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DEBATE SOBRE LA HOMINIZACIÓN

  • gonzalojesuscasano
  • 15 dic 2023
  • 33 Min. de lectura

DEBATE SOBRE LA HOMINIZACIÓN

 I. Monogénesis y Plurigénesis.

 

La evolución de los homínidos es uno de los temas estrella de la biología actual, junto a la clonación o los productos transgénicos; de ese modo artículos sobre esta cuestión aparecen no sólo en las revistas especializadas, sino también en la prensa diaria general. De cuando en cuando la sección científica de un periódico de gran tirada nos da noticias de nuevos hallazgos, o de nuevas interpretaciones del registro fósil ya existente.Australopithecus afarensis, paranthropus boisei, pithecanthropus, homo habilis, ergaster, erectus, antecessor, neandertal etc., son por consiguiente nombres no del todo desconocidos para el gran público.

 

¿Muchas especies, no? El profano se queda un tanto sorprendido por la multiplicidad de poblaciones diferentes de antepasados, y este número no hace sino crecer con el tiempo y los descubrimientos. Pero precisamente aquí se encuentra uno de los puntos calientes del debate, quizás “el” punto decisivo. Y es que hay antropólogos que no aceptan que haya un número tan elevado de especies homínidas, siendo contestados contundentemente por otros, que poseen una teoría bien distinta. Veámoslas. 

 

 

 

*Teoría multirregional: su principal paladín es el norteamericano Milford Wolpoff, cuyo libro fundamental es “Raza y Evolución Humana” (1.997), en colaboración con Rachel Caspari. La hipótesis es ya antigua y dice, simplificando mucho como hemos de hacer aquí, que las poblaciones actuales humanas son el resultado de una evolución local. De manera que los rasgos raciales que encontramos en los asiáticos proceden del Sinanthropus, los de los indígenas australianos del Pithecanthropus de Java, los de los africanos de los erectus de Olduvai (pasando por el homo rhodesiensis); y por supuesto los de los europeos de los neandertales. Si quisiéramos delimitar algún nuevo grupo racial, tendríamos a su vez que establecer su filiación genética a partir de homínidos que ocuparon esa zona.

 

Pero, ¿no somos todos nosotros claramente una sola especie, sapiens? ¿Cómo es posible que una evolución por separado desde hace un millón de años (y posiblemente más) no haya producido diferencias apreciables y sigamos siendo claramente una sola especie, morfológica y genéticamente? La respuesta de Wolpoff y A. Thorne es que siempre ha existido flujo génico constante entre las variedades homínidas locales, lo cual ha preservado la unidad de la especie. Hay que añadir inmediatamente que para ellos el término homo sapiens debe aplicarse a individuos mucho más antiguos que el Cromagnon o los homini de anatomía moderna africanos. En suma, que a partir del homo erectus podemos hablar ya de “nuestra” especie.

 

Si nosotros contemplamos una reconstrucción, en dibujo o por ordenador, de un erectus (o incluso del mucho más reciente neanderthal) posiblemente no nos asaltará la impresión de que es de nuestra especie; ciertamente este primate no es un mono, pero ¡uno de los nuestros! Wolpoff asegura que convenientemente vestido un neanderthal pasaría desapercibido en el metro de Nueva York (¿y un erectus?); y añade jocoso que él ve un neanderthal todas las mañanas frente a su espejo cuando le toca afeitarse.

 

Desde luego que hoy en día hay seres humanos de aspectos y tamaños muy distintos: del color negro de los bantúes al sonrosado de los nórdicos, de la nariz chata de los asiáticos a la aguileña de los amerindios, de la elevada estatura de los escandinavos a los pigmeos, de los ojos rasgados de los chinos al de los europeos etc. Pero todos somos lo mismo. Wolpolff fuerza la analogía y nos asegura que un neanderthal, un sinántropo, o un pitecántropo son sencillamente más muestras de la variabilidad de nuestra especie; ciertamente un poco más separadas del común denominador vigente hoy, pero sapiens al fin y al cabo.

 

Flujo génico indica que siempre existe algún grupo desplazándose (en un sentido u otro), y que es capaz de mezclarse con las poblaciones homínidas locales que encuentra; de acuerdo con ello  no llegan a establecerse barreras (geográficas sobre todo) que produzcan la separación genética de poblaciones, y con ello el inicio de la especiación. Hacia delante y hacia atrás, de África a Asia, de Asia a Java y Oceanía; y de Asia también hacia África. Y desde aquí a Europa, y viceversa. Y así una y otra vez, en migraciones pequeñas incesantes. Para nuestro sentido común resulta un tanto difícil; pero es posible, claro está; más aún, hay muchas probabilidades de así sucediera realmente.

 

Hay certeza de que el homo ergaster (o erectus) abandonó África hace en torno a un millón de años; y hay opiniones según las cuales se podría casi doblar esa fecha. Esta migración no parece gesta menor para los homínidos, pues éstos existían en África desde al menos seis millones de años, si no más. También hay que aceptar que el ergaster era un especie con bastante mayor capacidad craneal que los australoptihecos, con lo cual quizás la aventura “fuera de África” le resultara relativamente asequible. De todos modos hay barreras naturales considerables, y no sólo terretres; tengamos en cuenta las corrientes marinas en el Lejano Oriente y Oceanía, que con toda seguridad hicieron difícil alcanzar Australia. Por todo ello nos resulta algo arduo imaginar que, aparte de América, hubiera toda una red de autopistas génicas que mantuvieron ininterrumpidamente el cruce entre las poblaciones regionales. Conjeturas, pero posibles absolutamente.

 

 

 

*Teoría monogenética: ofrece una respuesta a las dificultades anteriormente expuestas, de la mano sobre todo del británico Chris Stringer; sus libros básicos son “En Busca de los Neandertales” (1.993), con C. Gamble; y “Éxodo Africano” (1.996), con R. Mckie. Esta posición asevera que todos los humanos contemporáneos somos descendientes de una sola y concretísima especie homínida de hace entre 100.000 y 200.000 años de antigüedad; además de la fecha, también es muy concreto su origen: África. Sólo en este continente apareció el hombre “moderno”, que no mucho después (varían un poco también las fechas, según a qué especialista se pregunte), comenzó su gran migración por Asia, y después Europa; alcanzando finalmente América. Al menos en esto último no hay disputas, porque todos los paleoantropólogos aceptan que los grupos que entraron por el Estrecho de Bering eran sapiens modernos; pero es que las fechas no dan permiso para la confrontación: 30.OOO años para unos, casi la mitad para otros. En el resto de los continentes el desacuerdo entre Stringer y Wolpoff es total y brutal.

 

Stringer cree que su teoría del Origen Africano (en inglés “Out of Africa”, como la película de Meryl Streep y Robert Redford) resuelve algunas de las anomalías del paradigma de los multirregionsalistas, para emplear la terminología del profesor Kuhn. Ante todo no existe el problema de comprender como somos tan similares después de un millón de años de separación geográfica; y es que todos nacimos en África hace muy poco.

