“DRAGÓN ROJO”: EL RETORNO/ORIGEN DE HANNIBAL LECTER
- gonzalojesuscasano
- 15 dic 2023
- 14 Min. de lectura
“DRAGÓN ROJO”: EL RETORNO/ORIGEN DE HANNIBAL LECTER
“Dragón Rojo” es una película en la que aparece de nuevo Hannibal Lecter, el asesino múltiple más famoso de las historia ... de la ficción literaria. El personaje saltó a la fama con el “Silencio de los corderos”, que ganó cinco Oscars e hizo de “Hannibal el caníbal” un miembro permanente de la imaginería cultural de nuestros días.
De hecho “El silencio de los corderos” es la segunda novela con el personaje de Hannibal, ya que éste apareció por primera vez en la obra “Dragón Rojo” de Thomas Harris. Harris es un nativo del Medio Oeste norteamericano, que trabajó como reportero criminalista durante varios años. Su primer trabajo fue “Domingo Negro” sobre terrorismo palestino, comandos de los servicios secretos israelíes y veteranos inadaptados de la guerra de Vietnam; no son precisamente los temas literarios que le llevarían a la notoriedad.
“Hunter” fue el título de la primera adaptación al cine de “Dragón Rojo”, dirigida por Michael Mann (director que goza de un cierto prestigio, aunque no está considerado como de clase A), y protagonizado por William L. Petersen; éste último llegó recientemente a la fama como director del equipo de investigación policial de la serie C.S.I. La película no es de gran presupuesto, y no obtuvo de ningún modo un éxito de taquilla, aunque hoy está siendo revalorizada.
La que sí fue un éxito de público y crítica fue “El Silencio de los Corderos”. En ella fue donde la mayoría de nosotros encontramos por primera vez a Lecter. La situación es como sigue.
Jack Crawford es el jefe de un departamento del FBI llamado “Ciencia del Comportamiento”, y ha llamado encargado a una joven recluta llamada Clarice Starling (¡no olvidaremos el nombre!) que participe en un caso realmente difícil. Se trata del asesino sistemático llamado por la prensa “Buffalo Bill”, que tiene como ocupación despellejar a jovencitas más bien robustas y opulentas. Como medio de avanzar en una investigación que está atascada Crawford propone que se solicite la ayuda profesional de un renombrado psiquiatra criminalista: Hannibal Lecter. El problema es que el mismo Lecter, que hace años ayudó al agente Will Graham ( el papel que interpretó Petersen) a detener a varios criminales psicópatas, es un asesino en serie que se comía a sus víctimas.
Cuando Crawford menciona a Starling el nombre de Lecter, el novelista Harris escribe: “Un breve silencio sigue siempre a la mención del nombre, en cualquier reunión civilizada”. La elección de las palabras es muy cuidadosa, porque Hannibal está “fuera de los patrones de lo civilizado”; en la dicotomía perpetua de la Historia humana entre la Naturaleza y la Cultura, Lecter no se incluye dentro de la última.
Crawford previene a su subordinada; antes de ser arrestado Lecter casi mató al agente Graham, y le dejó la cara como un dibujo de Picasso. En una ocasión en que fue trasladado, convenientemente atado, a la enfermería de la cárcel (más bien Hospital Mental) para una pequeña intervención, una de las enfermeras se acercó demasiado sin darse cuenta, y Lecter le arrancó la mitad de la cara. Lo que resulta revelador sobre el carácter del asesino es que durante todo el proceso su pulso no aumentó absolutamente nada: es por ello que el Dr. Lecter no es un ser “cultural”.
Al final de “El Silencio de los Corderos” Clarice consigue detener a Buffalo Bill, y Lecter realiza una fuga espectacular matando y desfigurando a varios agentes de la ley; y además promete volver tras el Dr. Chilton, el arribista y sádico director de la institución mental donde estuvo encerrado.
Varios años después Harris publicó “Hannibal”, novela en la que el buen psiquiatra adquiere definitivamente protagonismo absoluto: de actor secundario a megaestrella. Hay que suponer que el éxito de esta novela y película ha impulsado a Dino de Laurentiis a producir una nueva versión de la primera novela sobre Lecter.
