de receptáculos donde los humanos están colocados como ramas de un tronco metálico, enchufados a las máquinas para que éstas absorban todo su acervo energético  y puedan seguir funcionando.

Ese dantesco espacio donde los de nuestra especie parecen alubias en sus vainas, es parte de una realidad física externa, de un “hypokeimenon” material que afecta nuestras terminaciones nerviosas y genera las correspondientes percepciones.

Mientras se encuentran en el programa de ordenador que genera ese habitáculo blanquísimo Morpheo adopta la máscara de Philonús, e intenta convencer a Neo de que Matrix fabrica sus sensaciones; pero de vuelta a la Nabucodonosor Morpheo se transmuta en Hylas, porque esta nave de valientes rebeldes a su mando, la ciudad de Zión que Neo conocerá más tarde, las aniquiladas urbes (como Chicago) de cielo negro..., no son para él ideas sin “soporte”, sino la substancia material que Berkeley niega. Con su tripulación, o en Zión, Morpheo no es el aliado epistemológico del filósofo británico, sino un enemigo teórico más, de lo que tienen la certeza de que “hay” cuerpos extensos, sólidos y pesados.

Para Berkeley Dios no tiene necesidad de crear tales entidades, pues es más “económico” producir sólo las apariencias correspondientes; el  Constructor de Matrix no pretende lo mismo que el buen Dios, y ha urdido una malla de ideas ficticias encima de una realidad física, existente esta última con todas las características de la epistemología más realista de un aristotélico.

Nuestra película también se ha contemplado con las “gafas” del platonismo, porque efectivamente en ella hay dos mundos, el artificial de Matrix y el de los que han escapado de ella. Según esta lectura los seres de Matrix son los prisioneros (esclavos) sentados junto al fuego en la Caverna, que sólo perciben los reflejos de objetos más reales, los que pasan detrás del muro situado más arriba.

Con todo la analogía se rompe si recordamos que la fantasía de ordenador que contempla el Sr. Anderson (antes de ser el Neo de los rebeldes) y todos los demás “insectos” de la tela “matrixial” no es una copia del mundo real, el de las Formas platónicas; lo real es mucho más sórdido y truculento ..., para los humanos , no para las máquinas ciertamente.

Por otra parte esa Red de fantasías sensoriales se entiende que tomó como arquetipo (término de resonancias tanto platónicas como berkeleyanas)  el mundo antes del cataclismo que dio origen a Matrix; el Chicago “matrixial” que habita Thomas S. Anderson se copió presuntamente del destruido durante la guerra. Desde este perfil sí es cierto que las cosas sensibles que capta el Sr. Anderson son copias de un universo real , del que sólo quedan cenizas.

Otros comparaciones filosóficas, para las que es muy oportuna la película, nos llevan naturalmente, otra vez, hacia Descartes. Éste, al emplear la duda metódica hasta el extremo de hacerla hiperbólica, llega a poner en cuestión la realidad del mundo físico externo, que sólo obtendrá garantía ontológica cuando se demuestre firmemente la existencia de Dios. Berkeley, en el último de los “Tres Diálogos...” califica todo el proceso argumentativo del autor francés como ..., una broma; vamos que no le concede ninguna consistencia gnoseológica, algo que los fervorosos seguidores de nuestra película (que los hay, y multitud) no oirían con agrado. Todo podría ser, ¿por qué no?, un sueño; éste ha sido el planteamiento nuclear de más de una obra cinematográfica valiosa, y coherente. Como buen ejemplo de ello está “La Mujer de Cuadro”, obra del maestro Lang en que éste se asemeja más que nunca al maestro Hitchcock: toda la historia es una secuencia de imágenes irreales en la mente de un Edward G. Robinson dormido. También tenemos una obra menos notable “Julia & Julia”, que sin embargo consigue engarzar consistentemente el universo de las ensoñaciones de la protagonista (lo deseado) con el ámbito de lo estrictamente fáctico (la dolorosa y rechazada vida real de Julia).

