¿EL DOCTOR HOUSE, SUPONGO? (Prólogo a un libro que nunca se escribió)
- gonzalojesuscasano
- 15 dic 2023
- 51 Min. de lectura
¿EL DOCTOR HOUSE, SUPONGO?
(Prólogo a un libro que nunca se escribió)
I.
“¿El doctor Livingstone, supongo?” profirió (“según cuenta la leyenda”) el curtido y avezado periodista-explorador angloamericano H. M. Stanley al encontrarse con el asimismo experimentado y ya famosísimo explorador-misionero escocés H. Livingstone. El fundamental, y pronto histórico encuentro, tuvo lugar en la más bien diminuta aldea de Ujiji.
Pero antes de continuar con encuentros, doctores, exploraciones geográficas o médicas, y otros cataclismos de la naturaleza y de los hospitales, quisiera retrotraerme en el tiempo y el espacio a lugares y comunidades mucho más complejas y estructuradas que la sencilla aldea de Ujiji. A sociedades que han abandonado ya el estadio de caza/recolección, e incluso las primeras fases de la agricultura.
Mucho más al norte que las latitudes de los avatares de nuestros exploradores se situó Uruk. Allí, se declara (no la leyenda, confiamos, sino la investigación empírica) comenzó la civilización; término éste cargado de significados, de connotaciones, de elogios y escarnios, de controversias desde luego. ¡Oh globalización!; y añoranza de la prístina naturaleza, incorrupta y sin mancha de la comunidad humana; elogio del ingenuo y buen salvaje, y del mito de Tarzán de los monos.
“Civilización”: ‘civitas’; ‘cives’, i.e. ciudadano. La revolución urbana, que engendra la ‘civitas’, comenzaría en Uruk (Sumeria); y entre sus rasgos definitorios estarían (Gordon Childe dixit): religión organizada, ejército permanente, arquitectura monumental, producción y almacenamiento de alimentos a gran escala, gobierno central, contabilidad y escritura (ésta la crea la ciudad) ..., y algunas cosas más.
Uruk, civitas, la ciudad, es un paradigma (casi jungiano) de la Historia Universal; ciertamente un largo andar costó alcanzar esa fase , a partir de que el homínido moderno salió de la sabana africana, ya completamente erecto, con escaso vello, pequeños dientes, sin mentón, y sobre todo provisto de sofisticado instrumentos. Esto último sobre todo quiere ser ya una flecha indicando el sendero hacia la ‘civitas’.
Ciertamente otra ciudad determinante y paradigmática (cual Idea-Forma platónica) es Roma: madre del Derecho y la Ley Universal, padre del imperio; constructora de calzadas, acueductos, anfiteatros y modélicos edificios civiles y religiosos. Seguiremos imitándola en arquitectura, , escultura, jurisdicción et alia; y ahora más aún, tras las reminiscencias del gladiador Máximo, llamado “Hispano”, relatadas por Ridley Scott.
Por mi parte, si me viera necesitado de escoger, firmaría que la Ciudad más determinante de la Historia Universal es Atenas. Manantial del pensamiento racional, del Logos, del laicismo (via evemerismo), del canon del arte (clásico) arquitectónico y escultórico, del dorado término medio & serenidad & equilibrio a ello asociados, de la literatura épica (ellos nos legaron el concepto de héroe), de la tragedia arquetípica copiosamente imitada y casi nunca alcanzada, de la estrategia en la guerra moderna (desafortunadamente eficaz y letal), del lesbianismo (bueno eso no, de la poesía sáfica), de nuestro sistema de escritura (via el alifato fenicio, añadidas las vocales) ...; quizás no tanto de la democracia moderna, pues en Atenas existían esclavos y metecos (los que no eran de la “casa”, ‘oikia’).
Seguimos remedando a Atenas, y así continuaremos; ella ha sido más esencial para la Civilización que las Pirámides, o la Gran Muralla. Obviamente aludimos a nuestra Civilización, la occidental, que con posterioridad se hizo cristiana y capitalista, y ahora quasi global; ¿o no es tan obvio? Si F. Fukuyama está en el lado correcto de la interpretación histórica sólo queda Una civilización, al llegar al Fin de la Historia, Hegel dixit; ¿lo está?
¿Las ciudades (civitas) como punta de lanza y ejemplificación (‘mimesis’) del progreso, la Cultura y la Civilización (Idea-Forma)? Si ese es el caso, como creemos, quizás deberíamos citar otra urbe no demasiado renombrada como patrón de civilización. Aquella perdida en las nubes y bruma nordeuropeas, que alberga el mayor monumento a un escritor, patria de gloriosos tacaños (según las malas leyendas); aquella en la que un niño, jugando junto al estanque en el parquecito enfrente de su burguesa casa, soñó que una insignificante roca en él podría ser la Isla del Tesoro ...
Una ciudad donde recuerdo haber ingerido una buena pinta de cerveza lager combinada con un plato de lentejas en una bar (public house) nada barroco, donde jóvenes mujeres con exiguas faldas (no mayores que un pañuelo) acompañaban a jóvenes hombres claramente afectados por Baco, quienes se tambaleaban evidentemente tocados por el caldo alcohólico autóctono (lleva orgullosamente el nombre de la región). Nada sugiere que esta comunidad urbana sea una Atenas, Roma, Alejandría, Bizancio, Aquisgrán; o París, Londres o Nueva York. ¿Edimburgo? ¿Qué hay en ella de rompedor y arquetípico?
Pues aparte de ser la cuna de W. Scott (el del monumento), y de R.L. Stevenson (el de la Isla, claro), es la de David Hume. Es éste autor el paladín del empirismo, la filosofía anglosajona (¿céltica también?) por antonomasia, en las duras justas contra los campeones del pensamiento continental, tan pleno él de ‘razones’ gálicas y teutónicas.
Para esta filosofía archibritánica no existen causas, razones cartesianas o suficientes, motivos ... para los acontecimientos que nos circundan y cimentan nuestra vida; lo que único que “hay” (en el más metafísico, y más coloquial sentido) son hechos mostrencos, aconteceres puros; o mejor aún, correlaciones y concomitancias entre esos datos observacionales.
¿Por qué murió mi hijo en un estúpido accidente de coche? ¿Por qué sufro de un cáncer irreversible? ¿Por qué un tsunami aniquiló poblados enteros y a centenares de inocentes? No hay un porqué; no se ha debido al Designio de un Ente Superior y Providente; son hechos puros y brutos: un pedrusco de realidad.
De tal modo lo expresaría, estamos convencidos, ese héroe de la ‘empeiria’ y de los datos sensoriales, de las explicaciones por correspondencias entre los fenómenos y de la falta de planes divinos: Gregory House, doctor en medicina.
Para explicarme mejor, ya que nuestro protagonista a menudo renuncia a hacerlo (porque la realidad tal cual es se lo impide), voy a echar el ancla hermenéutica en uno de sus episodios más emblemáticos, titulado nada menos que “Maternidad”.
Nuestro ínclito galeno se encuentra por casualidad (por cierto, la palabra la vamos a gastar de tanto manosearla, o degustarla con la sinhueso) en la sala de descanso de los médicos de maternidad; está muy entretenido viendo una serie de hospitales. Con sólo un par de escenas que vamos a contemplar, nos percatamos que el guionista de tal subproducto es de los que recibió el título en enero: es de rebajas; aprovecho la ironía de “nuestra” serie para realizar un homenaje a sus guionistas; ellos no son de saldo, sino de lo mejorcito que se ha visto (oído) nunca en la caja tonta.
Nuestro hábil House escucha, ya sabemos que por casualidad, que un bebé está enfermo con extraños síntomas. Otro más aparece poco después; y rápidamente aquél concluye que una infección se está propagando amenazadoramente por el Princeton Plainsboro.
¡Todo un modelo para los constructores de teorías científicas! Sólo con dos datos observacionales House ha utilizado sus superpoderes y con relampagueante velocidad inductiva ha establecido una conjetura que da cuenta de los hechos, con otro hecho acrisolado. ¡Por todos los diablos, vaya cacumen el de nuestro esculapio! Pero no hay que sorprenderse, pues ya todos lo barruntábamos debido a las similitudes fónicas, y nos lo corroboró David Shore, productor/creador de la serie: House/Holmes, Wilson/Watson; House es tan diestro en la pesquisa hipocrática tras virus y bacterias diversos, como Holmes tras asesinos de dos patas.
Evidentemente nuestro médico-detective lo tendrá mucho más difícil cuando se vea en la necesidad de engendrar una hipótesis (médica) que explique la infección ..., pero no nos adelantemos al episodio, que restan unas decenas de apretados y densos minutos: de nuevo ‘chapeau’ ante los guionistas.
Ante la primera sugerencia de House acerca de la supuesta alarma infecciosa la doctora Cuddy reacciona como era de aguardarse, i.e. lo manda a tomar por el saco; la buena señora, ya la sabemos, está harta de remar contra corriente a causa de las impuntualidades de House, su renuencia a ver en persona a los pacientes, su escaqueo de las tareas rutinarias, su ignorancia de las normas básicas, su continuo sarcasmo acerca del tamaño de sus tetas etc. etc.
Estimo que los integrantes de “¡Vaya Semanita!”, ETB, nos han dado una indicación de lo que debe estar cociéndose en la mente de la profesional y sufridora (por culpa de nuestro héroe) Cuddy; el “House” de la ETB se halla ante un señor (seguro que se llama Urrutia), cerca de entregar el alma, con un gran cuchillo clavado en la espalda, y después de algunos minutos de disparatadas conjeturas médicas, concluye cual inspirado por la Sibila délfica: este paciente tiene una alergia al acero. Casi al instante aparece otra camilla con un individuo que lleva incrustado en la espalda otro hermoso y descomunal cuchillo de matarife, y House-ETB “deduce” holmesiana y velozmente: otro caso de alergia al acero; ergo, una infección temible se está expandiendo por el hospital; clausuren la planta y tomen las medidas necesarias.
Pero volvamos al House de la Fox, que para eso tiene serie propia y seguro que acierta más que el de la televisión vasca.
Y ¡ajá!, los hechos (raíz del pensamiento de Hume, de la medicina, y de todas las empresas científicas) se modifican, al encontrarse dos casos más de bebés con síntomas peligrosamente paralelos; y entonces la ‘buena’ (sentido médico-profesional, no anatómico-turgente) doctora jefe del Princeton Plainsboro debe concederle bastante crédito a su insufrible subordinado.
Uno de los nuevos casos es el infante de una pareja de lesbianas, que no son griegas, sino de Nueva Inglaterra; de modo que no busquemos influencias helénico-sáficas innecesarias aunque culto/eruditas; más aún una tiene claros rasgos sino-tibetanos, y la otra latino-mediterráneos. En este par se va a centrar la mitad de la tensión dramática, y ya nos ubicamos en el perfil estrictamente literario-fílmico y no en el de filosofía de la ciencia; el otro par será el de los padres del primer bebé diagnosticado: jóvenes, blancos anglosajones, saludables, bien parecidos y peinados, casi de anuncio champú; desde luego rotundamente heterosexuales. A mi juicio no es ‘casualidad’ el contraste, que generará sustanciosos réditos dramáticos.