El guión está firmada otra vez por Ted Tally, que ya ganó un Óscar por “El Silencio de los Corderos”, y es relativamente fiel al original de Harris; aunque necesariamente ha tenido que aumentar el número de minutos que Hannibal aparece en pantalla, ya que en la novela Will Graham le visita apenas una vez en la cárcel. Y es que efectivamente “Dragon Rojo” no trata de la captura de Lecter, sino de la búsqueda de un asesino bautizado como tal; el motivo se debe a la obsesión del criminal por este grabado de William Blake. Blake es él mismo un personaje de no pequeño interés; poeta y artista del siglo XVIII, natural de Londres, realizó una serie de grabados sobre temas bíblicos realmente extraños.
Blake fue un caso típico de genio incomprendido, tanto en su poesía como en su obra pictórica; vivió casi toda su vida en la frontera de la pobreza, y sólo muchos años después de su muerte comenzó a ser reconocido. Poseía lo que se conoce como ”imaginación eidética”, que es la facultad de imaginar objetos en tres dimensiones, y trasladar la mirada de uno a otro como si estuvieran en verdad fuera de nuestra mente.
Francis Dolarhyde, el asesino conocido como Dragón Rojo, es también un individuo peculiar; y desde luego es un sociópata que además está chiflado, y al que se le ha ido la olla; vamos que está completamente majareta. Pero es muy peligroso, y ha matado ya a dos familias enteras.
Dolarhyde se identifica con el dragón rojo del grabado bíblico de Blake, y cree que se está transformando en ese ente, por lo cual va a dejar de ser humano. Otro caso de una persona que está fuera de la “cultura”, de la esencia de lo civilizado, como el propio Lector, quizás como W. Blake también... y ¿por qué no decirlo?, también como el agente Graham. Lecter le dice a este último en un momento muy revelador de la novela que si fue capaz de detenerle es porque entendió muy bien como operaba su mente; para atrapar a un asesino en serie hay que asemejarse a él, y así adelantarse a sus actos descubriendo sus intenciones. Es evidente que Graham no ha tomado a la ligera esta aseveración de Lecter, puesto que se ha retirado del FBI y vive con su mujer y su pequeño hijo en un idílico pueblecito costero reparando motores de embarcación.
Crawford le saca de su retiro, consigue que acepte ver a Lecter, y éste le ayuda (en parte) a desenterrar el tipo de personalidad que hay en el Dragón Rojo; también hace algo más, puesto que envía un mensaje secreto a Dolarhyde (que por supuesto le admira muchísimo: nadie ha matado con más estilo que Lecter) con la dirección de la familia de Graham. En ese mensaje Lecter adjunta un ruego: ”mátalos a todos”. El buen doctor no tiene compasión o conmiseración de ningún tipo; y no parece haberla tenido nunca, es un ser de “otra especie” al parecer.
En el “Silencio de los Corderos” Hannibal cuenta a Clarice como se comió el hígado de una de sus víctimas, y acompañó el festín con un buen Chianti; el sonido de fruición de Lecter al recordar el episodio gastronómico caníbal electrizó las plateas de todo el mundo y asustó y hechizó en decenas de idiomas y entornos culturales. Lecter se convirtió en un arquetipo, y “El Silencio de los Corderos” en la película policíaca-de terror por antonomasia, de las que todas las demás (¡incluso las anteriores!) son mera derivación e imitación.
En este momento es oportuno hablar de méritos individuales en la construcción de ese fenómeno literario-cinematográfico-cultural que es Lecter. Las novelas de Harris son excelentes ... dentro del género; no estamos tratando de un autor que vaya a figurar en las antologías del siglo XX; pero su capacidad para crear personajes apasionantes es innegable. Y desde luego no son novelas simplemente comerciales, con intención sólo de devenir “superventas”; el estilo de Harris es muy directo, seco, con frases muy cortas y no hay descripciones paisajísticas, urbanas o físicas de los personajes. Se va al meollo de los acontecimientos de inmediato; pero sus frases tienen mucha fuerza, no son triviales, y se pueden leer varias veces sin que suenen a trilladas.
En cualquier caso, y por citar dos casos insignes, no estamos ante novelas del aliento de las de Raymond Chandler o Graham Greene. El segundo escribió un buen número de “entretenimientos”, como él mismo los denominaba, que eran novelas policíacas y de espías; se entiende que eran obras “alimenticias” para cubrir la escasez de ganancias que le resultaba de sus obras más profundas. Pero si nos fijamos atentamente notaremos que tanto un tipo de novelas como otro son similares: obras magníficas de creación; y ello con independencia de si el carácter principal es un polícía, un espía, un asesino a sueldo, o un cura mejicano durante el gobierno anticlerical del Presidente Calles.
