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PEQUEÑO GRAN HOMBRE.Cómo ser antropólogo y sobrevivir al Homo floresiensis

  • gonzalojesuscasano
  • 15 dic 2023
  • 11 Min. de lectura

PEQUEÑO GRAN HOMBRE.

 

Cómo ser antropólogo y sobrevivir al Homo floresiensis

 

 

El tamaño importa. Con esta contundente y lapidaria aserción comenzamos este artículo. Pero no teman Vds.; no se trata de un escrito sobre el cine adulto (una manera eufemista y finolis de decir pornográfico), en el cual el tamaño de cierta pudenda parte de la anatomía masculina es determinante en el oficio; con esto no aludo, evidentemente, al cerebro, el “segundo órgano favorito” para muchos (Woody Allen dixit), sino al primero; y sólo para recalcar que no, no es nuestro asunto. Aunque sí se mencionará mucho al segundo en estas líneas.

Tampoco vamos a ocuparnos de super (mega-, hiper-) producciones hollywoodenses,  en las cuales es fundamental el tamañazo de los ejércitos de extras, de los decorados, o del trasatlántico en cuestión (en fin, “Titanic”).

Vamos a hablar, sencillamente, de tamaño corporal ,y cerebral asimismo, de los homínidos; concretamente de uno descubierto a principios del siglo XXI en Indonesia, y que está causando un tropel de migrañas a los antropólogos, hasta el extremos de conseguir desestabilizar los postulados de su disciplina.

El “Homo floresiensis”, nuestro Dustin Hoffman amerindio enfrentado al general Custer (“Pequeño Gran Hombre” de Arthur Penn), mide apenas un metro, y lo que es más preocupante, tiene en cerebro de unos 400 cm3; vamos, como un chimpancé, o uno de los australopitecos más pequeñitos. Y este pequeñajo, según todos los indicios, construía herramientas tan finas y sofisticadas como el Homo Erectus o nosotros mismos, para el caso. Y ello, ¡  de la familia homínida excepto nosotros.

¿Quién demonios es este hobbit que nos descalabra todo el (postulado) linaje filético de los homínidos y nos hace dudar de nuestra comprensión de éste? Pues ante todo un pequeño-gran  misterio, y un problemón.

Un principio casi axiomático-euclidiano, aunque aquí no abordemos una ciencia formal sino bien empírica, de la paleoantropología es, siiií, que el tamaño ... del cerebro importa. Un homínido con un cerebro pequeño, pongamos un australopiteco o un parántropo, o incluso un homo habilis, no puede poseer capacidades cognitivas superiores; de las cuales sabemos, claro está, no porque le hayamos pasado un test de inteligencia, sino por las herramientas que dejaron atrás. La tecnología es nuestro patrón medidor para el grado de raciocinio; y efectivamente su grado de desarrollo se correspondía aceptablemente bien con el nivel de cerebración; australopiteco grácil, robusto, homo habilis, ergaster, heidelbergensis, neandertal, y por fin cromagnon ... a medida que progresaba la inteligencia (fabricación de útiles) crecía el tamaño. El homo faber era cada vez más “inteligente” a medida que su cráneo iba aumentando, hasta llegar al hombre moderno, que nosotros llamamos sapiens; todos sabemos que en esa línea continua había que hacer ciertos ajustes (p.e. el gran cerebro del neandertal), pero en general funcionaba maravillosamente. Pero ello hasta que apareció este pequeñín de la isla de Flores; con un cerebro minúsculo es tan “listo” (faber) como un erectus, o puede que como nosotros. ¿Qué está pasando? ¿Es que el tamaño no importa después de todo? ¿Es que es preciso revisar los patrones evolutivos de los homínidos?

Hasta hace unos pocos decenios era frecuente la presentación cronológicamente secuencial, sencilla (y quizás simplona) de nuestro decurso darwiniano: un australopiteco que evoluciona hasta habilis, éste a erectus, éste a neandertal, y ¡voilá!, éste deviene un cromagnon. Sí demasiado fácil, y para escolares de enseñanza primaria.

Hace ya años que las revistas de divulgación nos han descubierto que la secuencia de más arriba no es tal, y algunas de tales especies fueron coetáneas, y puede que incluso vecinas; así tendríamos coexistiendo en África a un australopiteco robusto, a un habilis e incluso a un ergaster; y en otros continentes ocurrió algo similar: sapiens y neandertal en Europa; aquél y erectus en Asia. Bien, admitido esto por la mayoría de los paleoantropólogos, o al menos por los partidarios del monogenetismo/dispersión desde África (C. Stringer at alii), no parece demasiado cataclísmico para la teoría general el hallazgo de otra especia homínida coetánea con sapiens y erectus.