II.
Nuestro facultativo favorito comienza seriamente con su búsqueda de la causa de la infección, y al mismo tiempo con su lección para principiantes sobre metodología de las ciencias, fase contexto de descubrimiento. Reunido con sus chicos (entre los que hay una chica, Cameron) House se decide por fin a ejecutar algo primordial en la serie: empieza a escribir en su impoluta y alba pizarra; aparecen por fin tres hipótesis: parásito, virus, infección bacteriana.
Ahora el equipo debe iniciar su actividad más popperiana posible, y es la de contrastar las conjeturar e intentar refutarlas. Pero como no hay tiempo, se decantan por una de las hipótesis, la bacteriana, y sugieren cuatro posibles clases; contra ellas recetan dos antibióticos. Con buena fortuna uno matará al “bicho” bacteriano, y el otro no estorbará y no liquidará a ningún bebé; ¿cuál es cuál? Lo han adivinado Vds. ¡No lo saben! Han que seguir aplicando el antiguo sistema de ensayo y error; ¿y cuántas veces ya hemos topado con la manoseada palabrita, ‘casualidad’? Este capítulo houseano debería titularse tal vez “las metamorfosis del Azar”.
Y el Azar va a retornar a la mesa de nuestro equipo de una manera rotunda y con contundencia de martillo pilón; y nos va a transformar este episodio de “Iniciación de la Filosofía de la Ciencia” I (tres créditos) de cualquier universidad norteamericana, a un curso de doctorado sobre “Teorías éticas” IV, en cualquier universidad anglosajona o continental.
Pocas horas después nos enteramos, espantados, de que los bebés tienen graves problemas renales; causa: uno de los antibióticos; pero ¿cuál?, ¿el aztreonam o la vancomicina?
-House: no especulemos; a uno le quitamos la vancomicina y a otro el aztreonam. Prueba terapéutica: encontrar la causa.
-Foreman (aquí haciendo de conciencia de House, y de todos; papel que por cierto suele desempeñar Cameron, que es la chica buena): ¿Condenarás a muerte a un niño tirando una moneda al aire?
-House (rotunda efigie mesoamericana): eso haré.
El hipócrates yanqui podría exculparse arguyendo que ello lo lleva haciendo millones de años la naturaleza, lanzando al aire en la transmisión genética, y liquidando (léase seleccionado) las tiradas ineficaces.
Siguiente escena, ya de trabajo post-doctoral e incluso libro aspirante al Pulitzer: despacho de la doctora Cuddy, ésta impecablemente vestida con una blusa discreta y sin nada de escote. Junto a ella, aún más intachablemente vestido, el abogado del centro hospitalario; es joven, negro (corrección política, en una serie de audiencia masiva), y harvardiano. Frente a ellos el inefable terapeuta.
-Abogado: tienes que proporcionar una buena razón médica para administrar al bebé A la medicina X, y al bebé B la medicina Y.
El asunto elidido es que si no se procede así , podría llovernos una demanda por negligencia de chiquicientos mil dólares, y habría que cerrar algunos servicios o medio hospital
-House (imperturbable como Epicteto): te daré esa razón. Hartig suena judío, como aztreonam, así que a ése le retiraré la vancomicina.
¿’Aztreonam’ suena semita? ¿Y entonces ‘vancomicina’ suena ario? ¿Qué tipo de teoría linguística está siguiendo nuestro héroe? ¿Se está burlando del finolis harvardiano y de la audiencia? ¿Nos hemos liado con el mando y hemos saltado de la Fox a la ETB con “¡Vaya Semanita!”?
Aquí me gustaría (y lo voy a hacer ya que nadie me lo impide) dar mi propia traducción de lo que intenta transmitir House al todolegal licenciado de la Ivy League:
“Chico, no tengo ni repajolera idea de qué antibiótico está manteniendo con vida a los niños, y cuál les está destrozando los riñones; no tengo ni medios médicos ni tiempo para contrastarlo, y como debo salvar a seis niños, uno de ellos va a tener que ser sacrificado como conejillo de Indias. 5-1 o 0-6 : tú eliges el resultado, picapelitos. La pelota está en tu campo.”
House se pone el sombrero de empirista (y nosotros nos lo quitamos otra vez ante los guionistas, por la escena en el despacho de la directora) e insiste en que la ciencia necesita experimentos; por una vez, y sin que sirva de precedente Cuddy le autoriza a seguir su criterio. Ausencia de comentario houseano sobre sus protuberancias mamarias: esto va muy en serio, y no “debemos” ofender a Inmanuel Kant.
Nueva escena (puro Shakespeare; tragedia destilada y sin impurezas): House juega con un moneda en su despacho, la deja rodar sobre la mesa y la ve caer. ¡Alea jacta est!
Nueva escena (montaje en paralelo): Cameron y Foreman hablan alternativamente con las dos parejas; aquélla con la sáfica, éste con los Hartig. Cada uno de ello argumenta qué tipo de infección ha atrapado, con muchas probabilidades, su bebé; y añade “sólidas razones médicas” por las que se les va a retirar uno de los antibióticos. Curiosamente (¿'fatum’?), al bebé Hartig se le va a retirar el aztreonam, aun con su fonética hebrea; ése ha sido el Juicio de la moneda; toda una trama para la dramaturgia clásica griega, plena de Destino y ‘hybris’ como “Edipo”.
Cameron y Foreman. Tan serios, tan convincentes, tan hipocráticos; ¿están engañando a los padres? ¿es una mentira piadosa? ¿actúan con impecables criterios de metodología científica? Si lo último, ¿demanda la investigación por ensayo y error ocultar información de los padres de las criaturitas? Eso, con letras claras, se llama embaucar. ¿Es ética su actuación? 5-1 o 0-6; pero ¿y el uno que ha perdido? Porque, como estaba escrito, uno de los bebés muere; ¿lo adivinan Vds.? Sí, el de Cheri Lupino, la lesbiana; para que así aprendan a no practicar vidas y sexualidades alternativas.
Todo este embrollo ético/científico nos devuelve una vez más al dictum nietzscheano: “no hay fenómenos morales, sólo interpretación moral de los fenómenos”; no está mal para el hijo de un pastor luterano.
Por mi parte, sí creo que hay hechos morales; sólo que en muchas ocasiones es difícil discriminar cuáles lo son; incluso para un estricto kantiano no me parece misión fácil.
Desde luego la eliminación de individuos y especies ineficaces perpetrada por la Selección Natural no es un fenómeno moral; aquélla no es una Señora de blancos cabellos y ático atuendo; no es un Ente Superior, ni un Sujeto Providente, ni una Inteligencia supramundana, ni el Diseñador de la Evolución. “Selección natural”, para decirlo con alguien muy querido para House como es G. de Ockham (“La navaja de Ockham” es uno de los primeros capítulos de la serie), es un ‘flatus vocis’; un sonido que representa un conglomerado de millones de acontecimientos de desaparición individual, extinción de especies, y supervivencia a través de la transmisión de genes. Todo ese océano de “hechos”, de acaecimientos, de pedazos de realidad (pasada..., que será futura, si no se alteran las leyes del Cosmos), lo englobamos con un término de nuestra herramienta de comunicación. No es moralidad, es descripción fáctica; no fue poco ética la extinción de los dinosaurios, ni la de los tigres de dientes de sable, ni la de los parántropos ..., sólo “ocurrió”.
La muerte del bebé de Cheri Lupino y su compañera lesbiana no es, por contra, resultado de un error en la transmisión del ADN que le hizo menos eficaz biológicamente; aberración mayúsucla me parecería sugerir que la razón fue castigar a su madre por su antinatural sexualidad. Fue una decisión dentro de un procedimiento heurístico dentro del más canónico de los métodos científicos: construcción de conjeturas, contrastación contra los datos observacionales, refutación, nueva conjetura y así sucesivamente hasta que acertemos. Sólo que una de esas refutaciones (tan popperianas y metodológicas), la que descartó el aztreonam, también descartó al bebé de Cheri Lupino. 5-1 o 0-6; la pelota está en tu campo, dale una patada e inicia el partido, espectador.
Yo creo, como la directora del Princeton Plainboro, que Gregory House hizo “lo que era preciso”. Aunque ...
III.
¿Cuál es la causa última y profunda de la enfermedad (o del Mal)? ¿Por qué motivo transcendente yo, pobre mortal, he sido quien la ha contraído? ¿Por qué ha sucumbido mi inocente bebé, al retirarle la vancomicina, clamará desesperada al Cielo Cheri Lupino? Y el Cielo Altísimo no responderá jamás, según D. Hume y G. House. Sólo contamos (existen) con datos empíricos percibidos, atestiguados, registrados ..., y correlaciones entre ellos; a partir de ahí construimos teorías acerca de la caída de los graves, las órbitas de los cuerpos celestes, la capacidad atractiva de los imanes o las infecciones de inocentes bebés que no merecen haberlas contraído.
Ante aquellas medulares preguntas House/Hume no podría ni debería responder que la “razón” es la Voluntad del Señor, o el Fatum, o la Ley Universal del Cosmos, o la Sabiduría de la Naturaleza; no, no y no; solamente percepciones y relaciones de hechos. Repitamos otra vez la expresión democriteana, que puso J. Monod al comienzo de su determinante obra: “Todo ocurre por azar y necesidad”.
Por supuesto que House está de acuerdo al 100% con Monod y el neodarwinismo, y no con la reciente teoría, claramente creacionista, del Diseño Inteligente en la evolución (si es que la ha habido); esto sería colar por la puerta trasera de la Casa de la Ciencia a Dios, y transmutar ese inmueble en Religión, o en metafísica; lo último sería quizás lo peor para Hume. La muerte de su hijo en accidente de moto ocurrió por mala suerte; Vd. tiene leucemia por azar; el bebé de las lesbianas contrajo la infección por un albur...; y hoy existen Homo sapiens por una cadena de acaecimientos fortuitos en la formación de los continentes, los cambios climáticos, y la transmisión genética en ciertos grupo de primates.
Hoy en día presenciamos un enfrentamiento global entre la civilización occidental y el Islam, ya concluido el anterior con el comunismo. El Islam reniega del capitalismo, del materialismo y consumismo asociados, de la maximización de la ganancia mercantil, del laicismo, de la cosmovisión antropocéntrica, de la separación entre Iglesia y Estado etc. etc.; por supuesto desautoriza la opinión de que las enfermedades obedecen a desencadenantes azarosos, y no a razones que sólo Alá sabe en última instancia.
En consecuencia, dado que la serie House M.D. es un fenómeno de la multidifusión, proponemos a la cadena Fox que sea exportada masivamente con el objetivo de que sea multivista en los países islámicos más dogmáticos., y así abandonen la filosofía del volteriano doctor Pangloss. Éste aseveraba que todos los acontecimientos del planeta ocurren porque hay una razón suficiente (leibniziana) para ello: todo está repleto y transido por ‘logos’; en consecuencia todas las proposiciones sobre el mundo serían apodícticas, y nada sería fortuito. Toda esta concepción del mundo es objetivo de la jugosa chanza de Voltaire, una de cuyas reencarnaciones (no me asalta la menor duda) es el doctor House, a pesar de su anglosajonismo.
