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EL ESPÍA

  • gonzalojesuscasano
  • 15 dic 2023
  • 15 Min. de lectura

EL ESPÍA

 

 

 

“El Espía”, un título (no el original inglés) poco imaginativo pero directo y contundente, es un película sin grandes estrellas, aunque con actores casi siempre sólidos, y que narra, de manera casi servilmente fidedigna según sus autores, uno de los fallos de seguridad más colosales de los servicios secretos en EE.UU. Es el caso Robert Hanssen.

Ya hubo hace unos años otra película sobre el mismo personaje, interpretado en aquella ocasión por un actor famoso, William Hurt; era más larga, detenida en los detalles e incluso prolija, quizás por estar realizada para la televisión. Ésta es más concentrada, y tiene muchos de los rasgos de un policíaco o película de intriga; casi como si fuera cine de género. Y que no se entienda esto como menosprecio, porque considero que el cine negro clásico norteamericano logró una calificación de notable alto muchas veces; yo confieso mi debilidad con estos largometrajes, con una estética visual inolvidable y una narrativa briosa y archienemiga del aburrimiento. Que “El Espía” entronque, en cierta o mucha medida, con esa tradición, me parece en todo caso positivo.

Hanssen está interpretado por Chris Cooper, que no es que sea un desconocido, pero no es un actor de primera línea ..., en el cobro de grandes cheques como salario. Es un hombre que suele presentar continuadamente cara de tristeza o amargura, uno no sabe si por estreñimiento o por empatía con los papeles que le asignan. En el caso que nos ocupa, ciertamente si podemos imaginarnos a su personaje perseguido por fantasmas goyescos tras cometer su deslealtad; por consiguiente no nos parece errada la elección de este actor.

El personaje de Eric O’Neill, el joven ayudante del traidor y su némesis particular, pues fue quien llevó su arresto lo interpreta Ryan Phillippe; es un actor joven, bastante mono y más bien mediocre; uno de esos intérpretes de la nueva generación hollywoodense que es calificado por muchos críticos de “sosa”. Dura afirmación sin duda, porque comparados con Marlon Brando, Laurence Olivier, Robert DeNiro, Al Pacino, Anthony Hopkins, Russell Crowe, o Javier Bardem, ¿quién de nosotros no es soso? Con todo no retiro el adjetivo aplicado a Ryan Phillippe, ni tampoco lo separo de la joven actriz de nombre impronunciable, y también muy mona, que interpreta a su joven esposa; ninguno de los dos es malo, pero desde luego no son intensos como Chris Cooper.  O como las dos grandes damas que también intervienen en nuestra función; una, dama joven, es Laura Linney, como la jefa de O’Neill; tan guapa como siempre, y mejor actriz cada día. La otra, ya dama de más edad, es Catherine Quinlan; es una de esas actrices que llamamos, no sé si educadamente, todoterreno. La puede ver en un papel erótico, de dulce ama de casa de astronauta, de asesina, o de católica y apostólica matriarca como aquí. Te garantiza versosimilitud.

También aparece por ahí Gary Cole, que cuando comenzó en el cine y la televisión tenía cara de niño bueno y protagonista de la “peli”; luego apareció con cara de malo y asustándonos. Y ahora aparece con cara de lo que le dé la gana, porque parece sobrarle el talento a mediad que acumula años y canas.

Sí, hay un buen plantel de artistas interpretativos en la película; pero no calificaré a ésta como una de las grandes del año, o de la década, o de nada. Y de antemano les adelanto que no les aguardan planos en picado, o contrapicado, o “holandés”, o cenital, o con movimiento, o planos-secuencias, o una edición de las tomas con gran sentido del “tempo”, u originales montajes en paralelo ...; bueno de esto sí hay uno cuando O’Neill escudriña en la cartera de Hanssen para copiar unos documentos informatizados, mientras este último es entretenido por un colega que está en el ajo.

No, esta película no es de Hitchcock, Welles, Peckinpah o Brian de Palma. Es una película mucho más de historia, de texto, de diálogos; de la crónica con pocos adornos fílmicos de unos notabilísimos hechos. Al parecer éstos fueron tan asombrosos, que no hubo que recurrir a desbocadas imaginaciones de guionistas.

