“EL AMERICANO IMPASIBLE”, I &II
- gonzalojesuscasano
- 15 dic 2023
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“EL AMERICANO IMPASIBLE”, I &II
I.
“El Americano impasible”-II es una película reciente, con elevadas ambiciones artísticas; con un actor, Michael Caine, veterano de mil batallas fílmicas (no todas ganadas) y ya imagen arquetípica de este oficio, que fue nominado al Premio de Academia por este papel. Con unos productores de relumbrón, entre ellos Sydney Pollack y Anthony Minghella. Con el prestigioso Christopher Hampton como uno de sus dos guionistas. Con Vietnam, en los comienzos de su interminable conflicto, como lugar siempre caliente para la trama. Con los cimientos de la novela de Graham Greene, de las más estimadas y la más polémica (y el adjetivo es suave para el caso).
Pero “El Americano Impasible”-II es en mucha medida un acto de vindicación, largamente esperado; incluso ansiado por los denunciadores del neocolonialismo y el imperialismo yanqui. Y es que “El Americano Impasible”-I (el 0 designaría por supuesto la novela de Greene), obra de los años cincuenta, significó una traición artística pero sobre todo ideológico/política de tal calado que hizo al muy británico autor descomponerse de furia cada vez que tenía que citarla. En ella las bombas que estallaron en una plaza muy céntrica de Saigón, con resultado de varios muertos, no las colocaron los aliados locales de los norteamericano (con su ayuda tecnológica/armamentística directa), sino los comunistas.
El antiamericanismo de Greene es un rasgo de su carácter casi tan reconocido, y definitorio, como su catolicismo; y con él se fue a la tumba, al igual que con su simpatía & proximidad intelectual (aunque no militancia) al comunismo. Ello está tan contrastado, que algunos biógrafos dudan si también se fue al “otro lado” con su catolicismo, ineliminable de su producción literaria; nosotros creemos que sí, en especial después de repasar el libro de su amigo/confesor/confidente el español padre Durán.
El responsable de la adaptación (¡traición!) de los cincuenta es Joseph L. Mankiewicz; un director de la época dorada de Hollywood, y también guionista. Alguien ha descrito sus películas como aquéllas en las que los personajes no se callan ni un momento; ciertamente es un cineasta que no asusta ni ante los textos de Shakespeare (“Julio César”, e incluso ciertas partes de la megalítica producción de “Cleopatra”). En suma, J.L. Mankiewicz (H. Mankiewicz es otro, el coguionista de “Ciudadano Kane”) se enfrenta, que tal es, a Greene en su campo: el texto, el debate dialéctico, la arena de las palabras, la confrontación política y social entre las dos grandes ideologías. También él es un escritor; y en su “Americano ...”, obediente a su reputación, los actores no se callan un momento (poco cinemático); y para más inri está muy presente una voz de narrador (aún menos cinemático). Su obra no va a permanecer en los libros de historia sobre la técnica (visual) del séptimo arte; tampoco parece, en absoluto que ese sea el objetivo de Mankiewicz. Éste quiere corregir a Greene en su antiamericanismo, y demostrar que el comunismo es un sistema político perverso, y manipulador en extremo; esto es lo que hace con el periodista Fowler (¿el autor Greene según la visión del autor Mankiewicz?), consiguiendo que con su repetidamente (¿en demasía?) declarado altruismo traicione al buen/impasible americano Pyle. La consecuencia: asesinato del último.
Pero nos estamos adelantando, y contando el final (y gran parte) de la historia; lo cual está justificado porque tanto el escritor británico como los guionistas de ambos “Americano ...” utilizan la misma técnica del “salto hacia el pasado”; con esto empleamos la terminología propia del cine, que tanto influyó en los procedimientos de narración de nuestro novelista.¿O fue al revés? Porque las vanguardias literarias, la ruptura de las estructuras de la narración tradicional, y el abandono del tiempo lineal para el relato son anteriores al cine; por este lado de la moneda se ubicaba A. Bazin, estimando que el feudatario es la literatura, no el cine.