Pues sí, sí lo es; tanto para los multirregionalistas como para los monogenetistas. Y es que el cerebro del Hobbit no es sólo pequeño en tamaño absoluto, sino también en relativo, i. e. teniendo en cuenta el peso corporal; ya sabemos: el cerebro del neandertal es algo mayor que el nuestro, pero como tenían mayor masa muscular y por tanto mayor peso, entonces su cerebro “relativamente” no era más grande; con lo cual seguimos manteniendo nuestro paradigma de a más inteligencia (tecnología, arte) más cerebro. Pero el Homo Floresiensis nos descalabra todo ello.

El lego (yo, y la mayoría de Vds. ahí fuera) se pregunta qué extraño salto, ¿hacia atrás?, ¿hacia delante?, ¿hacia un lado?, ¿hacia ninguna parte?, ha ejecutado la Evolución aquí; e insistamos en que ésta no es una venerable señora, como el Oráculo de “Matriz” p.e., que vaya “diseñando” sus pasos; la Evolución es nuestro nombre colectivo para un sinfín de sucesos aleatorios. Pero nosotros, científicos o profanos pero racionales al fin, queremos y pugnamos por encontrar unos patrones racionales en todo ello. La Evolución puede ser azarosa, pero la Teoría de la Evolución no.

El Hobbit rompe esos cánones de la teoría neodarwinista, a menos que ..., el Hobbit no sea un Hobbit, sino un Homo Erectus muy bajito y por ende microcefálico. Esto fue lo que sugirieron el antropólogo indonesio Teuku Jacob y muchos otros; si así fuera no tendríamos un hallazgo que rompería la ciencia normal (kuhniana) neodarwiniana; y todos tan contentos.

La tesis de la microcefalia del Hombre de Flores fue contestada, y y redefendida, y reatacada, y reapoyada y así hasta hoy; yo como no-experto esperaré al dictamen posterior y consensuado de la comunidad científica, si es que consiguen alcanzar alguno, lo cual a veces dudo. Pero poniéndome popperiano más que kuhniano, diría que encontrar un curioso individuo microcefálico es una probabilidad; ahora bien encontrar más de media docena de ellos es ya demasiada “casualidad” hasta para la azarosa selección natural; sí, cierto es que los otros restos son parciales, y por tanto menos determinantes, pero..., mucha carambola tantos erectus supuestamente microcefálicos. Seguir defendiendo esto podría ser considerado como empleo de una hipótesis “ad hoc” en el más negativo sentido popperiano.

De manera que si los datos observacionales (registro fósil) se empeñan en refutar el cuasi-paradigma de mayor tecnología-mayor volumen cerebral, habrá que asumirlo; como ya lo hicieron Copérnico, Lavoisier, Darwin, Einstein y Wegener; ¡qué se le va a hacer!

Otra perspectiva casi obvia para debatir es cuál de las dos grandes hipótesis acerca de la evolución de nuestra especie aguanta mejor el embate del Hombre de Flores, la multirregional o la monogenética.

Según M. Wolpoff y los seguidores del multirregionalismo, prácticamente todos los homínidos existentes desde hace casi dos millones de años (llamémosles ergaster o erectus) pertenecen a la misma especie: la nuestra; ciertamente ha habido mucha variedad de estaturas, pesos, colores, dietas, configuración anatómica e incluso (otra vez el Gran Tema) volumen cerebral. Pero todo ello se puede considerar como variaciones, razas o (exagerando mucho) subespecies, de un una única y misma especie. Así pues los ergaster, erectus, antecessor, heidelbergensis, neandertales ..., todo ellos podían cruzarse y generar descendencia fértil; de hecho, y esta es la parte fuerte de la teoría, durante cientos de miles de años, y no importa cuán alejados estuvieran, esos diferentes seres humanos fueron capaces de mantener un flujo génico. Ciertamente una teoría arriesgada, como lo son las grandes de la ciencia.

Y ahora aparece el Hobbit; siendo tan reciente Wolpoff y los suyos sólo pueden afirmar que es (Scorsese dixit) “uno de los nuestros”, de la mafia humana moderna; i.e. que podía cruzarse con los cromagnones y similares, y de hecho debió hacerlo y aportar su granito genético a nuestro acervo, si el punto de vista multirregional es correcto.

Wolpoff suele bromear, cuando sus colegas le espetan que es arduo detectar rasgos anatómicos neandertales en nosotros, diciendo que si quieren observar a un neandertal sólo tienen que mirarle; efectivamente, el hombre es corpulento, de rostro ancho y robusto. La gracia es ingeniosa, y plena de sentido; pero ¿restos genéticos de una homínido de un metro y con el cerebro de un chimpancé? ¿dónde? Todos hemos visto lo pequeñitos que son los pigmeos, y a la vez lo cabezones (cabezotas no lo sé) que son; sí, el “segundo órgano favorito” es la cuestión.