Hanssen entró en el FBI con poco más de treinta años, y empezó a espiar para la inteligencia militar soviética a los pocos años. Costó muchísimo tiempo, y dinero (sobornos millonarios incluidos) detectar que él era el doble agente que se llevaba buscando años. La película describe sólo los últimos meses de esta su traidora ocupación, y aún así resulta llena de suspense y peripecias.

Hanssen era luterano, y no muy convencido como apunta Chris Cooper. Al conocer a su mujer Bonnie, se convirtió al catolicismo; no sólo eso sino que entró a formar parte del Opus Dei. Éste es citado una sola vez en la película, por O’Neill; no sé si se trata de pudor, sobre todo ante cierta notoria fama de la institución tras el Priorato de Sión en “El Código Da Vinci”, o porque los guionistas y el director no lo estiman importante.

Recordando la otra versión sobre Hanssen, la de William Hurt, y leyendo una notas biográficas (Wikipedia p. e., que es siempre una buena fuente) a mí sí me parece que esta profunda fe católica y esta pertenencia a una comunidad claramente conservadora son muy pertinentes para entender al personaje y su traición. Y si no al menos (y es un menos muy mayor), para construir un atrayente guión fílmico; al fin y al cabo estamos tratando de arte, más que de la biografía de Robert Hanssen.

Hanssen le explica a O’Neill casi al comienzo de la función que los soviéticos. Frente a los norteamericanos, eran mucho más capaces, profesionales, eficaces, y sobre todo determinados a vencer;  ¿por qué no lo consiguieron? Por la falta de religiosidad. Dijera o no esto el verdadero Hanssen, que muy probablemente sí, con vistas al arte cinematográfico y dramático, ello es apasionante.

Este hombre converso al catolicismo por amor de una mujer (parece el título de una canción hortera, pero no quiere serlo), como le ocurrió a Graham Greene al cortejar y casarse con Vivian, y convencido de la radical falsedad e incluso indecencia del ateísmo ..., decide vender secretos de los EE.UU:, país en el que se menciona al Todopoderoso continuamente empezando por su Presidente, al país núcleo del descreimiento.

En la serie de la BBC sobre los espías de Cambridge conceden especial relevancia a Teodor Maly, el húngaro que fue su reclutador; en una escena éste dice que había sido sacerdote católico, pero los horrores de contempló y sufrió en la Primer Guerra Mundial, le hicieron perder la fe; aunque ganó otra nueva: el marxismo; y esta nueva creencia/ideología universal es la que consiguió transmitir a los Philby, Burgess, Maclean y Blunt. Si todo ello es una licencia de los guionistas, premio para ellos, porque es una figura de arrolladora fuerza dramática. Y yo no tengo dudas insalvables para aceptar que el tal Maly fue realmente así.

Lo mismo quiero aplicar al caso Hanssen; si no hubiera existido, habría que habérselo inventado por mor de la tragedia y el cine de suspense. Con esto no estoy condonando un mundo lleno de traidores y agentes dobles; aunque los agentes simples (como el whiskey simple) tampoco son beatos de mi particular unción.

Más datos impactantes, y con ello me separo de la película (que en muchos sentidos es una excusa para realizar estas reflexiones en voz baja); Bonnie pilló en cierta ocasión a su marido escribiendo a los soviéticos, y éste tuvo que revelar su deslealtad, como hizo asimismo a su confesor del Opus Dei.

Desde luego yo espero que algún director haga su propio trabajo, con un guión que imagino apasionante, sobre el caso de este sacerdote que averigua una felonía de calibre tal que puede debilitar la seguridad nacional, y aún así debe guardar silencio. A mí el planteamiento me parece aún más inquietante y pleno de dilemas que el de “Yo Confieso”; estoy convencido de que don Alfredo, de seguir vivo, habría comprado los derechos sobre las memorias o la biografía (o lo que fuese) de Robert Hanssen.

¡De manera que según Hanssen los soviéticos perdieron la Guerra Fría porque eran un pueblo sin Dios! Lindo modo de seguir esa convicción.