Raymond Chandler sí es exclusivamente un autor de novela (y guión) policíaca, pero la lectura de sólo un par de páginas de cualquiera de sus seis grandes obras de este género nos dirá que es un gran escritor sin más.
Aunque las comparaciones son odiosas, y casi siempre injustas, hay que atribuir un gran mérito a Thomas Harris en la construcción del icono “Hannibal”; él le dio mucho más que el nombre: el tipo psicológico, con todas su facetas y complejidad, está ya en las novelas, y no es obra del guionista Ted Tally, o de la maestría del director Johnatan Demme.
Demme debe ser mencionado con todo merecimiento porque logro suyo es la atmósfera creada en “El Silencio de los Corderos”, y ante toda la parte que relata la fuga de Hannibal Lecter. Es sin duda el punto álgido de la cinta, y tiene el carácter de una cadena de secuencias de misterio, acción, y miedo del más puro. La ascensión de los policías, fuertemente armados, por esas oscuras escaleras, hacia la gran sala en la que está custodiado Lector, es una gran muestra de tensión y narración cinematográficas; y ello es labor de dirección y de montaje.
Y ha llegado el momento de mencionar al actor que se deleita ruidosa y casi obscenamente al recordar el hígado humano regado con Chianti. Se trata de un galés, bajito, fondón, con calvicie incipiente y cara de mayordomo de la alta aristocracia inglesa: el señor (desde hace algunos años "Sir") Anthony Hopkins.
En una entrevista televisiva de hace algunos años, en medio de bromas e imitaciones de personalidades de la vida pública (en lo cual es magnífico), Hopkins aseguró que Marlon Brando es el mejor actor del mundo; ahora que Brando se ha quitado la corona debido a la edad y el sobrepeso, parece que quien podría herederla es el propio Hopkins, por delante incluso de De Niro. Y siguiendo con el tema ... en una peliculita casi de serie B rodada en Canadá y que trata de un robo de guante blanco, se reunían los que la crítica consideraba los tres mejores actores de sus respectivas genraciones: Marlon Brando, Robert De Niro y Edward Norton.
Precisamente Norton interpreta al agente Will Graham; y aunque ha mostrado (sobre todo el la sobresaliente "American Story X) ya sus capacidades, en "Dragón Rojo" está como sonámbulo; su interpretación es muy poco intensa, parece siempre cansado o sin energías. Da la impresión de estar amedrentado ante Hopkins; o quizás interpreta a un Graham mortalmente asustado ante Hannibal, y que trata por todos los medios de ocultarlo. En cualquier caso lo mismo parecía ocurrirle a Clarice Starling, con la diferencia de que Jodie Foster sí transmitía muy bien al espectador su ansiedad.
Justo en la primera escena de "Dragón Rojo" vemos el patio de butacas de una gran sala de conciertos; entre el público destaca un rostro, y no por ser el más bello, el más exótico o el más bronceado; pero desde luego hay algo en la mirada de ese individuo ... que por supuesto es Lecter. Hopkins tiene ojos claros, azules ... pero su mirada es inquietantemente oscura (turbia) cuando "es" Lecter; sus ojos fijos en ti desasosiegan, en verdad lisa y llanamente amenazan.
Por contra la mirada de Hopkins no asusta cuando es un mayordomo, un oficial inglés en la Segunda Guerra Mundial, un banquero, un librero, un productor de cine, un ventrilocuo o un hacendado mejicano que se pone una máscara. Este actor británico no presenta un rostro amenazador en absoluto en esos otros papeles; ¿cómo es que sin postizos y sin maquillaje especial puede ponernos alerta sólo con verle en una sala de conciertos? Posiblemente sólo tenemos una respuesta: el arte de la actuación.
Cuando Clarice entra en el corredor carcelario al final del cual está la celda de Hannibal, éste la espera de pie, con las manos a la espalda, indefenso tras sólidos barrotes; su mirada es cuando menos sardónica, y la agente Starling se sobresalta ... y nosotros muchos más; y es que al fin y al cabo Jodie Foster está espléndidamente pagada por esos sustos que manifiesta.
Esa secuencia es un ejemplo inmejorable de en qué consiste actuar; el trabajo de Hopkins en "El Silencio de los Corderos" serviría modélicamente para explicar a un neófito qué es eso de interpretar; ejemplos igualmente adecuados (pero no mejores) serían algunos trabajos de Brando (p.e. "El último Tango en París" de B. Bertolucci) o de Olivier (p.e. "Carrie" de W. Wyler).
