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“EL PODER Y LA GLORIA”. GRAHAM GREENE Y MÉXICO.II

  • gonzalojesuscasano
  • 15 dic 2023
  • 95 Min. de lectura

VII.

“El Fin de la Aventura” es una de las indiscutibles obras maestras de nuestro escritor, y tiene un planteamiento parejo a los que hemos tratado más arriba. En ella Bendrix, el escritor ateo y  algo cínico muere durante un bombardeo en los momentos duros del `blitz´ sobre Londres; su amante Sarah, firme católica, pide al Todopoderoso que le devuelve a la vida a cambio de lo que ella más estima: su propio amor por él. El “milagro” ocurre, y Sarah abandona a Bendrix, el cual queda altamente conturbado y necesitando angustiosamente una explicación del proceder de aquélla. Cuando aquélla muere a su vez Bendrix descubre su sacrificio a través del diario que dejó tras de sí, y su perplejid como descreído no tiene límites, más aun cuando es testigo de dos curaciones milagrosas en personas allegadas a Sarah. ¿Será ella quien tenga razón en su fe inconmovible, y no él con su moderna y científica carencia de ella?

Una obra admirable, y digna de ser leída y degustada lentamente, como un buen café. Con todo, para nuestros propósitos aclaratorios (y comparativos) de la religiosidad de Greene, es más oportuno ahora mismo reseñar su pieza teatral “El Invernadero”; su dimensiones más reducidas, y su concisión, nos la presentan como más adecuada para el análisis conceptual.

H.C. Callifer, renombrado portaestandarte del ateísmo (más que agnosticismo) cientificista, está agonizando en su señorial residencia no muy lejana a Londres. Evidentemente está allí su familia inmediata, con una excepción, su hijo menos James (hombre ya de mediana edad); desde el primer momento hay una atmósfera de situación no transparente en el acontecer de esta familia. Anne, trece años, hija del primogénito de los Callifer, John, se siente más que infantilmente intrigada por esa renuencia a comunicar a James el estado cuasi-final de su padre; tanto es así que le ha mandado un telegrama para que acuda. Anne es un personaje con papel de pivote en la trama; un metomentodo, que todo lo escucha y lo averigua, una deliciosa brujita adolescente que hurga en llagas emocionales de todos los presentes; ella es durante muchas secuencias la verdadera conductora del relato, que sin su intervención no avanzaría en absoluto. Acierto pleno del autor inglés en su confección, dando un rasgo de ternura a una comunidad doméstica que lo precisa urgentemente.

James es un individuo solitario, incluso huraño, que porta un sombra de tristeza y desapego; trabaja en un periódico de Nottingham, vive en una modesta pensión, y su patrona tiene el hábito de alimentarle con salmón enlatado, que frecuentemente acaba comiéndose su perro Spot (“Mancha”), y enfermando a continuación. Todo ello no es fabricación literaria, sino exactamente lo que cuenta en “Una Especie de Vida” sobre sus días en Nottingham, desde luego mucho más joven en aquellas fechas que su protagonista James Callifer; no es Greenelandia, sino la vida de Graham Greene. Éste concretamente estuvo de subeditor, sin sueldo, en el `Nottingham Journal´, que frente al `Nottingham Guardian´ era la publicación menos seria; ¿prueba? Las patatas fritas compradas en los puesto de pescado, nos informa, se envolvían siempre en el `Journal´. Nottingham también será el escenario (denominado Nottwich) de “Una Pistola en Venta”, un Entretenimiento nada superficial (Greene nunca lo es); y también de allí será el Sr. Tench de “El Poder y la Gloria”; importante localidad por tanto para el autor británico, no en vano en ella se convirtió al catolicismo.

Sara, la ex-mujer de James, que aún le añora y lo ama, lo define (ante el propio retratado) como una persona que necesitaba Nada, que buscaba Nada, que amaba Nada; sentía Nada, porque no estaba vivo. ¿Nos recuerda esta descripción tal vez al Antoine Roquentin de Sastre? Mejor aún se empareja con ese personaje que Camus bautizó como “El Extranjero” (o mejor “El Extraño”), que también estaba absolutamente vacío de emociones; su novela se publicó diez años antes que la pieza de nuestro escritor, por lo que ambas se incluyen dentro del mismo universo cultural. “¿Por qué existe el Ser más bien que la Nada?” se preguntaba otro existencialista, Martin Heidegger, en “¿Qué es la Metafísica?” ¿Será capaz Greene de darnos la respuesta?

La desorientación emocional de James se nos hace más coherente cuando asegura que carece completamente de recuerdos anteriores a sus catorce años. Todo lo relativo a él es intrigante como en un relato policíaco; gran parte de la fama literaria de Greene proviene de este género, y no es infrecuente que utilice la técnica propia un relato de suspense para narrar sus historias más comprometidas. La parte central de “El Poder y la Gloria”, en que la huida del sacerdote deviene más acelerada y agobiante por la estrechez del cerco, sigue esa estructura novelesca; ello no disminuye lo dramático y trascendental de los eventos, sino que los envuelve en una forma ágil y cautivadora para el lector.

Anne, siempre buscando desenrollar el ovillo, le pide a su tío James que lleve agua para “Spot” ( por cierto, el perro de Graham se llamaba Paddy), que está encerrado en el invernadero. La primera vez que la niña mención aquél, antes de la llegada de James, hubo un silencio de camposanto en la mansión; ahora James experimenta pavor de acercarse a ese lugar; la intriga policíaca es creciente. Tanto que el protagonista, con la acción ubicada ahora en Nottingham, está más que empeñado en desentrañarla, con la ayuda siempre presente (aunque no solicitada) de su sobrina. Ésta, detective no contratado y a la vez “deus ex machina”, ha citado a la Sra. Potter (un nombre muy ajustado para un drama que se titula “The Potting Shed”), la viuda del antiguo encargado del invernadero. Ésta, aseteada a preguntas por James, menciona dos nombres: el de William Callifer, el tío sacerdote, y el ¡Lázaro! El suspense termina, pero tras descorrer la cortina que oculta la verdad (“aletheia”) encontramos no un misterio para Scotland Yard, sino otro teológico. Greene es realmente atrevido al meterse de pleno en un acontecimiento tan poco plausible, aun para ciertos creyentes.

La Sra. Potter afirma que según su marido, fue él mismo quien encontró al adolescente James en el invernadero, ¡colgado de una cuerda!, y ya absolutamente exánime. Más tarde llegó el padre Callifer …, y hasta el día de hoy.

Y por fin llega la escena cumbre de la pieza y de llega al final del laberinto. James visita a su tío William, un  sacerdote no muy ejemplar debido a su afición (¡cómo no!) a la bebida; tenemos otro cura del whiskey, que esconde una botella del ansiado bebedizo tras un tomo de la “Enciclopedia Católica”. Ayudado tío y sobrino por el consumo alcohólico, que suelta sus lenguas y sus memorias, ambos consiguen recordarlo todo, fundamentalmente el tío desde luego. Éste quería enormemente a James, como a un hijo (¿por qué no?), y casi lo había conducido hasta la fe religiosa; sin embargo existía un rival dialéctico incomparablemente equipado de convincentes argumentaciones: H. C. Callifer. Éste fue tan destructor con su bisturí cientificista y racionalista con la tímida fe que brotaba de su hijo, que éste concluyó emocionalmente aniquilado; y sólo entrevió como recurso la cuerda del suicida. El padre Callifer, desgarrado hasta el paroxismo, le pide a su Dios que devuelva la vida al inocente a cambio de lo único valioso que él posee: su fe. El paralelismo con Sarah (otra, la de “El Fin de la Aventura”) y Bendrix es bien reconocible.  

Ciertamente el sacerdote ha reconocido ante su patrona que hace treinta años que perdió toda creencia; ¿por qué? Tras la visita traumática de James lo sabe; la rememoración por fin llega para ambos sufrientes, y James deja a su tío rezando de verdad.

¿Exagerado? ¿Tremendo? ¿Absolutamente inverosímil? Así es esta obra, y también la muy similar en temática (como hemos comprobado) “El Fin de la Aventura”; así es Greene, y un no pequeño número de sus textos; no siente escrúpulos literarios ante lo que bordea lo milagroso, y no se asusta ante la posible burla hiriente del agnóstico y el develador de supersticiones, como H. C. Callifer. Un escritor valiente con sus convicciones católicas, bagaje primordial no solamente para su comportamiento, sino también para su aportación a las bellas letras. Por eso, Sr. Greene, puede y debe Vd. ser llamado escritor católico; por eso aquél día de 1.926 en que fue bautizado Vd. por el buen padre Trollope, ex-actor, se encuentra en los textos de historia de  la literatura inglesa del siglo XX.

El padre Callifer ante el cuerpo sin vida de su sobrino exclamó: “Quítame lo que más quiero. Quítame mi fe, pero déjale vivir.” Ayudados por él whiskey y espoleados por la tensión del reencuentro ambos protagonistas del evento en el invernadero son capaces de recordar, por fin, esa frase de súplica; la cual Él satisfizo plenamente. Treinta años después W. Callifer es capaz, tras la visita de su sobrino, de retomar su fe; y James se siente con fuerzas para retomar su vida personal.

En “La Peste” Paneloux pidió sencillamente: “Dios mío, salva a este niño”. Pero Dios no lo concedió; a pesar de ello el jesuita no perdió la fe, como W. Callifer. Quizás, podría explicar Greene, era necesario que ofreciese a Dios algo valiosísimo, como su fe y habría obtenido la vida del inocente. Uno pierde la fe y ello a causa de un milagro, que es la prueba definitiva y concluyente de que el creyente está en la verdad; el otro no la pierde ante un acontecimiento trágico más que manifiesta el silencio de Dios, ¿o quizás su inexistencia? Paradojas, o simplemente los caminos del señor. James dice a Sara, en la mansión de la familia, poco después de su `descubrimiento´ : “No podría creer en un Dios tan simple que pudiera entenderlo”. Esto podríamos haberlo encontrado en los labios de Paneloux, durante su sermón último: no comprendo por qué Él permite la muerte de un niño inocente, pero aún así creo en Él y le amo; ¿quién podría odiarle? ¿Quién sería capaz de cuestionar `Sus´ razones para el gobierno del cosmos?

Al presentarse James en casas de su madre, equilibrado y sereno como nunca jamás, y armado de una arduamente ganada seguridad (su nueva fe en Dios) decide confrontarse conBaston. Éste, discípulo predilecto y heredero intelectual de H.C. Callifer, fue el primer médico que vio a James tras el `incidente´, y asevera terminantemente que no estaba (ni está) dispuesto a admitir el milagro. “Sencillamente diría que tendríamos que redefinir nuestros términos – los conceptos, vida y muerte”.

Si esta sentencia nos resulta familiar es porque oímos algo muy similar de labios del cura de whiskey al referirse a los médicos cientificistas: “Estas cosas no son milagros, se trata simplemente de que hemos ampliado nuestra noción de lo que es vida”. Este clérigo opina que Dios no está “silencioso”, sino que habla bien fuerte a través de sus intervenciones muy mundanas y temporales, que incluyen saltarse las barreras de la mortalidad; James Callifer está en la misma posición ideológica, o mejor dicho, de fe. Y estamos seguros que del mismo modo pensaba, sentía, Graham Greene; al igual que Rieux, él pide que Dios se muestre, salve a los bienaventurados y atienda nuestras peticiones más sinceras. La diferencia entre ambos es que el inglés opina que las pruebas de Su presencia son abundantes.

James es muestra viva de esa exigencia de los empiristas: “miradme; hay resurrección, y hay Dios por tanto”. Precisamente por ello, porque dinamitaba todas sus teorías y el contenido de todos sus libros H.C. Callifer condenó a su hijo (y asimismo a su hermano hacedor de milagros) al ostracismo; su propio hijo amenazaba toda su cosmovisión cientificista, tecnológica y atea. Todo el rascacielos doctrinal del gran pensador tendría que ser tumbado, y comenzar una nueva construcción con los cimientos proporcionados por los dogmas (para él supersticiones, antiguallas intelectuales) de la Iglesia de Dios. H.C. Callifer no tuvo arrestos, o energía mental suficiente para este retorno al “mythos”, y cerró las puertas de su casa y de su corazón a su propia sangre.

Al final de la obra la Sr. Callifer rememora el caso de cierta joven de la aldea, a quien se creyó muerta, pero … aparentemente no lo estaba. ¿Quién sabe? , se pregunta, quizás tales eventos ocurren por doquier, y continuamente. De esa partida son los protagonistas de “El Poder y la Gloria” y “El Invernadero”, y presumiblemente su autor; y no están dentro de ella ni el doctor Rieux (y Camus mismo) ni el teniente de policía mexicano; tampoco se engloba en el grupo `creyente´ Teodor Maly, ex-sacerdote, bolchevique, controlador de espías de Cambridge. Aquél que pidió lleno de congoja el milagro en las trincheras, y más tarde en los inmundos campos de prisioneros de la Gran Guerra; y no le fue concedido, como a W. Callifer o a Sarah, la amante de Bendrix (“El Fin de la Aventura”). Dios guardó silencio, y un húngaro desesperado cambió la doctrina cristiana por la comunista, la Parousía por la Sociedad Sin Clases. ¿Ambos milenarismos?

Ahora que llevamos ya algunos años dentro de un nuevo milenio resulta apropiado recordar las connotaciones de éste dentro del territorio del “mythos”.

El milenarismo o quiliasmo fue una doctrina bastante extendida entre las primeras comunidades cristianas, según la cual la Segunda Venida de Cristo (Parousía) sería continuada por Su Reinado de mil años; sin género de dudas época de justicia absoluta, ausencia de desgracias y bienaventuranza completa. Es claramente el equivalente a la Edad Dorada de la mitología clásica; la persistencia de este tipo de creencias en muchas religiones lleva a pensar que tratamos con temas del inconsciente colectivo, parejos a arquetipos jungianos que conforman la psique de todos los mortales.

Por supuesto el milenarismo implica una alteración brusca y dramática del devenir de la Historia, contemplada por estas corrientes como plena de infortunio e injustitas no reparadas. Los milenarismos (como argumentamos, no son sólo un fenómeno cristiano) no resultan excesivamente atractivos para los satisfechos con su actual condición, los ricos y poderosos, los detentadores de la propiedad y del gobierno; son los descontentos, los desprotegidos quienes se suman a los impulso quiliásmicos.

Después de la muerte de Jesús los cristianos, asediados por el imponente Imperio y poco numerosos, esperaban una casi inmediata Segunda Venida de Cristo, quien los libraría de su condición de parias. Los montanistas estaban seguros de que ello ocurriría dentro su generación, por lo cual era preciso estar absolutamente preparado. Sin embargo cuando el cristianismo empezó a extenderse resueltamente también entre los ciudadanos romanos, y ya no era una religión marginal y en peligro de extinción, el tirón ideológico del milenarismo disminuyó drásticamente, y los montanistas (entre los que se encontraba Tertuliano) fueron declarados herejes.

Es cierto que existe también cierta imprecisión respecto al contenido del quiliasmo, puesto que unos estimaban que el millenium comenzaría con la Parousía, y sólo tras él llegaría el Juicio Universal. Otra interpretación aseveraba ambos acontecimientos serían contemporáneos, con lo cual el millenium sería el Reino de los justos, con el cristianismo expandido por todo el globo, e imperando la Iglesia; sólo después de esos mil años llegaría Nuestro Señor. Otro grupo estaba convencido que el arranque del millenium coincidiría precisamente con el año mil de muestra era, algo que no se afirma taxativamente en ningún momento en la Biblia.

De cualquiera de las maneras el milenarismo promete una eliminación de los males que lastran las existencias de los cristianos, convirtiéndolos de corderos sacrificados por romanos y paganos en general, en receptores de todos los dones y rectores de la sociedad. Son aspiraciones rotundamente utópicas, y el milenarismo apela a nuestros más hondos deseos de un mundo mejor, que no esté lleno de nuestros gritos y nuestras lágrimas de inocentes pisoteados.

El texto principal para estas opiniones es, ni que decir tiene, el Apocalipsis; pero éste a su vez bebe de tradiciones antiguotestamentarias, concretamente el Libro de Daniel, en el cual se menciona al Hijo del Hombre; éste se convertirá en el Nuevo Testamento en Jesucristo, que corregirá todo lo odioso urdido por los romanos, los seléucidas, los babilonios, los persas, los asirios o quienesquiera que aplastan con su bota a la comunidad de los Elegidos.

Si el Juicio Final indica verdaderamente el fin del mundo, cuando aparecerá una nueva realidad de otro nivel ontológico, podríamos argumentar que el millenium será el Fin de la Historia. Con ello queremos expresar el acabamiento de una estructura de acontecimientos en los que los amados de Dios no representan, en absoluto, el papel principal y más aclamado. Con el millenium, ¡al fin!, cambiarán las tornas, y los limpios de corazón (los cristianos, o los hebreos de Daniel) ocuparán la posición social que se les debe como los más queridos por el Todopoderoso. Aspiración constante en los seres individuales y las comunidades humanas en casi todas las épocas, no restringible por tanto a una sola religión como categoría psicológica.

Tras la caída del Muro de Berlín F. Fukuyama publicó un leidísimo artículo con el revelador título de “El Fin de la Historia”; el mensaje era que tras el declive económico, político, y sobre todo ideológico de la URSS, el pensamiento liberal-burgués occidental ya no tenía ningún rival. La lucha de las ideologías había llegado a su conclusión, puesto que sólo una de ellas sobrevivía, y por añadidura con excelente salud, acompañada de pujanza económica no alcanzable ni de lejos por el “otro” lado. El marxismo, bien como teoría filosófica bien como modo de producción, estaba en los postreros estertores.

Es instructivo, e irónico asimismo, que en los años treinta el influyente filósofo A. Kojève (como nos lo ha recordado recientemente A. Glucksman) mantenía que ya estábamos próximos al Fin de la Historia, que surgiría de la Rusia soviética; es penoso recordar que en esos años el supremo dirigente de la URSS era Stalin. Sin embargo está no fue la posición intelectual definitiva del pensador ruso-francés, quien no mucho después del fin de la S.G.M. aseguraba que los EE.UU. eran el modelo para lo que sería la sociedad post-histórica. No debemos sorprendernos por ello, puesto que Kojéve fue siempre un hegeliano, más que un marxiano. Fue precisamente Hegel quien, tras la batalla de Jena, viendo al triunfal Napoleón aseguró haber contemplado “la Razón a caballo”, i.e. al portaestandarte de los postulados de la Revolución francesa; a partir de entonces se inicia la post-Historia, con la diseminación imparable de los valores de la democracia liberal y la racionalidad ilustrada. Así de atrevida y arriesgada es la teoría del metafísico alemán, versión Kojéve, quien la comparte además; otro autor no muy alejado ideológicamente de todo lo anterior es el propio F. Fukuyama. Cuando este último publicó un libro con el mismo título que su seminal artículo, citó ampliamente a Kojéve, con el rango de uno de sus maestros inspiradores. Incidentalmente, éste terminó sus días como funcionario de la Comunidad Económica Europea, una institución que a su parecer manifestaba muy bien estos tiempos post-históricos en los que deberá extinguirse esa vetusta institución de la nación-estado.