 

Entonces, ¿qué ocurrió con los sinántropos, los pitecántropos, los neandertales, y todas las otras especies del género homo que habitaban los lugares a los que llegaron los modernos? ¿Es que nos los comimos? ¿Es que hubo una guerra y ganamos, fatídicamente para ellos? Mencionar la palabra guerra nos lleva a pensar en Estados, o al menos en sociedades complejas y muy compactas, que son capaces de aunar grandes recursos; pero aquí tratamos con partidas de caza o forrajeo, compuestas por sólo decenas de ... muertos de hambre en muchos casos.¿Es que se murieron de miedo al vernos llegar, tan guapos, tan longilíneos y gráciles de figura; con nuestra hermosa frente elevada, rostro pequeño y gracioso mentón?

 

Los defensores del Origen Africano tienen que afirmar que especies que llevaban cientos de miles de años adaptadas al hábitat fueron barridas por unos recién llegados; lo cual nos sitúa ante otra anomalía del paradigma.

 

¿Volvemos pues al Programa de Investigación de los multirregionalistas? Según sus adversarios nos libraremos muy bien de hacerlo, porque los datos empíricos corroboran decididamente sólo su teoría.

 

Esos datos son los aportados por las investigaciones con el material genético, tanto ADN mitocondrial como nuclear; sobre todo los primeros parecen ser determinantes para la tesis del Origen Africano. Como el ADN mitocondrial se transmite sólo por vía materna se viene hablando desde hace al menos un decenio de una Eva Africana, de la cual descenderíamos todos (absolutamente todos) nosotros; esta hembra homínida vivió, por supuesto, hace entre 100.000 y 200.000. ¿Rebuscado y difícil de creer? En cualquier caso no se trata de un invento de la prensa diaria, sino de una hipótesis de trabajo más que probable de los propios antropólogos.

 

El monogenetismo cuenta, además de los datos genéticos, con otro apoyo relevante, aunque no científico verdaderamente: es la conjetura que se ajusta a los estrictos cánones de los políticamente correcto. Aclarémoslo.

 

Para Stringer todo somos “bajo la piel” africanos, por tanto nuestra consanguinidad está fuera de duda, pues puede retrotraerse a una época (evolutivamente hablando) de antesdeayer; somos homínidos poco corpulentos, de clima templado, generalistas que huyen de la especialización como de la peste, flexibles como ningún otro frente a los cambios del ambiente, decididamente omnívoros y por tanto oportunistas en cuanto a la dieta, con capacidades fonológicas muy desarrolladas... Y todo ello se manifestó por primera vez con todos sus detalles en África, que era el hábitat adecuado para esa batería de rasgos.

 

En su libro “Éxodo Africano” Stringer nos presenta a una señorita llamada Andrea Searcy, que tiene la peculiaridad de ser hija de negro y amerindia; pues bien, con el maquillaje y las lentillas adecuadas vemos imágenes de la susodicha joven transformada completamente en una negra de pelo crespo, en una rubia caucásica, y en una china de pliegue epicántico. Y es que todos somos “africanos bajo la piel”. En la página de al lado encontramos, a causa de modificaciones similares, el rostro de Arnold Schwarzenegger (el austríaco-ario reciente gobernador) con piel oscura y pelo ensortijado, convertido en un perfecto afroamericano. Todos somos primos hermanos, venidos de África hace poco; y no sólo nos los dicen los esotéricos análisis del material genético, sino nuestra propia morfología corporal, nuestras mismas caras; ¡es que nos parecemos mucho físicamente!

 

La teoría monogenética parece haber ganado al menos en los medios de comunicación, porque si leemos los periódicos, o vemos programas televisivos de prestigio cultural como el Discovery Channel o Nacional Geographic ... la versión del desarrollo evolutivo que nos ofrecerán será la del Origen Africano; la Eva Africana parece haberse convertido en el cánon de la hominización, y es lo que se enseña a los niños en las emisiones divulgativas.

 

Y sin embargo el grupo de Wolpoff no se rinde, y no carece de plausibles   corroboraciones de sus asertos. Tenemos que añadir que utilizar lo “políticamente correcto”, en un debate sobre el registro fósil y su lectura, como criterio de selección de teorías  nos parece penoso. Nos encontramos en esta pugna con un problema bien delimitado y definido científicamente, con datos empíricos admitidos por ambos bandos, y un acuerdo acerca de cuáles son los métodos (genéticos o de morfología humana) para avaluarlos y realizar las contrastaciones. Normas que quieran inmiscuirse desde ámbitos no paleoantropológicos no son pertinentes. Calificar la teoría multirregional de racista porque cree que los homini sapientes llevamos más de un millón de años geográfica y (en gran mediada) genéticamente separados ..., es una simpleza; y considerar la opinión opuesta como adecuada porque nos asegura que todos somos iguales, puesto que hace cien mil años o menos todos estábamos en África ..., es un asalto frontal a la objetividad siempre deseada de la ciencia. No es que los propios investigadores recurran a estos razonamientos; pero sí se escuchan entre los espectadores profanos.

 

 

 

II. Anomalías y confirmaciones.

 

Cada conjetura cuenta con las suyas; vamos a ver dos de las más famosas; los neandertales para unos, y los restos de  Ngandong (Java) para los otros.

 

*Neandertales: bajos, macizos y en verdad corpulentos, con arcos supraorbitales muy marcados, grandes rostros y cráneos alargados de frente baja, poseedores de huesos de diámetro mucho mayor que el nuestro y que por ello sustentaban músculos hercúleos, y además con comportamientos poco flexibles ..., son descaradamente “los otros”, los homínidos no completamente humanos; no son “nosotros”. No sólo su imponente y depredador físico no es el nuestro, sino que los análisis de ADN nos confirman una y otra vez que no procedemos de ellos. Hay un posible caso de hibridación encontrado en Portugal, inconcluyente, pero las posibilidades de incluirlos en nuestro linaje filético son casi nulas; porque desde hace cien mil años (y más palpablemente, desde hace cuarenta mil) ya estábamos allí, junto a ellos. ¿Cómo mi contemporáneo va a ser mi antecesor?

 

*Fósiles de Ngandong: son el hueso más duro de roer para los partidarios de una Eva Africana; en  efecto, estos restos nos hablan de cráneos robustos, aplanados por encima de las cejas ..., i.e. de una variedad, no lo dudemos, de homo erectus; su datación, atención, les asigna menos de 100.000 años. Hasta se ha postulado que podrían tener no más de 30.000 años, lo cual resultaría una hecatombe para la opinión de Stringer: se trataría de completos contemporáneos de los sapiens modernos. ¿Fueron los poseedores de estos cráneos arcaicos por tanto reemplazados por los modernos? Difícilmente, pues se encuentra a los herederos de tal morfología en los actuales aborígenes australianos.

 

¿Estamos estableciendo que estas etnias no son sapiens, sino supervivencias del homo erectus? En tal caso nos es difícil imaginar un postulado más social-ética-políticamente incorrectísimo; pero no es este el caso. Porque entre los australianos también se perciben trazas de otras poblaciones que llegaron hace unos 50.000 años, y que, éstas sí, son claramente sapiens-sapiens, incluso semejantes a los cromagnones. De modo que se impone la tesis de la mezcla de grupos, como lo atestiguaría la actual variabilidad en los nativos de Oceanía.