Y sigamos con el tema. "Dragón Rojo" tiene uno de los repartos más reputados posibles del mundo anglosajón, y no por su magnetismo en las taquillas, sino por la estimación de los críticos; hay p.e. un ilustre de la época de Martin Scorsese, como Harvey Keitel; y gente joven con mucho prestigio como Philip Seymour Hoffman y el propio Norton.
Con todo es preciso resaltar una vez (¡y van ...!) a dos británicos: Ralph Fiennes (escocés) y Emily Watson (inglesa).
Fiennes (el del nombre impronunciable, el comandante Goetz del campo de concentración que se relacionaba/enfrentaba con Schindler) es el Dragón Rojo, el psicópata letal de turno. Un tipo de papel, ya sabemos, apetecido por los actores que quieren mostrar todas sus capacidades, que a veces resultan un tanto histriónicas: con estos personajes hay mucho peligro de caer en la "sobreactuación", aunque en ocasiones pinte muy bien en la pantalla. Pensemos p.e. en los extremos de exageración a que podría llegar en un cometido así Jack Nicholson, que por otro lado nos parece un actor notable.
Fiennes parece interpretar siguiendo el principio de su compatriota medieval G. de Ockham: la economía de medios; hace muy pocas muecas, apenas mueve los brazos o las manos o el tronco para manifestar sus emociones; lo que “comunica” es su gesto facial en general y su mirada, torva y cargada de ... sabe Dios qué. Su interpretación es intensa y densa, empleando un mínimo de recursos y logrando un máximo de efecto; es la misma línea actoral del propio Hopkins, y es mucho en su favor aseverar que no desmerece respecto al galés; curiosamente no tienen una sola escena juntos. La labor de Fiennes es tan buena, que casi nos hace olvidar lo poco que vemos a Lecter en el "Dragón Rojo"; sin embargo parece que las audiencias no comparten nuestra opinión, puesto que no han llenado los cines. Apuntamos a que la escasa presencia de Hannibal, tanto en minutos como en relevancia de sus actos, ha podido contribuir al fracaso comercial; pero además probablemente hay otra causa para el desinterés.
La relación ente Graham y Lecter, tanto en la novela como en la película, es apasionante y llenas de puntos para la reflexión, desde la psicología criminal al análisis de los temperamentos. Pero la relación entre Lecter y Clarice es un mundo completo; está claro que hay una atracción erótica, al menos por parte de Hannibal; y posiblemente también haya algo de ello en Clarice.
Este último respecto nunca se aclara ni en "El Silencio de los Corderos" ni en "Hannibal", lo cual sólo multiplica la curiosidad del espectador: ¿puede un monstruo amar?, ¿se puede amar a un monstruo?, ¿es capaz un individuo, que vive en el "estado de naturaleza", de sacrificarse mínimamente por un semejante? En "Hannibal", la novela, Harris se atreve a ir un poco en esa dirección, detallando hasta cierto nivel qué sienten respectivamente Lecter y Clarice; en la película no se explicita casi nada ... y el espectador sigue en suspenso y queriendo más información.
El personaje femenino de "Dragón Rojo" es Emily Watson, que interpreta a una ciega que trabaja en un laboratorio fotográfico (¡!). Los críticos ( y las estadísticas) suelen anotar que interpretar a ciegos, sordos, mudos, paralíticos, retrasados intelectuales, hemipléjicos etc., suele reportar con frecuencia la concesión de un Óscar; sea como fuere E. Watson pertenece a la escuela de la contención y la densidad de Hopkins y Fiennes: desvalida y a la vez un poco cínica respecto a su minusvalía, curtida ya en relación a las intenciones de muchos hombres, y con un interés genuino por ese "raro" que es F. Dolarhyde. La pareja formada por E. Watson y R. Fiennes es casi tan rica en humanidad (peculiar desde luego) y matices como la del Dr. Lecter y la agente Starling.
Casi al final de la película se encuentran Graham y E. Watson; ésta ha sobrevivido a Dolarhyde apuntándola con una escopeta de repetición, y a un pavoroso incendio; recuerda al agente del F.B.I. qué infortunada ha sido al atraer (y ser atraída) la atención de un maníaco. Casi toda la escena es un primer plano de E. Watson: al comienzo casi trágica, luego resignada, luego reflexivamente filosófica, luego irónica ... y al final de la escena casi se ríe. Esto viene motivado por el comentario de Will Graham, quien le dice que nada irreparable ha sucedido con ella, y lo único verdaderamente que está mal es su pelo, que está hecho un asco; la gestualidad de E. Watson al reaccionar es admirable.