¿La sociedad soviética es el Fin de la Historia, a pesar de las purgas, los campos de concentración, las hambrunas, las matanzas de campesinos, las violentísimas colectivizaciones forzadas y las deportaciones masivas? Muchos lo creyeron así, y no todos eran proletarios o labriegos paupérrimos que sólo podían ganar con el estalinismo, puesto que perder no puede quien nada posee más que su miseria. Muchos miembros de las clases instruidas, numerosos intelectuales, tenían la creencia de que Lenin había empezado a marchar en el (posiblemente dilatado) camino hacia la Utopía. ¿A dónde nos transporta todo este torrente conceptual ? Más o menos a las siguientes ecuaciones: la Dictadura del Proletariado es el millenium (con la Parousía), y la Sociedad Sin Clases es el Paraíso (tras el Último Juicio). En éste los obreros y campesinos (no ya los cristianos) serán felices por los siglos de los siglos (sin que sea permitido añadir como coletilla amén), exentos de la alienación mental y la explotación económica, los nuevos azotes tras los imperios babilónico o romano. En España Juan Aranzadi fue de los que apuntó hace ya dos decenios que el marxismo puede ser caracterizado como una doctrina milenarista, si estudiamos detenidamente todas las nociones que comparte con el quiliasmo cristiano; es una analogía muy osada, tanto como la afirmación de Hegel (Kojève, ¿Fukuyama?) según la cual la historia finalizó en 1.806, pero igualmente fértil en jugosas consecuencias.

Entre los coetáneos de Greene que defendían el carácter utópico-remediador de todas las injusticias del marxismo-leninismo-estalinismo estuvieron, ¡cómo no!, los cuatro de Cambridge, y el antiguo sacerdote Teodor Maly. “KGB. La Historia Interna” recoge las declaraciones escritas de dos periodistas, uno nortemericano y otro británico,  de la época que fueron testigos del asombro admirativo de muchos jóvenes universitarios occidentales al visitar la URSS estaba políticamente “del otro lado”, por lo que era esperable que atribuyeran tamaña loa de los aciertos de los planes quinquenales a ceguera económico-social, o más sencillamente, a ingenuidad de chico explorador de Kansas.

El periodista inglés citado es Malcolm Muggeridge, quien se espanta ante esos “peregrinos” occidentales que no “ven” el militarismo rampante del estado soviético, la arbitrariedad de los juicios sumarísimos, las cochambrosas casas de vecinos, la supresión de la democracia representativa y de la libertad de cultos  etc., y sólo contemplan en dulce y arcádico milenio socialista. Muggeridge se encontraba en Ucrania mientras azotaba la hambruna, y poseía pleno conocimiento de que fue causada no sólo por la mala gestión agrícola, sino por la decisión del máximo dirigente de seguir exportando grano, cuando éste podía haber sido distribuido entre sus conciudadanos; así lo repetía en  1.983 (cincuenta aniversario de la hecatombe) a un periodista ucraniano. Para él era (y siempre fue) un despropósito abrumador colocar junto a la estructura social estalinista el sustantivo “milenio”. Este periodista y comunicador inglés sufrió él mismo una curiosa peregrinación doctrinal, puesto que a la (tomamos prestado el término de un comentarista favorable) “tierna” edad de setenta y nueve años se convirtió al catolicismo junto con su esposa. Esta decisión se tomó, en gran medida, después de haber conocido a cierta monjita albanesa que dirigía una comunidad ejemplarizante en la azotada Calcuta, y establecer con ella una relación de amistad fraternal; Muggeridge tiene gran responsabilidad en haber convertido a la hermana Teresa en una celebridad, tras su reportaje y su libro acerca de los espléndidos y altruistas logros de aquélla.

Como el globo da vueltas y más vueltas, y más en setenta y nueve años, Muggeridge se desempeñó en otra profesión durante los años cuarenta: trabajó para el SIS en Lourenço Marques. Él es la segunda “deliciosa asociación” a la Sección V que menciona en su libro Kim Philby; la primera, recordemos, era un tal Graham Greene, en Freetown. Los tres coincidieron físicamente en Londres en 1.944, por lo cual Norman Sherry titula (muy literariamente) un capítulo del segundo tomo de su biografía “Agentes Tres: Greene, Muggeridge y Philby”. Un converso católico, un indiferente religioso, y un (oculto) creyente en el milenio comunista; extraño triunvirato.

En 1.934 Guy Burgess visitó la URSS y no “vio” lo mismo que Muggeridge, sino la cercanía del Fin de la Historia via comunismo estilo georgiano de acero; y al volver se involucró determinadamente en la “guerra secreta” contra el capitalismo y los portadores contemporáneos de la Carga del Hombre Blanco. Por mucho que buscáramos es difícil que nuestras pesquisas nos presentaran mejor demostración de lo subjetiva que es la percepción.

En otra línea argumentativa es necesario comentar que resulta un tanto chocante que una obra como “KGB …” emplee a menudo términos como milenio, sentimiento de culpa, pecado, expiación, conversión, fe et alia. `A priori´ no es el vocabulario adecuado para un libro sobre, presumiblemente, implacables agentes de la servicios de seguridad soviéticos. Pero los hombres, y los espías, encuentran sus motivaciones en conceptos como los arriba citados, y los estamentos (o estados) capaces de generarlos y mantenerlos conseguirán los mejores informadores. De ese modo la peculiar biografía y camino de expiación a través del espionaje bolchevique de Maly no posee el rasgo de la excepcionalidad; también los Cuatro fueron arrastrados por reflexiones altruistas acerca de la situación de la economía política en la esfera occidental y en la soviética.

Hasta el momento de la huida de Philby a Moscú si hubiéramos realizado una encuesta a personajes públicos acerca de quien era el espía del siglo, la mayoría habría contestado con seguridad: Richard Sorge. Éste, aunque nacido en el Cáucaso de madre rusa, poseía la nacionalidad alemana, debido a que era la de su padre. Aunque estudió en Alemania y combatió por ella en la P.G.M. llegó al convencimiento teórico de que el viento de la Historia Universal soplaba en dirección de la sociedad sin clases; se “convirtió” al marxismo y comenzó su cometido de informador para el lado de Stalin. Individuo brillante, de gran encanto personal (para las mujeres también), consiguió un trabajo en Tokio como corresponsal; su habilidad en el trato de gentes le reportó una privilegiada amistad con el embajador alemán, de quien se convirtió en una especie de amistoso consejero personal. Pero no acababan ahí sus méritos; Sorge había reclutado para la Causa durante su previa estancia en China a otro periodista, japonés, con vínculos directos entre la cúpula política del Imperio. Como resultado de tan medidos y sutiles movimientos de ajedrez, Sorge estaba obteniendo información no sólo de la geoestrategia alemana, sino de las intenciones militares niponas respecto a la URSS. El fruto que entregó la red de espionaje fue inigualable; por una parte se informó al NKVD de la Operación Barbarossa, i.e. la invasión de Rusia en junio de 1.941; y por otra se transmitieron informes fidedignos sobre las intenciones japonesas de atacar las posesiones occidentales en el sur (británicas y americanas) en el Pacífico, y no los territorios de control soviético en el Oeste (Siberia). Eran de informes de inteligencia de valor incalculable, debido a que con ellos las divisiones soviéticas podían concentrarse absolutamente en repeler el embate nazi, abandonando acuartelamientos en el otro extremo del suelo patrio. El comentario anexo, necesario, es que Stalin no confiaba demasiado en los datos extraídos por la red de Sorge …, hasta que los acontecimientos le estallaron en la cara y los soldados alemanes casi se le meten en el Kremlin. Pero fuera cual fuese la evaluación de los documentos de Sorge, su calidad era incontestable; ¿como describían a aquél sus más cercanos (no los alemanes nazis, desde luego)? Como un romántico, un idealista, un entregado a la instauración de sistema marxista en todas las sociedades conducta de máxima traición (o fidelidad a la verdadera meta, el Fin de la Historia) no se encuentran en el soborno por el vil metal, o el chantaje por oscuros e inconfensables actos pasados. Sorge murió (ajusticiado por los japoneses en 1.944) ufano de su comportamiento, y de su habilidad para engañar a los explotadores burgueses-imperiales de ambos extremos del globo.

En cuanto a Philby ya nos contó en “Mi Guerra Silenciosa” el escándalo moral que le produjeron los gobiernos de Baldwin y Chamberlain; más tarde, ya dentro del aparato del Estado por pertenecer al SIS, entendió cristalinamente que Inglaterra anhelaba derrotar a Alemania para restaurar el status quo. Ello quería decir una Europa controlada por ellos y por Francia, apoyando política, económica y militarmente a toda una cadena de monarcas y oligarcas, grandes duques y pequeños barones, dictadores y tiranuelos …, que mantuvieran bien sujetos a sus súbditos (es decir,  con escaso derechos civiles), con lo cual se construiría el habitual cordón sanitario frente el terrible Demonio Rojo. Encontraríamos así un nuevo “limes” frente a los bárbaros, una serie de fortificaciones (países) de defensa frente a las embestidas de esos semi-civilizados que aspiran (¡habrase visto tamaño atrevimiento!) a distribuir la propiedad de las tierras y las fábricas.

Cuando las tropas británicas terminaron su labor de contribuir a la “liberación” de las tribus árabes del yugo turco, procedieron a establecer un nuevo pacto con la administración francesa para repartirse las regiones emancipadas de los otomanos en áreas de influencia. Lawrence de Arabia, uno de los participantes esenciales en esa campaña, quedó escandalizado de tal maquiavelismo y se sumió en un abatimiento depresivo que probablemente permaneció con él el resto de sus días. Una vez más el Hombre Blanco había aceptado su Carga, y su Destino Manifiesto, en perjuicio de otras comunidades. Philby revela en su libro la firme resolución de participar en una “guerra” contra esos abusos de máxima inmoralidad, y no mantenerse como pasivo espectador. Ese coraje y fidelidad es lo que le ganó la admiración de por vida de Greene, porque Philby no perseguía la ganancia personal sino el Grial del millenium en este mundo económicamente alienante.

En el otro lado del espectro O. Gordievsky, uno de los autores de “KGB…” no tomó la decisión de hacerse agente doble a favor del SIS por dinero, sino por la pérdida de la fe en el futuro histórico propuesto por la URSS, en especial a partir de la llegada de tanques rusos a las calles de Praga en 1.968. Ya no creía en el milenio comunista, y se transformó en un converso del otro modo de producción, económica y política.

La doctrina quiliásmica puede ser más útil epistemológicamente para comprender las acciones (y convicciones) de los espías de Cambridge, que textos sobre microfilms, técnicas de camuflaje urbano, maniobras de distracción, transmisión de mensajes cifrados o métodos para resistir los interrogatorios. Una firme creencia utópica en el comunismo tiene la virtud de hacer razonable (ética) la traición al propio país, que en verdad no es tal, sino lealtad a una más elevada categoría: la sociedad comunista internacionalista y no clasista.

Por supuesto que las motivaciones son siempre complejas de analizar, y a veces casi indetectables; si no, ¿como pudieron los cuatro (o mejor los Cinco Magníficos) esconder tan hábilmente sus motivaciones marxistas, tras una fachada de burgués patriotismo al Imperio y al Destino (también manifiesto, como en el caso americano) del pueblo anglosajón? Los psicoanalistas con certeza se inclinarían a una explicación partiendo de la sexualidad desviada, y por tanto inaceptable para los estrechos patrones burgueses de aquellos días, de tres de los cuatro. Burgess era un activo y depredador homosexual; Blunt uno mucho más comedido y prudente, por tanto casi críptico; Maclean era bisexual, y posiblemente el más inseguro de los tres respecto a sus tendencias eróticas. Sólo Philby era incuestionablemente heterosexual, y bastante activo en esta línea, con sus cuatro esposas y numerosas amantes; por tanto también un predador. Aquí hallamos, en consecuencia,  un cierto paralelismo con Greene.

Dicho esto, no creemos que las actuaciones como espías de los cuatro de Cambridge deban ser atribuidas a causas distintas a las creencias políticas y económicas. Éstas son suficientemente poderosas, como se percibía en los “peregrinos” a la milenarista URSS de los años treinta, como para mover las conciencias y las carreras de jóvenes universitarios de clase privilegiada, por muy británico que sea su origen.

Por su parte Greene no creía en milenio socialista, ni tampoco en el montanista cristiano, pues había sido declarado herejía por la Iglesia; él creía en Jesucristo, y en la Trinidad, y en el Reino de los Cielos, no en el paraíso comunista sin clases. Contra esta fe no sirvieron  las andanadas dialécticas de los marxistas, como tampoco las argumentadas quejas del teniente de policía hicieron trepidar la fe del cura del whiskey. ¿Qué factores existenciales deciden las creencias de un individuo humano? La respuesta se halla en un pozo del que no conocemos la profundidad, ya que aún no hemos oído el impacto de las piedras que hemos arrojado en él.

¿Qué ocurre cuando la Utopía (ou-topos: no lugar) encuentra físicamente un lugar? ¿Qué acontece en el momento en que el ansiado milenio reparador de injusticias centenarias llega “de facto” a la Historia y se instala en una comunidad humana? ¿Cómo resulta para el individuo habitar en (o cercanísimo a) el Fin de la Historia?

Según ciertas informaciones Guy Burgess se sumergió en una espiral de depresión y alcohol en sus años moscovitas, que acabaron matándole poco después del desenmascaramiento de Philby. Maclean también acabó matándose con el alcohol, aunque más lentamente que Burgess; a su hondo malestar anímico debió de contribuir el abandonó de su esposa, que se marchó (no por mucho tiempo, es cierto) a vivir con Philby. El fracaso absoluto de estos hombres en adaptarse al nuevo patrón social y comportamental no tiene que ser, automáticamente, asignado a las deficiencias de la comunidad que les recibió. No olvidemos que eran personalidades atormentadas, con psique delicadamente equilibrada. No habría que descartar las explicaciones puramente psicoanalíticas para su derrumbe emocional. Y los defensores del Nuevo Orden Socialista siempre pueden razonar que eran personas demasiado afectadas por las maneras (y las ideas) burguesas, como para realizar en pocos años la transición a una sociedad no alienada; eran ello quienes estaban mentalmente alienados.

Philby vivió hasta una edad muy avanzada en Rusia, donde se casó felizmente, y no mostró señales de haberse arrepentido de su elección. Ya leímos en “Mi Guerra Silenciosa” que estaba firme en su tesis de que el veredicto de la Historia le daría toda la razón, i.e. respaldaría la doctrina marxista como el Fin de aquélla. Éstas son sus propias palabras al final de la introducción:

“Pero, cuando extiendo la mirada sobre Moscú desde la ventana de mi estudio, puedo contemplar los sólidos cimientos del futuro que entreví en Cambridge”.

Hermosas y esperanzadoras palabras. ¿Reflejaban fidedignamente su estado de ánimo?

“KGB …” contiene párrafos en otro sentido de la circulación de sentimientos; Philby tardó catorce años en poder visitar el cuartel general del KGB, y dar una conferencia allí; entre la audiencia se encontraba precisamente O. Godievsky …, que desde luego es un traidor a la Revolución y un vendido al capitalismo. El `espía del siglo´ (por encima de Richard Sorge) se lamentaba privadamente de la poca estima de que disfrutaba en el KGB, que apenas le utilizaba en labores de inteligencia a pesar de su descomunal experiencia en el área, y al que concedía sólo el rango de agente. Mientras tanto en sus entrevistas con P. Knightley aseveraba que en el KGB tenía la consideración de general: un espejismo.

Gordievsky llegó a tratar con Philby, en Moscú y fuera de las candilejas propagandísticas que le mostraban como héroe descubridor del camino hacia el milenio; sus palabras en “KGB …” son que el maestro de espías estaba absolutamente descorazonado por la distancia infranqueable entre la imagen de la sociedad justa soviética que circulaba en el Cambridge de sus días universitarios, y la sombría y estancada realidad de Rusia bajo Brezhnev. Con todo una puntualización casi extemporánea en este momento; en una reciente entrevista Gordievsky relataba que, durante sus días de doble espía, el KGB empezó a tener más que sospechas de que había filtraciones; de manera que se “consultó” a Philby mostrándole los indicios con que se contaba. Éste fue capaz de señalar, según una deducción basada en probabilidades, cuál era el círculo desde donde surgía la gotera, y que contenía sólo a siete personas. ¡Entre ellas estaba efectivamente Gordievsky! Fue providencial para su trabajo, y su supervivencia física, que el KGB no continuara decididamente por el sendero marcado por Philby. Desde luego éste era un viejo zorro del segundo más viejo oficio del mundo; otro caso de viejo roquero que todavía sabe tocar bien la guitarra eléctrica del espionaje. Al final Gordievsky solamente fue descubierto debido a los informes de Aldrich Ames, el super-traidor de la CIA, porque sus actos fueron motivados por dinero, no por convicciones ideológicas: la peor expresión human del chivato. Uno de los agentes del FBI que intervino en el caso comentó que podía entender la deslealtad a la Agencia, al Aparato Institucional, pero no la traición a los colegas, a los amigos, a aquellos a quienes estás más cercano. Palabras que podrían haber sido firmadas por Greene, siempre amigo de Philby; pero ¿no traicionó éste a sus colegas, a sus más íntimos? Para él lo más “próximo”(prójimo) era la patria socialista y la implantación del millenium comunista; eso era su familia. Greene respetaba máximamente este posicionamiento político y ético, probablemente porque que tenía “fe” en mucha medida en una utopía proletaria, en su opinión no muy distinta a la católica (socialismo cristiano medieval, Nicaragua sandinista).

Markus Wolf, el más famoso (próximo al status de leyenda) espía del Bloque del Este, reconoció hace algunos años que el KGB tenía verdadero pánico a que Philby desertara y regresara a Inglaterra. ¡Una vuelta más de la tuerca! ¿Cuántas van? Hay sospechas, o más bien informes, de que recibió ofertas concretas en esta dirección.

En el segundo tomo de la biografía (publicado en 1.994) Norman Sherry relata que durante sus visitas a Moscú a mediados de los ochenta Greene se entrevistó hasta cuatro veces con Philby; en tales ocasiones, se presume, pudo trasladarle una oferta del MI6 para escaparse a Occidente o tal vez convertirse en un triple agente. Todo ello muy rocambolesco, pero muy factible, como algunas novelas (o mejor sus entretenimientos) de Graham. P. Knightley escribe en su introducción (del 2.000) a “Mi Guerra Silenciosa” que tenemos hoy en día confirmación de que nuestro escritor transmitió informes de sus conversaciones con Philby, sabiendo además que no estaba traicionando a nadie: aquél tendría la certeza de lo que (debería) haría Greene, como antiguo miembro del Servicio Secreto.

Knightley sigue asegurando que sólo es especulación el que Greene ofreciera a Philby carta blanca para retornar; pero en sus palabras esta “suposición” parece una confirmación. Por su parte Sherry recuerda que Waugh escribió en una de sus cartas que en su opinión el izquierdismo y el lisonjeo a los rusos de Graham era sólo un velo que escondía sus (¿nunca interrumpidas?) actividades de agente del SIS. Ya se sabe, una vez un espía, siempre un espía; incluso se lo manifestó así a nuestro hombre el general De Lattre, comandante en jefe de las fuerzas francesas de Indochina durante el enfrentamiento con el Vietminh: los días y eventos que ocasionaron “El Americano Impasible”.

Sherry llega quizás demasiado lejos cuando nos refresca la memoria sobre los continuos viajes de Graham a lugares geopolíticamente “calientes”, como Cuba, Chile, Nicaragua y Panamá. A través de ellos obtuvo no sólo conocimiento, sino amistad con Fidel Castro, Salvador Allende, Daniel Ortega y Omar Torrijos (sobre quien escribió “Conociendo al General”). ¿Eran visitas particulares, o misiones encomendados por el Servicio de Inteligencia a uno de sus más antiguos (y mejor encubiertos) agentes?

Sr. Sherry ¿no ha llegado Vd. más allá de los límites de una biografía autorizada para ensayar una imitación de los argumentos novelescos del biografiado? ¿Una muñeca rusa que se abre por la mitad y contiene otra muñeca más pequeña, la cual a su vez se vuelve a abrir por la mitad ..? ¿Un pintor que pinta un óleo en el cual se ve a un pintor que está pintando a otro pintor, el cual a su vez pinta ..? Si seguimos por este sendero llegaremos a asegurar que Greene fue enviado en misión secreta a México en 1.938, y que su novela “El Poder y la Gloria” es una herramienta más para lograr una “fachada” respetable que oculte al informador.