A comienzos del siglo XXI, juzgando a partir de la globalización y el Fin de la Historia de F. Fukuyama, ha triunfado no la cosmovisión gálica de las substancias y las causas cartesianas ni la de las razones suficientes teutónicas, sino el pensamiento británico (anglo-celta deberíamos especificar) anclado en la pura ‘empeiria’. Esta mundovisión, germinada en las Islas se trasladó con sorprendente facilidad a la costa novoinglesa (donde nuestro galeno favorito la apoya en todas las justas contra los espiritualistas y teocéntricos), y desde allí rebotó ágilmente cual bailarín acróbata a todo el ancho globo terráqueo ... ¿o no tanto?
Porque, no podemos ocultarlo, continúan existiendo múltiples sociedades humanas teocéntricas o espiritualistas que se amurallan tanto como los antiguos emperadores chinos contra la ola arrollante del empirismo británico/humeano/houseano. A pesar de todo y todos la ciencia moderna, el liberalismo, el sistema macroencónomico de la propiedad privada y la acumulación de capital, la tecnología avanzada, con sus transistores, televisores y teléfonos móviles (manifestaciones omnipresentes en nuestro planeta) etc. se siguen expandiendo imparablemente, e indudablemente son un retoño de la Civilización del Oeste; ésa del burgués, del mercado mundial para todo el mundo, y de la ausencia del Espíritu Universal, de la Ley cósmica, del Logos, o de la Razón encarnada de Hegel.
Para la sociedad a que nos referimos la enfermedad no es un castigo o un mensaje del Todopoderoso, no es un signo (o símbolo, o señal, o lo que sea) de la transcendente, sino una manifestación de lo azaroso de la existencia; del mismo cuño que el Big Bang, la formación de este hermoso planeta azul, la aparición de la vida en los océanos primitivos, o los dos pies del homínido. Que las grandes sociedades televisivas vendan el programa “House M.D.” a todos los países musulmanes (y budistas, y animistas), para que así, y definitivamente, se acabe la brecha entre las Civilizaciones y concluyamos con una sola. Ésa que es secular, de mercado, occidental, empirista, no-transcendental y no-teocéntrica; una civilización que debe mucho más a Edimburgo que a Jerusalén, Roma, La Meca o Lasa; y que, en ello confiamos de todo corazón, se encuentre perpetuamente en deuda inmensa con Atenas. Por cierto, “casualmente” la urbe céltica es titulada a veces, ambiciosamente, la “moderna Atenas”.
Desplazando sólo un poquito el foco de la atención me he dirigido en Internet al IMDB, enciclopedia ciclópea virtual pero muy real sobre todo lo cinematográfico, y he tecleado en la pestaña de búsqueda Hugh Laurie. Creo que el actor que materializa el personaje forjado por una docena de guionistas y varios productores es merecedor de ello; su interpretación sarcástica, intensa dentro del (aparente) distanciamiento del personaje, su persistente barba de varios días junto a su taladrante mirada ..., todo el conjunto es uno de los grandes activos de la serie.
Y lo que nos arroja el IMDB es su nombre completo: James Hugh Calum Laurie; ¿“Calum”? Un apelativo algo peculiar, incluso para un británico; efectivamente es una de las formas del archiescocés nombre de Malcolm. ¡Sí señor! El padre de Hugh Laurie era de origen escocés, y su madre ... también. En resumen, que aunque David Shore reafirmara que el apellido “House” lo escogieron por su proximidad fonética a “Holmes”, yo atesoro la sospecha de que aquí se halla, como afirmaba Lakatos respecto a las grandes teorías científicas, una hipótesis oculta: “House” es “Hume”.
Laurie (no su personaje) afirma también ser muy impaciente con lo que llamaríamos el pensamiento mágico, o los estadios comtianos(mítico y metafísico) previos al positivo-científico. Manifiesta ser un irremediable defensor del pensamiento racional y ¡el empirismo! ¡Oh Escocia! Tierra de sólidos comerciantes, calibradores rigurosos de las mercancías y los trozos de realidad, rechazadores de los no-datos metafísicos. Hume, House y Hugh (Calum Laurie) están plenamente de acuerdo.
El “personaje” Laurie todavía nos reserva algunas sorpresas, como que su padre era médico, y que uno de sus hermanos vive en Escocia, ejerciendo de abogado/pastor. Tuve que leer lo de la profesión varias veces, hasta asegurarme de que mis lentillas no estaban sucias de proteínas; ¿qué es un abogado/pastor? ¿Un consejero legal de ovejas?; ¿un cabrero con potestad para frecuentar las cortes europeas? Francamente no quiero averiguar que es lo que hace exactamente el hermano de Laurie, porque de seguro que la realidad (observada, sensorial, empírica) es más prosaica de lo que el estupendo nombre sugiere; magnífico para un hermano de House, aunque desgraciadamente en un capítulo nos informaron de que es hijo único.
La fusión de rasgos y personalidad entre House y Hugh (Calum Laurie) se muestra casi inquietante; de ese modo no es extraño que ante la prueba de pantalla de aquél, el productor Bryan Singer comentara satisfecho: “eso es lo que buscábamos, una sólida, rotunda, honesta voz americana”. Y entonces uno de sus ayudantes hubo de replicarle que el tipo era británico; nacido en Oxford nada menos.
En consecuencia levanto mi copa (aunque soy abstemio) del mejor criado “scotch” por la capital histórica de Escocia, y solicito, o mejor, exijo, que junto al monumento a Walter Scott, la urbe erija otro al doctor Gregory House, campeón imbatido en todos los torneos entre civilizaciones. ¿Que así sea! ¿Por San Jorge y San Andrés!
¿Hemos de deducir, ‘querido Watson’, que la sociedad anglosajona, con su acendrado empirismo, ha terminado por imponerse? En tal coyuntura habría estado todo el tiempo en lo certísimo Kipling con su (horriblemente políticamente incorrecta) teoría acerca de la Carga del Hombre Blanco; y asimismo los profetas yanquis (tan anti-chicanos) del Destino Manifiesto. ¿Es tal el Fin de la Historia (hegeliana) y han de ser todos los indios muertos por John Wayne para que aquélla llega a su compleción? Bueno, no tanto; pero desde luego confío en que no acudamos a chamanes, curanderos, hechiceros o portadores de fetiches en caso de malestar grave; y que los seres humanos del siglo XXI seamos diagnosticados por el doctor House en todas nuestras enfermedades, y también en nuestras neuras y somatizaciones.
IV.
Con este enaltecimiento a Edimburgo y a la cosmovisión angloescocesa debería acabar este capítulo; pero si me lo permiten querría continuar con otro espinoso asunto que debería preocupar a House /Hume. Y lo voy a hacer porque aquí el que manda soy yo, y no Vds. pardillos pacientes ..., perdón lectores (imaginarios, porque no han sido Vds. percibidos, observados, sensorialmente contrastados). Y si he de darles una “razón” (cartesiana, suficiente o houseana) adicional, aquí va: el episodio “Maternidad” no finaliza con la supremacía de la vancomicina sobre el aztreonam; y es que el azar va a seguir actuando.
El tema al que aludo afecta muy directamente al rechazo del empirismo, y a uno de sus preclaros representantes, inglés esta vez y no gaélico, aunque “casualmente” fue un tiempo alumno de la universidad de Edimburgo: Charles Darwin. Parece ser que se ha encontrado éste con un enemigo en las altas esferas episcopales, llamado Christoph Schönborn, cardinal arzobispo de Viena; es probable incluso que Benedicto XVI sea de la partida. No habría que asombrarse, pues son germanos, i.e. de la matriz metafísica de Leibniz/Hegel et alia; rivales filosóficos habituales de los anglosajonesgaélicos.
La teoría retadora del caballero, bien acorazado y lanza en ristre, Charles Darwin (ayudado por Hume y House) es, desde luego la del Diseño Inteligente en la evolución. Pero esto ¡no es un choque de civilizaciones! Argumentos de cristianos, apoyados por aristotelismos como comprobarán, contra razonamiento de evolucionistas angloparlantes (y de todas las hablas en verdad) ...; esto son componentes de impecable linaje de la Cultura occidental: Roma+Grecia+cristianismo (con anexos evidentes de Aquisgrán, París, Londres y Edimburgo). Pero es que no todo es sosiego en el paraíso occidental, global.
La sociedad occidental posee como característica determinante el debate, el diálogo (Platón) entre opiniones encontradas que genera una enriquecedora síntesis; este contraste entre conjeturas es universalmente aceptado como propiedad nuclear de (lo más granado) de la sociedad europea. Ciertamente en ella también existe una tradición epistemológica (por ponerle un bonito y sonoro adjetivo) de dogmatismo: Yo soy la Verdad, y todos los demás os churruscaréis en el infierno por equivocados, que os lo habéis ganado, herejes. Amén.
Schönborn asienta su argumentación en presupuestos claros por muy conocidos y oídos, durante más de dos mil años; al menos desde Aristóteles, sino desde Anaxágoras. Y ello es que las transformaciones de la materia y la evolución de los organismos no pueden ser resultado del “azar y la necesidad” (¿les suena la expresión?), sino obligatoriamente de un Diseño Inteligente; éste a su vez sólo puede ser causado por una Mente Superior, actuando con un propósito. En inglés, que no es la lengua del artículo original pero sí la del New York Times que lo publicó el 7/7/2.005 (día de San Fermín, ¡olé!), “Design” significa, muy adecuadamente, Diseño y Designio. Si existe un Designio Superior, habrá Providencia y habrá proyecto previo: nociones que están absoluta y radicalmente fuera de los postulados de la teoría de la evolución darwinista; o más correctamente, como apunta muy correctamente el cardenal, neodarwinista, i.e. Darwin+Mendel+De Vries+Dobzhansky y bastantes más, formadores de una gran síntesis.
Schönborn asegura que hay evidencia empírica (¡cómo es que se les habrá escapado ello a los empiristas!) clara a favor de la presencia de ese Diseño Inteligente; los neodarwinistas lo han ignorado, con lo cual han transmutado su teoría en ideología. El prelado vienés no se anda con chiquitas y añade que si la evolución es un hecho cierto, la hipótesis neodarwinista, cimentada sobre la selección natural operando sobre variaciones genéticas azarosas, no lo es. Como datos contrarios a la teoría sintética de la evolución, y que por tanto la revelan como conjetura “falsada” (me atengo aquí, muy con propósito y designio, a una terminología popperiana), cita el arzobispo: un texto de Juan Pablo II de 1.985, el catecismo de 1.992 (del cual fue editor principal), un documento de la Comisión Teológica Internacional del 2.004, unas declaraciones de Benedicto XVI del 2.005, unos enunciados del Vaticano I ... No son estos datos observacionales que cuenten como piedra de toque para una contrastación de conjeturas científicas, señor cardenal; ciertamente existen algunos biólogos que
han defendido el Diseño Inteligente (a mi parecer con escaso éxito) empleando argumentos acerca p.e. del flagelo de las bacterias o el ojo humano. Pero no son estos elementos empíricos (¡sí!) los determinantes para el cardenal.