Sea como fuere por nuestra parte nos podemos estar más de acuerdo en el estilo “cinematográfico” de muchos trabajos de Greene, en tempo, fluidez, concisión y economía de medios lingüísticos, sin perder nunca (y a veces ganando) en espesor dramático. Dos de los literatos que más admiraba Greene en sus primeros años creativos fueron J. Conrad y H. James; curiosamente ninguno de los dos poseía las anteriores características, antes bien todo lo contrario. Si es cierto que “El Hombre Interior” y otras primeras novelas son deudoras de los modos de esos dos grandes de las letras inglesas, las posteriores se distancian amplia y esencialmente; ¿fue la crítica de cine que ejerció profesionalmente Greene y la admiración por el medio? ¿O más sencillamente una evolución de gustos literarios y una maduración absolutamente “interna” a la literatura? Suponemos que, como es habitual, habrá un poco de todo; nos inclinamos por lo segundo en cualquier caso.
Pero volvemos a nuestras películas y dejemos la novelística, aunque no las letras: Greene fue guionista, como el “escritor” Mankiewicz. La disputa está al 90% precisamente en ello, no en ángulos de cámara, montaje o composición de los encuadres. Es un debate sobre la inocencia del americano Pyle, en realidad de todos los americanos; sobre el imperio americano, consolidándose en esos días en que redactaba Greene, que substituía en gran medida al británico; sobre el capitalismo frente al comunismo ... sobre la Guerra Fría. Se ha dicho que el “tranquilo” (la mejor traducción para “The Quiet American”) Pyle representaba a los primeros combatientes de la Guerra Fría, los primeros cuadros de la CIA; ¡interesante! Greene se transformaría entonces en uno de los primeros literatos en denunciar el neocolonialismo y la política agresiva de EE.UU., ¿en tomar partido? Eso es lo que se le pide a Fowler, que ayude los altruistas comunistas y/o vietnamitas a librarse de los “bienintencionados” reemplazantes del colonialismo francés.
Greene era un católico converso (con lo que ello significa de enérgico), activo y combativo; no somos capaces de recordar otro escritor más popular (otra vez el cine) y escuchado de esa confesión el siglo XX. Con todo, hasta su muerte, Greene estuvo no sólo en la izquierda (“liberal”, como dicen en EE.UU.), sino muy cercano al comunismo; hay quien cree que dentro de él. Por ende nuestro novelista vivió bastante circundado por la traición; ahí está el “tercer hombre” Harry Lime, y el “tercer hombre” en la realidad del Servicio Secreto Británico, Kim Philby; fue éste maestro de espías, ¿y de traidores?: dependía del bando en el que se estaba en la Guerra Fría.
Greene hizo la introducción a “Mi Guerra Silenciosa”, el libro de memorias del superespía Philby en los sesenta; e insistió en que Philby nunca traicionó a sus amigos, aunque sí a su país, por lo cual no debería ser llamado así. Graham nuncó rompió su relación con Kim, ni dejó de escribirle Moscú; además le visitó hasta tres veces en los meses anteriores a su muerte (la suya propia estaba asimismo cercana). Por todos estos ‘gestos’ el novelista fue universalmente vituperado, y se transformó en uno de los pocos miembros de la Civilización Cristiana Occidental en condonar a Philby. ¿Es que también Greene fue un doble agente, a favor de la URSS? Su biógrafo oficial llega a sugerir que él sabía de las actividades de Philby, pero se negó a denunciarlo. ¿O es que Philby era en el fondo un agente inglés, como era la convicción de varios jerarcas de la KGB? Este ejercicio se muñequitas rusas se está volviendo mareante, tan enroscado como una novela de Le Carré. Ante tantos personajes y puntos de vista necesitamos un gran angular para colocar “en foco” (profundo) a los diversos actores situados a diferentes distancias de la cámara; de lo contrario no será posible lograr un plano-secuencia inteligible. O mejor, recurramos a la técnica opuesta y realicemos distintas tomas, para ensamblarlas posteriormente en el montaje.