Algún biógrafo reciente de Greene (ciertamente no Sherry) está convencido que su catolicismo era una farsa (Waugh creía simplemente que era herético). ¿Nos van a decir que si abrimos la `muñeca´ de la fe romana vamos a encontrar la del agente secreto británico? ¿Y si abrimos ésta que hallaremos? ¿Un doble espía? Esto se convierte en un `delirium tremens´ de lealtades y creencias sinceras. Porque también podría ser el caso que Greene fuera un infiltrado de la Iglesia católica, interesada en desentrañar los planes del Imperio Británico? La cabeza nos da vueltas, y necesitamos una aspirina.

Greene el gran personaje de Graham. En la versión de arriba, ello deviene surrealista; Hegel puesto boca abajo por Marx, y éste puesto a su vez invertido por Kojève, el cual a su vez etc. etc. Y sin embargo … Tampoco es un despropósito lógico lo insinuado por Sherry. Cuando éste alude a las intenciones (¿supuestas? ¿probadas?) de Philby respecto a tener una línea de comunicación con los Servicios británicos, emplea una expresión algo inesperada: “tedium vitae”. El gran espía se encontraba inmisericordemente infrautilizado por el KGB, incluso objeto de suspicacias; él no se resignaba a su aburrida inactividad y necesitaba entrar de nuevo en el juego, el Gran Juego, como en el norte de la India del siglo XIX. La pulsión que lleva a ser actor del drama en que se decide qué sistema político y de producción gobernará la comunidad mundial…, impelería a Philby inclusive a traicionar a aquello por los que se transmutó en traidor. ¡Hagan Juego! ¡Qué continúe, como sea, la representación!

Es el propio Greene el que repite abundantemente en sus memorias que el aburrimiento de la cotidianeidad le ahogaba, y por ello necesitaba “escapar” compulsivamente, sea a otros países o a otras novelas (¿quizás a otras mujeres asimismo?). Como él es escritor dejemos que nos lo exprese en sus términos, que se encuentran casi al final de “Vías de Escape”:

“Escribir es una forma de terapia; a veces me pregunto cómo todos los que no escriben, componen o pintan, pueden escapar de la locura, la melancolía, o el miedo pánico que es inherente en la situación humana”.

Contundente y poderosa frase; tanto que el autor inglés las repite en el Prefacio, como manifestación de sus postulados acerca de la existencia. Si él quería escapar de la monotonía y la melancolía, ¡qué mejor reto que el espionaje! Su gran amigo, el productor Alexander Korda, se instaló en EE.UU. durante los peores momentos de la batalla de Inglaterra, por lo que gran parte de la ciudadanía lo consideró una rata que huye del barco temiendo que éste se hunda. Lo que se desconocía es que Churchill en persona había solicitado a Korda que se marchara con su empresa cinematográfica, para que ésta pudiera servir de tapadera a diversos agentes del SIS; incluso él podría defender allí los intereses británicos frente a los aislacionistas, o los germanófilos. Por ende, a principios de los cincuenta este cineasta de raíces hebreo-húngaras “inspeccionó” las costas de Yugoslavia, mientras hacía inocente turismo con su yate “Elsewhere” (hermoso nombre: “en otro sitio”); por cierto, uno de sus invitados era Greene, el cual estaba en el ajo de lo que se cocinaba, seguro. ¿Quién se aburre con este estilo de vida?

Un famoso escritor católico, de conocido pasado en el SIS, de probado compromiso con la izquierda y los movimientos de liberación, con reputación de honestidad poco manchada, visita a Fidel Castro u Omar Torrijos. Más tarde reproduce la conversación, y sus impresiones correlativas, a un antiguo amigo; o puede que al hermano, primo o hijo de un antiguo amigo (¿quizás colega de Oxford?); sólo que este hombre tiene un trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, o en el Servicio de Seguridad del Estado. Todo muy sencillo e “inocente”: dos hombres maduros tomando té en un antiguo club londinense de rancios caballeros, discutiendo sobre la situación política en Sudamérica. Más aun, el mandatario sudamericano supone (o espera) que su amigo escritor transmita sus mensajes a los receptores adecuados, lo cual convierte a Greene un mensajero, aunque ninguno de los lados desea declarar públicamente que tienen esta vía indirecta de comunicación. La lealtad se mantiene, lo cual es fundamental para el  moralista católico Graham, siempre amigo de sus amigos, aunque éstos hayan abandonado a Inglaterra.

Nuestro autor concluye “Vías de Escape” con un tono apropiado para lo que ha sido siempre su íntima vocación: la ficción literaria. Admite que durante gran parte de su vida ha estado buscando a Graham Greene; sí, efectivamente, hay muchas personas que los han ubicado en lugares en los que él (quien escribe esas memorias) no ha estado en las fechas apuntadas, p.e. en Arabia o la India. Concretamente la prensa difundió la noticia de que Graham Greene estaba detenido en una cárcel india; incluso hay una carta escrita por el Otro, en la cual comentar sardónicamente que las autoridades de esa ex-colonia le tienen reputado como espía; ¡tamaña majadería! El Otro parece ser australiano, por su acento según los que le trataron; se trata con toda probabilidad de un caradura, que ha vivido cierto tiempo de dar sablazos a los conmiserativos plantadores de té.

El Otro parece tener buena mano con las señoras, pues Graham (si es que es él) se ha convertido en receptor de numerosos mensajes de miembros del bello sexo que dicen haberle conocido; aun más, una cierta Claudine ha afirmado ser la Sra. Greene. ¿Está éste insinuando sutilmente, como debe hacerlo todo el que ha sido parte de la “Vieja Firma” (el Servicio Secreto), que es un `castigador´ con las damas, como algunos de sus personajes? ¿Quizás tanto como su amigo espía Philby, que recurrió a veces a esta faceta para su empresa de información?

Como remate Greene (el que escribe “Vías de Escape”) nos refiere que, después de almorzar con Allende en su visita a Chile, cierto periódico (¡de derechas para más INRI!) aseguró que el Presidente de la nación había sido engañado por un impostor. Ante tamaña confusión Greene escribe que está empezando a dudar si él es Graham; puede que sea realmente un impostor, y el Otro es el auténtico. ¿Qué clase de farsante? Pues alguien que entró en el SIS en 1.941 y que no lo abandonó nunca, aunque así lo afirme; una persona que escudándose en sus funciones de reportero espía a los franceses, e incluso a los americanos, en el conflicto de Indochina. Un individuo que emplea la tapadera del catolicismo para ser poco sospechoso a dirigentes como Castro, Torrijos o Allende, de los cuales transmite informes a la “Vieja Firma”. Un hombre que aprovecha convenientemente su condición de guionista de cine para estar próximo a este volcán de influencias en la comunicación de masas, contrastando las visiones políticas de los magnates. Precisamente uno entre estos, A. Korda, es además otro amante de los manejos secretos, siempre que estén al Servicio de Su Majestad; es patente que Este Greene (no el Otro) ha entrado varias veces en comandita confabulatoria con el productor judío-húngaro-británico, en especial cuando se encontraba como huésped en el yate “Elsewhere”. Precisamente, Este Greene se hallaba en “Otro Lugar”, mientras que el Otro ocasionaba jaquecas a la administración del subcontinente, y cautivaba a miembros diversos del bello sexo, asimismo de diversas nacionalidades. Es incluso plausible que el Otro, el australiano (?), sea el autor de todas las novelas y textos de Graham Greene (aunque no de los dos libros de memorias); sea él  católico convencidísimo y  progresista comprometido con la mejora de las condiciones de los desposeídos, mientras que Éste que escribe “Vías de Escape” sea un cripto-capitalista y colonialista, defensor y portador a la vez de la Carga del Hombre Blanco. Y para desempeñar mejor su cometido de impulsor del Destino Manifiesto de los británicos (no de los norteamericanos) ha escogido un trabajo de informador secreto; su amigo Kim Philby también escondió durante decenios su cosmovisión política y económica, para servir a la Causa comunista de modo más eficiente. Ambos han vivido, por tanto, bajo máscaras: la del entregado funcionario “secreto” de Su majestad de formación cantabrigense; y la del converso y apologista católico, novelista y confidente de dirigentes del segundo y tercer mundos, con instrucción oxoniense.

¿Cómo estar seguros de cuándo hemos llegado a la última muñequita rusa, aquélla que ya no esconde otra aún más reducida en su interior? Philby no ascendió en el KGB después de su fuga porque ciertos altos oficiales de aquél desconfiaban de su lealtad; la cantidad y calidad de datos de inteligencia pasados por el este espía (y los otros Cuatro) otorgaban certeza a su compromiso con la URSS. Posiblemente había que agradecer a su intervención desleal con el MI6 el que Albania todavía permaneciera en el bloque comunista (aunque no soviético, sino chino); era impensable que los anglo-británicos hubieran permitido ese sacrificio geopolítico para introducir un topo en el KGB. Con todo Philby había entrado en desgracia, y casi total inoperancia en la cometido de inteligencia, en 1.951, siendo así que no escapó a la Madre Rusia hasta 1.963; fueron doce largos años, en los que …¿quizás había sido re-reclutado por los británicos, con la meta de mandarlo a la URSS para que se introdujera en lo más íntimo de la Seguridad del estado, y comenzara (¡otra vez!) a pasar informes desde la cúpula de una institución secreta, que ya no estaba ubicada en Londres? ¿El agente doble, que ahora se hace triple? ¿Estaba intentando Graham llevar a actualidad esta potencialidad, cuando visitó a Philby cuatro veces en Moscú entre 1.986 y 1.988? En tal caso él mismo seguía siendo un correo (como Korda durante su permanencia bélica en los EE.UU.) para el MI6; es hasta creíble que su “misión” obtuvo el resultado pretendido, aunque no llegará a materializarse por la muerte de Philby poco después. Pero, ¿exisitió alguna vez tal misión para un viejo espía de la Vieja Firma? Martillamos machaconamente con la misma interrogación: ¿cómo tener certeza de que hemos encontrado a un pintor que reproduce un paisaje, y no a otro pintor pintando …?

Si nuestro escritor ha entrado, en las últimas páginas de “Vías de Escape”, varios metros en el sendero de la ficción literaria, nosotros (en un intento de seguirle) hemos dado un número ya excesivo de pasos por esa línea hermenéutica. Por nuestra parte no hay dudas de que el hombre que escribió “El Invernadero”, “El Fin de la Aventura” y “El Poder y la Gloria” era un verdadero católico (lleno de dudas), que creía en la resurrección y en la vida en un mundo futuro espiritual, que no era el milenio comunista.

En los diálogos finales de “El Invernadero” Sara se muestra admirada, pero a la vez algo consternada ante la mutación anímica (y religiosa) de su ex-marido; donde antes había Nada, ahora hay Algo …, inmenso y sólido, su Fe. Por su lado ella se asusta de la nueva transcendentalidad del antes abúlico James, de su visión ultramundana de lo que le circunda; ella quiere, por el contrario, la vida corriente, no-importante, no-eterna, tejida de sucesos cotidianos y no de milagros (como la resurrección). En suma, todo ello genera dudas ante la petición por parte de James de que vuelvan a casarse;  se siente apabullada ante la eternidad, el ámbito óntico en que no existe el tiempo. Aquél busca serenarla con estas muy directas palabras: “Yo he estado allí y no estoy asustado.”

En efecto, James volvió del Otro Lado por la súplica de su tío sacerdote, con lo cual no alberga dudas sobre “lo que hay” tras la existencia corporal. Para él la Vida en el Mundo Futuro no es propiamente tema de fe, sino más bien de certeza. ¿Será James una imagen especular del estado de ánimo, y de creencia, del Graham que se convirtió siendo también periodista en Nottingham?

 

 

VIII.

El protagonista de nuestra novela había dicho que la Revolución (mexicana) no puede sobrevivir ideológicamente a la imperfección y corrupción de los individuos que la dirigen, y por tanto representan. Ya hemos oído muchas veces contar los horrores que ocasionó Stalin; ¿todos los revolucionarios mexicanos fueron paradigmáticos? Los más representativos son, no hay discusión, Villa y Zapata; nada intelectuales, machistas y mujeriegos compulsivos, perpetradores de decenas de actos violentos (algunos arbitrarios por completo, casi homicidas)… siguen siendo admirados dentro y fuera de México. No faltan motivos; encontramos en ello mucho coraje (se da por sentado), pasión por remediar la pobreza de los campesinos, y no excesiva persecución del poder; en verdad  ninguno de los dos quiso ser Presidente de México cuando los ejércitos de ambos ocupaban sin oposición la capital, con lo cual nunca llegaron a enfrentarse. Pero hay personajes muchos menos transparentes, como sugiere (sin dar una lista de nombres) Greene en su novela mexicana; retornemos a los Calles de este país.

En 1.920 Carranza, el vencedor de Zapata y Villa, fu víctima de un golpe de estado por parte del general Obregón, que le condujo al destierro y la muerte; la causa del levantamiento fue la tibia conducta de Carranza como distribuidor de las propiedades, con el objetivo de crear más “propietarios”. ¿Cómo se veía a sí mismo V. Carranza? Él era el campeón del constitucionalismo, i.e. del espíritu de 1.857, con lo cual se consideraría un puro juarista. Él era el promotor de la reforma hacia el modo de producción burgués y la democracia representativa, ya emprendida por el Padre de la Patria. Y si hubiera debido definirse ante su rival norteamericano, W. Wilson, lo habría hecho (¿quién sabe?) quizás citando a Lincoln, o al mismísimo Jefferson; ambos demócratas, poco clericales, y decididos partidarios de la empresa privada y el aumento de riqueza a través de la propiedad privada.

Obregón intentaba dar más madera a la locomotora del cambio revolucionario, en especial en lo concerniente al reparto de tierra; un purista ideológico por tanto. En 1.924 le sucedió en la Presidencia Calles, que había sido uno de sus robustos aliados en el exitoso golpe, en una alternancia pacífica que prometía ser duradera y producir alguna estabilidad administrativa. Ya vimos como éste siguió en la tendencia reformadora, y no sólo económico-social, sino también religiosa; el resultado fue empotrar el tren revolucionario contra el movimiento de resistencia de los cristeros, a quienes no consiguió derrotar militarmente.

En 1.928 le tocaba ocupar la Presidencia de nuevo a Obregón, pero no llegó a hacerlo pues fue asesinado por un fanático religioso: un efecto del empeño de Calles es erradicar la Iglesia romana. Teniendo en cuenta que por ley no podía sucederse a sí mismo, Calles tomó una de las decisiones más definitivas de la Historia de México, y formó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), cuyo vástago fue el PRI.

El Partido nombraba a los Presidentes, de los cuales hubo hasta tres de 1.928 a 1.934, pero Elías Calles era el Jefe Máximo del PNR y lo controlaba completamente, y por ello también a los gobernantes supremos de México: fue el período del Maximato. Sin embargo en este lapso del que hablamos algo se había modificado verdaderamente en el ámbito de la Revolución; los `viejos´ roqueros que habían llevado adelante aquélla eran paulatinamente menos revulsivos con respecto al  Antiguo Sistema. Es más, se les podía tildar de poseer una tintura conservadora; y efectivamente algo sí tenían que `conservar´ después de unos orígenes bastante humildes casi siempre: muchas propiedades. ¿Resultado? Menos distribución de tierras, apoyo cada vez más leve al sindicalismo, incluso menos anticlericalismo. Un prototipo de estos revolucionarios “institucionalizados”, ya decididamente rico y con intereses e influencias creadas, era Calles mismo. A imitación de los “Camisas Rojas” de su perro de presa Garrido Canabal, constituyó los “Camisas Doradas”; pero este grupo parapolicial no era ya anticlerical, sino de tonalidades ¡fascistas! Estos matones atacaban (y mataban) no a los sacerdotes, sino a obreros y sindicalistas. Ciertamente el planeta gira y gira cada año, pero esto es una vuelta de tuerca de la Historia descomunal, y en un corto trecho de tiempo.

El estado de cosas mexicanas era incontestablemente volátil, y para intentar volverlo más terrestre y menos inconstante intervino Lázaro Cárdenas. Este individuo de credenciales revolucionarias impolutas y empuje reformador arrollador fue elegido Presidente en 1.934, y muy pronto se percibió su antagonismo con el Jefe Calles, a quien los aires milenaristas al estilo mexicano le quedaban ya muy grandes y muy lejanos. Calles ya no aspiraba a transformar el mundo (como Marx), ni a interpretarlo (como Aristóteles), sino más sencillamente conservar todo lo que poseía dentro de él. Así pues … Cárdenas ordenó arrestar y luego expulsar del país al Jefe Máximo; las crónicas cuentan que los soldados que lo detuvieron en su casa lo encontraron leyendo una traducción castellana de “Mein Kampf”. ¡Cuánto ha girado el planeta Tierra verdaderamente! El gran Reformador de México, el acrisolado revolucionario, el transmutador de la injusticia secular y azote de la opiácea Iglesia de Cristo invierte sus horas en leer el libro del cabo austríaco del bigotito charlotín. ¡Vanidad de Vanidades, y todo Vanidad! Al fin y a la postre estaba en posesión de la verdad absoluta el sabio del Eclesiastés; y también el protagonista de “El Poder y la Gloria”. Era éste quien repetía que el Poder (y el exceso de riqueza) corrompe; dejemos pues, imploraba al teniente de policía, que los pobres sigan siéndolo, y que mañana se despierten en el Paraíso (el cristiano, no el socialista). Si no lo remediamos, parece advertirnos el Cohelet, podrían desperezarse alguna mañana rodeados de bienes mercantiles y profetas de la superioridad innata (y Manifiesta) de la raza aria… ¡perdón!, azteca; o tal vez mixteca, a la que pertenecía el eviterno Presidente Porfirio Díaz.

El destierro de Elías Calles ocurrió en 1.936, dos años antes de la visita de Greene, por lo cual éste debía esta más que informado de esos eventos recientes, y de la “traición” (¿mayor que la de Philby?) al ideario revolucionario de quien detentaba el Maximato. En 1.940 accedió a la Presidencia Ávila Camacho, quien no tuvo empacho (perdón por el ripio) en declarar: “Soy creyente”; ese mismo año se dio a la luz editorial “El Poder y la Gloria”.

En consecuencia el año de 1.938 resulta en verdad relevante para nuestra historia; y, ¿quién sabe?, quizás asimismo para la Historia. A comienzos de ese año nuestro autor emprende su determinante, biográfica y literariamente, recorrido por México. A fines de septiembre Chamberlain (junto con su homólogo Daladier) firmaron en humillante pacto de Munich, que dio carta blanca a Hitler para anexionarse los Sudetes; esta concesión ha pasado con tintes negros a la Historia, pues en ella el dirigente del Imperio británico dobló la testuz como un lacayo ante el nuevo “señor” de Europa. Dicho de otro modo, se relata hoy como un descendimiento de la prenda que cubre las extremidades inferiores del varón de la especie humana, y que se estima símbolo de tal condición de género. Esta debilidad de política, y de ánimo, reafirmó a Philby y los Cuatro ( y otro considerable número) en su convicción de mantenerse fieles a la causa soviética, única con agallas para enfrentarse al fascismo; desafortunadamente llegó más tarde el igualmente siniestro pacto germano-soviético.

También en 1.938 (marzo) las compañías petrolíferas extranjeras, con favorecedoras exenciones de impuestos y enormes beneficios, fueron nacionalizadas por el presidente Lázaro Cárdenas. De él precisamente queremos, necesitamos, hablar en este punto de nuestra historia.

Si Zapata es el ejemplo máximo y puro de guerrillero por la Revolución mexicana, Cárdenas es su más alto representante en el área política. El currículo del último está muy poco, o nada manchado, por actuaciones sospechosas o abiertamente deshonestas; a él no se le pueden atribuir las caídas en la sima de la corrupción que denunciaba el padre-whiskey. Un hombre mucho más válido ética y políticamente para dirigir el milenio revolucionario, al estilo mexicano, no soviético. El país azteca estaba bajo su administración cuando Greene lo atravesaba, por lo que a éste le restaron muchos argumentos para censurar la falsedad de esta Revolución, uno de los leit motiv de su novela y de su pensamiento político.