Hanssen no ha explicado nunca convincentemente los motivos de su villanía, porque sólo adujo motivos económicos, lo cual a mí me parece poco plausible.

En la película, en el momento de su detención, Hanssen larga una par de posibles motivaciones, como divirtiéndose; una de ellas es perturbadora; se trataría sencillamente de ser mejor que nadie en el juego de los espías. Todo una sección del FBI está buscando al topo, y el jefe al cargo de ella resultaba ser el propio topo; todo ello tenía que ser un tributo glorioso a la mente superior del señor Hanssen, que se convertía (“sólo para sus ojos”, bien es verdad) en el auténtico Maestro de Espías (el título de la película con William Hurt); en fin, el auténtico espía del siglo, superior incluso a Kim Philby, quien fue jefe de la sección soviética del MI5, siendo él un espía soviético. Ironías de la vida.

Quizás Hanssen se veía a sí mismo como un “Übermensch”, un ser por encima del Bien y del Mal; ya que su honda fe le impedía atentar contra los dioses, dirigía su desmesurada “hybris” (que ya es desmedida) contra todos los mediocres (y mesurados) colegas del FBI y la CIA. Raza de individuos peligrosos, que buscan afilar sus facultades de sutileza en un juego de ajedrez en el que las fichas poseen huesos y tendones, que se rompen cuando les descerrajan un tiro; sí las delaciones de Hanssen tuvieron como consecuencia algunas ejecuciones de agentes dobles. Quizás éste se dijo: era un riesgo laboral netamente asumidos por ellos; o es una consecuencia del juego y algunas fichas deben caer; o incluso un ¡se lo tenían sobrada y concretamente merecido!

Evidentemente todo esto es especular sobre la mente sinuosa de nuestro espía, pero el especular es gratis mientras no se realice con acciones de bolsa; y además potencia las capacidades del raciocinio, lo cual seguro que el propio Hanssen aprueba.

Como en las buenas novelas policíacas estamos imitando el proceder del buen superintendente de Scotland Yard, ya a punto de retirarse es cierto, pero aún profesional y concienzudo como un buen perro olfateador de la presa, y estamos a la caza y aprehensión de un ¡móvil! Los aducidos hasta ahora no parecen muy prometedores: dinero, soberbia “hybrica”. Con todo yo me apunto al segundo, puestos a elucubrar; no sé si es el más realista, pero desde luego queda muy bien como efecto dramático en un guión o novela; en fin, el arte imita a la naturaleza, ¿o era el revés?

Podría ser que nuestro doble agente hubiera sufrido una conversión traumática, tipo Saulo antes de ser Pablo, que le transformó en un marxista acendrado; ya experimentó un proceso similar al abandonar el luteranismo por el catolicismo más tradicionalista. Pero no, los indicios no apuntan en esa línea de investigación; no tenemos porque dudar de la censura honda de nuestro topo hacia el ateísmo soviético; ‘eppur’, les vendió documentación de alto nivel de seguridad.

¿Y si no hay ninguna motivación? Quiero decir racional, sensata, coherente, juiciosa; ¿hay que buscar motivo lógico a los actos de Jack el Destripador, de Hannibal Lecter, de los individuos que agarran un fusil automático y se lían a tiros con sus compañeros de Instituto o con los viandantes de la calle colindante, del caníbal azteca o de Nueva Guinea, del oficial de la SS que por órdenes puramente abre la puerta de la cámara de gas, del niño soldado que dispara ciegamente sobre el que pertenece (supuestamente) a otra etnia?

¿No podría ser que todos ellos, y Hanssen también, hayan extraviado un tornillo, o media docena, ya puestos? Puede que aquí no hay Logos, sino sólo Tuche; o peor aún un puro e insondable Chaos; quizás la mente de nuestro judas esté profundamente hecha polvo, del más fino y vaporoso, y sea imposible de reparar, como esos ordenadores de más de una década que funcionan cuando quieren (como éste en el cual estoy escribiendo este texto).