Rebobinemos. Pyle ha sido encontrado muerto en el río, en la ciudad de Saigón; estamos en 1.952, durante la celebración del año nuevo chino. Así comienzan los tres “Americano ...”, pero por simplicidad me ajustaré sobre todo al de Mankiewicz; motivo adicional es que éste perpetró una traición más (¿cuántas van?), concretamente a la obra literaria de Greene.
II.
Si es 1.952 todos sabemos muy bien lo que eso significa para Indochina; i.e. regreso reciente de los franceses tras la ocupación nipona, guerrilla comunista, primer acto de la presencia americana. En lo último es en lo que interviene Pyle; por cierto, en “Americano...”-I nunca recibe un nombre, quizás porque Mankiewicz quería manifestarnos que se trata de un arquetipo, más fácil de defender, o de atacar, o de ... analizar.
El Americano ha llegado a Saigón con la mejoras intenciones, como parte de la legación de EE.UU.; conoce al maduro periodista británico Fowler, y a su encantadora (arrebatadora para él) amante local Phuong. Se enamora de ella, y a pesar de su “tranquilidad” estadounidense y su ética novoinglesa decide disputársela al inglés. La justificación moral es que Fowler está ya casado, y por tanto no puede garantizar a su amante una vida ciento por ciento respetable, ni tampoco llevársela a Londres. La roca inexpugnable que lo impide todo es la voluntad de su esposa legal, Helen, que es una muy conservadora anglicana; Mankiewicz, en una pequeña vuelta de la tuerca, hace que el Americano sea episcopaliano. Es fácil adivinar, aunque no se haya leído la novela, que en ésta la esposa es católica, por supuesto; la Iglesia episcopaliana es la versión estadounidense del anglicanismo, porque era de rigor que tras la Independencia no se podía continuar perteneciendo a la iglesia “inglesa”. De cualquier manera el conflicto religioso es similar en Greene y Mankiewicz, y nada episódico para la novela/películas.
Helen no quiere traicionar su fe (Vivian y Graham nunca se divorciaron, a pesar de vivir más de cuarenta años separados: catolicismo); Fowler no quiere traicionar a su amante vietnamita (pero lo hará en realidad); el Americano no quiere traicionar la causa del capitalismo; el inspector Vigot lo mismo con el colonialismo galo; el chino Jen lo mismo pero respecto al comunismo.
Pregunta: en los comienzos de la Guerra Fría, en una región de notable valor estratégico donde aquélla se calentaba, ¿por qué preocuparnos de un triángulo amoroso de novela barata y película melodramática? Señor de mediana edad, aburrido de matrimonio convencional, encuentra nuevos bríos en relación con jovencita autóctona desprovista de medios; intro: joven altruista, poseedor de moderados recursos (afortunadamente) se ofrece a ocuparse de la heroína y garantizar la decencia final del entuerto.
Son esas pasiones las que determinarán estas decisiones, que pueden arrastrar consecuencias políticas onerosas. Deberíamos preguntarnos si los motivos de Burgess, MacLean, Blunt y Philby fueron solamente la solidez del materialismo histórico y su análisis de la infra-estructura económica, y de la super-estructura ideológica; les aseguro que no. Y ahora estamos hablando de la realidad extra-literaria.
Burgess y Blunt ambos homosexuales en el mundo machote de los guerreros del Imperio; el primero cargado toda su existencia de promesas intelectuales y artísticas nunca cumplimentadas; el segundo, hijo de pastor anglicano (¡), obsesionado por el papel secundario y nimio de las bellas artes (y de los eruditos en ellas como él) en la sociedad burguesa. MacLean, casado y con hijos, pero atosigado por sospechas (más que probablemente ciertas) de actos homosexuales, siempre cercana a él la sombra de un padre demasiado influyente e imponente como para poder competir con él.