 

Como conclusión, en esta región de la Tierra triunfaría la teoría de la hibridación, que es intermedia entre la de Substitución de Poblaciones y la de la Continuidad Regional. Pero Wolpoff replica que el caso de Ngandong no sólo prueba que hubo flujo génico entre grupos diferentes, sino que es una flecha que nos indica que tal intercambio de genes pudo ocurrir constantemente en los centenares de miles de años pasados. Por consiguiente, vuelta al multirregionalismo.

 

Los defensores de la Dispersión desde África insisten en que las pruebas con el ADN confirman su conjetura; Wolpoff y A. Thorne replican que los datos empíricos determinantes son los que contiene el registro fósil, y con ello nos presentan una bastante convincente línea evolutiva local para cada continente o región. Los diferentes cráneos se colocan unos detrás de otros, y apreciamos los lentos pero constantes cambios en robustez, disminución de los caninos, disminución de arcos superciliares, menor alargamiento etc. Así era como el propio Darwin entendió la evolución; como modificaciones a veces inapreciables, pero continuas y acumulativas, que el ir sumándose sin reposo acaban generando un resultado dramático: una nueva especie.

 

Situándonos en una perspectiva popperiana nos preguntamos si, admitiendo que la hominización es un campo plenamente científico y no metafísico, no sería posible diseñar un experimentum crucis que decida cuál de las teorías en competencia es la verdadera. Aunque es evidente que Stringer diría que tal experimento decisivo son los resultados de laboratorio con muestras de ADN, y Wolpoff respondería que tal prueba crucial son los cráneos de Ngandong y otros del mismo rango. Bien es verdad que también nos queda la polémica de la especie única.

 

 

 

III. Teoría de la Especia Única.

 

Tampoco eso es algo reciente en la comprensión de la evolución humana, ya que se remonta al menos a los años sesenta del siglo XX, y entonces fue defendida por el propio Wolpoff. En esencia dice que en cada momento puntual esa evolución sólo había una especie homínido sobre el globo; la razón es que dos o más especies de éstos ocuparían necesariamente el mismo nicho ecológico, con lo cual la competencia habría sido inevitable y fatal para todas las poblaciones, excepto una. Hipótesis firme y poderosa, tiene uno de los rasgos más queridos para Popper: es fácilmente falsable, pues hay muchas observaciones posibles que pueden refutarla; es una conjetura arriesgada, y por ello especialmente valiosa ... y científica.

 

En esta tesitura se discutía en aquellas fechas sobre si habían existido diferentes especies, contemporáneas de australopitecos; había en el registro ciertamente esqueletos de muy distinto tamaño, pero los apologistas de la Especie Única argumentaban que se trataba de un ejemplo de dimorfismo sexual: los machos eran un tercio más grandes que las hembras (por cierto, un rasgo arcaico), de manera que se podían confundir con dos especies. Cuando se descubrieron restos tanto de machos como de hembras boisei, se determinó que sí había al menos dos especies de australopitecos: una grácil y otra robusta. Incluso se aceptó, de manera casi unánime, una segunda subdivisión: dos gráciles (afarensis y africanus), y dos robustos (robustus y boisei).

 

Supuestamente se había dado un caso de refutación de una teoría ante datos observacionales incuestionables. En los años posteriores la opinión mayoritaria era no sólo que algunos de estos cuatro australopitecos habían coexistido, sino que además se añadían nuevas especies: anamensis y aethiopicus. También perdía crédito la postura de que el homo habilis era en realidad un australopiteco. Y dentro plenamente del género homo, en vez de postular una sola especie, el erectus, durante un lapso de más de un millón de años, empezó a ganar adeptos la visión de que había tres: ergaster (en África), erectus (en Asia), antecessor (en Europa, propuesto por el grupo de Atapuerca).

 

“Scientific American” es probablemente la revista de divulgación científica más conocida y prestigiosa del mundo, de modo que lo que se publica en ella (aunque no tenga la complejidad de un verdadero texto científico) se considera como aceptado por la comunidad científica. Pues bien, como ejemplo de lo que venimos diciendo tenemos que en marzo de 2.000 “Investigación y Ciencia” (su versión española) publicó un artículo de Ian Tattersall titulado “Homínidos Contemporáneos”.

 

Este antropólogo se inclina ciertamente hacia la postura de la Eva Africana, pero su texto aquí indica que hay un apreciable consenso detrás de sus afirmaciones. El núcleo de éstas es que hace unos 1,8 millones de años había, en efecto, más de una especie de homínidos en África; y eran nada menos que cuatro: paranthropus boisei, y los homo rudolfensis, habilis y ergaster. Hagamos un alto en el camino de la evolución para considerar alguna consecuencia de lo anterior.

 

El boisei es un primate de nuestra familia con una apreciable cresta sagital que  recorre toda la parte superior de su cráneo, y que se supone servía para que los músculos masticadores tuvieran inserciones aún más fuertes. De modo que es un auténtico triturador de alimento, vegetal. Por lo que sabemos comía tubérculos, semillas, frutos secos, raíces duras, frutas de cáscara también dura, juncos etc. Era el verdadero “cascanueces” de nuestro linaje filético, con muelas que llevaban con todo merecimiento ese nombre. Gracias a los documentales televisivos nos lo representamos sentado tranquilamente, rompiendo y masticando interminablemente carrizos, rodeado (si era el macho dominante) de su harén. Si acudiéramos a un espectador profano y le preguntáramos, nos diría con toda probabilidad que esto es “una especie de gorila”; y verdaderamente no sólo su morfología, sino su (postulado) comportamiento lo asemejan a este primate.

 

Por otro lado nuestro profano, puesto delante de una reconstrucción por ordenador de un ergaster, contestaría quizás que es un hombre muy peludo y primitivo, de las cavernas; i.e. no alguien como nosotros, pero un “hombre”. Nuestras informaciones sobre él son que fue, de nuestra familia, el primer gran oportunista en cuanto a la dieta; engullía no sólo hojas carnosas, frutos secos y raíces, sino también saltamontes, ciempiés, ratones, escorpiones, erizos, serpientes ..., y por supuesto otros alimentos que hoy ingerimos con gusto. Es pues un “generalista”, mientras que el boisei ha sido quizás el mayor especialista de nuestro grupo, lo cual nos aclara las respectivas eficacias biológicas (“fitness”). Se calcula que un boisei tenía un cerebro de 550 c.c.; un ergaster podía acercarse a los 1.000 c.c., y en sus individuos más recientes superar esa cifra holgadamente. Esta diferencia de capacidad craneal es muy notable, tanto como para clasificarlos en dos géneros; pero no es ello sólo: es que la etología nos indica que con esos cerebros sus conductas daban como resultado adaptaciones de éxito muy variable. Compararlos es casi como hacerlo con un orangután y un australopiteco.

 

Resumiendo, el escenario del artículo de Tattersall es radicalmente enemigo de la versión lineal y directa según la cual el australopithecus grácil da lugar al erectus, y éste al sapiens. Si hubo cuatro homínidos coetáneos, se infiere que sólo uno es nuestro antepasado y los otros fueron arrinconados por el más apto. Tal acontecimiento permitiría que contempláramos con menos dificultad un escenario en el que el sapiens africano predomina sobre los neandertales y  formas arcaicas de erectus en Asia y Australia.

 

Como ya hemos mencionado las tesis de Tattersall son las que se difunden por National Geographic y Discovery Channel.