El Gregory House, que no es psiquiatra pero como si lo fuese, apuntaría que creer en Dios cuando carecemos absolutamente de pruebas empíricas y motivos racionales es asimismo insensato. Si Hanssen ya perpetró esa irracionalidad, y además doblemente (luteranismo y catolicismo), no sería un contrasentido que reincidiera, dando ayuda al bando de la Guerra Fría que más ajeno le es; la sinrazón puede llevar en múltiples yo neuróticas direcciones. Pero no, no doctor House; esto es demasiado sencillo, demasiado occamiano, y un poco cortar por la tangente. No hay que descartar todo el proceso analítico arguyendo que Hanssen es un histérico, proclive a comportamiento irresponsables; estamos próximos al precipicio anticientífico de las explicaciones tipo “virtus dormitiva” de “El Burgués Gentilhombre”; así no vale.

En su magnífica (como casi todas) novela sobre la CIA “El Fantasma de Harlot”, el recientemente fallecido e injustamente no-nobelizado Norman Mailer nos relata el proceso de adoctrinamiento de los reclutas en una bisoña institución de nombre CIA; no, no es una compañía de importación de bananas. Allí el protagonista y sus colegas escuchan que el objetivo primordial de este organismo es defender los valores occidentales, burgueses y ante todo cristianos (Mailer es judío, por supuesto) frente a las hordas bárbaras, materialistas y sobre todo ateas y descreídas de la URSS y cualesquiera de sus  adláteres marxistas, marxianos, pro-marxistas o filomarxistas; ¡a muerte contra los infieles!

Cuando leí esta parte de la novela por primera vez (pues la obra merece una segunda lectura, a pesar de su faraónica extensión), pensé que Mailer se había pasado varias villas y aldeas; con todo no dudo que posee información de primerísima mano sobre la constitución de la CIA y sus orígenes; ciertamente los reclutas eran graduados de Harvard, Yale y otros sitios de la Ivy League; y por ende básicamente WASP. Todo encaja; así es también el perfil del Pyle de “El Americano Impasible”, y del protagonista de “El Buen Pastor”.

Pues bien, también se ensambla limpiamente ahí Robert Hanssen;  no es un niño de papá rico (su progenitor era policía) destinado a una Universidad elitista de Nueva Inglaterra, pero era rotundamente protestante, nada menos que luterano, y de origen germano-danés. Son credenciales WASP de primera; incluso su conversión posterior al catolicismo se puede catalogar como un pecadillo, ciertamente venial si tenemos en cuenta que fue a la rama más conservadora y amante de la misa en latín, ¡como Dios manda! (o mandaba). Nuestro desleal era material para la CIA, o el FBI; creyente inamovible en el Todopoderoso cristiano, de raza anglo-germánica, enemigo de aquellos infieles que torpemente sustentan que la Materia es el origen, fuente, causa y explicación de todo en el cosmos; aquellos ilusos que han olvidado el dictum de Hegel, ése si es un filósofo (y teutón además) de enjundia y no el barbudo hebreo Marx, sobre la inmanencia y a la vez transcendencia del “Geist” en la Historia Universal. Ya nos lo recordó F. Fukuyama en su interesante, aunque no haya que estar de acuerdo con él, “El Fin de la Historia”.

La interrogación acerca del porqué en el caso Hanssen después de repasar sun inmaculadas creencias y credenciales se hace más urgente.

Pues bien, nuestro amiguete también su lado de perverso polimorfo; ¡ay pillín del Opus y misa en latín! Grababa vídeos de él y su adorable (e ignorante) esposa para enseñárselos a un coleguilla; el mismo a quien permitió espiar como “voyeur” irredento mientras los dos mismos agentes (no de espionaje) realizaban el “acto”, i.e. el acto más acto que se hace, el del revolcón.  Esto ya no se presenta en la película, que en tal caso sería muy prolija; tampoco aparece el caso de acoso sexual contra una de sus subordinadas; ni sus turbias vinculaciones con una chica dedicada a desnudarse, y no en la playa sino en los locales al efecto, y a las drogas.