Cuando Greene pasó por México en 1.968 volvió a escandalizarse de la brecha existente entre los barrios deprimidos, y la riqueza de una minoría, formada en gran parte por los funcionarios del Estado. En “Los Caminos sin Ley” se lamenta de la costumbre mexicana del “abrazo”, en que dos adultos se palmotean ruidosamente la espalda y se llaman efusivamente `hermano´, sin denotar con ello ninguna emoción ni lealtad verdaderas. Comentario realmente crudo; el filete que nos ha servido el autor inglés aquí es duro de masticar y peor aún de digerir. Es innegable, admitámoslo, que Carranza, Zapata, y Villa fueron asesinados por sus antiguos compañeros de lucha revolucionaria; y no se trata de sucesos aislados. La lealtad es una virtud nuclear para Graham, como se la demostró a su amigo Kim Philby, de igual modo que éste la mantuvo con la doctrina comunista; esta idiosincrasia parece que estaba ausente en la Revolución mexicana, lo cual no podía tragar nuestro escritor.

Y sin embargo … Cuando Cárdenas desempeñaba la función de comandante militar de la región más petrolera del país, las compañías explotadoras (¿del crudo o de los proletarios?) extranjeras le ofrecieron una “mordida” de muchos dólares; ¡ah!, y un flamante coche nuevo norteamericano. La respuesta de Cárdenas fue: “Gracias. Pero no, gracias”. La honradez en el desempeño de la función pública fue una de las marcas de la casa cardenista, exactamente igual que la fama que rodeó siempre a Juárez.

Un tiempo antes el presidente Obregón, el vencedor de Villa en el campo de batalla, le encomendó la misión de eliminar políticamente el gobernador saliente de Michoacán, en román paladino asesinarlo. Aquél era amigo personal de Cárdenas, quien se negó a cumplir la orden, y además maniobró hábilmente para no enemistarse con el entonces presidente. Si exigimos coherencia y lealtad, aquí está Sr. Greene. Cárdenas, según todas las crónicas, fue continuadamente fiel también a su pueblo y a la Revolución; él repartió más tierras entre los desposeídos que todos los mandatarios anteriores, y nunca cedió en su talante de reformista social y económico.

“El Poder y la Gloria” presenta a dos contendientes dialécticos y sociales de enorme calibre ético; en muchos sentidos el teniente de policía es el que sale con ventaja en la carrera moral. Pues bien, podría ponerse en boca de Cárdenas mucho de lo afirmado por este policía, y posiblemente practicado con menos dureza en los medios. El último mostraba su disposición de ánimo para darlo todo por su país, y en especial por la nueva generación, como reflexiona en el momento en que ve al muchacho con quien se cierra la novela. No habría que estimar en menos los ideales altruistas del presidente revolucionario “viajero”; los libros de Historia sobre la Revolución acaban regularmente con su mandato: algo significará. Quizás que con él aquélla no estaba aún institucionalizada, i.e. estática.

No establecemos aquí que la inspiración para delinear al ficticio teniente sea Cárdenas, muy real y muy contemporáneo del autor. En primer lugar porque no es el único caso de entrega política límpida a la reforma social; si estos casos son más la excepción que la norma, Greene estaría en lo cierto con sus ácidos comentarios, y también el clérigo de nuestra novela (frente al policía).

La nacionalización por parte de Cárdenas de las empresas petrolíferas, sobre todo la Dutch Shell (a pesar del nombre, inglesa) y la Standard Oil (norteamericana) concitó las pulsiones más nacionalistas de su pueblo, siempre reactivo ante la ingerencia de los anglos. Testimonio de ello dio el mismo Greene, al comprobar el júbilo de poblaciones atrasadas, de indios analfabetos, ante la corajuda decisión de “su” presidente. Éste lanzó el guantelete a los campeones de la Carga del Hombre Blanco, y del Destino Manifiesto de los anglo-hablantes.  Entre éstos se encontraba, hay que admitirlo, un tal Greene; pero no, no se trataba de Graham sino del coronel William E. Greene. Este Greene era norteamericano, y un tardío hombre de frontera; cuando ésta ya se había cerrado hacia 1.890, según su historiador oficial Frederick J. Turner, el coronel Greene decidió encontrarla no en el Oeste, sino en el Sur. En México fundó la más importante compañía minera del cobre en torno a la ciudad de Cananea; su caso es típico en el sentido de que esta industria casi toda ella en posesión de extranjeros. De éstos, además, una mayoría eran norteamericanos; “América para los americanos”, pero no los hispanohablantes. La herida económica y en orgullo nacional azteca era grande, y Cárdenas se aplicó a cerrarla con el empuje de que porta la Carga del Hombre … Cobrizo en este caso. No cedió nunca en esta misión, por lo que sabemos, aunque hubiera que llegar a compromisos; en definitiva, un personaje mucho más presentable para encabezar un proyecto de igualdad socio-política y de resonancias milenaristas, por muy cruda y poco masticable que resultara la Revolución mexicana.

En cuanto al otro Greene, el americano, es ventajoso para la clarificación de nuestra historia (e incluso de la Historia) rememorar su figura e impacto. El Estado de Sonora, en su página de Internet, nos conmina, si estamos en Cananea, a visitar imprescindiblemente la Casa Museo del Coronel Greene, con muebles europeos importados; añade que éste fundó una compañía minera y otra ganadera en Sonora. Estas escuetas frases tienen el aire de aludir a uno de los próceres de la economía de ese estado a principios de siglo, impulsor de su prosperidad: nada de un explotador de proletarios, por añadidura gringo intruso y extractor para el mercado exterior de riquezas autóctonas. Pero justo a continuación se nos dice que otro Museo de obligada visita en Cananea es el de la Lucha Obrera. Ambas instituciones están muy íntimamente entrelazadas en los eventos de la Revolución, aunque hoy, en los tiempos del Fin de la Historia ( y de la doctrina marxista-revolucionaria), sea inclusive incómodo rememorarlo.

La propia ciudad de Cananea tiene su sitio en la Red, y en ella hallamos una breve biografía del Coronel Greene, redactada por un periodista sonorense. Éste admite que el personaje es, cuando menos, “controversial”. Hijo de cuáqueros, y por tanto perteneciente a lo más nuclear de la comunidad anglo y protestante norteamericana, llevó una vida viajera y aventurera; de ese modo fue sucesivamente dependiente, obrero de la construcción, empleado del ferrocarril, granjero, criador de ganado, en el entretanto  cazador de indios, y por fin empresario de minerías.

Así llegó p.e. en 1.880 a Tombstone (población de hermoso nombre para “vivir”: lápida), que ciertamente sonará a cualquiera que sea aficionado al género de películas del Oeste; allí, concretamente en el ya legendario O.K. Corral, tuvo lugar el enfrentamiento a tiros, y con resultado de muerte entre los Earp y los Clanton. Esto ocurría en 1.881; y en ese mismo Corral, pero bastantes años  más tarde, el Greene norteamericano liquidó a un alguacil con quien tenía una larga lista de disputas, una de ellas afectando a la muerte violenta de su hijastra.

Suponemos que en parte por escabullirse de esa región y esos eventos problemáticos para él, el Greene yanqui funda la compañía minera de Cananea con el fundamental apoyo de inversionistas de Wall Street; es un clásico golpe económico capitalista, auxiliado por generosas exenciones de impuestos otorgadas por el gobierno porfirista. La compañía resultó enormemente efectiva en la generación de beneficios, y creó la ciudad de Cananea a partir de una aldea. Hoy en día esta misma empresa, ya nacionalizada, sigue explotando el mineral, por lo que el sendero industrial abierto por W.C. Greene sigue abierto y pujante. Con motivo de su primer centenario (1.999) los actuales directivos mexicanos dicen estar inspirados en el modelo de Greene, de amplio espectro económico y atrevidas medidas financieras; incluso elogian su actitud visionaria al entender las posibilidades mercantiles del cobre, en la era de la electricidad; y sus dotes de empresario al conseguir tantos inversionistas del Gran Norte. En fin que los herederos de la Revolución y miembros del PRI describen al Coronel como un “capitán” de la industria, un rey de las finanzas, y un paradigma de “lo que hay que tener” para devenir un empresario/emprendedor.

En el otro lado de la valla una gran mayoría de los primeros revolucionarios habrían compuesto otra semblanza del Greene americano: un ave de rapiña extranjera con gran “visión” para aumentar los beneficios de sus accionistas, y rendir sustanciosas plusvalías en el modo de producción capitalista, a la vez que se explota laboralmente al proletario mexicano y se le aliena mentalmente. Desde luego todo depende del color del cristal con que se mire, o del champaña que se ingiera, i.e. de la posición doctrinal de que se parte; todo es “interpretación” nos repite la Hermenéutica de H.G. Gadamer y demás. Un marxista-leninista no describiría a W.C. Greene como un distinguido precursor del desarrollo comercial de la comunidad de Cananea, sino como un duro individualista despreocupado por sus peones autóctonos y movido únicamente por la acumulación personal de bienes. Altruismo versus individualismo; ¿dónde está la verdad? Aunque los de la escuela de Gadamer lo plantearían de un modo mucho más modesto: ¿cuál es la interpretación menos desajustada con los datos sensoriales registrados?

En el siglo XXI casi se ha extinguido, como los grandes reptiles del Jurásico, la ideología marxista-leninista en su estricta aplicación política, quedando apenas Corea del Norte y Cuba; en esta última habita Castro, gran antagonista de los Greene (americanos) del mundo, puesto que del Greene inglés fue incluso amigo. Si esta posición intelectual fuera hoy dominante no leeríamos probablemente ese tipo de reseñas biográficas sobre el Coronel gringo, y su antigua no sería un Museo, sino una escuela o un centro comunal. Pero ya hemos citado otro Museo “obligatorio” de Cananea, el de la Lucha Obrera;¿cuándo, cómo y contra quién se luchó? Respecto a lo último: contra el notorio Coronel.

A comienzos del siglo XX los empleados mexicanos de la minería cananea leían, y por tanto seguía en parte, la ya famosa en nuestra historia “Regeneración” (la publicación del grupo anarquista). Ello ocurría en 1.906, exactamente las mismas fechas en que Zapata se encontró intelectualmente con sus dos compadres maestros de escuela y filo-anarquistas. Ese año la producción  de cobre no era boyante en absoluto, por lo que W.C. Greene y sus ejecutivos decidieron recortar bruscamente los salarios … de los trabajadores mexicanos sobre todo; y es que en esa empresa regía un “sistema doble” de retribuciones, puesto que los empleados norteamericanos (habitualmente gerentes, administradores y capataces) percibían apreciablemente más que los nativos. En suma, que al agravio económico se asociaba la reclamación nacionalista, que había de ser despreciada, y que tuvo un papel esencial entre los detonantes de la Revolución.

Con los mineros (mexicanos) en  huelga el Coronel respondió con una serie de actos recordatorios de su época de vecino de Wyatt Earp y los hombres de gatillo rápido poseedores de seis-tiros. Primeramente armó a sus empleados americanos, por tanto muy fieles; seguidamente reclutó a unos doscientos cincuenta rurales ¡de Arizona! Con ello se violaba la más elemental norma internacional, ya que hombres armados (pistoleros considerarían algunos) extranjeros entraban para imponer la “ley”. A ellos se sumaron rurales y tropas federales mexicanas, muchos de caballería; los tiroteos que ocurrieron fueron descomunales y muchos caballos hicieron con los huelguistas pulpa de carne y sangre, que no de papel. El número de muertos fue de decenas, y el de detenidos también, muchos de ellos supuestamente sindicalistas y anarquistas seguidores de “Regeneración”. La única concesión que hizo el Coronel fue el despido de un par de capataces poco populares; por su parte el gobernador de Sonora apoyó completamente al norteamericano, comentando que los trabajadores de la minería de Cananea estaban entre los mejor pagados y con mayores beneficios sociales de todo México. Se habían comportado pues como niños mimados que berrean sin causa y piden más y más sin mesura; los políticos

actuales de la derecha los compararían con los jóvenes contestatarios de los años sesenta en Francia y Alemania, dos de las sociedades más prósperas del planeta: cuanto más se les da, más quieren; cuanto más poseen más insatisfechos “existencialmente” se encuentran; cuanto más se les escucha más ensordecedoramente chillan. La izquierda replicaría que el Mayo del 68 era una réplica adecuada a la deshumanizadora cultura burguesa, y un paso en el camino hacia la Sociedad Justa (sin clases).

Volviendo a los sucesos de Cananea, con rurales mexicanos y gringos tiroteando desde el mismo lado de la valla política a obreros  mexicanos, ¿cómo se ubica ideológicamente esto? La explicación es que el gobierno de Porfirio Díaz ensayaba por todos los medios la incorporación de capitales extranjeros al poco desarrollado México, otorgándoles grandes exenciones fiscales; la compañía  W.C. Greene era uno de los resultados máximos de ese programa, y los administradores del Estado le apoyaban.

De cualquier manera el conflicto laboral de Cananea está inscrito hoy con letras doradas entre los antecedentes directos de la gloriosa Revolución patria; lo cual, según ciertos historiadores es una completa exageración. Ello es que no hay que olvidar que la Revolución se luchó en muchísima medida por la distribución de la tierra, no por la liberación de las masas proletarias, que aún no eran mayoritarias en esa nación. Así se entiende también que Zapata, vecino del sureño estado de Morelos, sea el más prístino de los revolucionarios, pues se enfrentó tajante y casi únicamente a los grandes hacendados. Sonora, en el distante norte era otro entorno, geográfica, social y económicamente. Se trata de una región en gran parte montañosa y desértica, donde algunas de las tierras más fértiles pertenecían a los indios yaqui y mayo; eran estos fieramente autónomos, y se opusieron con mucho éxito y con numerosas guerras tanto a los españoles como a los mexicanos. Ni siquiera el gobierno de Porfirio Díaz consiguió domeñarlos, y el conflicto no había concluido al iniciarse la Revolución. Los sonorenses se hallaban en un punto de encuentro y antagonismo entre sociedades muy divergentes, en un entorno poco habitado y con poblaciones decididamente aisladas y muy alejadas entre sí; es un caso paradigmático de la situación de “frontera” descrita por F.J. Turner, aunque él lo hiciera para los vecinos gringos.

¿Y qué decir del otro estado del norte, el vecino Chihuahua? Es cierto que aquí no existía el enfrentamiento constante contra los indios autóctonos (poco numerosos), pero sí con los que irrumpían rapazmente desde latitudes septentrionales: los apaches. Las incursiones guerreras de éstos ocurrían desde los tiempos de los españoles, pero se agravaron en la segunda mitad del siglo XIX; la escuela de John Ford y su grupo nos ha enseñado a todos en nuestra infancia los nombres de los más famosos entre ellos Cochise y Jerónimo. No son éstos dos los únicos caudillos que asolaron México (además de los EE.UU.), ni la tribu chiricahua, la única que participaba en la rapiña; estaban también la tribu de los mimbres, con sus jefes Victorio y Delgadito.

Los belicosos apaches suponían para los chihuahuenses un auténtico “reto” en el más puro sentido del historiador británico Toynbee, ante el cual había que presentar una “respuesta” adecuada si no se quería la extinción como sociedad diferenciada. La réplica al desafío de los indios norteños fue la aparición de un espíritu casi castrense, de hombres armados dispuestos a enfrentarse al enemigo amarillo que irrumpe inesperada y letalmente, sin tener que aguardar la ayuda de las tropas del lejano Distrito Federal. A ello se acumula el hecho de que Chihuahua es un territorio ganadero, y por tanto de vaqueros; magníficos jinetes, buenos tiradores, de costumbres nómadas y firmemente independientes … estos individuos cobraban mejores salarios que los peones sureños que se unían a Zapata, y prácticamente nunca caían en la servidumbre por deudas. Un hombre, un caballo, y un revólver: una combinación ganadora para la movilidad geográfica e incluso social, para el áspero individualismo; y para el rechazo al centralismo de la Ciudad de México. Sería algo como: que se queden ellos con sus politicastros, que nosotros elegiremos a nuestros caudillos comunitarios y lucharemos contra los chiricahuas y los mimbres.

Estos vaqueros mexicanos son quienes expandieron su forma de vida y de trabajo hacia los vecinos anglos de Arizona y Texas, y no viceversa; un repaso al vocabulario del inglés contemporáneo hablado en esos estados de la Unión se manifiesta como demostración palpable: rodeo, buckaroo (corrupción anglófona de vaquero), lariat (la reata, la cuerda usada para mantener a los animales en fila), chaps (chaparreras, polainas de cuero para proteger los pantalones), lasso, mustang (mestengo, mesteño, el animal sin dueño; el término procede de la Mesta española), charro (el vaquero mexicano), loco(referido a un animal, sobre todo un caballo), fiador (cuerda asociada a la brida), hackamore (un tipo de brida, de jáquima) … y también, ¡como no!, “fiesta”.

Este ámbito económico, geográfico, cultural y caracteriológico no sería ajeno al mismo W.C. Greene, de sus tiempos en Tombstone, de jugador, luchador contra los indios, y solventador de sus propios problemas con sus propios instrumentos (armas). Asimismo el “ethos” chihuahuense nos hace sonar campanas de hombres norteamericanos asociados para la mutua defensa y exigiendo la posesión de armas como derecho inalienable del ciudadano; pero está asociación, para el Rifle, pensada ante todo para blancos anglosajones y presidida (hasta hace poco) por Ben-Hur. Los chihuahuenses son de piel olivácea, y no portan por consiguiente la Carga del Hombre Blanco, pero se enfrentaron igualmente a los de la raza cobriza, nativa de América.

Durante varios decenios después de la independencia respecto a la metrópolis, Chihuahua vivió casi completamente alejada del control administrativo y militar del D.F., en situación de virtual independencia; una vez más se puede establecer una correspondencia con el Territorio Indio, que delimitó durante gran parte del siglo XIX la “frontera” entre los colonos blancos y los territorios (y tribus) salvajes. Para F.J. Turner esta demarcación geográfica y cultural es el núcleo de la sociedad norteamericana y la explicación última de su “ethos”; en el caso de México la frontera (con los apaches, los yaquis, y los EE.UU.) determina cuando menos la idiosincrasia de una porción sustanciosa de su territorio, y una aun mayor del decurso de la Revolución.

El Estado de Sonora también sufría las mismas correrías de Cochise, Jerónimo y los demás enemigos de la frontera; también allí había ganado y vaqueros, para atender p.e. a las necesidades alimenticias de los mineros; y por supuesto en un territorio semidesértico un hombre sin una montura bien poco vale. Podemos asignar ese ethos fronterizo definitivamente a todo el gran norte mexicano, i.e. Sonora y Chihuahua. En éste último es donde desarrolló su actividad revolucionaria (y de bandidaje) Pancho Villa; y sonorenses fueron los revolucionarios más influyentes, y decisivos para la Historia.

En su libro introductorio sobre la Revolución mexicana M.J. Gonzales se arriesga a describir una categoría que él denomina el típico revolucionario sonorense. Bajo ese epígrafe encontramos individuos procedentes de la educación pública (estrictamente seglar por consiguiente), nada centralistas, decididamente anticlericales, y con un estilo emprendedor; lo último en los negocios, en la lucha política, y en la existencia en general. Aquí se engloba a De la Huerta, Maytorena, Cabral, Serrano, y por supueto a Obregón y Calles; no son braceros o campesino sin tierra; de hecho algunos son decididamente de clase alta, pero no conservadores. Sin embargo, apuntemos su talante emprendedor/empresario, también se encuentran a muchas leguas de los marxismos, leninismos, anarquismos e incluso socialismos. Arriesgándonos nosotros también en la descripción tipológica podríamos llamarlos simplemente liberales, juaristas, promotores de la modernización de México; esto para el propio Juárez implicaba industrialización, liberalismo económico y racionalización de la producción. Frente a ello se situaba el antiguo modo de producción, heredado del período colonial, de las grandes haciendas, con gran parte de sus tierras improductivas y una estructura de explotación no sustentada por criterios de racionalización. Y junto a esto la institución que no abandonó México tras la independencia: la Iglesia católica; ésta había sido baluarte ideológico de los grandes terratenientes, y ella misma poseedora de tierras.