Por último Harold Adrian Russell Philby, bautizado “Kim” (nombre no sólo de adolescente kiplingiano, sino de espía) por su padre; éste todo un carácter, aún más difícil de igualar que el de MacLean. St. Philby sirvió al Imperio, entre otros lugares en la Joya de la Corona, la India, lo cual nos aclara el apodo de su hijo; y con posterioridad se dedicó a censurar a aquél, asegurando en voz demasiado audible que Inglaterra no podría vencer a Alemania, lo cual casi le cuesta la cárcel. Más tarde depositó su fidelidad más en el rey de Arabia, como consejero para todo, que en Britannia; se convirtió al Islam y se casó con una antigua esclava, con lo que Kim obtuvo hermanastros de cultura bien distante. Este “Philby de Arabia” fue alguien verdaderamente adorado por su vástago del SIS; de tal modo que amigos de la familia, y otros, comentaron amargamente al saberse la inmensa traición: es comprensible; con un padre como St. John a quien complacer, es difícil un comportamiento equilibrado.
¿Quería Kim con su actos de doble agente congraciarse con su padre? ¿Emularlo? ¿Superarlo? ¿Escandalizarlo? ¿Todo ello y algo más? Todo ello arduo; aunque es difícil imaginar una conducta más plena de “hybris” que la un alto jerarca del Servicio Secreto de Su Majestad trabajando para la KGB.
Aun podríamos al quinto de los “Magníficos” espías británicos de la KGB, John Cairncross; éste es el erudito en letras francesas, cuyo nombre puede encontrarse como traductor en las ediciones de Penguin de clásico franceses; ¡un logro! Pues el también espiaba para la KGB; este hijo de una familia de clases bastante media en la lejana Escocia, que pudo mezclarse con la “crème de la crème” británica gracias a las becas, y que nunca se encontró a gusto entre las clases privilegiadas; de modo que intentó contribuir a su aniquilación en una Sociedad Sin Clases, sin propiedad privada, sin Corona y sin lores.
¿Qué motivó a los Cinco Magníficos a trabajar para la KGB? ¿Su mamá no lo quiso lo suficiente? ¿Una fase anal suficientemente superada? ¿Un complejo de Edipo persistente? ¿La necesidad de matar al padre? ¿Un conflicto entre el Id y el Ego? ¿Entre el Ego y el Supergo? ¿Cualquier otra permutación/variación entre los tres? Por aquí parece que podrían ir las respuestas de Mankiewicz, director de “Americano ...”-I, a través de su “portavoz”, el inspector Vigot; P. Noyce, el australiano ¡no americano!, realizador de “Americano ...”-II no transita por esos pagos. Para él, y sus guionistas, las motivaciones de Fowler y Hinh, su ayudante y confidente son ideológicas y morales, no neuróticas y freudianas; con ello es fiel a la novela. Ellos abominan de la injusticia social del capitalismo, y exigen la erradicación del colonialismo francés, y también del inglés; y del incipiente americano, substituidor de los anteriores y todos los demás, llevado por Pyle y su caterva a Saigón; éste el “corazón del asunto” (título de una novela anterior, quizás la mejor, de Greene) en las disputas entre Fowler y el Americano, no los celos (el hombre maduro ante el prometedor joven) y la envidia (del decrépito inglés frente el pujante yanqui).
III.
Hora de abandonar, aunque no largamente, el aparato teorético-crítico y retornar a la historia.
El Americano, todo corrección ética, viaja nada menos que hasta la zona de conflicto con la guerra comunista para transmitirle a Fowler su amor relámpago por Phuong y su intención de protegerla, i.e. arrrebatársela. De vuelta en Saigón emplea a Fowler ¡como traductor (al francés) de su amor por Phuong, con los tres presentes en una escena de planteamiento bufo, si no fuera por el dramatismo que alberga. La película de Mankiewicz muestra aquí la disposición de éste a dilatados diálogos, que sí, están muy bien redactados, pero son demasiado explicativos y extensos; el veredicto sólo puede ser: falta de fluidez fílmica, excesiva apoyatura en la palabra; queremos imágenes, imágenes, imágenes; bien compuestas pictóricamente, y bien ensambladas en el montaje.
Phuong elige a Fowler; no mucho después ambos rivales visitan el templo central de los Cao-Dai, verdadero centro de interés para el católico Greene, e interesante localización para la película y la trama. El “Americano ...” prescinde de ello, en una señal más de concisión cinematográfica.