Estos rasgos biográficos podrían volver a reflotar la tesis de que a nuestro espía se la había ido la olla debido a tanto presión que acumulaba: buen esposo, gran padre, estupendo abuelo, magnífico agente del FBI, intachable católico, impecable ciudadano de USA ... demasiado para el “body”, y el buen señor estalló, lanzando la tapa de la cacerola a los cuatro vientos de los cuatro puntos cardinales.

¿Tiene sentido? Sí; ¿es el único “sentido” de la conducta de Hanssen? Seguramente no; no lo sabremos, hasta que él mismo hable; e incluso en tal circunstancia no habría que prestarle una credibilidad del 100%; en fin, el hombre tiene la tapa del tarro mal cerrada y gotea viscosas ideas delirantes. Donde si encontramos motivo, razón y causa es en la conducta de Nick Castle, el protagonista de “El Factor humano”. De éste tenemos novela, de Graham Greene: espléndida, como es habitual; su última gran relato. Y película, mediocre, a veces acercándose peligrosamente a penosa, a pesar de (o quizás por) estar dirigida por Otto Preminger.

Castle trabaja para el Servicio Secreto Británico, y también es un traidor; pero muy distinto a Hanssen, aparte de ser un personaje ficticio (¿acaso inspirado en Philby, amigo personal de Greene?). Castle tiene una esposa sudafricana, de color, y tuvo que sufrir el acoso de las autoridades racistas de aquel país por esa relación; es más consiguió sacar del país a la que se convirtió en su mujer por medios clandestinos, apoyado por grupos de resistencia anti-apartheid, y concretamente por el partido comunista local.

Castle se sintió emocional y hondamente vinculado, y deudor, de sus amigos marxistas africanos y del comunismo internacional. Por ello decidió pagarles su deuda haciéndoles algunos “favores” de cuando en cuando, i.e. espiando; nuestro personaje es un pez pequeño en el océano del espionaje, así que los documentos que envía al otro bloque no son transcendentales.

El espectador (y lector) comprende inmediatamente los motivos, muy razonables del agente desleal; y es que debe su nueva y feliz vida en Inglaterra, con su esposa e hijo (adoptivo), a la intervención de sus “colegas” comunistas. Castle está pasando información clasificada para beneficio de unos individuos muy concretos, sufrientes del régimen racista, con quienes convivió y a quienes no puede ni quiere olvidar; la presencia de su esposa lo impediría además. En realidad Castle está siendo estrictamente leal: con aquellos que le fueron fieles y se jugaron la cárcel por librar a su esposa de represalias.

Nada similar encontramos en Hanssen, al menos a primera (y segunda) vista; no hay lealtad a sus amigos comunistas, pues carecía de ellos; ni a su mujer, que de ningún modo se aproximaba a las tesis materialistas de la URSS; ni a su ideario, más distante imposible del marxismo-leninismo. En él sólo detectamos, aparentemente, orgullo y arrogancia; y en otra hipótesis, algo peor: avaricia.

Por su parte Castle llegará muy lejos en su restitución de concesiones a los izquierditas sudafricanos; casi por casualidad, en un giro muy propio de la (buena) literatura, descubre un plan del Gobierno de Pretoria para blindar su frontera contra Namibia y otros enemigos potenciales con un sistema que incluye el uso de armas nucleares tácticas.

Horrorizado y dominado por un profundo sentimiento de responsabilidad ética, Castle lo arriesga para comunicar esa información al otro bloque; en el proceso tiene que descubrirse como doble agente y escapar precipitadamente a Moscú. Sabía que ello le costaría la separación de su esposa, la preciosa y exótica Imam, de la que efectivamente debe de ser muy difícil prescindir; pero lo asume como algo inevitable; su honor está por encima de todo.

Cualquier hijo de vecino es capaz de comprender la conducta del héroe de “El Factor humano”; sus acciones se guían por la amistad, la lealtad, el amor a su familia, incluso algo que parece trasnochado como el honor. Podría argumentarse que existe la fidelidad a la patria, pero para Castle su patria son su mujer su joven hijo, aunque no sea suyo; un tema dilecto de Greene. Éste pudo por ello congraciarse, o mejor nunca romper su nexo con Kim Philby, quien había traiconado a su país pero no su ideología o a sus amigos. Evidentemente ésta es la versión, muy ‘sui generis’, del propio Greene en torno a la conducta de su colega en el MI5.