Pero es que los defensores del origen africano, con C. Stringer a la cabeza, no parecen tenerlo mejor. Para ello los humanos auténticamente sapiens se originaron en un único lugar, África, hace (por redondear la cifra) unos cien mil años; y en todo caso no más de doscientos mil. Son fechas muy recientes desde luego, que nos hace genética y cultural/tecnológicamente muy uniformes.  Hay que entender que se trató de un proceso de especiación simpátrica, de modo que otras poblaciones homínidas conservaron los rasgos del linaje filético original, i.e. no todos los africanos experimentaron mutaciones que los transformaron en sapiens sapiens. Igualmente había en otros continentes otras especies humanas: erectus, antecesor, heidelbergensis, neandertal ..., lo que fuese. En este escenario parecería no muy escandaloso ubicar otra especia más, la del Pequeño Gran Hombre, ¡ya puestos! Por ende el Hobbit era coetáneo, pero no coterráneo; producto claramente de un caso “de libro” de especiación alopátrica; las circunstancias ambientales absolutamente singulares de la isla de Flores impulsaron la evolución hacia lagartos gigantes y elefantes enanos asimismo. Nada que deba asombrar al darwinista estricto, incluso confortarlo.

Pero, pero ..., ¡un homínido del tamaño y cerebro de un chimpancé! Un ser humano con destrezas instrumentales semejantes a las nuestras, y por lo tanto (a falta de un test de Stanford-Binet) tan “listo” como nosotros. Esto es llevar la coetaniedad de especies humanas hasta el punto de casi ruptura. Todos conocemos la imagen del árbol de la evolución, con muchos ramales que llevan a ninguna parte; pero, como profanos, debemos demandar: ¿qué han conseguido Vds. explicar nítidamente respecto a la evolución humana, aparte de registrar un mare mágnum de especies divergentes, entre las cuales no discernimos un patrón?

Sí desde luego, las mutaciones son azarosas, las modificaciones del entorno también (erupciones volcánicas, maremotos, terremotos, meteoritos), pero la Selección  Natural, que no es una bondadosa y nívea Diseñadora Cósmica, consigue individuos con unos rasgos determinados, que son los biológicamente eficaces para “aquí” y “ahora”. Pero un individuo de apenas un metro y 400 cm3    de volumen craneal, ¿es la respuesta más adaptada ante los condicionantes ambientales, al igual que otro que se va acercando a los dos metros y con un cerebro que supera al anterior en 1.000 cm3? En verdad, lo que parece decirnos la comunidad científica es que se trata de la misma respuesta, al parecer. Yo me pregunto qué grado de auténtica “comprensión” hemos alcanzado.

Los monogenetistas recalcarán las condiciones peculiarísimas del hábitat que conforma Flores, que también produjo especies endémicas allí. Pero tenemos que considerar el homo sapiens de más de 1.300 cm3 ha sido la especie eficaz en la sabana africana, en la tundra, en el altiplano sudamericano, en el desierto australiano, en la selva ecuatorial, en los bosques centroeuropeos, en las zonas polares; bosquimanos, amerindios, bantúes, aborígenes australianos, pigmeos, mongoles, vikingos ..., todo son la misma especie, con nuestras diferencias de pigmentación, corpulencia y tamaño, pero con el mismo gran cerebro. ¿Pero dónde encaja aquí el Hobbit? El científico puede responder que la variedad es la fuente de la evolución, sin la cual la selección natural no puede operar; pero el profano quiere respuestas más diáfanas frente a esa enorme diferencia entre nosotros y el Homo floresiensis. Mi impresión es que en esta excepcional ocasión, los científicos también exige más “comprensión”, en el sentido más coloquial, que no más burdo, del término. ¿Qué demonios es esto, perdón, este tipo de ser humano?

No quiero dejar de mencionar otro perfil que también analiza la evolución, y es el de los creyentes cristianos. Un grupo nuevo es el del Diseño Inteligente, que prácticamente niega el darwinismo, a favor de una explicación creacionista, i.e. dirigida, Diseñada por el Supremo Hacedor; y que pretende que ello se enseñe en las escuelas secundarias norteamericanas como una conjetura “científica” alternativa a la teoría sintética de la evolución. “Conjetura” sí, alternativa desde luego; “científica”, en mi opinión, rotundamente no; y en ello están también muchos ilustres intelectuales cristianos y católicos, que siguen la estela de p.e. un Teilhard de Chardin.