 

¿Ha triunfado definitivamente el paradigma monogenético, ya que los medios de comunicación lo avalan? Los partidarios de la Continuidad Regional no cejan  y replican con inusitada fuerza empírica y argumental.

 

Wolpoff concede que los experimentos con ADN mitocondrial apoyan la hipótesis de la Dispersión desde África; pero los hechos con ADN nuclear concuerdan con su teoría; nos preguntamos si esto último lo admite toda la comunidad científica.

 

Pero hay más; A. Thorne comunicó en 2.001 (como recogió precisamente National Geographic), que el hombre de Mungo (Australia, hace 60.000 años) no contiene ADN mitocondrial de origen africano; y sin embargo se trata de un homínido de anatomía perfectamente moderna. En la prestigiosa revista (no de divulgación desde luego) Science (12 de enero de 2.001) Wolpoff retornó con su planteamiento favorito; comparó cráneos europeos y australianos de hace 30.000 y 20.000 años y mostró satisfactoriamente que poseen rasgos heredados, sin duda, de variedades homínidos locales; i.e., evolución lenta, continua, acumulativa, muy puramente darviniana ..., y ni por asomo substitución por parte de emigrantes africanos.

 

Y todavía más; en 2.002 los servicios de noticias científicas nos informaron de nuevas conclusiones acerca de unos fósiles africanos contemporáneos de los erectus asiáticos, y que resultan ... absolutamente semejantes a éstos últimos. Por consiguiente no había una especie (ergaster) en África, y otra (erectus) en China y Java; todos estos homínidos son erectus, y también los serían los de la supuesta nueva especie descubierta en Atapuerca (antecesor). Habría que volver a la taxonomía antigua, que hablaba de una sola especie, erectus, desde el habilis hasta prácticamente nosotros.

 

La Teoría de la Especie Única revive con una intensidad enorme; el antropólogo O. Lovejoy asegura que este hallazgo termina concluyentemente con las discusiones. ¿Estamos, por tanto, ante el ansiado “experimentum crucis” que false una teoría, en este caso la de la multiplicidad de especies coetáneas? ¿Y supone esto además, reflejamente, la eliminación del Origen Africano de los sapiens?

 

Ni lo uno ni lo otro. Stringer no acepta de buen grado que haya que renunciar al término ergaster, puesto que esos restos de supuestos erectus africanos no contienen los dientes; y sin éstos no hay conclusión definitiva acerca de cómo clasificar esa población.

 

Por nuestra parte añadiríamos que el Origen Africano, aunque muy ligado a la postura de que el erectus y el ergaster son diferentes, no tiene por qué caer si ello no es el caso.

 

Podemos imaginarnos dentro de veinte años escuchando a los científicos discutir nuevos fósiles y análisis de laboratorio, y considerando cada uno que tal o cual dato es una confirmación definitiva de su conjetura, y una falsación de la rival. Esto sería la pesadilla del filósofo popperiano; si un experimento no apoya la teoría, se recurre a estratagemas convencionalistas, como p.e. modificar el contenido de la teoría:

 

-Si el paranthropus boisei es rotundamente una especie diferente de los australopitecos gráciles, se puede revisar la definición de especie, y substituirla por algo como “población reproductiva”; se trataría de un grupo con mucha variabilidad anatómica, pero dentro del cual “podría” haber cruces que den híbridos fértiles. No creo que haya muchas voces que negaran la posibilidad de que las células germinales de un boisei fuera compatibles con las de un africanus, o las de un habilis. También podemos cruzar hoy un caballo con un burro, un tigre con un león, o un perro con un lobo.

 

La cuestión es si esos cruces ocurrieron, y si esos grupos homínidos se reconocían entre sí como miembros de la misma especie, o de la misma población reproductiva. Las diferencias anatómicas, dietarias, y seguramente etológicas y de organización social, no tuvieron que ser conducentes a esos cruces genéticos.

 

-Si los cráneos de fósiles contemporáneos apuntan a que las poblaciones de África y Asia son semejantes, y por tanto “erectus”, siempre se puede responder que no sabemos si su comportamiento los separaba suficientemente, como para crear barreras ante la reproducción. Además el alejamiento geográfico era tan grande, que de por sí era una barrera; con estos argumentos el  monogenetista resiste la refutación, y es capaz de mantener su paradigma, aunque sea con hipótesis “ad hoc”.

 

Para la filosofía de la ciencia estos reajustes teóricos significan que la visión del profesor T.S. Kuhn resulta mejor descripción de la conducta real de los científicos que la del falsacionismo de K.R. Popper. Pero este debate no es de filosofía de la ciencia, sino de ciencia. Se trata quizás de que las teorías disponibles no están suficientemente desarrolladas como para “atrapar” en su interior todos los contenidos observacionales; pero, ¿qué otra posibilidad hay aparte de un origen africano, una evolución local, o una hibridación de locales y emigrantes?

 

Durante muchos años se ha repetido que el registro fósil de los homínidos es realmente reducido como para construir un sistema explicativo definitivo; sin embargo desde que se hicieron tales enunciados no han dejado de encontrarse restos fósiles, y los estudios sobre el ADN han proliferado. Y además muchos científicos están convencidos que ciertos datos (paleontológicos y genéticos a la vez) sí son terminantes en cuanto a apoyar una interpretación ..., que el grupo opuesto rechaza; y a continuación éste último nos presenta otros elementos empíricos que incuestionablemente apoyan su conjetura.

 

Quizás la realidad de los acontecimientos que forman la hominización sea tan compleja como la que intentan explicar la física atómica o la astrofísica, terrenos en los que el acuerdo (pese a los ímprobos esfuerzos matemáticos) no es total. Una realidad que es como una nuez muy difícil de cascar para nuestros programas de investigación científica, incluso para las mandíbulas de un boisei.

 

 

 

IV. Felinos y homínidos.

 

Las comparaciones son odiosas, y en teoría de la evolución hacerlo entre familias suficientemente separadas es, se nos advertirá, poco fértil. En cualquier caso vamos a realizar esa operación entre los felinos y nosotros, con el objetivo de ilustrar algunos puntos ..., o de mostrar cuanta confusión (¿ignorancia?) persiste en todo el tema.

 

La familia félida (su nombre correcto), del orden de los carnívoros, abarca unos veinte géneros, y casi cuarenta especies diversas. La nuestra, del orden de los primates ...,  una vez más: un género (homo), y una sola especie dentro de él (sapiens); simplemente este dato podría descartar cualquier intento de paralelismos. ¿Fueron ( y son) los félidos mucho “mejores” en sus capacidades adaptativas  que los australopitecos y los homo? Pecado imperdonable al expresarnos así, con Darwin revolviéndose en su sepulcro; en la evolución “bueno” y “malo”, en extraña (o quizás no tanta) coincidencia con Nietzsche, son términos que no tienen permiso de entrada. Darwin mismo nunca los empleó; para él (y nosotros hoy) hay grupos de individuos con más o menos éxito en sus adaptaciones al entorno.