El mundo al que se llega entrando en la cueva del conejo, y el encontrado al otro lado del espejo, ¿son consecuencia de la excepcional capacidad onírica de una niña muy sensible llamada Alicia (“verdad” en griego)?

En resumen, la realidad armoniosa y ordenada que contempla el Sr. Anderson es un sueño especialmente complejo, con todas las imágenes y demás componentes sensibles muy bien correlacionados; además no habría mecanismos precisos para distinguirlo de lo que sí está espacio-temporalmente en el mundo físico, con lo cual el criterio de certeza de Descartes quedaría en suspenso.

Tampoco favorecemos, con todo, el símil cartesiano, y ello debido a que toda ese entramado de imágenes engañosas ha sido muy voluntariamente preparado por el Constructor de Matrix, nuestro deus deceptor de la ciencia ficción. El Sr. Anderson no es el creador, con sus facultades oníricas individuales, de semejante universo de realidad paralela; él mismo es víctima de tal engaño diabólico. Tal estado de cosas es lo que, verdaderamente, da a esta obra renovadora del séptimo arte su tensión dramática extrema, y su “mensaje” filosófico, que ha seducido a gran número de jóvenes; en efecto, son muchos los que han encontrado en “Matrix” no sólo una metafísica, sino una teología natural. Para ello se han apoyado en numerosos `signos´ en la historia:

Anderson (andros-son) es “el hijo del hombre”. Thomas era por ende el discípulo incrédulo de Jesús, como Neo lo es de Morpheo, e Hylas lo es de Philonús. Por otra parte, todos sabemos qué significa “neo” en griego.

Morpheo es el dios griego de los sueños; su nombre, además, deriva de “morphé” (forma), al parecer porque engendraba las formas que se presentan en nuestras ensoñaciones.

Trinity podría aludir a la trinidad cristiana.

Nabucodonosor fue un poderoso rey babilonio, maltratador de los hebreos en el Libro de Daniel, y conocido también debido a estar poseído por malos sueños. Por añadidura sufrió de locura durante un año entero.

Apoc, uno de los tripulantes de la nave rebelde, viene de Apocalipsis.

Zión es otro nombre para Jerusalém, la ciudad sagrada por antonomasia.

Y así podríamos continuar, buscando señales ocultas, pero indicativas del trasfondo metafísico-teológico de este trabajo de los Wachowski

En cuanto al personaje interpretado por Keanu Reeves, hay quienes lo contemplan como un Mesías Salvador de los humanos esclavizados por los productos de la Inteligencia Artificial, i.e. como un trasunto del propio Jesús; otros como un bodisatva que nos libera del velo del samsara (Matrix) para llevarnos por sendero hacia la verdad y la bienaventuranza del no-deseo (nirvana); hay otras voces que lo entienden como el receptor de la sabiduría gnóstica, que nos libera del peor de los infortunios: la ignorancia. Y con seguridad seguirán presentándose “lecturas” más o menos profundas de la esencia que subyace a Neo, con lo cual lo transformamos en un substratum oculto tras un manojo de percepciones, como no querría Berkeley.

Por nuestra parte opinamos que poner unos cuantos nombres bíblicos o grecorromanos a los personajes de una película, no convierte a ésta en portadora de un nuevo mensaje religioso; en todo caso se trataría de aderezar el guiso con algunas especias,  para hacer aquél más sabroso, a semejanza de la chuleta (ficticia) que come gozosamente Cypher en el (ilusorio) restaurante.

No parece que una película de Hollywood, al fin y al cabo una empresa comercial, sea el lugar para semejantes hallazgos transcendentales, pero así ha ocurrido, y es muy respetable. El guión (y la realización) de los hermanos Wachowski no es ni superficial, ni simple; unas dosis de reflexión filosófica se requieren para comprenderlo y disfrutarlo, lo cual deber ser bienvenido en el séptimo arte.

 

 

 

 

 

Gonzalo Casanova

Diciembre de 2.003

 

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