Si la Corona española y la Iglesia romana eran aliadas en el modo de producción colonial, después de la debacle de la primera en América latina, la segunda no dejaba de ser un formidable antagonista para la nueva institución del poder: el Estado republicano mexicano, heredero del laicismo ilustrado. Así se comprende el matiz (más o menos fuerte, según los presidentes) anticlerical de los gobiernos mexicanos, que se exacerbó durante la revolución, especialmente con Elías Calles.

Durante la Guerra Civil española, que sirvió para que muchos jóvenes se posicionaran ideológicamente, Greene (el inglés otra vez) estaba de parte de la República e incluso cercano al POUM, debido a que se encontraba en una fase de su vida cercana al trotskismo. ¡Y con todo seguía declarándose fervoroso católico! ¿Cómo? ¿Pero si los de la religión romana estaban todos con Franco? Siempre los extraños maridajes en la vida intelectual y personal de Greene. Como católico nuestro autor debería ubicarse al lado de quienes defendieron su confesión en México, i.e. nada menos que el sempiterno dictador Porfirio Díaz y el contrarrevolucionario general Huerta; es verdad que entre los rebeldes cristeros había muchos campesinos sencillos, devotamente católicos; pero asimismo era el levantamiento de los hacendados, los rancios grandes terratenientes del “antiguo régimen” colonial. Nuestro escritor, de izquierdas, debería hallarse más confortable en materia socio-económica con un repartidor de tierras como Zapata, o incluso Lázaro Cárdenas …, sin embargo era católico, y además era una editorial católica quien financiaba su expedición mexicana. Cómo Graham era capaz de combinar estos dispares ingredientes en la misma ensalada intelectual es mérito todo suyo.

Volviendo a los revolucionarios sonorenses, los más poderosos fueron sin duda Callles y Obregón; ambos eran acérrimos impulsores de la modernización de la nación, i.e. de las compañías tecnológicamente avanzadas, de los empresarios (a ser posible nativos) de decidido empuje y creadores de riqueza; y consideraban que los humildes indios carecían de todo lo anterior, por lo que no podían convertirse en Sujeto de la Historia mexicana, en su necesario camino hacia el Progeso. ¿Resultado? La reforma agraria fue muy comedida, mucho más de lo que habría deseado Zapata.

Muchos años antes el gigante del norte había experimentado un enfrentamiento civil entre los nordistas, partidarios decididos de la industria, el maquinismo y el estricto modo de producción capitalista, y los sudistas propietarios de grandes plantaciones, con grandes masas de esclavos y un estilo de vida de tintes más feudales. Al ganar los nordistas EE.UU. se inclinó decisivamente hacia el desarrollo fabril, y la aparición de un abundante proletariado, en vez de siervos negros. Las comparaciones son siempre feas, pero los hacendados mexicanos eran también un lastre para la nave del progreso industrial y financiero, y así lo entendieron los revolucionarios sonorenses, como también Juárez probablemente. Éste y Lincoln fueron contemporáneos, y se les ha situado muchas veces en paralelo como presidentes creadores de la patria, y héroes de ésta; doctrinalmente no se encontraban muy distantes tampoco. Pero si la Revolución mexicana se reduce a la persecución del liberalismo burgués y la racionalización del modo de producción, entonces pierde por completo su “chispa” marxista, anarquista, o trotskista. Nos es difícil imaginarnos a Zapata como un defensor de la tecnocracia, la maximización de los recursos, y el análisis pormenorizado de costes y beneficios; no era algo así, sino un utópico de las pequeñas aldeas de minifundistas, libremente asociadas y gobernadas. Tampoco era un decidido marxista, ni siquiera un anarquista.

En su exhaustivo libro “Villa y Zapata” F. McLynn recoge un intercambio oral entre Zapata y Soto y Gama, miembro de “Regeneración” e intelectual “zapatista”; le explica a su jefe que el comunismo pretende que se pongan todas las tierras en común para posteriormente distribuir equitativamente la cosecha. Zapata pregunta:”¿Quién se encarga de la distribución?”– “Un representante, o un concejo elegido por la comunidad”, se le responde. – “Si `alguien´ intentara distribuir los frutos de mi trabajo de esa manera, lo llenaría de balazos”, se cuenta que replicó. Ciertamente no es comunismo, como el de Philby, sino comunalismo; pero suficientemente cercano al sentido de justicia social y preocupación por los desposeídos de Greene. Éste, a pesar de todo, debía alinearse con los `conservadores´ rebeldes cristeros, los católicos que no pretendían en absoluto un reparto equitativo del agro.

También McLynn nos traslada unas declaraciones de Pancho Villa, que casi literalmente dicen:

-Los líderes del bolchevismo defienden una igualdad de las clases que no puede ser alcanzada. La igualdad no existe y no puede existir. Es una mentira que todos podamos ser iguales … Para mí la sociedad es una gran escalera con algunas personas abajo del todo, otras en el medio, otras ascendiendo y algunas muy arriba… Es una escalera claramente determinada por la naturaleza. No se puede ir contra la naturaleza. ¿Qué ocurriría en el mundo si todos fuéramos generales o capitalistas, o si todos fuéramos pobres? Debe haber gente de todo tipo. El mundo, amigo mío, es como una gran tienda en la que hay propietarios, empleados, consumidores y fabricantes … Jamás pelearía por la igualdad de todas las clases sociales…

Estas aseveraciones suenan a Pancho Villa total, absoluto y en estado puro… al menos tal y como nos lo ha trasladado John Reed.  Y estos comentarios serían la muerte ideológica de los Cuatro de Cambridge, y de todos los jóvenes europeo-occidentales que atisbaron en la URSS el milenio por venir, donde se instauraría definitivamente la dignidad del hombre a través de la justicia absolutamente universal y equitativa. Las frases de Villa podría haberlas enunciado un revolucionario liberal-burgués, a la vez juarista y maderista; también, ¿por qué no?, los mismo Obregón y Calles (éste en su fase post-bolchevique y de ataque a los sindicalistas), a pesar de que ellos planearon y ordenaron el asesinato de Villa. Incluso podrían salir de los labios de un alto ejecutivo de una corporación norteamericana; el Coronel Greene no tendría reparos intelectuales en afirmar que la desigualdad es natural, y que siempre deberá existir un grupo en la cúspide de la pirámide económico-político; grupo que incluye a hombres como él. ¿Y cuál es el núcleo definitorio de aquél? ¿Blancos anglohablantes protestantes, p.e. cuáqueros? Aquí la respuesta de Kipling, o la del presidente Monroe y los paladines del Destino Manifiesto norteamericano. Pancho Villa se incluiría, a pesar de ser de los “morenos”, en esa minoría de arriba de la escalera: los aguerridos en la lucha por la existencia, los que triunfan en ella debido a sus cualidades de liderazgo y su coraje de auténtico hombres. También esta cosmovisión (o sociovisión) villista es la de los chihuahuenses repeliendo a tiros las acometidas de los chiricahuas y conduciendo ganado por la peligrosa zona fronteriza; la de los sonorenses combatiendo durante decenios a los feroces yaquis en otra frontera, y desplazándose con arrojo en un desierto que entierra a los débiles.

Los triunfadores de la Revolución no resultaron ser los pacíficos, y los limpios de corazón, sino los de corazón duro, como el general Obregón, que fusilaba sin segundas reflexiones a todo aquel que se alzaba contra su gobierno, fuera antiguo amigo, antiguo enemigo, o antiguo indiferente. Un final muy poco cristiano, donde los bienaventurados no predominan en este valle de lágrimas, sino los impetuosos y emprendedores; los señores de la guerra, o mejor, del capitalismo estricto (¿salvaje?)

No era esto lo anhelado por Greene, por ello continúa en el carro de la caridad cristiana y la liberación del proletariado; por ello sus simpatías están aún con el cura del whiskey, débil y dubitativo, pero con todo poseedor de la gracia y conmiserativo hasta el fin. Y no puede sentir empatía con su perseguidor implacable, el teniente de policía, quien a pesar de sus manifestaciones socializantes (Zapata, Cárdenas) es excesivamente expeditivo para despachar a quien entorpece la marcha de la Historia mexicana: así actuaron Villa, Obregón, Calles et alia.

Aportaciones frescas respecto a la visión política/religiosa de nuestro escritor nos llegan con “La búsqueda de Graham Greene”, una biografía mucho menos voluminosa (y oficial) que la de Sherry. W.J. West, su autor, se centra abundantemente en la vida de espía de Graham y en su anhelo de asociar el comunismo y el catolicismo; tenemos que suponer por consiguiente que para West se trata de los rasgos caracteriológicos/biográficos más definidores de Greene. Se podrá estar o no de acuerdo (y en éste el misterio parece presente no sólo en sus novelas), pero hay que reconocer atrevimiento a West y capacidad para incitarnos a ir más al fondo de nuestro personaje. El texto fundamental se encuentra en una conferencia de nuestro hombre ante un congreso cultural en Moscú, presidido por … Mijail Gorbachov (como sabemos, muy admirado por Philby), y es tan jugoso que merece ser reproducido:

“No hay división en nuestras ideas entre católicos –católicos romanos- y comunistas. En el gobierno sandinista mi amigo Tomás Borge, el ministro marxista del Interior, trabaja en afectuoso contacto con el Padre Cardenal , el ministro de Cultura, el jesuita Padre Cardenal, que está a cargo de la salud y la educación; con el Padre D’Escoto, que es ministro de Asuntos Exteriores. No existe ya una barrera entre los católicos romanos y el comunismo.”

W.J. West apunta inmediatamente que Greene conocía que estos puntos de vista suyos no eran compartidos por la Curia romana. Ciertamente, Sr. Greene; Vd. debía saber muy bien que el Padre Cardenal fue reconvenido por Juan Pablo II por su proximidad excesiva (si no inclusión completa) a la teología de la liberación. ¡Cómo! ¡Si incluso vimos imágenes televisivas de esa advertencia papal al cura/poeta, reprendido como un niño díscolo por su tutor!; sólo quedó que Ernesto extendiera la palma de la mano para recibir el reglazo de su maestro, que corregía su inadecuado proceder como miembro del obediente rebaño.

Asimismo debe Vd. saber Sr. Greene que el Padre Miguel D’Escoto fue suspendido por el Vaticano, aunque afortunadamente para él su obispo se negó a cumplimentar el mandato romano. Su decidida convicción, Sr. Greene, de que el catolicismo y el marxismo no sólo son incompatibles, sino que además pueden (de hecho, deberían) asociarse en una apuesta definitiva por los humillados y ofendidos …, no concuerda con la posición predominante de su Iglesia claramente manifestada bajo el Papa polaco. Vd. mismo, Sr. Greene, se ha caracterizado como un miembro de la Legión Extranjera de la confesión romana, debido a su complicada vida personal (sexual) y a sus filiaciones políticas; sus muy válidas opiniones sobre el desdichado desencuentro entre los seguidores de Cristo y los de Marx no puede Vd., Sr. Greene, presentarlos como la más que posible doctrina futura de su Iglesia.

En “Una Especie de Vida” nuestro hombre relata que en los años cincuenta el Cardenal Griffin le llamó a capítulo para notificarle que el Santo Oficio había condenado ciertos pasajes de “El Poder y la Gloria”, por lo cual se le requería el cambio inmediato de éstos. La respuesta de Greene, como estaba cantado, fue: No. Añade que mencionó a su Ilustrísima el hecho, para él relevante, de una de sus primeras “emociones” eróticas se produjo con la lectura de “David Copperfield”…, y aquí acabó abruptamente la conversación entre el díscolo escritor (que merecería también un reglazo en las yemas de los dedos por insolente) y el prelado. Nosotros, lectores y espectadores imparciales, nos preguntamos por qué Greene, hombre librepensador, heredero del liberalismo inglés e ilustrado, socialmente concienciado etc., toleraba semejantes situaciones de censura por parte de un adulto ciertamente bien instruido y formado sobre otro … asimismo bien instruido y formado.

Nuestro escritor reconoce que la Curia romana altera sus ideas muy lentamente, lo que implica que también lo hará con éstas relativas a la censura de libros (de hecho así ha sido), y posiblemente también las condenatorias del marxismo en el futuro. De cualquier modo, Sr. Greene, no es Vd. quien dicta esos cambios de rumbo ideológico; de manera que si no está conforme con la actual dirección, siempre puede encaminarse hacia la puerta de salida. El Sr. Greene, ya lo sabemos, nunca ejecutó tal maniobra, seguro como estaba de que otro Papa Roncalli retornaría para desfacer los entuertos de los Torquemada de turno.

¿El pariente intelectual/religioso más próximo de Graham es por lo tanto otro Cardenal, aunque no de título, sino de apellido? Muy plausiblemente; el Cardenal nicaragüense experimentó dos grandes terremotos existenciales, uno su definitiva conversión al catolicismo, y otro la conversión al comunismo tras su vista a Cuba. La primera lo llevó a ingresar el monasterio trapense de Nuestra Señora de Getsemaní, localizado no en Centroamérica, sino nada menos que en Yanquilandia; y allí conoció y fue tutelado por una de las personalidades más queridas por la intelligentsia católica norteamericana: Thomas Merton. Éste fue escritor, poeta, y monje a la vez; una trayectoria personal bastante paralela a la de su discípulo Ernesto, quien fundó poco después la comunidad campesina, artística, contemplativa de Solentiname en una islita del lago Nicaragua. La segunda conversión conllevó que esta sociedad incorporara el adjetivo de revolucionaria y marxista, enemiga combativa de la dinastía Somoza.

¿La casi perfecta simbiosis de comunismo y catolicismo en Cardenal tiene su imagen especular en Greene? La biografía de W.J. West, y muchos otros indicios, así nos lo hacen pensar; está asimismo la figura del fraile dominico Bede Jarret, quien fue decididamente instrumental en la conversión de Vivien, futura Sr. Greene, y se convirtió en personaje carismático del círculo católico en torno a su marido. Además Jarrete escribió un texto de título auto-explicativo y cargado semánticamente: “Socialismo Medieval”.

¿Era esta la Utopía de Greene? Las comunidades cristianas originarias, atendidas por los primeros presbíteros, compartiéndolo todo: la fe, la esperanza de una venidera liberación de la opresión, los peligros de la persecución, la vida en catacumbas en ocasiones, puede que también las posesiones terrenales. ¿No existía la propiedad privada en esas comunas católicas? Así lo han sugerido muchas voces; sería el primitivo comunismo cristiano; el cual a su vez se acoplaría con el comunismo primitivo  … de la humanidad primera, como está implícito en los postulados del materialismo histórico. Esta situación originaria (por tomar prestado el término a John Rawls) se vio trastornada y absolutamente desvirtuada con la irrupción de la separación en clases, y al mismo tiempo el comienzo de la explotación del hombre (de una clase) por otro (de otra clase). La Utopía cristiana (¿y comunista?) de Cardenal desearía quizás retornar a esas comunas de los primeros; esa Edad Dorada de los seguidores de la auténtica Fe, que se ha extraviado un poco primero en la sociedad imperial romana, después en la feudal, y últimamente en la burguesa y capitalista. ¡Avancemos hacia el millenium! O mejor expresado, ¡retornemos a él!

¿Comunas cristiano-marxistas? ¿Es éste el milenarismo de Greene? ¿El objetivo intelectual y emocional que buscó para sí, y para sus congéneres Homo Sapiens, desde que se convirtió al catolicismo? ¿O puede que empezara a perseguirlo desde que tuvo carné del Partido Comunista en Oxford? Si lo segundo nos adentramos de lleno otra vez en la jungla de los espías; no son pocos los que estiman que el escritor inglés fue un espía prácticamente durante toda sus existencia adulta. Si ello es así, ¿para qué bando? Para el MI6 desde luego, es preciso responder automáticamente; pero … ¿y si nunca renunció a su carné comunista y entró clandestinamente al servicio de la URSS, y no de Su Majestad como OO7? En tal escenario un tanto pesadillesco, “nuestro hombre en Oxford” sería el perfecto paralelo de los Cuatro de Cambridge. Con la circunstancia de que habría permanecido en hibernación para sus controladores soviéticos durante período muchísimo más largos. No, no; esto es llevar las conjeturas inmensamente lejos, y hacer las muñequitas rusas  cada vez más pequeñas y numerosas: Greene un agente comunista que emplea el catolicismo para no hacerse sospechoso al Servicio Secreto británico, al igual que Kim Philby usó su supuesto ideario pro-franquista para borrar su pasado comunista ante sus empleadores del SIS. Esto es verdaderamente desmesurado, y basta ya.. de momento.

Las comunas cristiano-marxistas-utópicas según el patrón de Solentiname nos ponen enfrente de un muy concreto líder revolucionario mexicano: Emiliano Zapata. Es su propio cronista F. McLynn quien asevera valientemente que el zapatismo era una movimiento que atraía a los anarquistas y los místicos cristianos. Campesinos trabajando las tierras comunales, los ejidos, y asociándose libremente ya no tutelados (y expoliados) por los hacendados centroamericanos; éstos traslación a la América post-colonial de los sistemas de producción feudales del Viejo Continente. Antes que el liberal Carranza, el burgués-empresario Obregón, el pro-bolchevique (sólo en una época) Elías Calles, ¿será definitivamente el revolucionario morelense el héroe mexicano del autor inglés? Si hay un héroe para Greene en esta etapa confusa de la Historia universal, es el cura del whiskey; individuo (ficticio, pero estandarte de numerosos reales) cobarde a veces, llenos de faltas carnales, dubitativo incluso en la fe, mal ejemplo en ocasiones para la comunidad, pero poseedor del estado de gracia. El cual no se encontraba en el doctor Rieux de “La Peste”, por propia admisión de éste ante el jesuita Paneloux; este último también un héroe para Greene, estamos convencidos.

Las declaraciones de no-comunismo por parte de Zapata, citadas más arriba, determinan que el término más apropiado para su proyecto campesino sea el de “comunalismo”; y ello también se lee a menudo para describir Solentiname. La cuestión siguiente es si así era la renovación cristiana anhelada por Juan XXIII, y su Concilio Vaticano II; la respuesta taxativamente afirmativa parece bastante atrevida. En Primer lugar porque Roncalli nunca fue un empeñado apologista del movimiento de los curas obreros, aunque los contempló con sereno interés; tampoco podemos estar seguros de que hubiera apoyado sin cortapisas las acciones de los más radicales de sus sacerdotes latinoamericanos. ¿Curas guerrilleros derramando sangre para extirpar de la alienación a los labriegos? Arduo siquiera conjeturar que Roncalli condonara esto; pero Graham Greene … es otra historia. Y otra perspectiva socio-política  del combate contra el abuso de los poseedores; en cuanto a Philby no tuvo reparos en enviar a la detención y el fusilamiento a los esbirros de de esos entes capitalistas, cuando ensayaron la desestabilización de Albania. Porque el se encontraba indudablemente en  medio de una guerra, secreta y “silenciosa”, pero eminentemente justa; aquélla por lograr la terminal instauración de la Sociedad Sin Clases. Lo último es, en principio, idéntico a la propuesta igualitarista de Cardenal; no necesariamente (ni mucho menos) la meta de Zapata, ni ningún otro motor revolucionario centroamericano; y respecto a Greene, siempre hay cierta zona de penumbra gnoseológica y religiosa. Quizás como parte ineliminiable de ser un hombre de Fe, como el Don Quijote de Unamuno.