Así tenemos al insigne escritor visitando a Philby en su exilio de Moscú, cuando ambos eran ya octogenarios, y en plena época de la Perestroika. Una decisión que, con certeza, muchos británicos no perdonaron a Greene. Igualmente el novelista, y el director Preminger, “perdonan” a Castle; yo diría incluso que lo exaltan, por sus virtudes conyugales, familiares y amicales. Sí, es el héroe de la representación.

Era casi obligado al tratar de espías traidores retornar, por enésima vez a los Cuatro de Cambridge (que fueron más sin duda), y a la perspectiva de Greene. Por ende el contraste con Hanssen, el cinematográfico y el de nuestra película, es hiriente auténticamente. Con este personaje, y persona (por los datos que tenemos), todo es traición: pura, simple, llana, cruda y cocida, directa y sibilina.  Engaña a su mujer rodándole en vídeo durante actos de gran intimidad, y relacionándose con una mujer de vida y profesión escandalosas; embauca s hijos y nietos; miente a sus colegas del FBI; traicione a su país; es desleal con sus amigos ... ¿pero los tenía?

Philby, Maclean, Blunt, Burguess, eran amigos, de una singular y extraña manera, pero sí; también lo fueron Greene y Philby, hasta el final, pues este último murió poco después de una de las visitas de Greene. Castle es amigo de los comunistas sudafricanos, que eran a su vez compañeros de lucha de su mujer. Lazos emocionales ..., ésa es la materia fundamental sobre la que se engendra la conducta humana: esto parecen decirnos todos estos individuos, reales o ficticios; desde luego Greene fue terriblemente explícito en este asunto, tanto en su obra literaria, como p.e. en sus cartas a y comentarios sobre Philby.

El protagonista de “El Fantasma de Harlot” se ve obligado a mentir y engañar a amistades y amantes durante el desempeño de sus misiones para le CIA; pero se trata de los convulsos años de una Guerra Fría bastante recalentada; es un hombre que tiene que moverse entre exiliados cubanos en Miami, intervenir en la planificación del desembarco de Bahía de Cochinos, relacionarse con jefes mafiosos, reclutar nuevos agentes por doquier etc. etc. Pero todo lo hace por su glorioso país, y por su organización; para defender el cristianismo y el espiritualismo de la degeneración materialista, que amenaza con engullirse el mundo. Sus principios políticos y morales son claros, y su conducta a veces implacable, en aplicación ajustada de tales principios.

Hanssen parece otro tipo de especie, otro phylum en el universo del espionaje, ya en sí poco paradigmático éticamente. Algunos datos nos orientan en la línea de que era un ser frustrado por la falta de reconocimiento de sus méritos en el FBI; como revancha habría decidido pagar con la misma moneda de la injusticia y deslealtad. Como hipótesis a mí me vale; es “explicativa” de una conducta. Ahora bien, también me sirve la de que era un enajenado mental, que no sabía exactamente lo que quería y lo que hacía, como el perturbado que sube a un edificio y comienza a disparar a desconocidos peatones con un rifle de mira telescópica.

La necesidad de comprensión y explicación es muy propia de psicólogos, metafísicos, teólogos ... y analistas del FBI. Hay que ‘entender’ las razones del comportamiento incluso del más estrambótico de los individuos. Ya el Filósofo, nuestro querido tío Aristóteles, el tío favorito de todos los intelectuales occidentales, creía firmemente que las causas finales regían la Naturaleza; no en vano su padre fue médico. Y si las hay en el cosmos tanto orgánico como inorgánico, también tiene que haberlas en el “universo” de lo humano; hay que buscar el ‘logos’ aunque parezca encontrarse ausente. En fin, que psicólogos, analistas y novelistas seguirán intentando comprender a Hanssen; y a Philby, y a Burguess... Pero, ¿toda conducta humana es 100% por 100% entendible?

 

 

 

 

                                                                     Gonzalo Casanova

                                                                               Dic. 2.007

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