El trío británico Hopkins/Fiennes/Watson es una de las razones ( no la única) para considerar "Dragón Rojo" como una muy buena película.
En "Hannibal", la segunda entrega de la saga, ese espléndido director/fotógrafo/montador que es Ridley Scott (británico también) nos presenta casi siempre el rostro de Hopkins en claroscuro; los efectos lumínicos son bellísimos como siempre en la obra de Scott, y como la propia ciudad de Florencia ... pero no poder ver nítidamente el rostro de Hopkins para que nos inquiete a gusto nos parece un error; esto es testimonio del poder del rostro humano, y de la energía que posee Hopkins ... sin moverse un milímetro.
Volvamos a la sala de conciertos. Un cierto músico de la orquesta comienza a tocar, y el sonido del instrumento produce en Lecter un leve gesto de desconcierto; vuelve a tocar un poco más tarde y de nuevo ese gesto en el doctor: está molesto con la interpretación. Más tarde nuestro buen doctor ofrece una cena en su casa a varios miembros de la sociedad filarmónica de la ciudad; uno de los comensales le pregunta qué tipo de vianda tan exquisita es la que acaban de consumir; Hannibal se niega a responder porque dice que si lo supieran no probarían bocado.
La audiencia ya sabe que la carne que han degustado es la de cierto mamífero bípedo, que no tocaba nada bien. Para Lecter estropear la ejecución de una sinfonía, o unos buenos ingredientes culinarios en un mal guiso, o una bella calle renacentista con un edificio mal diseñado ... es igual de grave (o más) que matar a la propia mujer para quedarse con su fortuna y vivir con la amante más joven. Hannibal es 100% estética y 0% ética; no es que carezca de convicciones morales, es que no posee emociones morales. Le irrita la disonancia, una desacertada combinación de colores, un poema sin ritmo, una escultura desproporcionada... pero no que un individuo abuse de otro verbal o físicamente; simplemente porque no ve qué hay de malo en ello.
Para el Dr. Lecter las acciones son feas o antiestéticas, pero no malas; en este respecto sí es verdad que se aproxima al superhombre de F. Nietzsche. Por ello en la novela "Hannibal" vive como un erudito en arte renacentista en Florencia, que para él es la ciudad más hermosa del planeta. El mayor asesino en serie convertido en investigador artístico ... y los hombres del FBI son más bien psicólogos conductistas que agentes al estilo de 007. Esto es muy evidente en "Dragón Rojo"; hay un duelo de inteligencias entre Francis Dolarhyde y todo el equipo científico de la Sección de Ciencias del Comportamiento del FBI. Frecuentemente da la impresión de que estamos observando desde una perspectiva privilegiada la actuación de un grupo de sesudos científicos experimentales, y no a incansables y duros agentes policiales.
"Todos los genios están locos" se dice, aunque la conversa no se acepta; Dolarhyde es un individuo brillante, como Hannibal (y además matan de forma bestial) ... como Will Graham (¿y quizás también más tarde Clarice?) que les persigue. Ya sabemos que hay que pensar como ellos, ser como ellos, para atraparlos. En el "estado de naturaleza" de T. Hobbes domina el "homo homini lupus", y sólo después de que los seres humanos entren en el contrato social aparecen las constricciones morales.
Pero es que Hannibal Lecter no ha firmado ningún pacto social con la comunidad; él no vive en el estado de la cultura (el "nomos" de los sofistas), y por ello no tiene responsabilidades morales; es incapaz de tener sentimientos de culpa, remordimientos ... de nuevo las resonancias nietzscheanas.
Muchos críticos han aseverado que la atracción y perduración del mito de Drácula tiene como fondo latente la sexualidad. Si nos preguntaran lo mismo respecto a Lecter tendríamos que responder: la amoralidad; ahí está la raíz de nuestro miedo, y de nuestro asombro admirativo.
Después de que Graham haya eliminado a Dolarhyde a costa de nuevas heridas graves, recibe una carta de Lecter; éste le dice que recuerde que las mejores heridas que tiene en su tronco son las que él mismo le produjo con su cuchillo: es un artista trinchando.
Al final de "Dragón Rojo" el malvado Dr. Chilton le pregunta a Hannibal si quiere recibir a una joven que asegura ser agente del FBI, aunque él lo duda porque es muy atractiva; añade que está seguro de que Lecter va a decir que no, pero cuando va a marcharse el doctor le pregunta "¿como se llama?". The end.
Gonzalo Casanova
Febrero de 2.003