En los primeros siglos de Nuestra Era los predicadores cristianos advertían a nuevos fieles contra los peligros del pensamiento “griego”, i.e. la filosofía, por su esencial divergencia con las enseñanzas de la Biblia. Es la muy longeva oposición entre el “mythos” de la Religión, y el “logos” de la Filosofía y posteriormente de la Ciencia. A pesar de ello hubo quienes se propusieron entre los cristianos construir un puente para salvar la brecha entre las dos cosmovisiones; uno de los que lo intentó con más ahínco y éxito fue cierto obispo de Hipona, hoy elevado a los altares por la Iglesia romana. Él comprendió, e hizo entender a los reacios príncipes de esta institución, que la doctrina bíblica y el saber “griego”, para él básicamente el platónico, podían no sólo coexistir, sino también complementarse. Su arrojo teológico/metafísico inaugura una época de la historia de las ideas de honda huella intelectual: la filosofía cristiana.

Muchos siglos después, ya en la Baja Edad Media, otro clérigo, también santo hoy para la Confesión católica, insistió en la posibilidad de una fructífera colaboración entre la teología cristiana y los postulados peripatéticos; su “misión” también culminó con éxito. Y ello hasta el extremo que su filosofía, aristotélica pero a la vez cristiana (algo impensable hacia algunos siglos), se ha convertido prácticamente en canónica. Ciertamente, Greene lo reitera continuamente, la Curia romana varía de orientación según los siglos (aunque sea “piano piano”); y nunca lo ha hecho más veloz y profundamente que en los dos últimos; y aún así el tomismo es el armazón básico de la forma cristiana de comprender a Dios, a los misterios que le circundan, y a los hombres (incluyendo a Jesucristo).

Cuando Marx denunció a la Religión (a todas, no solo a la cristiana) como el opio del pueblo, como parte de la superestructura ideológica que “invierte” la realidad, asimismo se estimó inadmisible una convivencia pacífica entre comunismo y catolicismo. Así lo manifestó nítidamente el Pío XII, quien condenó marxismo, y a quienes intentaban colaborar con él confesándose miembros de la comunidad católica. Es patente que los curas obreros de la época cerraron sus tímpanos ante esta prescripción; y lo mismo se aplica a los nicaragüenses D’Escoto y Cardenal. Al igual de Papas y obispos medievales denunciaron tesis peripatéticas como antagónicas con la Fe, para luego reconocer que los contenidos mitológico/bíblicos presentados con el ropaje de las Categorías del Filósofo presentaban una solidez epistemológica muy interesante…, asimismo es posible que dentro de algunos decenios los planteamientos doctrinales y políticos de Cardenal y los teólogos de la liberación se conviertan oficiosamente en enseñanza normativa de la Iglesia. Nadie puede predecir el futuro, ni siquiera el Papa; sólo Dios lo sabe. Según esta predicción, los curas “radicales” (esto es, marxistas) latinoamericanos serían los visionarios que intuyeron el nuevo horizonte para el camino de la Iglesia; por tanto en sentido análogo a aquellos escolásticos que desbrozaron el sendero, delicado en aquellos días de dogmatismo extremado aunque sin Inquisición todavía, por el que deambularían ya más serenamente San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino.

Desde esta atalaya histórica son muchos los estrictos católicos que los pensadores “correspondientes” a los dos últimos citados serían Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, a los que podríamos sumar Ernesto Cardenal. Ellos serían los barruntadores de la nueva fusión, la del catolicismo con un pensamiento que “activamente” (hay que transformar el mundo, no sólo interpretarlo) busca erradicar un sistema de producción injusto y alienante. Ésta sería la Gran Unificación de ideologías del siglo XX, homóloga a la que persigue como un galgo desbocado la Física, para conglomerar en una Teoría la fuerza electromagnética, la fuerte, la débil, y la gravitatoria. Eso después de que el freudo-marxismo de gentes como Herbert Marcuse haya perdido momentum, quizás por el pozo de descrédito en que parece haberse precipitado el primer elemento del binomio. Teilhard de Chardin, jesuita intelectual y darwinista, también ensayó otra Gran Fusión, la del catolicismo con la teoría de la evolución; ésta no se encuentra en retirada intelectual por supuesto, al contrario, es el núcleo de todas las explicaciones científicas sobre el fenómeno de la vida. Con todo “El Fenómeno Humano” de Teilhard no adquirió el ímpetu apostólico que sus contemporáneos cristiano-marxistas; la causa puede hallarse en que el darwinismo, aunque tiene una versión “social” (y un tanto reaccionaria), es exclusivamente ciencia empírica. Falta una propuesta específica sobre cuál ha de ser el devenir de la Historia, cuál es su Sujeto, y cómo puede orientarse ésta hacia la Liberación, para convertir en masivamente atractiva esta teoría sobre las causas de las transformaciones de los seres vivos.

En la ciencia darwinista no hay un saber acerca de la utopía, una receta hacia el Fin de la Historia; sólo brutos datos sensibles sobre mutaciones, especiación, estasis evolutiva, sucesos aleatorios … y extinciones. La teoría de la evolución no comporta, en absoluto, una visión milenarista, sino que es ciencia “dura” para los dientes, áspera para el tacto, e insípida para el paladar; en resumen, ¡como ha de ser la ciencia moderna! Si Vd. quiere algo más tierno, más humano, más íntimo y personal, más consolador en la aflicción, debe Vd. acudir a la literatura, o a la Religión; no busque Vd. respuestas a sus dilemas existenciales y sus frustraciones radicales en los “Principia” de Newton, o “El Origen de las Especies”. Por otra parte el materialismo histórico, aunque definido por Marx como verdadera y destilada ciencia, lo es de la Sociedad, i.e. del ser humano concreto y angustiado, también. En él, y en el materialismo dialéctico, si puede Vd. expurgar contestaciones a su deseo de Justicia y su insatisfacción con la democracia representativa; así los hicieron los Espías de Cambridge y nuestro escritor. E igualmente aquellos jóvenes europeo-occidentales vocacionalmente “ingenuos” (término de Muggeridge, el compañero espía de Greene y Philby) que visitaban la URSS en los años treinta, “viendo” (está claro el color de las gafas que llevaban incorporadas a sus aparato sensorial) allí el millenium. Sí, no fueron capaces de discernir los tortuosos inicios del régimen oscuro (más incluso que el medieval de los Torquemada, con quema de brujas y de herejes) del georgiano de acero; entre la lista de  esos jóvenes viajeros comunistas-optimistas encontramos a Burgess y Blunt, cantabrigenses.

¿Qué habría ocurrido si el joven oxoniense que aquí nos ocupa hubiera puesto los pies en la URSS de aquellos días, y hay indicaciones de que “quizás” lo hizo? ¿Se habría sentido decepcionado, si no horrorizado como Muggeridge? ¿Habría retornado en la misma situación anímica que los futuros espías de Cambridge? Atendiendo a que Greene viajó varias veces, en su edad madura y ancianidad, a Moscú, es lícito conjeturar que no habría abandonado ideológicamente (del todo) al gobierno estalinista. Respecto a su primer grupo de viajes, corrió el rumor (i.e. la acusación) de que era un “agente de influencia” del KGB; esto es, no alguien que robaba documentos de Alto Secreto del Otro Bando, sino aquel que conseguía una publicidad más que generosa para los logros económicos y sociales de la URSS, con lo cual coadyuvaba al triunfo del socialismo internacional.

W.J. West, colocado al otro lado de la valla hermenéutica, asegura, apoyado en su lectura de “delicados” archivos concernientes al MI6, que Graham marchó a la Unión Soviética en sus primeros viajes comisionado por aquél Servicio.

¿Cuál fue el escenario que tuvo lugar en los años ochenta cuando nuestro hombre (en Londres, no en La Habana) se reunió cuatro veces con Philby en Moscú, previa invitación (?) de éste? Trama 1: el espía del siglo procuraba por todos recursos animar al gran (¿el mejor?, ¿el más influyente?) novelista católico del siglo XX, para que desertara del capitalismo, y definitivamente colocara más peso ideológico en el platillo del marxismo que en el del catolicismo. El golpe de efecto, propagandístico, sería descomunal; como si el Aquinate se instalara en un apartamento moscovita. Bien, retiramos lo anterior, que es descara y lamentablemente desmesurado.

Trama 2: instigado por el Servicio Secreto de Su Majestad (ése al que sirve el más notorio consumidor de vodka martinis, mezclados, que no agitados), el octogenario Greene vuelve a las andadas, i.e. al espionaje al lado de los anglosajones que llevan su pesada Carga del Hombre Blanco, e intenta él congraciar a Philby con sus antiguos jefes y hacer retornar al hijo pródigo al regazo del SIS. Casi no es preciso añadir que West ha leído informes claros que corroboran (prueban) esta “trama”.

Empresa digna de un héroe anglosajón, de la estirpe de Toynbee, para el viejo Greene; nada menos que hacer de un septuagenario inglés de Moscú un espía triple. ¿O quizás cuádruple? Porque, más informes de radio macuto, puede que Kim Philby escapara a la URSS en 1.963 como parte de un complejo tinglado montado por el MI6, al cual habría retornado su fidelidad.

En cambio, según otros datos de radio macuto, Greene habría estado colaborando con el KGB (sus antecesores) desde su entrada en el Partido, al igual que su gran amigo de la juventud, Claud Cockburn; lo del último está rigurosamente constatado, con lo que lo de Graham parece factible.

Otra vez las muñequitas rusas, y los pintores que pintan un cuadro de un pintor que pinta un cuadro, que a su vez pinta a un pintor que pinta un cuadro. Dejemos, otra vez de momento, porque nos acompaña ya el título de la obra maestra del maestro inglés del séptimo arte (nada admirado por nuestro maestro inglés de la novelística, curiosamente): “Vértigo”.

Y volviendo a los marxistas más recientes, los iberoamericanos, no haría falta decir que Graham se encontraría con ese grupo de visionarios, como así lo manifestó en 1.987 en el congreso de Moscú.

Recordemos que también hemos encontrado el término “visionario” junto a otro Greene, el coronel norteamericano; pero “éste” Greene merecía tal adjetivo por su capacidad de prever como habría de discurrir la industria minera en México: concentración de fuertes capitales, avanzadas tecnologías de extracción y procesado del mineral, extensos y eficaces medios de comunicación (ferrocarril), organización exhaustiva de los procesos laborales etc. En suma, la “racionalización” profunda del modo de producción, signo distintivo de la mentalidad occidental según Max Weber, y no sólo en el área de la economía, sino en el de la arquitectura, la filosofía, las ciencias, la política, la música, en la historiografía, en la educación…, uno estaría tentado de añadir ¡hasta en las emociones!

Para el sociólogo esta estricta racionalidad, aplicada por doquier, es la marca de la Casa Europea, el espíritu iniciado en la Grecia clásica; y una de sus últimas y más preclaras manifestaciones la encontramos en la racionalización del modo de producción imperante, el capitalismo. A éste, cómo no, va unido el “ethos” calvinista, la tesis que ha hecho famoso a Weber.

W.C. Greene no era calvinista, sino cuáquero; pero para el caso es casi equivalente: al fin y al cabo protestante, y ciertamente poseedor de la ética del trabajo adecuada para el avance del capitalismo, según las más rigurosas normas de calidad weberianas. Pese a la balacera mortífera en sus minas de Cananea entre gringos del Destino Manifiesto (y de la escuela de las películas del Oeste) y mexicanos proletarios cobrizos, se le recuerda hoy como un potenciador del progreso económico en Sonora. Porque lo que ha quedado de la Revolución no han sido las red de aldeas autónomas de pequeños propietarios que trabajan en los ejidos (Zapata); ni las colonias militares del poco utópico Pancho Villa; sino al empresa capitalista, racionalmente estructurada para maximizar el beneficio y minimizar los costes. De manera que mucho más Obregón, e incluso Carranza, que el comunalismo de Zapata (o el de Ernesto Cardenal).

De ahí que el Greene americano sea el visionario, más que el inglés con su añoranza del socialismo medieval cristiano. Pyle, “El Americano Impasible” ha triunfado finalmente sobre el periodista inglés Fowler, como quiso Joseph L. Mankiewicz en su versión cinematográfica pro-americana, que tanto irritó a Graham.

Lógico, porque la red que existe contemporáneamente no es la de ejidos, o comunas-Solentiname, sino la Gran Malla Mundial (The World Wide Web) que extiende su arácnidos hilos por todo el planeta Tierra, ahora ya Aldea Global. Ésta, evidentemente, no es un villorrio morelense con rústicos trabajando “su” parcela de la tierra comunalmente poseída, y disfrutando plenamente del usufructo de lo conseguido. No, ahora el algodón cultivado en Burkina-Fasso se encuentra en una prenda (¿dónde se habrá fabricado?) llevada por un ciudadano de Roma; el tabaco cosechado en Malawi es fumado (¿donde se habrá transformado en cigarrillo?) por un parisino; el petróleo extraído en Guinea Ecuatorial (¿dónde ha sido refinado?) es quemado por un coche en Detroit. No somos un entramado de poblados con gobiernos autónomos, y casi autárquicos, sino una sola Aldea Capitalista resultado del empuje de los europeos (protestantes sobre todo) por aumentar la ganancia comercial fuera como fuese. En cualquier caso puede que este resultado final (¿final?, ¿quién puede decirlo en la Historia, a pesar de F. Fukuyama?) se ajusta más al “sueño” de Benito Juárez, que el socialismo sin clases del millenium soviético. ¿Ha triunfado el coronel Greene frente a Emiliano Zapata? Así parece, “de momento”, en el actual decurso de los acontecimientos; pero aún no ha acabado esta historia, ni la Historia.

 

 

IX.

Puesto que nos ocupamos de uno de los más importantes novelistas del siglo XX, parece oportuno en este momento hablar un poco de … literatura; y para ello sería preciso retornar a nuestro poco heroico clérigo y a su implacable perseguidor el teniente, a quienes tenemos algo abandonados. Hemos hablado del comienzo y el desenlace de “El Poder y la Gloria”, pero apenas de todas las peripecias (aventureras, policíacas) que conforman su núcleo. Recuperamos nuestra historia, sin olvidar las influencias en ella de la Historia; y tampoco el proceso inverso que se ha generado: para muchos ciudadanos del mundo Garrido Canabal es el innombrado pérfido gobernador de “El Poder y la Gloria”, mucho más que uno de los diversos administradores del México revolucionario. Es incuestionable que Graham Greene (y el cura del whiskey) es mucho más conocido fuera de México, que el anticristo tabasqueño. Ironías.

“El Poder y la Gloria” nos ha presentado rápidamente a sus protagonistas/antagonistas: un cura débil y fugitivo -  un policía ascético, cargado de un sentido de misión hacia la justicia social. Es la Iglesia frente a Garrido Canabal, o mejor frente a Zapata o Cárdenas, si no pretendemos adscribir al teniente rasgos cercanos a la furia revanchista.

El páter-whiskey pierde el barco hacia Veracruz por atender a una moribunda: a pesar de su cobardía su función sacerdotal siempre está con él. Comienza de nuevo su vida de fugitivo, su Calvario personal; y verdaderamente la narración de Greene tiene mucho de Pasión, que aguarda ineludiblemente al protagonista aunque éste se desplace constantemente. Así que retorna a la aldea donde vive su hija Brigitta, y la madre de ésta; allí se presenta el teniente, sabueso impenitente, con la intención de encontrarlo y fusilarlo. Sin embargo no reconoce entre los diversos campesinos, y éstos tampoco lo denuncian; salvación casi inverosímil, digna de una novela barata de aventuras … y Greene no ha hecho sino empezar con las peripecias.

El Padre-whiskey decide, contra todo pronóstico razonable, continuar hacia el sur en vez de hacerlo hacia el estado del norte, mucho más suave en las leyes anticlericales. Sí, todo apunta a que tiene necesidad de expiación por … ¿Brigitta? ¿María? ¿su cobardía? ¿su vergonzoso ejercicio del ministerio? Todo ello posiblemente. No quiere entregarse, porque ello sería ceder a la injusticia del estado laico y perseguidor de Garrido Canabal; pero tampoco desea acomodarse a la cómoda ubicación en las grandes ciudades, donde no hay persecución, como la mayoría de los sacerdotes (incluyendo su obispo). No, nuestro clérigo no es tan impresentable, ni tan pusilánime después de todo.

Al llegar a la pequeña aldea de Candelaria encuentra por primera vez al mestizo (también sin nombre propio en la novela), quien comienza a seguirle sin pausa. ¿Qué es lo que pretende? Por una parte parece que buscaría la recompensa, ya que supuestamente lo ha reconocido como el cura fugitivo; por otro lado insiste en que sólo quiere ser su amigo, y además le pide la confesión. El páter niega repetidamente su identidad, sin conseguir ningún efecto, ya que incluso tiene que compartir choza con él durante una noche sin que se aclare la tensión entre ellos.

¿Es el mestizo un Judas o un hombre arrepentido que busca la absolución de un representante de Dios? ¿Ha reconocido de verdad al cura, o sólo tiene sospechas? ¿Escapará de sus garras aquél, o será traicionado para morir  en una mazmorra? La novela aquí parece escorarse definitivamente hacia la línea de John Buchan, con abundantes sustos y sorpresas, y alejarse de la hondura existencial de Joseph Conrad, que fue la gran influencia de Greene en sus primeros años. Así se nota en “El Hombre Interior”, su primer éxito; y prácticamente en todos sus otras novelas hasta la presente. En “El Poder y la Gloria” hay un giro si no copernicano, sí decisivo en el estilo narrativo de Greene, que se hace más escueto y directo, menos (aparentemente) trabajado.

De este modo el páter consigue zafarse por fin en otra aldea, la suya natal precisamente, de la pegajosa compañía del mestizo, con lo cual parece libre de peligros; pero en un relato estilo Buchan nunca se sabe. En el siguiente capítulo Graham nos presenta a un mendigo que está hablando, o quizás más bien importunando a un hombre vestido de dril; éste, sin nombre, intuimos inmediatamente que es nuestro también innominado sacerdote; el escenario es ahora la capital del estado innominado (Tabasco desde luego). Así pues el “héroe” buchaniano se metido en las fauces del lobo, el toro más bravo de la ganadería anticlerical del Presidente (o Jefe Máximo) Elías Calles, i.e. el gobernador Garrido Canabal. ¿Conseguirá el protagonista huir de las redes letales del malvado jerarca? ¿Escapará por fin hacia el estado del norte, para instalarse dichoso en una urbe pro-católica? ¿Será encontrado y denunciado por el pérfido mestizo? La respuesta en la próxima entrega, que podrá Vd. adquirir en su quiosco habitual.

¿Ha descendido nuestro autor varios peldaños en la escala de la literatura para producir libros más asequibles para el gran público, debido a las dificultades económicas por las que atraviesa? Él mismo admite en sus memorias que “El Tren de Estambul” fue escrita para complacer a una gran audiencia, y poder así ganar un dinero que le era imprescindible; de aquí el epígrafe de “entretenimiento”. Con todo nos equivocaríamos, y mucho, si creyéramos que este texto, y todos los demás “entretenimientos”, son literatura barata con tintes sensacionalistas para un consumo (y olvido) rápido de hombres de negocios faltos de tiempo, o lectores poco exigentes que no dominan demasiado bien su propia lengua. En esta sección de su producción Greene ha alterado su técnica de escritura, pero no ha rebajado sus aspiraciones artísticas, su compromiso con los personajes ambiguos o angustiados, su temática existencialista/católica. No ha tenido lugar una transmutación en que un discípulo de Conrad o H. James (o Melville, a quien Greene no suele citar) se suma a la escuela de Conan Doyle, John Buchan o Agatha Christie. Él mismo nos proporciona la llave para entrar en la habitáculo de su estilo literario al aludir a su pariente R.L. Stevenson; los relatos de este último eran poco profusos en términos y sencillos en la configuración gramatical, atenidos esencial y rigurosamente a la traslación hacia nosotros (fieles lectores) de los acontecimientos.