Hace algún tiempo cierto Galileo, florentino de adopción él, aseguraba que la caída de los graves depende de condiciones que deberemos reproducir con nuestras ecuaciones y diagramas geométricos, y no de lo que escribió Aristóteles; las piedras que caen de la torre de Pisa (o de cualquier otra) no siguen las encomiendas de textos en ático. Por cierto que cuando Schönborn menciona la Causa Incausada y el Primer Motor, cita más que implícitamente a Aristóteles.
Si el doctor House se entera se entera de que juega Vd. de esa manera tan peculiar se va a enfadar, y le va a dar para el pelo. Ya en uno de sus episodios se enfrentó a Dios, o mejor a una adolescente con poderes curativos otorgados por el Señor decía, llenando de tantos para uno y otro su decisiva pizarra; al final hubo empate, pero nosotros consideramos a House vencedor moral; en especial cuando en joven tocado por Dios, en verdad lo estaba por una enfermedad venérea. Y nuestro afamado terapeuta también salvó a una monja sin necesidad de recurrir a los rezos que ella pedía, sino “deduciendo” (mejor dicho, infiriendo razonadamente) a partir de los datos empíricos que albergaba en su cuerpo un muy antiguo anticonceptivo hecho de cobre. La audacia de nuestro héroe, para algunos quizás villano irreverente, no conoce circunscripciones.
Al final de su artículo el eclesiástico vienés apostilla que aquellas teorías que niegan el (evidente, según él) diseño inmanente en la Naturaleza a favor del azar y la necesidad no son ciencia, y reniegan del intelecto humano. Yo respondería que renegarán de un tipo de empleo de la razón, aquél que cree firmemente en las causas finales: Anaxágoras, Aristóteles, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Leibniz, Schönborn. Pero éste no es el único sendero por el que camina la capacidad razonadora humana.
Recordemos que David Hume ejecutó unos muy finos análisis para demoler los tres grandes constructos de la metafísica: la substancia, el Yo, Dios; y que anuló, según su criterio, la validez del principio de causalidad.
He de apuntar que, por mi parte, me escoro más a la explicación kantiana del concepto de “causa”; pero les garantizo que una relectura de los textos de Hume (o de los episodios de “House M.D.”) siempre es muy educativa: es una manifestación soberbia de argumentación intelectual, y no de escritura al albur y desestructurada. Los errores en la transmisión genética son azarosas y las mutaciones resultantes son fortuitas, pero la teoría que lo explica destila raciocinio por todos sus intersticios; más aún, es un modelo de recopilación de elementos observacionales (que no de textos de “auctoritates”) y de argumentación discursiva. Los peces no son seres racionales, pero los ictiólogos sí. Y también los neodarwinistas, los empiristas, y Gregory House.
Es absolutamente preciso continuar aludiendo a la carta abierta dirigida a Su Santidad el 12/7/2.005 (sólo cinco días después de San Fermín; eso es rapidez en tomar medidas y respuestas); en ella se exhorta al Papa a distanciarse de las opiniones expuestas por el arzobispo de Viena, y a no reabrir la vieja brecha entre ciencia y religión (católica). Entre los tres firmantes de la epístola, se encuentran dos devotos católicos; quiero detenerme un momento en uno de ellos. Es Francisco Ayala, español, profesor ilustre de Universidad norteamericana, prestigioso biólogo y magnífico divulgador del neodarwinismo (hagan leer a sus hijos sus artículos para una amplia audiencia), ex sacerdote, y (puede que por lo último) veteranísimo de reediciones del enfrentamiento Wilberforce/T. Huxley o de nuevos “juicios del mono” de Scopes. Confío en que ésta y otras directrices paralelas se hagan mayoritarias. En caso contrario vamos a tener un capítulo de “House M.D.” en el cual éste se va a enfrentar a un campeón del Diseño Inteligente; y ya hemos comprobado (empíricamente) que cuando nuestro doctor se enfada es más terrible que La Masa.
Hacia el final del episodio “Maternidad”, cuando la vancomicina parece resultar eficaz, para curar y explicar, interviene un nuevo giro de guión. Los bebés siguen empeorando; y tras algunas pesquisas concluyen que la causa es un virus.
Foreman estalla desesperado; y es que hay más de mil virus posible para esos síntomas; ¿es que acaso vamos a encontrarlo por casualidad? Comienza ahora una de esas muy norteamericanas tormentas de ideas, con todo el equipo hoseano + Cuddy + Wilson intentando descartar virus para reducir drásticamente el número de conjeturas de mil a cerca de media docena; ése es el número de pruebas, dice el guaperas Chase, que podrían realizarse teniendo en cuenta la cantidad de sangre de los bebés. House consigue llenar su pizarra, monumento del contexto de descubrimiento en la filosofía de la ciencia, con sólo ocho virus (conjeturales); ¿tendremos suerte? La diosa ‘Tyche’ es sin lugar a duda la patrona de los científicos.
Pues parece que sí; ¿o no? Ahora resulta que los bebés dan positivo para ¡tres virus! Gracias a Dios (o al Hado, o a sus muchos años de Universidad) House/Holmes se percata con su proverbial sagacidad que los niños tienen los anticuerpos de la sangre de sus madres; es a ellas a quienes hay que hacerles los contrastes.
Y por fin, después de casi cuarenta minutos angustiosos para la audiencia, se encuentra al “bicho” matador: ecovirus 11. Bueno, pues da la causalidad (la palabra se esta deshaciendo por el uso excesivo en este escrito) de que no hay vacuna; pero fortuitamente un laboratorio está experimentando una; y por suerte el equipo de House ha podio echarle mano a una muestra. Se la enchufa a los bebés y éstos sanan: ¿milagrosamente?, ¿por azar?; ¿hubo Designio? Pero ¿qué quieren Vds?., si esto es un entretenimiento televisivo para llenar las horas de ocio; aquí no resolvemos interpelaciones metafísico-existenciales.
Al final (feliz, como obliga el Bosque de Acebos), observamos a los padres del primer infante infectado: jóvenes, rubios, heterosexuales, unidos, responsables, guapos..., seguro que hasta van sin falta al servicio dominical: éstos sí que son de “diseño”, pero del guionista. Archifelices se llevan a su hijita Maxine, que se ha salvado gracias a ...¿qué?; ¿a sus oraciones?, ¿a la pericia de los médicos/empiristas?, ¿a una serie fortuita de acontecimientos? Elijan Vds., porque yo no lo sé.
Hay un epílogo todavía, del episodio y de este escrito, porque House/Holmes sigue en la persecución del huésped del maldito virus; y lo encuentra. Es una dulce y maternal empleada, casi ancianita, encargada de llevar en un modesto carrito sus primeros muñequitos a los recién nacidos; ella es quien transporta el ecovirus 11, inofensivo para un adulto, letal para un bebé., ¡Qué mala suerte!
V. ¿El doctor Ockham, por casualidad?
Como nuestro admirado & vituperado terapeuta nos es tan simpático vamos a seguir con él un ratito más, i.e los cuarenta y tantos minutos del ya citado episodio “La Navaja de Occam”·. Ya verán Vds. cuanto nos ilustramos no sólo acerca de lógica de la ciencia, sino asimismo de metafísica.
House y sus chicos (+ la chica) están tratando a Brandon, un jovencito que presenta un cuadro de síntomas verdaderamente raro; tanto que Cameron declara que ninguna enfermedad conocida los causa. Foreman decide lanzarse a la piscina, léase contra la alba pizarra houseana llena con los síntomas, y sugiere una infección cardíaca vírica. Chase: ¿si se da un caso entre diez millones?
House tercia: la infección cardíaca no explica dos de los síntomas; de modo que los más probable (otra conjetura) es que tenga dos enfermedades a la vez. Chase: ¿dos dolencias, inusuales ambas, y atrapadas a la vez por casualidad?
Foreman: la navaja de Occam, la explicación más sencilla es la mejor.
Aquí comienza de verdad el debate médico/epistemológico; y hemos de admitir que Gregory House, ¡voto a bríos!, se muestra como un soberbio expositor de los grandes temas de la Filosofía de la Ciencia.
El galeno de la Fox no reniega de la “lex parsimoniae” ockhamiana; sólo discute con sus subordinados la definición del término “simple”, que no parecen tan sencillo, a pesar de su nombre... Vaya, si esto no es una paradoja, ¿qué lo será?
La probabilidad de contraer dos enfermedades extrañas al mismo tiempo es una entre un millón; la de agarrar una infección cardíaca es una entre diez millones; ¿qué es más simple?, apostilla House. Éste asevera que de este modo nos ajustamos mejor al principio de economía del filósofo medieval, pues “ahorramos” en número de probabilidades; sencilla argumentación, ¿verdad?
Pero, y ya nos lo suponíamos como avezados espectadores, nuestro héroe no se va a conformar y va a intentar satisfacer plenamente el principio de economía del pensador franciscano: no hay que multiplicar los entes (en este caso las conjeturas) sin necesidad; por ello va a seguir tras la pista de una sola, sencilla y elemental causa. Y la va a encontrar, conjetura él, ockhamiano convencido. Brandon., aquejado de dolor de garganta, fue a buscar un anticatarral, y el farmacéutico, por error (¡oh Diosa Casualidad!) le dio colchicina, ¡que es para la gota! Todos los síntomas del joven paciente se explican, muy sencilla y ockhamianamente, como reacción a tal medicamento.
House lo resume magisterialmente con su no infrecuente estilo olímpicamente oracular: la navaja de Ockham es que alguien la ha c... (no decimos la palabra por los posibles niños, o lectores educados en colegio de pago, o fieles del Diseño Inteligente)
Realmente, una explicación hermosa y elegante; todo encaja estupendamente y hemos economizado en hipótesis y probabilidades; de aquí extraería un aplicado estudiante un magnífico ensayo para su calificación en “Métodos de la Ciencia”.
Pero no atronemos la atmósfera con nuestros ¡hurra!, porque la tosca e implacable realidad empírica aún no se ha pronunciado; ella, juez ineluctable de todas nuestras suposiciones. Y su sentencia va a ser ... negativa; Chase se llega presuroso hasta la rebotica, pero el farmacéutico le asegura, firme y resolutivo, que las pastillas proporcionadas a Brandon eran, sin duda, un anticatarral: redonditas, pequeñitas, amarillitas.
La elegante hipótesis de House (quizás también la teoría completa de Ockham) ha sido descartada; es decir, que la aclaración más sencilla y elegante se derrumba lastimosamente. ¡Es para llorar! La dura realidad externa se resiste a ser explicada racional y estéticamente. En el capítulo que fue más votado por los telespectadores españoles un individuo mal encarado entra en el despacho de House y tras dos segundos de charla le dispara casi mortalmente; el título del episodio, “Sin Razón”. Curiosamente este capítulo es una versión houseana de “Matrix”, donde el buen doctor sufre de ensoñaciones continuas, que toma por la realidad; por tanto lo único “que hay” son percepciones, en una vena muy al estilo de Berkeley. Éste, ya saben, otro empirista, aunque irlandés y no edimburgués; parece que nunca nos distanciamos excesivamente el pensamiento anglogaélico.