 

Por tanto, ¿han demostrado los félidos ser más eficaces biológicamente (“fit”) que nuestra familia? Es incuestionable que su radiación adaptativa ha sido amplia y con buenos resultados; hay félidos en el desierto, en la sabana, en los bosques, en la selva tropical, en las montañas, en las nieves ..., y en nuestras casas; los tenemos de todos los  tamaños y pelajes, con técnicas de caza específicas, con diferentes maullidos y rugidos, con mucha riqueza para el etólogo, dietas dispares (de búfalos a peces, pasando por ratones), y todos ellos bastante competentes (cada uno en su estilo) a la hora de matar. Nosotros, mal que les pese a los racistas, somos bastante parecidos en morfología, y sobre todo en el tamaño y funcionalidad de nuestro córtex; nos replicarán algunos que nuestros comportamientos, tanto individuales como grupales, sí son muy distintos. Lo son ciertamente, para el psicólogo, el sociólogo, el antropólogo cultural o el historiador; pero no olvidemos que ello entra en el rango de la cultura, y ésta es una categoría epistemológica fuera del campo de estudio de la teoría de la evolución.

 

Nosotros, como los félidos, también vivimos en todos los climas del globo; pero lo hacemos debido a nuestra destreza para procurarnos abrigo (corporal y habitacional). Y es que ningún biólogo, ni el más rabioso de los multirregionalistas, negaría que somos animales de sabana, de pradera (africana) de altas hierbas; de no ser por ese fenómeno que cada día parece más inasible llamado “cultura”, todos estaríamos en las Islas Canarias.

 

Cerca de cuarenta especies de félidos, y una de homínido.¿Qué pasó con las otras? Extintas y substituidas por la sapiens (Stringer). Presentes y supervivientes, genética no morfológicamente, en nosotros mismos (Wolpoff). Es, faltaría más, el debate sobre la Especie Única de nuevo.

 

La escasez de especies homínidas contemporáneas  (si es que tuvo lugar tal fenómeno) es la tesis de los defensores de la Continuidad Regional; pero parece contravenir uno de los presupuestos más caros de la más pura y estricta teoría darviniana: si separas geográficamente dos poblaciones, acabarán diferenciándose. Nos topamos con una anomalía (kuhniana) del paradigma.

 

Wolpoff y Thorne tendrían varias respuestas desde luego, y  nada desdeñables.

 

-Ante todo y sobre todo, los humanos inauguramos con la cultura una nueva categoría gnoseológica, que no es objeto de estudio del evolucionista. Nada que objetar; la escasa (nula casi) radiación adaptativa de los homo es un hecho para las ciencias sociales. Ahora bien; ¿qué ocurre con ese mismo fenómeno en los australopitecos?

 

La conducta de los gorilas entra en el área de los etólogos, no de los sociólogos; pero ¿y la de un australopiteco? ¿y la de un parántropo o un ardipiteco? ¿Cuándo comienza el período en el que puede empezar a trabajar un psicólogo social? ¿En el homo habilis?

 

Los partidarios de la Dispersión desde África cortan por lo sano, y aseveran que sí hubo abundante radiación adaptativa en nuestra rama de los primates; por tanto no hay que revisar este esencial concepto biológico. Sí es raro evolutivamente el reemplazo de todas las radiaciones por una sola población: la sapiens; pero la solución a esta anomalía es muy elemental: la cultura es muy peculiar como hecho de la historia natural.

 

-También puede un multirregionalista insistir en que los lapsos temporales son muy distintos; la familia félida tiene sus ancestros en poblaciones de algo menos de 10 millones de años; la nuestra comenzó al menos hace 6, aunque podrían ser incluso 7 ( y hace años se consideraba esa cifra superior). El gato y su familia han tenido más tiempo para divergir; aunque tampoco hay que aceptar que demasiado. Más aún, un altísimo número de especies actuales de félidos se encuentran dentro de linajes filéticos que comenzaron hace menos de 5 millones de años, no mucho más que un ardipiteco (o incluso un australopiteco).

 

Cambiando de tercio completamente vamos a acudir una vez más a un conocidísmo ejemplo de variabilidad genética.

 

El matrimonio Grant comenzó a estudiar, hace ahora justamente treinta años, los pinzones de las Islas Galápagos; sí, los de Darwin. En ese lapso, y a causa de numerosas modificaciones climáticas, han sido capaces de registrar múltiples alteraciones en esos pajarillos, en especial en la forma, tamaño y fuerza de sus picos; son, aunque parezca asombroso, los tímidos comienzos de la especiación. Sí, es verdad que son animales pequeños, en los que unas pocos cambios transmutan notablemente toda la anatomía, que tienen muchos menos genes que nosotros etc., pero ahí está el dato. Todo lo observado y “reflexionado” en tanto tiempo de investigación lo recoge J. Weiner en su libro de 1.994 “El Pico del Pinzón”. Este trabajo de “alta” divulgación nos enseñará muchísimo de los mecanismos de la evolución, incluyendo la nuestra.

 

Y de vuelta a la familila de los gatos, aunque no sea más que por su tamaño vamos a darles relevancia a los grandes félidos, y recordar algunos antecedentes. Hace dos millones de años aparecen,  por un lado una forma primitiva de tigre, por otro el ancestro común de leopardos y jaguares , y además una especie (gigante) antigua de guepardo. Hace 1,5 millones de años tenemos ya jaguares primitivos; hace 1 millón un tigre gigante. Y hace 750.000 los primeros tipos (también gigantes) de león. Se conoce que hace tan sólo 250.000 años los leopardos sufrieron procesos de especiación debido a cambios climáticos. No son fechas muy amplias comparadas con las de los homínidos; y hemos de insistir en que no hablamos de la aparición de los grandes felinos actuales, sino de sus ancestros. Es bien conocido que hubo poblaciones (¿especies?) de leones en América, que luego se extinguieron. Así pues, radiación adaptativa no sólo en el seno del género, sino incluso de la especie.

 

Los de Stringer y su grupo pueden decir que esa misma variabilidad genética está presente en nuestra familia. De ese modo los ardipitecos serían un género diferente, al igual que los parántropos (considerados en muchas taxonomías como australopitecos); y garhi, aethiopicus, rudolfensis, ergaster, antecesor, heidelbergensis, y neandertal (por supuesto) serían especies diferentes. Si Vds. querían radiación adaptativa como en los félidos, aquí la tienen; y esto es sólo lo que hemos encontrado hasta la fecha, porque el registro fósil homínido no cesa de ampliarse con ... ¿nuevos géneros incluso?.

 

Ejemplo reciente y preclaro de estas argumentaciones. En 2.001 el grupo de Maeve Leakey bautizó un cráneo casi completo con un nuevo término, Kenyanthropus platyops; se trata de un fósil contemporáneo de los australopitecos, pero considerado por estos investigadores como suficientemente diferente como para merecer el rango no sólo de especie, sino de género  nuevo. Además, según esta hipótesis, aquí hallamos la línea evolutiva que generó el homo rudolfensis (o el habilis), y por tanto a nosotros; con ello los australopitecos quedan fuera del cuadro, y “Lucy” deja de ser nuestro más conocido ancestro.

 

En el otro lado del espectro está otro ilustre antropólogo, Tim White, que “interpreta” ese cráneo como pertenciente a un afarensis (la especie de “Lucy”). Conjeturas, hipótesis, suposiciones, teorías ..., y así parece que vamos a seguir en un debate difícilmente terminable.