Así comenzó a proceder Greene en sus “entretenimientos”, distanciándose de la redacción exquisita y preciosista de Conrad o James, para comunicarnos con pocos intermediarios lingüísticos quién es quien y qué esta sucediendo. Nuestro escritor perdía así en impacto estético, pero ganaba ciertamente en inmediatez. Ese cambio de formas se traspasó asimismo a sus textos más “serios”, con lo cual el Greene maduro ya jamás nos recordará a sus admirados juvenilmente Conrad y James; pero tampoco puede ser catalogado (y no lo es) dentro de la Historia de la Literatura en el mismo rango que Buchan o A. Christie: él es mucho más profundo psicológicamente, más comprometido socialmente, más ambicioso teológicamente, más católico.

¿Qué nos queda? Un escritor de ritmo ágil y vivo, realmente desenvuelto para atraer rápidamente la atención de un público amplio: John Buchan. Y al mismo tiempo un “autor” que nos tiene habituado a los cueestiones densas y casi metafísicas, que no se arredra para ocuparse de la inmortalidad, los milagros, el irreprimible sentimiento de piedad, o la sexualidad con la brida suelta: más cercano a la temática del autor de “El Corazón de las Tinieblas”. Explicar la técnica literaria de Greene como una fusión de Buchan y Conrad es, lo aceptamos, nuevamente simple y simplemente…, pero hay algo de ello; y el símil de la simbiosis resulta aclaratorio al menos.

De modo que el padre-whiskey consigue a través del mendigo pelmazo averiguar donde puede adquirir un poco de vino, en ese estado donde reina la “ley seca”. Lo último es una muestra del rigor ascético, pero laico, de Garrido Canabal y Calles, parte de la ideología y modo de conducta que pretenden oponer a la doctrina católica. Por el camino hacia la casa del vendedor se tropiezan con un pelotón de policías, acompañando al mestizo, quien claramente está allí para denunciar a aquél que le reportará una generosa recompensa; el mastín no quiere soltar a la presa, y el suspense no decrece. Greene está en el sendero literario de sus “entretenimientos”, alejado al parecer de motivaciones religiosas y búsquedas teológicas; no lo creamos del todo, por el contrario.

El vendedor de la mercancía prohibida resulta ser nada menos que un primo del gobernador, y además la transacción se efectúa en presencia del jefe de policía (por tanto superior del teniente). Comprada la botella de vino el sacerdote no puede negarse, está ante autoridades después de todo, a que los tres hombres (se suma el mendigo) caten el producto. Aquí Green se muestra en plena forma, y en pura expresión de su aproximación directísima a la “acción”; es penoso “ver” como el vino va desapareciendo en las barrigas de los tres descreídos ante la angustia del páter, no descrita verbalmente sino sólo inferida debido a la magnitud de la ofensa. Efectivamente, el líquido precioso, insubstituible para el sacramento de la Eucaristía y la presencia corporal de la Divinidad en este mundo lamentable, se volatiliza ante los ojos del oficiante de la ceremonia, que ahora no podrá tener lugar. Greene consigue esto con frases muy cortas, casi de sujeto/verbo/predicado, ausencia de circunloquios y de tropos, y renuncia a términos cargados de magnificencia y transcendentalidad. Cristo ya no podrá descender a la Tierra, a través de la misa, a través de la mano de “este” sacerdote, lo cual es trágico; pero Graham no insiste en ello con multitud de oraciones de lamento, de trabajada composición gramatical. El hecho es suficientemente tremendo para estremecer al lector, y así lo deja el hacedor del relato.

Algo más tarde el Padre-whiskey, escabulléndose de la policía entra por casualidad en un establecimiento público lleno de … ¡Camisas Rojas! Coincidencias al estilo Buchan desde luego, lejanísimas a J. Conrad o H. James. De Guatemala a Guatepeor; de las fauces del lobo al vientre de la ballena. Y mala fortuna, tropieza con la pared y la botella de brandy en su bolsillo tintinea delatoramente, así que otra vez  a correr huyendo de los secuaces directos de Garrido Canabal. En su escapada el páter acaba enfrente de la casa de vecino donde reside ¡el Padre José! ¿No acabarán nunca los cruces aleatorios de personajes y situaciones?  No, ciertamente, como se exige del género representado espléndidamente por “Los Treinta y Nueve Escalones”, sea novela (Buchan) o cine (Hitchcock).

El Padre José se niega en redondo a auxiliarle, demostrando una cobardía inmarcesible, lo cual honra al escritor católico Greene, que ha sido capaz de delinear un  personaje de su fe tan poco edificante. De modo que el protagonista termina en la comisaría de policía, donde se encuentra (¡más azar!) al teniente, quien, una segunda vez, no lo reconoce como el fugitivo que lleva escurriéndosele durante años. La celda en que le confinan es minúscula, superpoblada y llena de decrépitos morales entre algún miembro respetable de la comunidad católica, que está allí como tal y no como delincuente.

El páter admite en ese ámbito cerrado física y psicológicamente que lo es, pero nadie se decide a denunciarle a pesar de la suculenta recompensa. En su autobiografía Greene comentaba que esta escena en la cárcel era de  lo más satisfactorio que recordaba de su producción; unos fragmentos literarios que él mismo estimaba como realmente conseguidos. Los intercambios entre los recluidos son ciertamente conmovedores, desde el asesino a la piadosa mujer, y Graham salta de uno a otro con habilidad circense; ni un momento de descanso, ni un instante de aburrimiento, siempre emocionando e incluso haciéndonos estremecer (eso significa en inglés la palabra “thriller”).

Al día siguiente el páter-whiskey descubre horrorizado que en las celdas contiguas se encuentran los rehenes atrapados por el teniente para que las aldeas hagan acto de delación de su presencia en ellas. Aunque de ésta saldrá nuestro cura, para volver a la cárcel ya definitiva y terminalmente, estos fragmentos de “El Poder y la Gloria” conforman una auténtica Pasión; son un sufrimiento físico (el cura teniendo que acarrear los baldes de excrementos, incluido) y ante todo moral extremado. Los acontecimientos hurgan en la herida de la culpa y la indignidad del hombre, y del representante de Dios, hasta el punto de que no es posible que duela más.

Por ende, en una de las celdas se tropieza con el malhadado mestizo; al fin alguien le reconoce, pero tampoco ahora será denunciado, pues en tales circunstancias la recompensa no sería cobrada. Sólo le resta el interrogatorio del teniente, quien, incluso apiadado de su indigencia le da una moneda de cinco pesos. El narrador no se desliza hacia el fácil maniqueísmo de admirables católicos versus fanáticos revolucionarios socializantes; el policía conlleva casi todo lo recomendable de Zapata o Cárdenas, aunque desgraciadamente es tan implacable en la eliminación de lo que estorba al Movimiento de la Historia en México como el Presidente Obregón, al amigo íntimo de los fusilamientos sumarios. Nada debe estorbar la Marcha Ineluctable hacia la Utopía de Justicia Social, y si es necesario fusilar o espiar a tus amigos (Philby), ello es un mal necesario.

Durante toda esta parte de la novela Greene se ha desenvuelto como un cochino en un charco de agua sucio, o un potro mesteño en las amplias praderas del Medio Oeste: con absoluta libertad y control de la situación. Él es aquí alguien que domina perfectamente todos los pasos del baile, de manera que parece repetirlos casi en estado de duermevela; es un consumado maestro de la técnica del relato policíaco, y nos arrastra a través de él con una agilidad que podríamos adjetivar de cinemática. Como ya hemos mencionado, a partir de “El Poder y la Gloria”, y de “El Agente Confidencial”, el “entretenimiento” policíaco que escribió a la vez, su estilo novelístico se alejará irreversiblemente de Conrad et alia. Sería una grosera simplificación aseverar que Greene aborda temáticas conradianas, o profundamente éticas, o sentidamente católicas, con el envoltorio de un relato de suspense. Tal afirmación erigiría una dicotomía radical entre el fondo y la forma; una grieta contundente entre el “fenómeno” (lo que se manifiesta a la luz) y el “noúmenon” kantiano (la cosa en sí misma, la auténtica realidad del relato).

Nosotros no vemos contradicción entre una temática transcendente, o al menos comprometida con las inquietudes del hombre moderno, y una técnica narrativa suelta y generosamente fácil; aunque ya sabemos que lo fácil de leer (o de ver como espectador: Hitchcock) es producto a menudo de una labor de construcción artística muy difícil. Por sus memorias, y varios otros testimonios, sabemos que Greene no escribía sus novelas (o “entretenimientos”) en dos tardes, como Edgar Wallace. Aparte de ello sus obras no son desde luego de usar y tirar; una primera lectura nos puede dejar la sensación aquélla de “¡qué fácil es esto!”, “¡qué bien entra en la mente del lector!”. Una segunda (o tercer, o cuarta, que las aguanta Greene) lectura nos hará conscientes de que no es tan elemental lo que hemos leído, ni cómo está conformado.

Acudimos sin empacho a la repetidísima imagen del río para comparar la prosa de Greene a una corriente de agua; ésta fluye ágil y rápida, de modo que los que nos encontramos transportados en medio de ella podemos observar muy cómodamente los diversos parajes de las orillas que la flanquean, sin que haya cortes ni sobresaltos. Esos paisajes son, evidentemente, los acontecimientos, los eventos del relato, i.e. la Acción. Greene siempre decía de su segunda (fallida) novela que lo único que le gustaba era su título: “El Nombre de la Acción”, aquello que se transmite límpidamente en “La Isla del Tesoro” o “El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde”.

En las novelas de Conrad, H. James o Melvilla esa corriente lingüística acarrea muchos troncos, y se encuentra con muchas rocas y obstáculos en su camino, que entorpecen el flujo e impiden una visión serena de los parajes (los eventos). En autores de este rango se genera un hiato entre al forma gramatical y el significado; a menudo las frases son tan elaboradas (o tan largas) que el lector muchas veces toma conciencia en primer lugar de su (alambicada) estructura sintáctica, y sólo después es capaz de “atrapar” su significado.

Si existe una ruptura entre configuración sintáctica y componente semántico, entonces se pierde de la fluidez de la narración; la corriente narradora se encuentra entorpecida, y el lector encalla entre los impedimentos. Aquél debe en ocasiones leer despacio, o dos veces, para asimilar completamente la sofisticada oración, y sólo después será capaz de “saltar” al aspecto semántico. En tal situación, con una estructura enunciativa-gramatical barroca y espesa, el hilo narrativo queda seccionado. ¡Pecado capital para la novela!

En Greene (post-“El Poder y la Gloria”, y por ello post-Conrad) no hallamos tal brecha, de manera que pasamos automáticamente de la sintaxis de la frase a la aprehensión del hecho significado por ella; la narración nunca está truncada. En Conrad, especialmente en sus obras maestras como “Lord Jim” o “Nostromo”, nos topamos (casi chocamos en nuestra navegación por el río de la narración), con frases notablemente largas; cadenas de oraciones subordinadas y coordinadas en las que a veces los complementos decisivos se encuentran al final. El lector es sometido a una prueba rigurosa de lectura atenta y concentrada, para comprender la acción; eso sí, la calidad estética de las construcciones lingüísiticas, y su trabajadísima y filigranesca construcción son un verdadero deleite para el gourmet literario. Un sofisticado plato de cocina francesa, frente a una chuleta sin aderezar (vuelta y vuelta) de res tejana.

R. L. Stevenson es elogiado por Greene debido a la escasez de palabras, que llega casi a la ausencia de adjetivos; desnudos substantivos para manifestar el núcleo de toda historia, la Acción.

Muchos críticos replicarían que el precio pagado es la sencillez del relato, y la carencia de la primaria hermosura de las “bellas letras”. El estilo de Greene es tan poco exornado, tan 0% retórico, que los estetas literarios pueden echar de menos las metáforas, metonimias, sinécdoques y cualesquiera figuras literarias que conforman la salsa de una bella expresión lingüística. Ésta, argumentan, demanda un cierto nivel de complejidad gramatical, de escudriñamiento en las posibilidades formales de la lengua. Si Vd. ama sobre todas las cosas esto en la literatura, Greene no será su autor; él ama ante todo la Acción, inmediata y especularmente transmitida. La novela como espejo que se coloca en el camino de la vida, como pedía Stendhal.

 Pero …, esa Acción de Greene, y desde luego todas las emociones y reflexiones (muchas) que la engendran, es ella misma ampliamente rica y “recargada”: fe, sentimiento de culpa, traición, justicia social, expiación, sexualidad primaria, espionaje sin barreras, sacerdocio, inmortalidad, comunismo, catolicismo …

Las frases, y párrafos, de Greene no son habitualmente las más apropiadas para ser releídas muchas veces en seminarios de literatura como paradigma de la exquisitez de la lengua de Shakespeare. Porque esas oraciones son parte de un entramado orgánico, ininterrumpido como el “panta rei” en el río de Heráclito.

Toda la parte de “El Poder y la Gloria” que transcurre en la capital del estado, con el páter-whiskey escapando de los policías, del mestizo, de los Camisas Rojas, buscando comprar el anhelado vino en casa del archienemigo, humillado por un ex-sacerdote, encarcelado con delincuentes y víctimas, cuestionado por su perseguidor permanente, descubierto pero no delatado etc. etc. se puede (y debe) leer de un tirón, conteniendo el aliento mientras se aguarda el desenlace de tantos avatares. Se puede contemplar todo como el más largo de los planos-secuencia (una sola toma) de Brian de Palma. Ése es el valor artístico y formal de Graham Greene, no la pureza de sus enunciados, ni la brillantez de su ilación en combinaciones sintácticas sin parangón.

En búsqueda de otro estrato de literatura para continuar con las comparaciones acudimos a los hispanoamericanos. Autores como G. García Márquez, M. Vargas Llosa, Alejo Carpentier, M.A. Asturias, o Isabel Allende son poseedoras todos ellos de una imaginación portentosa, y con un ingenio bien contrastado; así pueden ser realmente inventivos en sus frases, y dotarlas de un valor cercano a la lírica más que a la prosa. En ellos si nos topamos con párrafos enteros de delicada construcción, y capacidad evocativa sobresaliente; dignos de ser leídos en alta voz con delectación, y examinados en talleres especializados de creación literaria en Universidades de primera línea. Sus textos descubren nuevas posibilidades de la lengua castellana, explorando facetas de ésta perfectamente coherentes con sus normas sintácticas, pero abridoras de senderos idiomáticos. No hay tal en Graham Greene, de estilo mucho más escueto (recordemos, pocos adjetivos), como pretendiendo acomodarse a una mentalidad estoica, muy compatible ésta con la religión católica. Los libros de los latinoamericanos arriba citados son una pluviselva de metáforas y otras figuras literarias, como sacadas a su vez de su imponente geografía física; y se los puede degustar línea a línea, frase a frase. En Greene lo que cuenta y vale es el conjunto, y muy especialmente la trabazón fina entre todos los personajes, las situaciones y los párrafos y capítulos que los describen. Imaginamos difícilmente que en el futuro se citen muchas frases de Graham Greene en las clases de literatura inglesa, como paradigmas de la belleza de esta lengua; por otro lado estamos convencidos de que se le analizará muy en profundidad, tanto por la riqueza de sus personajes, como por la persistencia de sus temas ideológico-religioso-morales.

Joseph Conrad sí cuenta ciertamente con abundantes textos adecuados para mostrar las excelentes posibilidades de la lengua de las Islas; es tan cuidadoso en su intento de precisar al detalle lo narrado que a veces una frase sobre una determinada emoción de un personaje, es seguida por otra que comunica casi lo mismo, excepto por una minúscula diferencia. Y otra oración sobre un estado de cosas, es continuada por otra que se refiere de nuevo a este último, con el propósito de delimitarlo aún mejor, y así puede continuar durante varios estratos. En conclusión, con tanta puntillosidad, impecablemente gramatical, Conrad nos hace perder a veces la dirección de la corriente narrativa, el flujo se ha cortado por los escollos en medio del río, que son estrictamente lingüísticos. ¡Ah! Hemos perdido la Acción, en medio y entre las palabras que se supone nos servían para conocerla.

Conrad, H. James o Melville dominan tanto su idioma (en el caso de Conrad, prestado), y nos quieren hacer tan conscientes de ello, que adquirimos la impresión de que porciones considerables de su prosa tienen como objeto … los propios signos lingüísticos, y no el mundo externo extra-lingüístico. Algo así como frases que tienen como objeto cómo hacer mejores frases, o mejorar la frase anterior que se ha enunciado; un metalenguaje que tiene como objeto el lenguaje, por supuesto: un hombre que mira por la ventana a otro hombre que mira por la ventana, el cual a su vez mira a otro hombre que mira por la ventana. En los textos de Greene lo que se mira desde la ventana es siempre la realidad sensible externa, el mundo de la Acción.

Dicho esto, debemos añadir que nuestro escritor no renuncia al empleo de muchos adjetivos si lo estima necesario, de tropos y comparaciones varias y sugerentes, ante todo de valientes incursiones en el torrente de conciencia de los protagonistas… Sí Sr. Greene, ha marchado Vd. bastante más lejos que R. L. Stevenson en  la mecánica de la lengua literaria; sí, Sr. Greene, nos arriesgamos a afirmar muy rotundos que es Vd. mejor escritor que su pariente escocés. Y su técnica de narrador puro, apoyado en la tradición británica del género policíaco, no hizo sino mejorar desde que comenzó e emplearla masivamente desde “El Poder y la Gloria”. En su autobiografía nos comunica, en parte sorpresivamente, que su novela favorita es “El Cónsul Honorario”, que no es desde luego de las más encontradas en sus antologías; por nuestra parte hemos de estar muy de acuerdo con sus propio criterio, si acaso preferimos la inmediatamente anterior, “Los Comediantes”.  Junto con “Un Caso Acabado” son sus textos de plenísima madurez, maestría de la novela, y control de los recursos de la técnica del narrador. Se muestra Vd., Sr. Greene, como auténtico zorro viejo que conoce perfectamente donde atrapar sus gallinas, léase la atención de sus entregados lectores, a los cuales no defrauda en lo absoluto a pesar de tener que superar cimas como “El Poder y la Gloria” y “El Revés de la Trama”. Si las dos últimas, junto con “El Fin de la Aventura” son sus grandes novelas de “tesis”, las que contienen las grandes preocupaciones religiosas y morales que lo marcan a fuego como perteneciente a una grey autoral, las otras tres citadas son el ápice técnico, el río narrativo que nos  lleva más suavemente que nunca por las orillas de paisajes de Acción más variopintas imaginables. Desde las primeras frases de “Los Comediantes” o “El Cónsul Honorario” es Vd. capaz de conseguir la atención del lector, y casi inmediatamente después su hondo interés; y no sólo porque le plantee una historia intrigante de la clase “¿Quién es el asesino”? Está Vd. a unos cuantos pares de años luz del patrón literario de Agatha Christie, en primer lugar porque sus pretensiones (literarias y socio-religiosas) son muy muy dispares.

Y como fieles lectores de sus tramas, y admiradores de la paleta de sus personajes, hay algo que lamentamos sentidamente y echamos mucho en falta en su producción: una novela ubicada en Malasia. La tenemos sobre México, África Occidental, Indochina, Cuba, Congo, Haití, Paraguay; cualquiera de ellas con aspiraciones a ser reputada como su obra maestra. Es cierto que recorrió Vd. mucha porción del ancho mundo, y no escribió sobre todos los lugares visitados; pero sólo hay que leer sus memorias para entender que sobre Malasia tenía Vd. no sólo el material sino el plan para una gran novela más.

Graham reconoce que Malasia fue el primero de sus “escapes”, punto de fuga de su pavor a la monotonía conducente a estados depresivos. Su llegada fue contemporánea con atención mundial enfocada hacia Corea, y también en Malasia había una situación  conflictiva, que el gobierno llamaba eufemísticamente de “Emergencia”; ésta era en verdad una guerra de guerrillas, por supuesto comunistas.