Si ocurren más situaciones como la del joven Brandon, estamos en grave riesgo de tener que redenominar a la serie “House. Sin Razón”; o posible y drásticamente cancelarla; ¿cómo podría sobrevivir Sherlock Holmes en un mundo que no fuera elementalmente lógico? ¿en un universo en el cual los asesinos no pueden ser desenmascarados por cristalinas deducciones?
¿Será ello asimismo el desmoronamiento de Ockham? Una realidad, la nuestra, compleja y enrevesada, que opera según los factores más inesperados e insospechados; en tal tesitura sería muy peliagudo explicarla, i.e. encontrar sus causas. Y como resultado la tarea de la Ciencia sería muy muy ardua.
Con todo, y si bien la dilucidación ockhamiana no ha sido fructuosa, el doctor de la Fox sigue en sus trece de que la colchicina está en el origen de todos los síntomas; y si no llegó por error boticario al organismo de Brandon, fue por otro canal ...seguro. Y consiguientemente House consigue que aquél confiese: había tomado éxtasis un par de veces; ¿adivinan Vds. con que lo cortan? Con colchicina.
No es una explicación tan elegante como una demostración geométrica de Arquímedes, una argumentación astronómica galileana o una prueba dinámica newtoniana ..., pero es suficientemente simple y hermosa. Y además es cierta, porque empiezan a tratar a Brandon con anticuerpos que neutralizan la colchicina, y la persistente realidad empírica cede, i.e. aquél comienza a sanar.
Triunfo del médico; sí, indiscutiblemente, pero no del investigador, del científico, del buscador de saber.
Lo que ocurre es que la interpretación a partir de la colchicina en el éxtasis no es lo suficientemente ockhamiana; fundamentalmente porque cuando Brandon empezó a empeorar de nuevo, el miércoles, su madre, con la mejor y peor resultante voluntad, le dio sus últimas pastillas de anticatarral. Fue al desvelarse este hecho cuando House, dirigiéndose a Foreman, hizo una de esas declaraciones que le honran: “Llama al doctor Ockham. Esto le va a encantar.”
Sin embargo, hubo que anular esa llamada internacional cuando Chase volvió de la farmacia; sin embargo ..., la aclaración más simple es que el boticario la c..., perdón, metió la pata; y luego la madre; y que esas pastillitas amarillas eran en verdad colchicina.
Montaje en paralelo: Brandon, casi 100% recuperado, comenta que las nuevas pastillas anticatarrales que le están dando no tienen una pequeña letra como las anteriores; Chase y Cameron se miran interrogativos, ¿satisfechos?/ nuestro incansable terapeuta, después de revolver los frascos, tubos y contenedores de media farmacia encuentra por fin unas pastillas amarillas ¡sin letra!.
“¡Elemental , querido Wilson!” Ahí estuvo siempre la causa del problema, en la tonta confusión del expendedor de medicamentos; es, por fin la vindicación de la hipótesis más elegante y de la economía del cosmos. Habrá, ahora sí, que llamar a larga distancia al doctor Ockham para felicitarle.
El gesto facial de House al comparar las dos pastillas encontradas, sin letra, con la que el tenía en su bolsillo, con letra, es desarmante; un expresivo poema de satisfacción. Es el rostro exultante del general victorioso frente al humeante campo de batalla; por fin hemos acabado, ¡y yo tenía razooón! Aunque ni él es heleno, ni los pasillos del Princeton Plainsboro son las calles de Siracusa, podría tranquilamente gritar (eso sí, vestido) a todos los vientos y puntos cardinales: “¡Eureka!”.
Gregory House, M.D., es alguien para el cual el restablecimiento del enfermo es ante todo una demostración de que su suposición acerca del “estado de cosas” en la realidad externa era correcto; y por consiguiente, de que había comprendido el hecho empírico que se le presentaba como reto que resolver para una mente continuamente curiosa como la suya.
Nuestro personaje parece estar poseído por una pulsión no citada por Freud entre los componentes de Id: el instinto imperioso de acrecentar su conocimiento, utilizando todos los recursos empíricos (no metafísicos o sobrenaturales) para lograrlo. Por ello cuando alguien se sorprende de que a House le guste la compañía de los mentalmente alterados, le explican: porque discurren de modos diferentes y sorpresivos (‘para-nous’) ..., porque no son aburridos. Nuestro doctor ansía instintivamente escapar del tedio, por lo cual su estado habitual es la persecución reiterada de información e ilustración. Edward G. Robinson, hablando como “El Rey del Juego”, aclaraba a un interlocutor maravillado por su habilidad para ganar dinero en el póquer: para el maestro en las cartas el dinero es como el lenguaje para el pensamiento, sólo un instrumento. Para nuestro buen doctor la curación es simplemente la verificación sensorial de que su saber era acertado, efecto colateral instrumental; por ello se muestra casi “inhumanamente” imperturbable (¿una pose?) ante el paciente/individuo. Su objetivo es otro.
Este moderno Hipócrates es un ejemplo preclaro de la sentencia de Aristóteles al comienzo de su “Metafísica”: “todo hombre por naturaleza apetece saber”. House es el Prometeo de la televisión, que roba el fuego del saber a los dioses, para ofrecérnoslo en pequeñas dosis episódicas a nosotros, menesterosos ignorantes espectadores.
Si la Naturaleza es simple y ahorrativa en medios, ¿no será porque un Ser providente la ha hecho así? La sencillez del cosmos en sus operaciones, que debemos copiar en nuestras teorías científicas, ¿no es una prueba de que ha sido construida según un plan? La complejidad del mecanismo, ¿no indica indefectiblemente la existencia de un relojero que lo ha construido? En consecuencia, ¿no habría Diseño (y Designio) en la Naturaleza?
Si estamos de acuerdo en que el mundo no es confuso, complejo o retorcido; que no es en absoluto arbitrario en sus efectos, sino simple y elegante; si está “programado” así , ¿no denota todo ello que ha sido diseñado por una Mente Superior?
Un letal accidente de tráfico ha ocurrido en Pennsylvania, no muy lejos de Dover (ya saben, en cuya escuela secundaria han casi cambiado el darwinismo por el Diseño Inteligente). El conductor F (por no llamarlo A o X) se salió de su carril e invadió el del otro sentido, chocando con el vehículo del conductor G (por no llamarle B o Y), con resultado mortal para ambos.
Posibles causas:
-Una mariposa movió sus alas en Indonesia provocando una ligera agitación de las moléculas del aire, que sumada a muchas otras se transformó en viento; así se creó una perturbación atmosférica que trasladándose por el Pacífico, y ejerciendo más modificaciones climáticas recorrió ...da, da, da. Y al llegar a Pennsylvania se generó un extrañísimo vórtice que afectó sólo al vehículo de F, y alteró su dirección.
-Fallaron a la vez, y por (¿habrá que decirlo?) casualidad, tres componentes del motor de F, lo cual produjo un muy extraño fallo mecánico por el cual el vehículo modificó su marcha al tiempo que F perdía el control del volante. Probabilidad: 1 entre 1.000.000.
-El coche de F pasó por encima de un peculiar objeto plástico, de superficie tan inusualmente deslizante que causó un casi instantáneo cambio del sentido de movimiento de la rueda delantera derecha; ello se transmitió, extrañamente, a la izquierda, y el coche modificó completamente su ...da, da, da. Probabilidad: 1 entre 5.000.000.
-En las muy infrecuentes condiciones atmosféricas de ese día, hora y segundo en esa carretera de Pennsylvania se conformó una masa de vapor tan pequeña que sólo afectó al coche de F (sólo él la vio), engendrando la mortífera desorientación; acto seguido la nubecilla se esfumó sin rastro observable para nadie. Probabilidad: 1 entre ???? Pero ¿es que este fenómeno se ha dado en alguna ocasión en el globo global? No pregunto si pudiera, pudiese o podría ocurrir, sino sencillamente (ockhamianamente): ¿hay registros de que tal cosa hay sucedido alguna vez?
-El conductor F, según sus amigos de la fiesta que acaba de abandonar había bebido algunas docenas de copas de champagne, más media botella de scotch (no es una alusión a Edimburgo), así que con toda probabilidad o bien se durmió al volante, o perdió atención, o se le nubló la vista, o todo a la vez; y se salió de la carretera.
¿Cuál es la explicación más sencilla? Seguro que estamos todos de acuerdo; y con bastante seguridad les indico que será además la verdadera. ¿Hay un Designio en el Universo para que ello sea así? ¿Quiere el Buen Dios Providente que los borrachos se estrellen, antes que tolerar inverosímiles vórtices, rarísimos fallos mecánicos, o caprichosas masas de vapor etc., para evitar una creación irracional? No creo que esta sea la contestación adecuada; o mejor dicho la forma correcta de enunciar la pregunta.
Estimo que no es congruente aseverar que el accidente del ebrio fue “planeado” por una Inteligencia Superior, o por la economía de la Naturaleza (¿es ésta acaso una Señora Pensante y Providente?). Simplemente ha tenido lugar por una acumulación de circunstancias (empíricas, contrastables, rocosas) desafortunadas: la diosa aquí es Tyche. Por eso se llama a estos eventos “accidentes”; son ocasionales, y en absoluto necesarios. Lo que es necesario son las leyes de la naturaleza, las que descubrieron Arquímedes, Galileo, Newton, Einstein.
Si nosotros observáramos durante años y años (como lo hizo don Carlos Darwin) multitud de animales y plantas, y acumuláramos datos preciosos sobre sus estructuras físicas, sus ligeras modificaciones, sus conductas, sus patrones de multiplicación ... concluiríamos que el modo más fácil (ockhamiano) de explicar todo lo visto y registrado es: selección natural sobre una ingente cantidad de variaciones aleatorias. Ésa es la interpretación más sencilla, doctor Ockham.
¿Quizás es que Alguien (Diseñador) ha “creado” la selección natural para que en la Tierra sólo quede lo más eficaz, y así nuestro cosmos sea económico y elegante? La hipótesis es plausible, aunque el enunciado mismo parece violar la propia “lex parsimoniae”, puesto que es complicado y nada económico: multiplica el número de entes ¿sin necesidad?; para los teístas con necesidad, evidentemente.
No me parece muy apropiada una utilización del lenguaje según la cual la Naturaleza (o la Selección en ella) es ahorrativa, simple y elegante; lo que ha de serlo son nuestras teorías para explicar “lo que pasado” (incluyendo los accidentes): presencia actual de mamíferos, de aves y de Homo Sapiens. Es nuestra ciencia la que es escueta y elegante, y por ello ockhamiana, humeana, houseana; la Naturaleza sólo es “natural”.