 

 

 

V. Datos e interpretaciones

 

Y continuamos. Es bien sabido que la clasificación de muchos de los restos homínidos es fuente de arduas discusiones; nos basta con ver en un texto especializado una lista de aquéllos. He aquí un par de casos, cogidos no del todo al azar:

 

KNM-ER 1.813: es un cráneo parecido al KNM-ER 1.470, que está en el taxón homo habilis según un acuerdo casi completo. Donde no existe éste es respecto al 1.813, pues su tamaño es de 510, y la del 1.470 es de 750 c.c. Es mucha diferencia. Como consecuencia algunas interpretaciones colocan al 1.813 con los australopitecos; otros se resisten y lo ubican con el habilis (por la morfología) y apuntan que se ejemplifica aquí una vez más el dimorfismo sexual. Y otras voces opinan que es de una especie diferente a las citadas, y aún por nombrar. ¿Por qué no?

 

KNM-ER 1.805: tiene una cresta sagital, que “marca” inconfundiblemente a los boisei; así que la taxonomía parece resuelta; su capacidad craneal es de 600 c.c., algo grande para un paranthropus, pero puede encajar. Lo que no lo hace de ningún modo es que 1.805 tiene dientes muy pequeños; así que tendríamos un “cascanueces” sin fuertes mandíbulas, un molino sin rueda, un perro (canis) sin caninos. Como esto es inadmisible se le suele colocar con los habilis; ¿un habilis con cresta sagital? Ahora hemos dibujado un caballo con un cuerno; aunque antes dibujábamos un unicornio sin él. ¿Qué es peor? ¿Qué tiene más sentido? ¿Un lobo que ladra o un perro que aúlla?  ¿Un cerdo con colmillos o un jabalí sin ellos?

 

1.805 ha sido bautizado como “El cráneo misterioso”, y es que se le situado debajo de casi cualquier rúbrica plausible. Bien, ¿y por qué no establecerlo como una especie nueva? ¿Y por qué no como un nuevo género? ¿Sería inverosímil? Difícil responder que no.

 

Lo más dramático es preguntarnos cuantos más huesos “conflictivos”  esperan ser desenterrados y entrar en el registro fósil, para descentrar completamente este último. ¿Cuántos “cráneos misteriosos” más van a aparecer? Hecha la pregunta de otra manera: ¿cuán representativo de la variabilidad homínida real es la muestra que poseemos en la actualidad?

 

El principio de economía de Ockham es uno de los supuestos (implícitos o explícitos) más recurrentes en la metodología de la investigación científica; y no sólo por la “comodidad” en la heurística de los propios científicos, sino porque muchos de ellos están profundamente convencidos de que la naturaleza opera por los senderos más simples; también se suele añadir a esto el adjetivo “estético”; porque, reconocerán muchos, lo bello es lo más sencillo.

 

Declaraciones muy explícitas de la “lex parsimoniae”, amén de practicarla en sus experimentos, la encontramos en los más grandes de todos: Galileo, Newton, Einstein; para ellos se trata de simplicidad matemática, porque Dios no podría haber conformado un Universo enrevesadamente complejo y quasi caótico para el científico. Lo más “elegante” (sencillo) es con certeza lo que el Creador habrá seleccionado.”Dios no juega a los dados” repetía a menudo Einstein, y con ello se oponía a los malabarismos indeterministas de la mecánica cuántica, versión Copenhague.

 

La economía de medios puede ser magnífica, y placentera, para el racional investigador; pero a veces la naturaleza no parece querer entrar en ese juego, sino burlarse de nuestra aspiración al orden. Con esa renuencia nos topamos en el registro homínido fósil, con ejemplos como los arriba citados; profusión de medios, desorganización de los rasgos de cada especie, indefinición de las fronteras entre especies etc. A esto se le llama evolución en mosaico, que puede que no sea más uno de esos nombres científicos para esconder nuestro desconcierto. Igualmente no era inusitado que los médicos del siglo XIX no conocieran las causas de una enfermedad, los factores que la agravan o mitigan, el conjunto completo de efectos que provoca, los posibles remedios, los mecanismos de transmisión ...; eso sí, el nombre lo conocían, puesto que se lo habían puesto ellos.

 

Mucha gente querría que lloviera cerveza, volar sólo con agitar los brazos, o que los semáforos estuvieran siempre en verde para ellos ..., y que la evolución humana hubiera tenido un decurso lineal, o al menos elegantemente descriptible. Pero no parece que la naturaleza se haya plegado a nuestros anhelos aquí, al contrario: varias especies homínidas revueltas en el mismo hábitat.

 

Desde luego los monogenetistas no tendrían escrúpulos científicos en admitir que todavía hubiera diversas especies (¡y géneros!) por catalogar, ya que aún han entrado en el registro. A nadie le debería extrañar que hace 1,8 millones de años cohabitaran en el mismo nicho ecológico cuatro especies de nuestra familia; quien sabe, ¡puede que el año que viene hallemos dos más! Puede que hubiera decenas, como ocurría con los félidos.

 

Competencia en el nicho ecológico, rivalidad implacable, tolerancia mutua, indiferencia, coexistencia, cooperación relativa ..., ¿cuál es la categoría qué mejor define la relación entre tales contemporáneos? ¿Había cruce génico entre ellos? Si eran verdaderamente distintas especies la respuesta, por definición, es no. ¿O no es tan simple?

 

De nuevo acudimos a los félidos tras la pista de analogías (¿válidas de verdad?). Un ligre es el nombre de un híbrido entre león y tigresa, tigón el de un cachorro de tigre y leona, y el de un leopardo y una leona es leopón; y ya sabemos lo de perros y lobos ..., ¿hasta donde se puede llegar dentro de ...? ¿Cómo llamaríamos a esta categoría? No especie desde luego; algo así como Población Reproductiva, como hemos apuntado más arriba; o Grupo de Cruce Génico; o Población de Intercambio Génico. Los multirregionalistas, plausiblemente, acudirían a un neo-concepto similar para describir las circunstancias de hace 1,8 millones de años; y sobre todo para las que imperaron tras la aparición decidida del homo erectus y el ocaso de los otros géneros.

 

Según la perspectiva de Wolpoff en cualquier momento de hace algo menos de 2 millones de años, cualquier región del globo era (para los homínidos) parte ... del Todo, de esa “Población con flujo génico”, única; ante todo única. Siempre hubo cruces, a partir del erectus, entre los homo; no importa cuán alejados vivieran los grupos, los hubo. Sólo estos trasiegos imparables de material génico explican satisfactoriamente (científicamente) la homogeneidad de los seres humanos actuales. Una explicación poderosamente convincente, nadie lo duda; sencillamente, hay autores que la creen falsa. Y es que para los teóricos del Origen Africano somos demasiado (¡demasiado!) semejantes.

 

En los años cincuenta del siglo XX N. Chomsky propuso su teoría de una Gramática Universal, que postulaba que todos los seres humanos compartíamos algo así como unos elementos “a priori” que conformaban la estructura básica de todas, absolutamente todas, las lenguas. Hemos empleado a propósito el término kantiano “a priori”, porque creemos que existe bastante aire de familia con el criticismo del pensador alemán. Esa Gramática universal daría cuenta de las similitudes profundas entre todas las lenguas, de manera que son intertraducibles con facilidad; y así  cualquiera de ellas es capaz de incorporar con sus propios recursos no importa cuán compleja expresión de otra.