No me imagino cómo los defensores del Diseño Inteligente pueden acomodar al Homo floresiensis con un Designio Divino; pero tampoco veo cómo lo harían los cristianos neodarwinistas que creen que en la evolución hay una línea directa hacia la noogénesis. Recordemos que el Hobbit, es una especie muy reciente, puede que incluso posterior a la del hombre moderno. ¿Qué Sentido Divino tiene la creación de dos especies humanas viables e inteligentes casi a la vez, en dos puntos alejadísimos del planeta, y con anatomías tan dispares? Parece una pesadilla teológico-metafísica, pero créanme Vds., también lo es paleoantropológica.

El efecto obtenido con el Hobbit se nos presenta como un totum revolutum, un juego de azar y necesidad en el que nadie gana. Los multirregionalistas tendrían que dar cuenta de cómo el Homo floresiensis contribuyó al acervo génico del hombre actual, lo cual me parece enormemente (y me excedo en la prudencia) poco verosímil. Los creacionistas cristianos cómo el Diseñador Supremo decidió proyectar y construir unosotros y no a línea de moda homínida tan poco adecuada tanto para la ropa a medida como para el prêt-à-porter; ¿para qué multiplicar los entes sin necesidad?, nos chillaría del doctor Occam.

Los defensores de la Dispersión desde África tampoco lo tienen fácil. Ciertamente en su perspectiva la coexistencia de diferentes especies homínidas, no todas iguales de eficaces, es la norma y no la excepción; pero tampoco ellos pueden asimilar fácilmente el reducido cerebro del Hobbit. Y sin él podían conseguir unos resultados tecnológicos tan brillantes, es que el tamaño no importa después de todo. Entonces, ¿por qué nosotros y no él? Por el mismo precio evolutivo tienes algo que consume y gasta menos, e igual de productivo. La Selección Natural es una Fuerza ciega, que escoge y aniquila sin propósito: en este escenario no hay Diseño o Designio transcendentes. Pero los científicos, y los hombres de la calle quieren entender a pesar de todo. Los peces tienen un diseño anatómico maravillosamente ajustado a los principios de la hidrodinámica, pero desde luego no hay estudiando en las aulas mecánica de fluidos; su aerodinamismo es consecuencia de millones de años de ensayo y error, corregido por la selección natural. Pero el ser humano además de ser aerodinámico, quiere entender los principios de esta ciencia; y el Hobbit parece impedírselo. En cualquier caso mi impresión es que, al fin a la postre, la hipótesis monogenética es la que menos complicado lo tiene para “asimilar” al Homo floresiensis.

Ciertamente una solución cómoda para todos, y digo todos, sería que el Hobbit fuera en realidad un erectus no sólo con un cuerpo pequeñito (ése no es el atolladero), sino un pobre enfermito, aquejado de microcefalia. Pero no quiere hacernos ese favor, y parece gozar de plena salud, en especial después del hallazgo de restos de varios individuos; ya lo mencionamos, ¡no iba a coincidir que todos fueran microcefálicos! Otra vez usamos la navaja de Occam.

Nuestro trance también se solucionaría si los elaborados utensilios encontrados en las excavaciones junto al Hobbit, no fueran verdaderamente obra suya; en tal caso todos, o casi todos los paleoantropólogos, respirarían aliviados. ¡Claro! Con un cerebro tan diminuto, no puede ser muy inteligente (sapiens), ni culturalmente avanzado (faber). Tampoco tal estado de cosas parece plausible; ¿le iba a regalar un grandullón homo modernus sus utensilios a su pariente pobre y enano?, ¿las iba éste último a tomar prestadas? , ¿y en tal caso, sabría cómo utilizarlas? Todo muy enmarañado, y anti-occamiano. ¿Imposible?, no; ¿implausible?, sí, con los datos empíricos actuales; no obstante éstos se siguen acumulando, y hemos de esperar nuevos acontecimientos.

¿Quién sale ganando, y esto no es una justa medieval o un partido de balompié, tras la aparición de Hobbit en el registro fósil? Pues yo diría que D. Carlos Darwin; él nos desveló rotundamente la tremenda producción de variedades en las especies tanto animales como vegetales; variedades que al irse acumulando en su multiplicidad y complejidad, originarán nuevas especies. ¿Qué el Homo floresiensis, como su nombre apunta, es efectivamente una nueva especie homínida, aunque coetánea con el sapiens sapiens? Bien, ¿cuál es el problema? Se trata de un panorama repetidas veces hallado en los homínidos, y en los australopitecos; y en todos los phila, órdenes y genera de los reinos vegetal y animal. Sobre tan rico surtido opera la selección natural, y logra individuos que resultan (por casualidad) mejor adapatados. Y sin embargo el Pequeño GranHombre nos inquieta y perturba nuestros antaño dulces sueños evolutivos.

 

 

 

                                                                                   Gonzalo Casanova

                                                                               Dic. 2.007

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