Somos nosotros, en tanto que científicos o meros empleadores del sentido común, quienes debemos ser económicos con nuestras conjeturas. Por su parte el Universo sólo es ..., un conjunto de hechos, de acaecimientos; en cierto sentido me molesta utilizar un lenguaje que parece tan enfrentado al de las razones suficientes del gran Leibniz; pero ya avisé desde el principio que esto es un escrito en el cual los protagonistas son los pensadores afines a Edimburgo. Si a uno de estos últimos le preguntáramos Quién ha diseñado la naturaleza de esa manera tan hermosa, replicaría que nadie; y el doctor House apostillaría que tampoco nadie construyó un Programa Sobrehumano para que los accidentes de tráfico los causen los borrachos y no extravagantes objetos plásticos o implausibles vórtices.
“Las personas que quieran ver diseñadores deberían ir a Milán, y si buscan ingenieros, a Dubai, donde están construyendo una ciudad nueva completa.” Menuda frasecita acerada, ¿verdad? Pues no, no es de Gregory House, sino de George Coyne, jesuita y director del Observatorio Vaticano; ¡menudo paladín les ha salido a los neodarwinistas! Es casi tan contundente como Richard Dawkins, biólogo ilustre y pedagógico donde los haya; por cierto, sus argumentaciones contra el Diseño Inteligente son avasalladoras, dejando esta “teoría” transformada en pulpa de naranja lista para ser ingerida por el robusto estómago del neodarwinista. A falta de un episodio del doctor favorito de la Fox en el cual éste se pronuncie, no he leído nada tan convincente científica, filosófica y teológicamente.
El padre Coyne se manifestó inmediatamente, en prensa y en televisión, contra las opiniones de Schönborn, probando que la uniformidad intelectual no es ya un distintivo de la Iglesia católica. Es más, según ciertos informes Coyne afirmó que el Papa no debiera terciar en el debate porque “no tiene la menor idea de lo que el Diseño Inteligente significa en los Estados Unidos”. La expresión me parece que casi tan afilada como las que House utiliza contra su estimada y adorada jefa Cuddy; hasta tal punto, que me permito dudar en duda la fidelidad en la trascripción de las palabras del padre jesuita: no se tolera determinar lo que el Papa puede no puede hacer o decir. Hoy en día ya no es preciso colocar el cartel de ‘peligro de muerte’ (achicharramiento) para quienes tal cosa osan, pero sí, al parecer, el de riesgo de despido.
Y el resultado del desencuentro eclesiástico-gnoseológico ha sido que en el verano de 2.006 a George Coyne S.J. el Papa le ha dado el finiquito, por (según “fuentes informadas”) su postura radical contra el Diseño Inteligente; así que el Santo Padre se ha atrevido a realizar lo que la eficiente doctora Cuddy no ha tenido arrestos para hacer: librarse de un subordinado respondón y demasiado independiente. Otras versiones, más católicamente piadosas, atribuyen el suceso a la necesidad urgente de un año sabático por parte de Coyne después de muchísimo tiempo de trabajo, y al dato penoso de que sufre de cáncer; en el 2.007 el jesuita volverá al Observatorio Vaticano. Las cosas de palacio van despacio (esta vez no)..., y nunca se saben sus motivaciones; además los cortesanos no responderán abiertamente.
Hace casi cinco siglos también un Papa, Urbano VIII, se sintió aludido y ofendido por los comentarios acerca de sus opiniones científicas publicadas en un libro de título ambicioso, “Diálogo sobre los dos sistemas máximos del mundo”. Se está tranquilizando a los fieles ( y no leales) respecto a que la Santa Madre Iglesia no quiere un caso Galileo bis; todos lo deseamos. Entre otras razones porque ahora la ciencia, no sólo la fisicomatemática sino además la biológica, es inmensamente más poderosa epistemológicamente que en los días heroicos del lince toscano; enfrentarse a ella es desafío imprudente a todas luces y sombras. La teoría neodarwinista tiene cientos de miles de datos observacionales que la corroboran; la del Diseño Inteligente aparentemente sólo las pequeñas anomalías y carencias de la “otra”, i.e. cero evidencias empíricas específicas a su favor en realidad.
A pesar de las labores reparadoras del cardenal Paul Poupard, a instancias de Juan Pablo II, efectuadas por lo demás “a posteriori” (450 años de retraso), la Iglesia tuvo una penosa metedura de pata con Galileo. No importa cuantas lecturas instrumentalistas, ficcionalistas o convencionalistas hagamos de la astronomía, ni cuantos Pierre Duhem (muy ingenioso como científico y filósofo, cierto) surjan como abogados del catolicismo, era Galileo Galilei quien tenía razón y no sus inquisitoriales jueces; así ocurrió y así le pesará siempre a la Iglesia. No es muy aconsejable que ésta se suba ahora al carro mal conducido y con pésimos caballos del Diseño Inteligente, que no es mejor que el copernicanismo, la astrología, la alquimia, la teoría del flogisto, el fijismo, el lamarckismo etc. Todos deseamos que el padre G. Coyne vuelva bien recuperado, médica y epistemológicamente, y que sea innecesario apelar a los servicios profesionales de Gregory House para restablecer la salud y la cordura; ya conocemos como las gasta este sanador excéntrico e implacable con las flaquezas mentales. Yo no me atrevería a meterme con él.
Por otro lado me veo en la necesidad de conceder que el neodarwinismo es mucho más “peligroso” para la cosmovisión de Providencia, propósito y finalismo, que una hipótesis sobre el desplazamiento de cuerpos celestes; en este caso sólo bastaba con redibujar la geometría del firmamento. ¡Por qué Urbano VIII y sus obispos se negaron a algo tan poco transcendente en apariencia? En el otro caso la Iglesia debe asimilar y asumir una ciencia, concedámoslo, en la cual brota continuamente nuestra palabra talismán: casualidad. Si tú dices mutaciones azarosas y variaciones aleatorias, estás prácticamente ubicado en las antípodas de la Providencia y el Propósito (Diseño-Designio); ambas visiones del cosmos pueden compaginarse, pero hay que efectuar muchas piruetas de saltimbanqui para conseguirlo. Es absolutamente entendible la desazón de Benedicto XVI, el cardenal arzobispo Schönborn, y todo la Curia Romana respecto a la teoría sintética de la evolución; pero es lo que hay ..., a menos que optemos por arrojar la ciencia empírica por la ventana. Ése es el pavor, alarmista en mi opinión, de muchos críticos norteamericanos del Diseño Inteligente; alarmista insisto, contemplando las cuotas de audiencia de “House M.D.” en los EE.UU.
Volviendo un poco a nuestro accidente de circulación y sus causas y temas vinculados, si el pensador religioso sigue haciendo hincapié en la “evidente” elegancia y finalidad presente en el cosmos y solicita imperiosamente una justificación para ello, podríamos replicar (como el gallego) con una demanda muy distinta: ¿quién ha confeccionado tan exquisitamente nuestras teorías científicas? Pues han sido don Nicolás, don Johann, don Isaac, don Alberto, don Galileo, don Arquímedes etc.
Sé muy bien que en los debates en Historia y Filosofía de la Ciencia acerca del tema han sido (y siguen) dilatadísimos; con todo estoy convencido de que el copernicanismo era más simple que el geocentrismo; las órbitas elípticas más hermosas que el conglomerado de epiciclos+deferentes+ecuantes+excéntricas; que la explicación newtoniana de las mareas más elegante que la galileana; la relatividad especial más económica que la teoría del éter; incluso la teoría arquimediana sobre el peso más ahorrativa que la de Aristóteles sobre cuerpos leves y graves. Y sí, la teoría darwiniana es más sencilla que las de Bufón, Cuvier o Lamarck.
“Dios no juega a los dados” es un repetidísimo y comentadísimo enunciado de Albert Einstein, que además me parece otro avatar de la “lex parsimoniae”; por consiguiente otra manifestación de la regla áurea de no multiplicar los entes sin necesidad. Estoy convencido de que Ockham habría estado muy cómodo con el aserto einsteniano, y además con cualquiera de las grandes teorías científicas arriba citadas. ¿También con la darwiniana, con su aureola anti-causas finales?
Quizás, ¿por qué no?
De cualquier modo tenemos que recordar que Guillermo de Ockham es la inspiración para la mitad del personaje de Guillermo de Baskerville en “El Nombre de la Rosa”; la otra mitad, “Baskerville”, detective, ¿sencillo no? Y por otro lado House es ‘alter ego’ indiscutible (a tiempo completo, sin mitad) de Holmes; en suma, hemos encontrado una correlación que no puede ser sólo “casual”, ¡verdad! Por ende, es bastante aceptado por los historiadores de la filosofía que el pensador franciscano, con su acendrado nominalismo y sus diatribas a la metafísica tomista y scotiana, fue algo así como un proto-
empirista. Ergo, debería quizás acompañar a House en el monumento que le va a erigir la municipalidad de Edimburgo.
“¿No será Vd. por casualidad el doctor Ockham?”. La cuestión tiene lugar en alguna destacada Universidad europea de la Baja Edad Media; el demandante es uno de sus estudiantes aventajados. Por su parte el ilustre interpelado replica:
“No, no lo soy por casualidad, sino por causa de mis orígenes familiares y nacionales; y sumado a ello por prolongados y arduos años de estudio en el área de teología. Pero sí, ha sido por casualidad por lo que se ha encontrado Vd. conmigo aquí en este preciso momento.”
VI. House vs. Dios.
“¿Estoy en el Paraíso?”, pregunta la joven y bella cubana tras despertar de lo que parecía el sueño eterno, tras haber sido desenchufada de la máquina que la mantenía “viva” (un eufemismo).
“No. Está en Nueva Jersey”. Quien contesta, ¡por supuesto! Es el afamado y famoso doctor House.
La caribeña paciente de House se metió en un pequeño bote con su amantísimo marido para escapar de la isla, con el objetivo primordial de ser tratada por el ilustre galeno. ¡Hasta dónde llega el prestigio de House que hay cubanos dispuestos a ser engullidos por el piélago furioso no por el anhelo de abrir un restaurante o conducir un taxi en Miami, o quizás entrar en el servicio doméstico de mansiones de protestantes anglosajones, sino por ser atendidos personalmente por nuestro estimado sanador. Fidel Castro debe de estar aún más enojado de lo usual, si ello es posible, con los EE.UU; además de engatusar a sus amados ciudadanos con electrodomésticos, supermercados, centros comerciales, luces de neón, discotecas, automóviles y democracia a granel, ahora se permiten “ofrecer” algo de lo que la Cuba comunista siempre se ha enorgullecido: medicina excelente, y universal.
Ahora House nos va a resultar un avatar de la agresiva política de W. Bush contra Castro, refrendando que incluso en medicina los vecinos del Norte son mejores; en fin, ya hubo voces que tildaron a la Fox de contribuir descaradamente a que se proclamara la victoria de Bush hijo en Florida.