 

El filósofo J. Fodor  escribió años más tarde una obra de título revelador, “El Lenguaje del Pensamiento”; rechazando la epistemología según la cual pensar “es” utilizar una lengua natural (francés, inglés, español o la que sea), para Fodor el pensamiento se hace con (en) un componente cerebral que tiene la estructura de un lenguaje; pero no uno de los naturales, sino El Lenguaje. Éste, evidentemente, ha de tener una configuración homóloga a aquéllos, porque ha de trasladarse a ellos con facilidad y rapidez. Como el lenguaje del pensamiento es universal, todos los demás poseen la misma complejidad y facultades; por eso cualquier niño de cualquier raza puede aprender cualquier lengua. Una teoría, como la de Chomsky, difícil de confirmar, pero también de rebatir; y con gran poder explicativo.

 

¡Cuántas veces hemos escuchado lo diferentes que son las costumbres sociales en diferentes regiones! Ciertamente, pero todas ellas son parte de la cultura humana; las relaciones de parentesco, las normas consuetudinarias, los cultos religiosos, los patrones de intercambio comercial, las reglas de conservación y traspaso del poder, las leyes de la herencia etc. son variadísimas; pero su misma complejidad manifiesta una “naturaleza” común (como la de la Gramática Universal). Y por ello mismo cualquier entramado de normas y leyes socio-político-familiares es comprensible y exportable de una comunidad a otra. ¿Acaso no es global la prohibición del incesto? ¿Tenemos que suponer que también la tenían los erectus y los neandertales? ¿Tendremos que adscribirles a éstos y aquéllos una Gramática Universal, cuando es poco factible que siquiera tuvieran las mismas facultades fonológicas que nosotros? Muy comprometido responder afirmativamente cualquiera de las dos preguntas.

 

Por mucho que lo anterior parezca remar en la dirección del Origen Africano, no hay que cantar victoria para ellos ni siquiera en esta partida, y menos en el cómputo total. Chomsky establece que los humanos poseemos una “competencia” (estructura profunda de la mente) lingüística, decididamente universal, que se concreta posteriormente en múltiples “ejecuciones” verbales: las frases que enunciamos en todas las lenguas naturales del planeta; tal conjetura le sitúa nítidamente en el ámbito del innatismo, del racionalismo y universalismo ilustrados, del apriorismo. Pero el suyo (y de Fodor en gran medida) no es el único paradigma actual del la lingüística, ¡ni mucho menos! Su embate contra la tradición anglosajona del empirismo no es secundado por todos; sus críticos replican que Chomsky carece absolutamente de datos observacionales que apoyen sus hipótesis, a la vez que contraatacan con numerosos elementos “empíricos” acerca de la irreductible variabilidad de los lenguajes naturales. Vamos, que las estructuras “a priori” de Chomsky serían un “ens fictionis”. Como conclusión para nuestro debate: si más que plausiblemente los erectus, neanderthales y cromagnones funcionaban con configuraciones lingüísticas muy diversas, también lo hacemos nosotros en la actualidad, y seguimos formando una unidad (con flujo génico). Nuestra pequeña excursión por la psicolingüística no parece habernos llevado muy lejos.

 

Emplear el fuego y poseer alguna técnica de comunicación oral no permite inferir la presencia un sapiens, con su sofisticada arquitectura cerebral. El neandertal tenía un cerebro más grande, pero no necesariamente con mejor organización; ¿eran su lengua y la nuestra intertraducibles? La mayoría cree que no.

 

Prohibición del incesto, universales lingüísticos, ritualismo et alia, son consideraciones muy alejadas de la comparación de cráneos y pelvis, y los análisis de ADN. Efectivamente, nos hemos salido claramente del espectro de datos observacionales que se admiten en un debate paleoantropológico. Ni un genetista ni un estudioso del registro fósil aceptaría nociones de tales áreas como un “experimentum crucis”; reconocido esto, nada nos impide intentar encontrar  apoyos ilustrativos de otras disciplinas. Porque, desde luego, confusión..., la hay.

 

 

 

VI. Difusión vs. Migraciones

 

La evolución humana es la historia de un acontecimiento(s), no una narración mítica que (casi por su naturaleza categorial) se repite cíclicamente. Esto ocurrió una sola vez, ante una serie de circunstancias muy particulares y difícilmente repetibles; como toda historia auténtica, su discurrir debe estar lleno de elementos fortuitos, de accidentes, de casualidades. No olvidemos el “dictum” de Demócrito: “Todo ocurrre por azar y necesidad”, que dio título a la brillante obra de J. Monod. Un ligero cambio en la inclinación del eje de la Tierra, un aumento de las placas de hielo en el norte, o una disminución de los glaciares en otra época, un cambio en el régimen de vientos en el Índico, alteraciones del ciclo lluvioso en África del este ..., ¿sucesos estocásticos? Y como producto final un primate se pone de pie.

 

¿Fue azar la aparición de un primate bípedo? Podemos contestar con otra pregunta: ¿qué no lo es en la Historia? La necesidad es una propiedad de la lógica y las matemáticas, o de la teología; fuera de ello, ¿qué pudo “no haber ocurrido”?

 

¿Cómo nos lo cuentan los paleoantropólogos, que son nuestros narradores? Hemos comprobado (origen único, origen múltiple) que no del mismo modo ..., porque no saben exactamente “qué pasó”. No es la primera, ni será la última, vez que se hace el paralelismo entre la investigación científica y la pesquisa detectivesca; en pocos ámbitos nos parece más ajustado el símil.

 

Vamos a intentar contar nosotros también la historia, o mejor esbozarla; porque no tenemos datos suficientes.

 

Hace entre siete y seis millones de años la vegetación del este del Valle del Rift comienza a disminuir drásticamente, y el espeso bosque da lugar a la sabana y la pradera; allí tenemos un primer  suceso (o El Suceso) determinante para nuestra historia “familiar”, y es que a través de una radiación adaptativa un primate cuadrumano es ahora bípedo.

 

Considerando que este linaje filético va a continuar hasta hoy, la pregunta obligada es qué ventaja evolutiva conlleva esto. Se ve mejor y más lejos entre las altas hierbas, la locomoción es enérgicamente más económica (no demasiado, no crean), mejor desenvolvimiento tanto en lo árboles como en el suelo, posibilidad de transportar pequeños objetos en las manos etc. Quizás sólo lo último nos convenza algo; porque, francamente, es difícil comprender a primera vista en qué nos ayuda a sobrevivir ir sobre dos piernas. ¿Quién sabe? Puede que se tratara de un caso de selección sexual, en lo cual ya insistió el propio Darwin como mecanismo de evolución; quizás los bípedos del grupo estaban más solicitados, y ya se sabe, tendrían más descendencia. La conjetura es más que respetable. El escéptico gritaría que esto es puro albur; muy bien, ¿y qué? Trasladen la objeción a Jacques Monod.