Si su viaje de “escape” inmediatamente posterior fue a Indochina, donde se mostró más antiamericano y más cercano al comunismo que nunca, en Malasia sus memorias nos lo presentan más próximo al Mando Británico. Nuestro autor simpatiza con las dificultades de los plantadores (capitalistas) y las tribulaciones de los administradores del Gobierno (colonial) del país extremoriental. Graham parece haber colocado entre paréntesis, momentáneamente desde luego, sus exigencias acerca de la justicia social.

Éste es un buen momento para resumir una vez más las presupuestos intelectuales primordiales de esa guerrilla malaya (o más bien china), que en gran parte compartía el antiguo y breve miembro del Partido Comunista en sus días oxonienses.

Para Marx (y Engels) desde su más tierna infancia como género Homo, nuestra especie ha sido marcada a fuego por el proceso de trabajo. Para subvenir a sus necesidades, amplias y variadas, el hombre ha debido desde la “situación originaria” recurrir a la producción de los bienes que las satisfacen; para ello ha debido enfrentarse a la Naturaleza: encauzarla, desviarla, transformarla, llevarla hasta sus límites, incluso “explotarla”, si queremos emplear una típica jerga anti-capitalista.

Con la ventaja del tiempo, y colocándolos en la atalaya de las enseñanzas de Darwin (contemporáneo de Marx) y de la reciente teoría sintética de la evolución, podemos añadir más madera (datos empíricos) a la caldera intelectual del marxismo.

Homo Sapiens no es ni lo suficientemente rápido para atrapar muchas presas, ni musculoso para matarlas, ni posee desagarradotes dientes para romper su piel; en otro orden, tampoco es poseedor de un aparato digestivo capaz de procesar multitud de nutrientes vegetales. Su olfato no es muy fino para oliscar la presencia de alimento, y tampoco su estómago opera óptimamente con la carne cruda. Sus facultades natatorias son más que limitadas, por lo que como depredador acuático es casi nulo. Su escasez de olfato y de velocidad, unido a sus limitaciones de trepador arborícola lo convierten, por otro lado, en presa asequible para especies más altas en la pirámide depredadora. Su piel y su temperatura corporal no le permiten habitar cómodamente en regiones fuera de la franja de clima templado. En resumen, un mamífero bastante endeble, poco dotado por la Naturaleza, y con muchos boletos para lograr ese resultado determinante en la lotería de la Evolución: la extinción.

Sin embargo no nos hemos extinguido, sino que hemos “progresado” más que ningún otro género animal. Y ello por que trabajamos; i.e. compensamos nuestras desventajas con el empleo de herramientas, con las que se inicia un nuevo orden categorial, diferente al de la Naturaleza: la `techne´ de Aristóteles, la cultura de los antropólogos sociales.

El trabajo (con instrumentos fabricados) es la verdadera esencia inmutable del hombre; él define su `eidos´ platónico, incambiable a lo largo de las épocas. La misma paleoantropología lo ha recalcado con su terminología; de manera que Homo habilis es el primer y auténtico miembro del género humano, como distinto de los australopitecos. Y Homo ergaster fue el primero en abandonar África y comenzar a distribuirse por todo el globo en una empresa de colonización inusitada, y posible sólo por la ya depurada tecnología instrumental. 

Por tanto Homo sapiens debe en todo momento trabajar, estar inmiscuido en un proceso de producción (alimentos, ropa, incluso arte), pues en caso contrario se extingue como una llamita expuesta al tifón de la Naturaleza. En verdad esta última se conduce con nosotros cual madrastra de cuento ceniciento, porque no nos ofrece presas asequibles, hierbas comestibles, especies pacíficas que no nos vean apetecibles gastronómicamente, meteorología estable y benéfica etc. Tenemos que enfrentarnos a ese “enemigo” que se resiste a otorgarnos sus favores en forma de dones, y alterar sus procesos para nos alimente y nos arrope; el ejemplo más típico, y glorioso, de este proceder es la agricultura, suprema invención humana y a la vez modificación del estado de cosas natural.

Por otro lado en hombre es parte de la Naturaleza, porque vive en ella y “de ella”. Somos seres naturales; y nuestra naturaleza, lo que Marx denomina “ser genérico” es precisamente nuestra (inevitable) actividad productiva. Aquí encontramos la esencia platónica del Homo sapiens; somos no bípedos implumes, sino animales inmersos en un proceso de trabajo. El marxista podría llegar a decir que quien no trabaja no es ser humano, al ubicarse fuera de la vida productiva; si ésta no está presente y eficiente,  lo que estará en breve tiempo es la extinción. Por tanto nada más alejado del comunismo que máximas como las de que vivirás con el sudor del de enfrente, o vive a costa de tus padres hasta que puedas hacerlo a costa de tus hijos. El marxista extremado aseveraría que el capitalista vive precisamente de otros, no sus hijos sino sus empleados; es alguien que no trabaja, sino que exprime a otros para que intervengan por él en el proceso de producción de bienes. El burgués habría perdido su ser genérico, porque carece de vida productiva; en realidad lo que la crítica marxista denuncia es la pérdida del ser genérico que experimenta el obrero (o campesino) asalariado, debido a que no es el dueño de los productos de su trabajo. He aquí la alienación, ángulo epistemológico decisivo en el materialismo histórico.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Debido a una tergiversación diabólica de la estructura del proceso de producción: ni más ni menos que la nefasta aparición de la propiedad privada, y con ella de la distinción de clases. Con esto la Historia cambió verdaderamente de signo, y se convirtió en la lucha de clases.

Uno de los postulados que se cierne permanentemente sobre el materialismo histórico es el de la sociedad comunista primitiva. En el comienzo de la Historia no sólo la tierra era común (como los ejidos mexicanos, que tanto defendían los revolucionarios más radicales), sino también el utillaje; asimismo lo sería todo lo recolectado, distribuido equitativamente con posterioridad ¿por?... Si lo primero era acorde con el ideario de Zapata, lo segundo ya sabemos que le colocaba en estado de exasperación.

John Rawls, uno de los grandes de la teoría política del siglo XX, también comienza sus argumentaciones refiriéndose a la “situación originaria” de los seres humanos; sólo que en su caso ésta es claramente una hipótesis de trabajo, una conjetura popperiana útil para elaborar un constructo teórico. Rawls estima que la decisión más racional en tal tesitura es establecer un contrato; como vemos hollamos territorio liberal/burgués, en la tradición de Locke y Rousseau. Ese pacto social primigenio estipularía que “quien peor esté” nunca debe carecer de alguna posesión y caer en la indigencia; y “quien mejor esté” nunca debe poseer en tal magnitud como para pisotear al resto de la comunidad. Si los humanos nos encontráramos en cualquier momento histórico en una tal situación originaria (esto es un condicional de la lógica formal), lo que “deberíamos” hacer es firmar un convenio de esas características.

“Una Teoría de la Justicia” de Rawls es un texto (brillantemente) absolutamente teórico, por todos sus costados; prácticamente no en él un solo análisis histórico del modo de producción en alguna sociedad concretamente fechada. Por contra Marx nos describe muy en el sentido de la ciencia histórica lo que los hombres “hicieron” a partir de la comunidad primigenia, y que desde luego jamás de los jamases “debieron” hacer; porque concedieron la propiedad de los campos y de los aperos a una minoría. O para expresarlo más correctamente, esta minoría logró con sospechosos artilugios, arrebatar los títulos de posesión a la inmensa mayoría, arrogándose unos derechos venidos de quién sabe donde. Si queremos ser todavía más precisos, hemos de añadir qué si se conoce el origen de esos títulos “legítimos” de propiedad: son divinos. Con lo que el proceso “natural” de trabajo, aquél por el cual el hombre se convierte en un ser genérico, se ha transmutado por la intervención de un “deus ex machina”. Ahora el modo de producción, y la estructura completa de la comunidad, incluyendo la esencia humana, se han puesto boca abajo; un fenómeno radicalmente natural como es la obtención y distribución de bienes económicos, ha devenido explicable sólo con términos extra-naturales. Un Ser Sobrenatural da títulos de propiedad sobre haciendas y vidas a una pequeña porción de privilegiados, a quienes todos los demás deben someterse. Lo Espiritual (divino, sobre-natural) es la categoría existencial fundamental, la que fundamenta epistemológica y antológicamente el proceso de trabajo; la Idea es el verdadero Ser, no la Materia. Lo que existe aquí-y-ahora, lo que hay en-el-mundo es substituido por un ente de ficción, el Espíritu Absoluto; esto es para Marx una desaforada (y absolutamente interesada política y económicamente) inversión de la realidad. La primera línea de ataque del marxismo es por lo tanto contra Hegel y sus acólitos, incluidos todos los pastores, sacerdotes, ministros, rabinos e imanes de este globo terráqueo.

Sí, efectivamente, todo lo anterior es una simplificación grosera; pero suficientemente rigurosa para comprender a gentes como los actos de gentes como Zapata o Cárdenas; e incluso los de los Cuatro de Cambridge, y hasta los de Greene. Y desde luego con estos patrones teóricos podemos dar cuenta del estado mental del policía que persigue inmisericordemente al padre-whiskey, que para el primero representa muy bien esa aberración económico-histórica: hacendados y órdenes religiosas como poseedoras de la tierra.

Para este policía la vuelta al estado natural de la sociedad exige en primer lugar fusilar al cura y a otros como él, que defienden teórica y teológicamente el viejo y usurpador sentido de la propiedad. Para Marx, no muy lejos de su ficticio discípulo mexicano, la solución ha de buscarse cavando más profundamente, llegando hasta la infra-estructura económica.

Uno de los enunciados más repetidos en los textos marxistas es que la Historia del mundo es una la de la lucha de clases; si erradicamos éstas, se terminará ese círculo infernal (así se llama en alemán al círculo vicioso) de esclavos/amos, siervos/señores, obreros/burgueses etc. Para hay que retornar a la comunismo primitivo (comunalismo diría Zapata), a la situación primigenia donde no había explotadores y explotados. Para los comunistas el Fin de la Historia es retornar al principio, a la comunidad sin clases y sin propiedad privada; la utopía (lo que no está en ningún lugar) ya la tuvimos, pero la perdimos incompresiblemente. ¡Hay que volver a instaurarla! Esa es la flecha ineluctable de la Historia. En otros textos Marx denomina todo lo que hemos experimentado hasta la fecha, i.e. la opresiva y omnipresente lucha de clases, la prehistoria humana; sólo con la llegada (o el retorno) de la Sociedad sin Clases principiará la auténtica Historia. Historia no de opresión, sino de liberación, de adquisición definitiva del ser genérico para todos: producción de bienes materiales, de conceptos abstractos y de formas artísticas. Porque la vida productiva del hombre no es sólo de alimentos, sino de logros en la esfera de las ideas y de la expresión estética.

Cuando la minoría propietaria se convierte en dueña de los productos del trabajo de la gran mayoría, ésta pierde no sólo poder económico sino su capacidad creativa. Para Marx el proceso de producción definidor de nuestra esencia no es sólo manual/agrícola/artesanal/industrial; también se produce poesía, épica, drama, música, escultura, pintura, arquitectura etc. La vida productiva humana es creativa (en primer lugar de nuestro ser genérico), consciente, y además libre; si sus productos son aparatados de nosotros (enajenados) perdemos todo ello.

Si el valor de uso logrado con mi esfuerzo se convierte en “ajeno” y no me es permitido legalmente disponer de él, todo el proceso de trabajo pierde su sentido primordial; no los resultados de la producción no son ajenos, sino asimismo nuestra propia naturaleza genérica: la alienación se ha implantado.

Únicamente cuando el hombre sea dueño de su esencia como ente productivo, habrá llegado el verdadero millenium, que evidentemente no coincide con el del cristianismo. Éste, para todo buen seguidor de Marx, es una ideología alienante, cuyo objetivo gnoseológico es equiparable al de Hegel: disfrazar la explotación incardinada en la infra-estrctura económica, con cantos de sirena adormecedores fabricados en la super-estructura. El páter-whiskey es uno más de los operarios de la última, concretamente de esa fábrica de opiáceos llamada la Iglesia católica. La percepción marxista del catolicismo, y de cualquier otra religión, es totalmente crítica; son comprensibles los esfuerzos de reconciliación intelectual realizados en la mente de Greene para ensamblar las dos doctrinas que más le guiaron en su conducta y en su arte. Para él era difícilmente asumible definir el catolicismo como un producto ideológico (tergiversador de la realidad en sí misma), entre los muchos reales y posibles, de las condiciones materiales concretas; éstas, ni que decir tiene, vienen estableciadas por el modo de producción dominante en una específica sociedad histórica. Ni más ni menos.

¿Qué relación tiene todo esto con la Malasia de principios de los años cincuenta? Pues que un grupo de combatientes y simpatizantes comunistas pretendían terminar con el colonialismo británico, una de las expresiones más notorias del capitalismo, e instaurar el millenium marxista. Éste que atisbaron A. Blunt, G. Burgess, y muchos otros jóvenes occidentales en su visita a la URSS de los años treinta; quizás fue así también durante un breve chispazo temporal para cierto Graham Greene.

Los guerrilleros comunistas de la Malasia visitada por nuestro escritor consideraban a todos los plantadores y funcionarios británicos como perfectos representantes del sistema burgués. Las ecuaciones matemáticas que explican éste último se hallan muy bien escritas en los libros de la ciencia marxista; por ello los individuos concretos, con nombres y apellidos, papás y mamás, hijos y cónyuges, verrugas y úlceras …, se reducen a valores que toman momentáneamente las variables algebraicas. Esos seres humanos son rellenos de carne y sangre de las casillas vacías en el entramado teórico definido por la única y verdadera ciencia de la Historia y la Sociedad, i.e. el materialismo histórico. El objetivo de la guerrilla, y de cualquier luchador por el milenio socialista, es la implantación del Gran Esquema socio-político, con sus ecuaciones adecuadamente implementadas y resueltas; quién ocupa en un punto geográfico y fecha concretos la variable es tema accidental absolutamente. La Revolución debe triunfar por encima de los entes individuales; éstos son prescindibles. Es aquí donde el Sr. Greene parece tener graves problemas de aceptación intelectual con el marxismo. Fue el protagonista de “El Poder y la Gloria” quien afirmó que su hija Brigitta (y la hija de cualquier otro ser humano individual) es más importante que todo un continente.

Al escribir sobre los plantadores, los funcionarios civiles, o los oficiales británicos en Malasia, Greene no se manifiesta capaz de juzgarlos como simples “representantes” del colonialismo, como portaestandartes de la opresión capitalista; ellos siempre son entes irreductibles a su función dentro de la estructura económica de la sociedad burguesa. Greene se encuentra más cómodo describiendo ( relatando) seres particularizados, que analizando el Gran Decurso de la lucha de clases en cada momento de la Historia. Greene escribe sobre historias individuales (“stories”), no acerca de la Historia Universal (“History”). Ése es su oficio, su fuente de ingresos económicos dentro del modo de producción en que se desenvuelve; pero a la vez su vocación, su respuesta al llamado de la Vida. Esos británicos de Malasia siempre poseen para él nombre y apellidos, aunque no los mencione y los llame X o B.

Muchos son los que se han preguntado, y nos incluimos, por qué Graham no se “convirtió” al comunismo como los Espías de Cambridge; una explicación directa, y suficientemente satisfactoria, es que ello era incompatible con “su” conversión al catolicismo. Al mismo tiempo hemos de reconocer que nuestro autor no daba indicios de estar muy convencido de esa imposible interconexión; como prueba aducimos, entre muchas factibles, sus novelas “El Americano Impasible” y “El Factor Humano”. En ellas el lector contempla el lado humano/humanista del comunismo, i.e. su capacidad de inmersión y compromiso en lo particular, individual y carnalmente humano. Testimonio definitivo, por ser casi último, lo tenemos en sus elogiosas frases acerca de E. Cardenal, M. D’Escoto y T. Borge trabajando en armonía en el gobierno sandinista. He aquí su sueño realizado: la fusión de los dos grandes milenarismos del siglo XX; muy divergente a la utopía pretendida por Kim Philby ciertamente.

A pesar de esto Greene nunca se pasó al bando comunista, incluso parece que espió “contra” ellos.

Una respuesta que se nos antoja al menos interesante es que Graham nunca devino marxista absoluto porque era novelista; él era un narrador de historia, no un perseguidor del Fin de la Historia, o de su Comienzo verdadero ( si preferimos la otra terminología).

Así nos describe en “Vías de Escape” al plantador X, hombre de coraje probado y gran vitalidad; su casa está rodeada de alambre de espino y de reflectores, y siempre regresa a ella temiendo que su vehículo sea ametrallado por los comunistas. Estas circunstancias no han eliminado su ruda amabilidad y su firmeza para no abandonar la primera línea en ese combate con la guerrilla.

También nos cuenta algo del funcionario B, que es superintendente en los ferrocarriles. Su campo de batalla son los frecuentes descarrilamientos de una  línea ya dañada por los japoneses, causados por inundaciones, corrimientos de tierra o (¡cómo no!) bombas de los comunistas. Pese a todo B continúa con su paciencia casi infinita, y su delicado amor por los libros.

También, ¿por qué no?, relata Greene sus días pasados en la jungla con una patrulla de Gurkhas; son éstos, ciertamente, mercenarios al servicio de los británicos. Para el marxista estricto una de las peores muestras de corrupción capitalista, pues el individuo defiende el “sistema” no por una ideología equivocada (causada por su alienación), sino por el vil metal; esto parece una enajenación dentro de una alienación. Sin embargo Graham resalta la profesionalidad de los Gurkhas, y su exquisita lealtad para con sus mandos ingleses; la camaradería entre ambos, presenciada por Greene en la búsqueda de guerrilleros en la selva, llega al punto de la fraternidad.

No, nuestro escritor no es capaz de censurar la mentalidad  colonialista-militarista de aquellos servidores del Imperio con que se ha topado en Malasia. Le vemos casi cercano a Kipling, quien apostaba por un mundo dominado por un ejército inglés, con oficiales de esa nacionalidad pero tropa india (cipayos). No, no; Greene no es ni será nunca un paladín de la Carga del Hombre Blanco; aunque nunca le hemos visto tan en su papel de súbdito de Su Majestad. Para un marxista toda su (provisional) ambivalencia se derivaría de sus contradicciones pequeño-burguesas; por un lado su apuesta por los proletarios, y por otro su admiración y lealtad a hombres como Sir Graham Greene. Es más que probable que fuera su homónimo quien le empujara hacia el espionaje, quizás ya en los días de su viaje a Liberia, mucho antes de lo que reconoce en su biografía. Recordemos como en “Una Especia de Vida” menciona con claro interés, y casi cariño, a Sir Graham. Añade, “ingenuamente”, que sólo recientemente descubrió, a través del “Diccionario de Biografía Nacional”, la implicación de su tocayo en el universo de James Bond; en otras palabras, no la afición a los vodka martinis y las mujeres ligeras, sino la creación de la inteligencia Naval. ¿Y no será, Sr. Greene, que Vd. lo supo casi siempre, y entró a formar parte de ese mundo mucho antes de que lo reclutaran (versión oficial) por intermedio de su hermana, al comienzo del conflicto contra el Vengador de la Raza Aria?

Si se dice que es católico en algún momento de su vida nunca deja de serlo, sería posible aducir, como sospechaba el general De Lattre respecto a “nuestro hombre”: una vez un espía, siempre un espía.

En cualquier caso, para el escritor inglés, todos los seres humanos individuales son imprescindibles, e inintercambiables; no se disuelven como un azucarillo en el Gran Juego del espionaje (ruso-británico en la India del XIX, o ruso-americano en la Guerra Fría), o en el Gran Esquema para la implantación de una Sociedad Sin Clases. Gran parte de la sustancia de la novela consiste en esa irreductibilidad. Además es la creencia sólida y rocosa de un buen cristiano romano.

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Casanova

Febrero de 2.004

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