De entrada nuestro médico trata a su paciente hispana con su habitual solicitud personalizada, es decir, cero patatero; hasta que finalmente se aviene a verla cara a cara: al fin y a la postre la pobre se está muriendo. Pero hete aquí que, ¡cáspita!, la paciente respondona “resucita” con una corazón relatiendo declarado inútil previamente por varios sesudos médicos. Ante la exultación del caribeño esposo , House eleva la vista al cielo, perdón, al techo de la habitación para tratamiento con extracorpóreas del Princeton Plainsboro, y mira hacia el Topoderoso (en quien no cree, absolutamente), con expresión de: “Otra vez me has quitado el mérito, bandido”. Es francamente infrecuente encontrar un plano cenital en una serie de televisión; ello suele reservase para Welles, Hitchcock u otros maestros de la técnica y la exploración cinematográfica. La televisión es un ámbito más limitado en medios, y también en ambiciones estéticas; con todo la toma con la cámara sobrevolando la cabeza de House me parece muy acertada, incluso necesaria; ya saben Vds. eso de forma/fondo, fondo/forma y su adecuación; y esto no hay porque reservarlo sólo para “Ciudadano Kane” y tres o cuatro películas más. En fin, que las series de la caja tonta puede intentar ser a veces algo más que diálogos teatrales filmados; “House, M.D.” lo consigue, a mi juicio.
Quizás le pase eso a nuestro hombre por vivir en ... ¡Nueva Jersey!; estado víctima de incontables bromas por parte de los que viven en la Ciudad, empezando por la manera de pronunciar la palabrita, con una “jota” interminable. No voy a decir que Nueva Jersey está considerada la zona de los campuzos ignorantes, que para eso está el Medio Oeste; Nueva Jersey es la zona de los proletas, de las casas uniformizadas (por la carencia de estética e imaginación), de los individuos refractarios a la Gran Cultura, a las quinientas galerías de arte de la Ciudad con esos rascacielos que no sólo son grandes como las catedrales góticas sino asimismo renovadores arquitectónicamente.
¿Qué pinta Gregory House fuera de la Ciudad (“¿New York, New York!; y añádanle la voz de Frank Sinatra para obtener el efecto deseado), viviendo en una zona de talleres y fábricas? Él, el ciudadano de Atenas, Alejandría, Roma ... y Edimburgo. Quizás por ese atrevimiento (hybris) el Buen Dios, que no existe para House, lo ha castigado con lo que más odia: un milagro. No obstante, Nueva Jersey, aunque carece de Central Park, del Centro Rockefeller, del Metropolitan, del Gugenheim, de la Ópera, del MOMA, y de King Kong, cuenta con sus cosillas. En la localidad de Princeton, sin buscar más lejos, residió y trabajó durante muchos años un científico de mirada dulce y pelos revueltos, entregado absolutamente a la física relativa; y en un hospital de por allí ejerce un doctor de pelos también revueltos, perennemente mal afeitado y mirada de mala ..., bueno, que no es dulce de ninguna manera y bajo ninguna interpretación de la gestualidad.
Y ciertamente House no deja así el combate, ni a la cubanita, y decide examinarla de nuevo y más a fondo si cabe; y, ¡claro!, descubre una malformación en el corazón. Por supuesto de esas rarísimas, con una probabilidad estadística casi imposible, vamos de esas que volverían loco al doctor Ockham. El doctor de la Fox ha logrado lo que ansiaba, i.e. una causa natural, y ha vuelto a vencer a Dios.
Y ello lo decimos porque ya en otra circunstancia anterior de su vida se enfrentó, y ganó (médicamente) al Todopoderoso; bueno, perdón, en verdad fue en un capítulo anterior de la serie. Ciertamente es arduo en ocasiones recordar que Gregory House M.D., que tanto martillea con su negación de la existencia de Dios, no existe: es un “ens fictionis” de once guionistas y David Shore, creador de la serie. Sí, hay un Universo en el cual House no existe ....y ése es el nuestro; ¿y cómo resulta? Ciertamente más compasivo, dulce, generoso, políticamente correcto ..., y más aburrido. Puede que debiéramos llamar a don Miguel de Unamuno para que de entre la niebla hiciera real a House. Queda pendiente.
Dejemos de divagar y enfoquemos la atención hacia esa parte de su vida en la que House ..., ¡demonios! (perdón, ¡Dios!) ¡otra vez! Volvamos a ese episodio en el cual nuestro doctor se enfrenta en quince asaltos al Todopoderoso, “House contra Dios”. Comienza a todo gas, porque esto es la televisión, y no hay tiempo que perder, para que entren los anuncios en su momento; y hay que atrapar raudamente la atención del mirón, no sea que nos levantemos a buscar el postre o cambiemos de canal. Un pequeño local donde se celebra una animosa reunión religiosa, con cánticos y muchos aleluyas,; la dirige un joven, un adolescente en realidad, bien trajeado y aseado, con esa pinta sonrosada y saludable propia del Medio Oeste, que precisamente nutre las filas de la derecha religiosa norteamericana. Nos habla de cierto rey antiguo que al enfermar no pidió ayuda al Señor (¡oh incauto!) sino a los médicos (¡a quién se le ocurre!); y sigue el jovencito, aseverando que los médicos no tiene el poder de sanar, como Jesucristo, y que los científicos van por la vida con los ojos vendados. Cuando el doctor House se entere de lo que vas largando por ahí, ¡el que se va a enterar eres tú!
Seguidamente el atrevido consigue, por la fe evidentemente, que una mujer camine sin andador; para a continuación caer él mismo enfermo, y pedir a su padre, quien nunca lo deja de su lado, que llame a un médico.
Todo esto antes de los títulos de crédito; una vez más “chapeau” para los guionistas; eso se llama técnica para concitar la atención del espectador, y de manera bien rápida. Ni Hitchcock pondría objeciones.
Recordando y resumiendo un episodio que no tiene residuos desperdiciables. Boyd, nuestro joven predicador/curandero, impresiona al equipo de House (pero no a él, ¡por supuesto!) con sus buenas maneras y sus facultades; en primer lugar adivina, o mejor Dios le cuenta, la animadversión de Cameron contra Foreman por la espinosa cuestión del plagio de un artículo; y luego consigue reavivar la salud física y el estado de ánimo de Grace, una paciente (y amiga) cancerosa terminal del buen doctor Wilson (la conciencia de la serie).
La alba pizarra de House (que no es de pizarra desde luego) se llena con el tanteo del encuentro, rellenado por anónima mano: House I (acertó con diagnóstico de sodio bajo)- Dios II. Para mayor humillación del terapeuta el joven Boyd asegura que Dios le ha dicho que desea que invite a Wilson a su timba de póquer, una petición celosamente guardada entre los dos amigos.
House se recupera diagnosticando tuberoesclerosis, que ha causado un tumor en Boyd, lo cual explicaría sus alucinaciones (o visiones, según la perspectiva)...House II/Dios II.
Cuando es informado de ello nuestro sanador sigue erre que erre: que el tumor ha sido colocado en su cabeza(-ota) por el MismísimoTopoderoso, para aquél adquiera una facultad especial de “visión”; conclusión, que se niega en redondo a ser operado y perder ese especial presente de Dios. Vamos que el Señor, además de conceder la gracia, proporciona cáncer a sus devotos.
En fin, todo es cuestión hermenéutica; puedes interpretar el mismo dato observacional, un tumor, de divergentes maneras, a gusto del consumidor (de teorías y cosmovisiones). Algo que captamos estupendamente cuando Wilson es reclutado por nuestro médico de la Fox para que convenza al visionario; para el primero un tumor es un tumor, i. e. una maldita enfermedad, para el último es una herramienta divina para recoger Mensajes.
Esta parte del capítulo, intercambios dialécticos entre Wilson (reclutado por House/Sócrates por su eficacia retórica, vamos ¡sofística!) y Boyd es de nuevo digna de un seminario de postgrado en una Universidad anglosajona, departamento de filosofía, teología o religiones comparadas. Degústenlo.
¡Y otra bomba estalla ante nuestro (anti) héroe! El tumor de Grace ¡¡¡ha encogido!!! El vocablo milagro sobrevuela el entorno con poderoso aleteo de rapaz y ominosos presagios; parece como si la manaza del Omnipotente quisiera aplastar la mosca houseana ... House II/Dios III; y no se atisba en el lejano horizonte heurístico la posibilidad de que el gran patólogo iguale el tanteo; se le va el partido y la liga.
Evidentemente en el cine del Bosque de los Acebos, el llamado hoy “clásico” (a mi juicio con toda justicia estética), nunca el chico bueno era vapuleado y derrotado por el chico malo ... al final. Quizás lo que ocurre es que el chico bueno es el sanador por la fe, y no el que lo hace por contrastaciones empíricas; y que el buen Dios apoya a los chicos de Kansas (Smallville) y Medio Oeste, religiosos de la derecha cristiana y fieles votantes de Bush jr. frente a los vástagos de Atenas (¡oh pagana y funesta urbe!) y Edimburgo.
Nuestro terapeuta se halla en una tesitura de lo más peculiar, grávida de contrastes: hay que convencer al joven curandero rotundamente de que es incapaz de hacer milagros, para que admita que el tumor es sólo ... un tumor, y permite que intervenga la aplicada ciencia de la medicina. House se transforma en abogado del diablo, o de la investigación empírica, que para Boyd equivaldría a lo mismo: lo que se observa, mide, pesa, cuenta y registra (como hacen todas las ciencias) no es lo único “que hay”.
House, Caballero de la Razón que no Caballero de la Fe como Don Quijote, adalid de la Ilustración, rápidamente consigue un éxito en el campo de batalla; porque de eso se trata no lo duden Vds. Una justa a muerte entre la Razón ilustrada y científica, y la Fe religiosa anti-sensorial, en la que sólo uno de los dos contendientes alcanzará la victoria final. La parcial que ha obtenido nuestro patólogo es averiguar que fue Wilson quien le relató a Grace lo de su gran deseo de asistir a la partida de póquer de House.
El intercambio dialéctico entre los dos amigos/médicos/dialécticos nos devuelve a nuestro seminario de postgrado de teología/filosofía/religiones comparadas, con Wilson espetando esta frase a su compañero pero rival erístico: “ Si el Universo se rige por reglas abstractas puedes aprenderlas y protegerte, pero si existe un Ser Superior, estás a su merced.” Desde luego este aserto es la clave de la pieza; volveremos sobre ello.
Y de repente el joven visionario tiene fiebre, un síntoma que no cuadra en absoluto con la tuberoesclerosis; peligro total para el Caballero de la Razón científica de derrota completa, i.e. que ya ni siquiera es capaz de generar un diagnóstico aceptable.
Pero ya llevamos muchos minutos de capítulo, y evidentemente la solución (y la nueva tanda de anuncios) tiene que estar cerca; y va a llegar a través del Diálogo, y no teman Vds., no con atuendos sofísticos como casi asumió Wilson previamente ante Boyd, sino estrictamente socráticos.
Wilson(/Watson/Menón): puede que la fiebre de Boyd se deba a un “bicho” que cogió aquí en el hospital. – House (/Holmes/Sócrates): o a uno que él trajo aquí, y se lo contagió a tu paciente...
Si esto fuera un tebeo veríamos una bombilla encendida encima del dibujo de House, y en el bocadillo de las letras tendríamos otra vez “¡eureka!”. Ya estamos, ya hemos llegado; el San Jorge hipocrático y empirista va a aniquilar una vez más al Dragón de la Sinrazón y la Fe. Nueva victoria para Atenas; las dos Atenas, la del Ática y la de Escocia.