A su vuelta ambos protagonistas son objeto de una emboscada, durante la cual el Fowler es salvado por el Americano, de una forma total y absolutamente heroica como en Hollywood; el comentario es del propio Fowler, en una demasiado presente voz externa, muy estética literariamente, pero pecado mortal cinematográfico. Y cuando el marcador favorece holgadamente a Fowler, llega la hecatombe; que aquí no son cien bueyes, sino un sencilla carta de la religiosa esposa, que le repite que ¡nunca habrá divorcio! ¿Reacción de Fowler? La más inmoral, negarlo todo, peor, decir que Helen sí le concede el divorcio. Es la traición. Que desencadenará más traiciones, como en “El Tercer hombre”.
De manera inocente Phuong descubre la mentira y se refugia en el Americano; Fowler la ha perdido. Lo que viene a continuación es una separación total de la novela original, y una producción muy creativa del guionista Mankiewicz; en este punto del relato ejecuta éste “su” traición a Greene.
Domínguez, que así se llama en “Americano ...”-I el ayudante de Fowler, le ruega a éste que se entreviste con un contacto suyo, el chino Jen. Durante el encuentro Jen le mencionar al periodista por primera vez el malhadado diolacton; éste es un plástico que se ha encontrado entre las cajas enviadas a la legación americana en Saigón. Plástico ¿para hacer qué?, no gafas, sino unos peculiares moldes que Jen consiguió “extraer” de casa de un pariente del oscuro general Thé, el de la Tercera Fuerza. Todo muy en el espíritu de las novelas-entretenimiento de tipo policíaco y de espionaje de Greene; sólo que aquí cortesía de Mankiewicz.
Al final el diolacton parece claramente el producto con el que se fabricaron las bombas que mataron a decenas en el centro de Saigón; ergo, el Americano y su CIA están apoyando inmisericordemente al cruel Thé: ¡traición! A la que responde el periodista con la suya propia; cita al Americano para cenar, informe a Domínguez y Jen de ello, y aquél acaba asesinado y tirado en el río.
Con ello termina la narración retrospectiva, y volvemos al presente de Fowler en el depósito de cadáveres junto al inspector Vigot. Éste se transformará ahora en el cuarto auténtico protagonista de la cinta, mientras que en “Americano ...”-II es totalmente secundario.
En dos muy jugosos encuentros/conversaciones, cuidadosamente delineados por Mankiewicz, Vigot le revela al inglés que le han tomado el pelo, trágicamente. Todo el asunto del diolacton es pura fabricación, física e intelectual, de Domínguez y Jen que ya están detenidos. Las horrible bombas las colocaron los acólitos de Jen, que es el verdadero terrorista (comunista). Domínguez percibió rápidamente la pasión triangular que se desenrollaba ante sus ojos, y decidió explotar las emociones de Fowler, léase sus celos desaforados; no hubo nada de retribución justiciera para con los pueblos colonizados, como el vietnamita; rechazo político e ideológico al nuevo Imperio; ansia de utopía igualitarista. Sólo hubo deseo por Phuong y venganza hacia el Americano; es la pasión y no la razón la que dirige el comportamiento de los seres humanos, como dijo el filósofo.
Hay abundantes indicios que señalan la conclusión “general” que desearía extraer Mankiewicz de la “particular” torpeza de Fowler. El engañado no es sólo él, sino gran parte del Mundo Occidental; concretamente el representado por los filósofos e intelectuales seducidos por el milenarismo soviético. Proceso de producción humano debido a la propiedad social de los medios que los conforman; ajustadísima redistribución de los productos obtenidos; eliminación de la plusvalía y el sometimiento de un hombre a otro hombre; progresiva eliminación del Todopoderoso Estado en una Sociedad sin clases; denuncia y extirpación de la super-estructura que genera las deformantes ideologías etc. etc. Todo ello es una filfa, no indicaría Mankiewicz/Vigot.
La bestial realidad es que el Oso Ruso se ha disfrazado de benefactor soviético, el Imperio que se atrevió al inglés en la India (cosacos contra cipayos) se ha enmascarado de sociedad universal y utópica; pero sigue estando “ahí” el Estado, total, brutal, principal ..., peor aún, estalinista. Como dice el general Lemay en “Trece Días” el gran perro rojo se ha metido en nuestro jardín; y desde luego querrá comerse a nuestras ovejas, porque es un lobo.