 

Pasan los años (millones) y otros (¿azarosos?) cambios climáticos generan otro aumento de la sequedad y pérdida de la escasa masa boscosa en la zona. Otra radiación adaptativa (nadie sabe cuántas se habrían producido ya) tiene como efecto que algunos de nuestros ya antiguos bípedos se especialicen en la ingestión de materia vegetal dura y difícil de digerir; otros se hacen más generalistas y se “aprovechan” de cualquier alimento que se les ofrece, sin desdeñar la carroña. Así pues unos homínidos renuncian a la carne, y otros cada vez más dependen de este componente rico en proteínas; lo último es vital para mantener un cerebro de gran capacidad, y aquí está el gran acierto de los homínidos anti-especialización.

 

¿Acierto? Estos bípedos no acertaron en nada, porque nada pretendían, a no ser  llegar a mañana. Tengamos cuidado de no introducir presupuestos lamarckistas en la narración. El nicho ecológico es favorable para esta dotación genética y los homo (habilis, rudolfensis, ergaster, o quien sea) proliferan hasta el extremo de llegar a otros continentes.

 

Se podría pensar que la historia ha terminado, porque ya hay homínidos verdaderamente eficaces en sus entornos. Sin embargo queda aún un capítulo, en el que va a intervenir por fin el gran protagonista. Resulta que surge otra adaptación (¿otra casualidad?), que trae consigo herramientas de hueso p.e., hay buriles, leznas, puntas de lanza y flecha, incluso arpones, adornos corporales, rituales y enterramientos elaborados, y sobre todo arte rupestre. Todo lo anterior son los “marcadores” del homo sapiens, mucho más que cráneo semiesférico, frente elevada sin arcos superciliares, rostro estrecho, barbilla etc.; existieron durante decenas de miles de años homínidos con estas características modernas, pero que no presentaban una conducta moderna.

 

Si la anatomía es moderna, pero la industria no es p.e. auriñaciense o equivalente, ¿podemos incorporar a estas poblaciones en el taxón de sapiens sapiens? Tal tipo de técnicas, y sobre todo el arte rupestre, manifiestan la existencia de un sofisticado universo simbólico, un mundo paralelo al inmediato del nicho ecológico, poblado de entes extra-naturales; ésa era la idiosincrasia del hombre moderno, y posiblemente no lo fue del neandertal o el erectus. En ese “universo” estuvieron las semillas que germinaron en mitos y leyendas, que cuentan a su vez los Orígenes a través de narraciones fabulosas; porque la historiografía y la teoría de la evolución humana son consecuencia de actos de reflexión muy tardíos en el desarrollo de la especie.

 

¿Cómo impusieron sus genes estos homínidos modernos? Y lo mismo podríamos inquirir respecto a la coexistencia entre los parántropos y los diversos homo. Más arriba hemos dicho que el cruce de poblaciones nos parecía poco creíble; en el otro lado de la valla interpretativa estaría el enfrentamiento letal, con los perdedores elimados físicamente por el grupo triunfador. También inverosímil, además de dramático en desmesura.

 

Por supuesto que los multirregionalistas nos criticarán por haber contado la historia desde el punto de vista monogenético, empleando éste como “hipótesis oculta”. Lo cual no es cierto del todo; si aceptamos la conjetura de los homínidos contemporáneos socavamos un poco los supuestos de Wolpoff; pero ya hemos apuntado que siempre se puede aplicar la noción de Población de Intercambio Génico, con la que la unidad (aunque no sea en el taxón de especie) se preserva.

 

Además nuestra “historia” no se enfrenta en absoluto a la teoría de la hibridación, que actualmente cuenta con muchos votos entre la comunidad científica.

 

Hubo mutaciones en África hace menos de 200.000 años que ocasionan la anatomía moderna; ¿cómo es que la encontramos ahora en todos nosotros? La única respuesta posible sería que hubo migración de esos genes.

 

Las técnicas propias del paleolítico superior, junto con sus ritos y símbolos, pueden difundirse a partir de una región matriz, sin que por ello se desplacen las poblaciones. Y así los homínidos de China, Java y Oriente Próximo y Europa pudieron (con todas las concomitancias del término) “aprender” una nueva técnica lítica, y a emplear el hueso,  y el valor del arte simbólico; en este escenario no hay emigrantes que reemplazan a los habitantes previos del nicho, al transportar con ellos la nueva y mejor industria.

 

¿Se mueven los resultados culturales o los genes?¿Por qué no los dos? Los emigrantes africanos (gráciles, adaptados a climas cálidos) enseñan nuevos utensilios a los homínidos residentes, y además se cruzan con ellos; algo que la historiografía nos relata una y otra vez. El mestizaje parece lo más creíble.

 

Pero para cruzarse hay que ser de la misma especie, o mejor dicho, considerarse como tales. Aparte de la compatibilidad de las células germinales, los individuos tenían que “verse” como semejantes, como potenciales compañeros para el apareamiento; una situación que no debemos dar por sentada.

 

Si los encuentros iban asociados a: “Si te acercas te doy un sartenazo” (¿quién tuviera una sartén en el hábitat de las cavernas?), o peor aún, si todo discurría en la total indiferencia ..., ya tenemos aquí una barrera para el flujo génico. Ello sería la muerte definitiva de la Continuidad Regional. Como de costumbre no sabemos “qué pasó”; intentamos desenredarlo de una serie de indicios y restos fósiles y líticos.

 

Desde hace bastantes párrafos venimos deslizando el debate desde pelvis, arcos supraorbitales, protuberancias occipitales, caninos y mentones a comportamientos; y desde luego que es éste el quid de la cuestión. ¿Qué hacían, y cómo se veían unos a otros? No son éstos el tipo de preguntas que encontramos habitualmente (aunque también) en textos de genética humana, o estudios sobre nuestro registro fósil; sí las encontraremos en libros más divulgativos, que no vulgares y superficiales; por lo demás estamos seguros de su absoluta pertinencia para desenredar la trama de las relaciones entre homínidos coexistentes. Trabajos en esta dirección hay muchos, pero recomendamos encarecidamente el de J. Shreeve, “El Enigma Neanderthal”, de 1.995; su lectura (tópico al canto) hará que nos veamos de otra manera, al reflexionar sobre como miraban los cromagnones a los neandertales (unos y otros).

 

Los multirregionalistas insisten en todos eran “unos”; pero una cierta diversidad local no pueda negarla nadie. Otra vez los félidos; está casi comprobado que el jaguar habita sólo en Sudamérica porque fue desplazado del norte del continente debido a la presión que hizo sobre él el león americano (hoy extinto como sabemos); esto si fue competencia directa y reemplazo de las poblaciones. Pero los homínidos no eran ni carnívoros, ni vocacionalmente depredadores, con lo cual ésta y otras muchas símiles posibles nos dejan en el limbo de la duda.

 

Quizás nunca conozcamos toda la historia. Ante lo que alguien puede preguntar ¿y a mí qué me importa lo que ocurrió hace 1 millón o 100.000 años? El investigador debe replicar, evidentemente, que esta información nos ayudará a entender lo que somos actualmente. Nuestro escéptico pasota puede aducir que lo que importa no es desvelar nuestra esencia, sino poder llevar a ejecución el comportamiento que hemos elegido. ¿Qué nos queda como contra-argumento? Puede que no mucho más que algo como: renunciar a la curiosidad, al ámbito de lo no cotidiano, de lo ritual-conceptual,  no lo haría nunca un homínido de morfología y etología modernas.

 

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Casanova

 

Noviembre de 2.003  

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