Un virus puede atacar no sólo partes sanas del organismo, sino asimismo un tumor; y un buen candidato para ello es ¡el herpes! Así que el “bicho” que trajo Boyd se comió las células cancerígenas de Grace; improbable sí, pero no imposible doctor Ockham. ¿Qué bestial ironía! Y como aditamento, una enfermedad de transmisión sexual; en fin, que ya suponen Vds. cómo, y en qué postura, la adquirió el inmaculado curador por la fe; ya no te puedes fiar ni de los sanotes chicos cristianos blancos del Medio Oeste; ¡qué vergüenza para los pastores protestantes y para los republicanos conservadores de derechas de toda la vida!
House es el absoluto vencedor de esta justa medieval ..., ¿o no tan completamente? Boyd no ha perdido en absoluto su fe, en Dios o en él mismo. Y tenemos que admitir que puede retrotraerse a lo que ya enunció antes: Dios actúa siguiendo Sus propias leyes naturales, de manera que no rompe caprichosamente el orden cósmico. Si desea comunicarse con un Elegido, le causa un tumor que altera sus funciones cerebrales habituales; “alucinaciones” grita el médico y el racionalista; “visiones ultramundanas” replica su poseedor. No hay “experimentum crucis”, ni prueba contrastada que determine rotundamente quién de los dos tiene razón.
Dios puede forjar un Universo tan perfectamente ordenado e inteligible en sus leyes naturales, que su huella creadora no es “percibida” por el observador estrictamente empírico; haría falta alguien con capacidades de detección más allá de nuestra facultad sensorial regular. Alguien como nuestro joven sanador por la fe; alguien absolutamente opuesto al obtuso y romo (extra-sensorialmente) doctor House.
Boyd mismo aseveró que Dios no anda ejecutando milagros a todas horas; por ello la fe es necesaria. ¿O quizás sí los hace repetidamente, pero sólo Unos Pocos son capaces de percibirlo?
Al final del capítulo House le exige a Chase que el anote su tanto en el tablero; claro, era él, el joven correcto y ex-seminarista, quien lo estaba haciendo. House III/Dios III. Pero nuestro héroe exige a su ayudante que quite uno de los “goles” de Dios, el referido al tumor de la paciente de Wilson; pero Chase se niega. Y es que según él la coincidencia entre el tumor de Grace Palmieri y el tipo de virus que portaba Boyd es tan sorprendente como para llamarla milagrosa; sí, un bicho vírico puede, según las leyes naturales biológicas, zamparse un pedazo de tumor maligno, pero las probabilidades de que esas dos secuencias de causas se encuentren es tan baja, como para especular con un intervención extra-natural.
Así que el joven médico insiste en que el tanteo se mantenga tal cual: empate a tres entre Dios y House. Resultado indeterminado en la ordalía medieval.
Un individuo camina por una casi vacía calle de Princeton, no lejos del Princeton Plainsboro, sin percatarse de que debido a las recientes lluvias una gran parte de la cornisa del edificio junto al que se encuentra está cediendo. Efectivamente un enorme bloque de piedra cae y va en trayectoria de encuentro con su cabeza; pero en ese instante una potente ráfaga de viento desplaza al peatón un par de metros y evita que sea aplastado. ¿Milagro?
Un físico consultado explica que el golpe de viento se debió a una extrañísima combinación de factores térmicos, generándose un aumento de la energía cinética media de cierto número de moléculas del ambiente; ello causó una pequeñísima diferencia de presiones justo en esa parte de la calle con formación de un pequeño chorro de partículas de aire justo en ese instante; las probabilidades era muy escasas, pero sin violar el segundo principio de la termodinámica ni ninguna otra ley básica de la Física ... dirá el empirista. El creyente afirmará que sólo la mano del Todopoderoso puede explicar satisfactoriamente, ¿racionalmente?, tan extravagante encuentro de causas. Todo ello no puede ser sino el Designio de Dios; nos topamos de nuevo con los paladines del Diseño Inteligente.
Pongámoslo más fácil, ¿o difícil? Nuestro viandante recibe una llamada en su móvil de un primo segundo con quien no hablaba hacía más de un año; ello produce que se detenga un par de segundos, justo para evitar hallarse en la trayectoria de impacto del bloque pétreo, que cae a escasos dos metros de él.
Azar afortunado, proclama el científico; la mano de Dios exclama jubiloso el creyente, parte del Gran Plan Divino. Porque, como si no, podría “explicarse” que un primo con quien no tienes comunicación desde hace tanto tiempo, decide llamarte de improviso justo en el instante en que ello puede salvarte la piel. No, no, no; nada de albur, es la Voluntad de Dios, quien insufló en el primo segundo el deseo de llamar y con ello salvar al viandante, para quien Dios tiene reservado otro sino que el de ser machacado por un montón de materia sólida. Dios es el dueño del destino.
¿Cuál de las dos hipótesis es la correcta, la del empirista o la del religioso? No contamos con ningún tipo de experimento para determinarlo.
Sin embargo ya hemos jugado a esto antes con House ¿no? El principio de Ockham dice que no hay que multiplicar los entes sin necesidad. En la interpretación de Boyd existe su tumor, y Aquél que decidió colocarlo en su sistema nervioso central para comunicarse con su Elegido; existe la llamada telefónica del primo, y la Voluntad Suprema que generó en la voluntad menor (la del primo) el deseo de llamar.
En House existe el tumor y el anhelo de un individuo por comunicarse con un pariente ..., no hay que proceder hacia un peldaño más elevado ni de explicación (epistemología) ni de entidades (metafísica). El tumor ocurrió, lo mismo que la extinción de los dinosaurios, la postura bípeda de un primate del este africano, y el trompazo que te pegaste ayer en la bañera; no hay porque buscar una causa ulterior, un Diseño Inteligente. El primo tuvo ganas de hacer esa llamada; no fue una Voluntad Todopoderosa la que causó que su pequeña voluntad humana deseara ..., ¡cielos! Demasiado enrevesado, demasiado complejo; viola el principio de economía al postular (arbitrariamente) más seres de los requeridos para dar cuenta de los fenómenos; esto es anti-ockhamiano, pero aún, es anti-houseano. Es inadmisible.
Todo esto nos hace comprender mejor porque Wilson reprochaba a su amigo terapeuta su miedo a la existencia de Dios. Con Éste entraríamos en el Reino de la estricta voluntad individual, del arbitrio personal; Él ha creado unos cánones naturales para que el cosmos sea inteligible y (sobre todo para el científico) previsible; pero como son “suyos”, puede en todo momento eliminarlos, o peor aún cancelarlos temporalmente. Y entonces el doctor House y sus acólitos (todos los científicos y racionalistas que en el mundo han sido) no sabrán qué esperar y el cosmos griego se transmutará en un caos hebreo.
Para Boyd (+ derecha cristiana americana + creyentes fervorosos del planeta) hay: leyes naturales + Dios.
Para Gregory House & Cía. hay : leyes naturales + 0.
La postura de nuestro galeno es más económica, desde luego, porque nos ahorramos un escalón ontológico; bueno, ¡qué digo! ¡El Escalón, el Ente!
Quien le iba a decir a esa fraile franciscano inglés llamado Guillermo de Ockham que, según ciertas interpretaciones atrevidas de su principio, el ente que está de más para entender el cosmos, ¡es Dios! Pero es que Ockham tenía una profunda Fe, y Dios lo explica todo en él. Y House, claro, carece por completo de ellade ella; así que como a Laplace, la hipótesis de Dios le es innecesaria, redundante; vamos, un dispendio superfluo en la economía globalizada de los seres y las esencias. ¡Fuera con Él!
Volvamos a repetirlo hasta que nos hartemos: si anda como un pato, tiene el pico de un pato, aletea como un pato, y hace cua-cua-cua como un pato ... ¡es que es un pato! Y no un manifestación de otro Ser, mensaje de otro Ente, epifanía de otra Realidad, nuncio de otra Substancia. Señores, es una ave palmípeda, y se acabó..., para los doctores Okham y House, al menos.
No puedo evitar (bueno, sí puedo, porque tengo voluntad individual, pero no quiero; quizás incluso llame después a mi primo segundo con quien hace tiempo que ...) comentar el dato de el virus de Boyd, sea el del herpes. ¿Qué es esto? ¿La venganza mefistofélica de los guionistas, el último clavo dorado que cierra el ataúd de la fe? Nuestro visionario podría haber atrapado el “bicho” de manera inocente, o incluso fortuita (nada de Voluntad Suprema); pero no, tiene que haberlo pillado dándose un revolcón, cuando sabemos del estoicismo sexual de la derecha cristiana. Hemos pasado de la pulcritud de Hitchcock a las rudas maneras de Tarantino; no sólo tiramos al suelo a Boyd de un puñetazo, sino que además le machacamos la cara con nuestras botas vaqueras. Y continuando con el tema, para muchos el Único Tema, resulta que Wilson también tenía un lío (sí, sí ...fluidos y jadeos; que no hablamos de nudos) con la dulce y desahuciada señorita Palmieri. La docena de guionistas de esta serie parece que quieren echar morbazo en hipérbole de culebrón venezolano
Bueno, esto es Holywood, perdón, la televisión; lo cual implica características dramáticas... esto no es la vida real. Y literariamente tiene mucha fuerza esa final humillación del sanador por la fe; a la que se añadirá la de nuestro Pepito Grillo/Wilson, que por una vez será amonestado, ¡éticamente!, por Gregory House. Asombroso en cualquier Designio Celestial imaginable.
Donde sí, creo yo, puede verse un nítido designio es en los guionistas; en el Reino de la Hermenéutica extrema nuestro joven predicador podría argüir que fue el buen dios quien le indujo el picor sexual que le llevó a contraer el herpes y así la encefalitis, a través de la cual dios le envía sus correos electrónicos. Ya saben, otra vez la (pequeña) voluntad individual determinada a seguir cierto curso conductual por una Voluntad Superior; desde luego una falta de economía epistemológica espeluznante: la navaja de Ockham cortaría esto rápidamente. Pero además ningún fervoroso conservador cristiano admitiría que Dios procede a través de senderos sexuales; ¡no!, ¡por todos los demonios! ¡Es un pato!
Igualmente ningún rabino convencería al buen Wilson que su aventura erótica con Grace fue un medio de Dios (¿el cristiano?, ¿el hebreo?) para que ésta entrara en el círculo de influencia de Boyd, su Mensajero. Tanto Boyd como Wilson son sencillamente (ockhamianamente) víctimas de sus apetitos bajoventrales, no instrumentos del Señor.
Con todo el final del capítulo vuelva a dar otro giro, ¿hacia la derecha?, y será el amigo (¿único?) de House quien lo efectúe. Sí; el judío, como dos tercios de los directivos de Hollywood y una buen fracción de los guionistas de EE.UU., creyente a su manera y que celebra las navidades además del Yon Kippur , mencionará a Dios por última vez; y no como ente superfluo, sino muy real y existente.
Gonzalo Casanova
Diciembre 2.006