Sesudos pensadores italianos, franceses, ingleses (los “Cuatro de Cambridge”) han sido convencidos/seducidos ... ¡engañados! , por el materialismo histórico & dialéctico, que es tan deformador de la realidad como las supuestas ideologías burguesas (cristianismo, Ilustración, liberalismo, capitalismo) que denuncia como inversiones de “lo que hay”.
La metafísica del marxismo es tan mentira como la aristotélica, la platónica, o la kantiana (si es que Kant hubiera llegado a terminarla).
También la han engañado a Vd., Mr. Fowler, le sugiere (amonesta) monsieur Vigot; también a Vd., Mr. Greene, le señala Mr. Mankiewicz. Lo único que en lo más hondo de su Id deseaba Vd., Mr. Fowler, era seguir indefinidamente acostándose con Phuong, y con una pipa de opio. El diolacton explosivo es un entre de ficción, graciosamente proporcionado por Jen para satisfacer sus pulsiones inconscientes, que Domínguez fue capaz de discriminar y manipular. El comunismo es una engañador de mayúscula magnitud, en el plano individual, en el comunitario, y en el civilizacional; no es la promesa del Milenio, sino la nueva y reciclada esclavitud al Estado, al aparato y al Partido. Contra él sólo cabe la respuesta de la CIA, de McCarthy, o de la intervención en Vietnam.
La frase nuclear, a nuestro entender, de “Americano ...”-I es ésta de Vigot ante Fowler: se dice que el comunismo es atractivo para la mentalidad avanzada; pero con la condición de que sea a la vez emocionalmente atrasada; es una doctrina para mentes torturadas.
Mankiewicz podría incluso estar aludiendo a Burgess y MacLean, que ya había desertado a la URSS; o a Philby, de quien se sospechaba muy fundadamente. También a Greene, desde luego; aunque éste no se convirtió al comunismo en Oxford, como lo hicieron los anteriores e Cambridge; él lo hizo al catolicismo cuando era periodista aprendiz en Nottingham, para poder casarse con Vivian. A ella la abandonaría, sin divorciarse nunca como Fowler, pero no a su nueva religión.
También para Greene, y para todos los emocionalmente retardados (¿quién no lo es?), estarían escritas las últimas líneas del “Americano ...”-I:
Fowler: “Ojalá hubiera alguien a quien poder decir lo siento”.
Vigot: “Paso por delante de la catedral”.
III.
La disputa política y doctrinal entre “Americano ...”-I y –II es rigurosamente ontológica, a saber ¿existe en la realidad externa una substancia o ente tal como el diolacton explosivo? Si respondemos que el diolacton no es un objeto ahí-fuera, asequible a los sentidos e incorporado a nuestros observacionales contrastados, entonces estamos de parte de Mankiewicz. En caso contrario no apuntamos al carro de Greene y P. Noyce. Éste, en la conferencia en Madrid, desveló su conclusión tras visitar numerosas veces las instalaciones de la CIA con motivo de sus dos películas sobre Jack Ryan (Harrison Ford): nadie es inocente. Ante todo la CIA no lo es; por lo tanto, Pyle (ahora con nombre, no como arquetipo mankiewicziano) tampoco lo es; y Greene tiene razón.
También relató Noyce que Sydney Pollack, productor y ‘americano’, insistía en que Pyle era moralmente inocente; el australiano Noyce insistía en que no, poniéndose del lado del inglés Greene. La disparidad de valoraciones morales no se limita pues a si la película se hizo durante la fase ‘caliente’ de la Guerra Fría, o en una época en que ésta ha concluido con rotundo vencedor, y Pax Americana. ¿Significa eso que Pyle ha derrotado al fin y a la postre a Fowler, y se va a quedar con la chica vietnamita? La respuesta dependerá de si la cuestión es militar, política, geoestratégica ... o ética? En el último supuesto no hay claro vencedor.
Gonzalo Casanova
Diciembre 2.005