ÁGORA HIPATIA AMENÁBAR
- gonzalojesuscasano
- 15 dic 2023
- 29 Min. de lectura
ÁGORA HIPATIA AMENÁBAR
I.
¿Es Alejandro Amenábar un genio? La pregunta ha surgido en algunos intercambios a raíz de su última película, donde demuestra, ¡otra vez!, su facultad de no encasillarse y repetirse; otras voces apuntaban que “Ágora” es una película fallida e insatisfactoria.
En muchos contextos y ocasiones se usa y abusa tanto del vocablo “genio”, que éste acaba desvirtuándose: este escritor es un genio, y este escultor, y este presentador de televisión, y aquel futbolista, y ese presentador, y mi abuelita al encontrar el refrán adecuado siempre y este niño que imita tan bien a Elvis Presley ...y etc. etc. Si todo es genial, ya nada es genial, y todas las vacas son pardas y todos los gatos son negros. Con estas prácticas vaciamos de contenido semántico la palabrita “genio”, y nos quedamos con la cáscara después de comer la nuez, y además aquélla está dura, te puede romper los dientes, y sobre todo ¡no significa nada!
Así nos encontramos con coyunturas como las de nuestro estimado J.L. Garci y sus colegas de “¡Qué grande es el cine!”; que si ese primer plano es magnífico, que si esta escena es fabulosa, que si en ese momento la fotografía es maravillosa, que si ese encuadre es espectacular, que esta secuencia ers portentosa y suma y sigue; y todo es grandioso.
Yo creo que Amenábar es un director (y guionista) con muchísimo talento, un término menos sujeto a abusos de uso lingüístico y más contrastable. Sus diálogos, su cuidado con el encuadre, su sentido del ritmo, su imaginación para montar una escena, su trabajo con lo actores ..., me parecen contrastaciones positivas de su talento. Me gustaría recalcar lo último, porque en “Ágora” (por sumarme al carro de la mayoría: poco original) encuentro a los actores no muy intensos, vamos un tanto fríos; y ello en medio del calor del entorno que les rodea, que algún mal pensado (o bien informado) apuntaría como presagio de tiempos inquisitoriales.
“Ágora” tiene dos temas centrales: la ciencia y la religión, ni más ni menos. Así expuesto esto no parece el argumento de una obra cinematográfica, sino el “leit motiv” de la cultura occidental; ciertamente por ahí han ido muchos de los tiros contra el último Amenábar, i.e. Pretender abarcar demasiado y se atragantar en el proceso. Por otro lado, ¿no habría que ensalzar a alguien que apunta tan alto y se atreve a tanto? Esta es una de las marcas ... no del Zorro, sino del genio; ¡otra vez la palabrita! Así que digamos del verdadero talento, que no teme estrellarse artísticamente.
“Ágora” trata en una parte sustancial de su guión de ciencia, pura, dura y comprometida contra los los ignorantes y los intolerantes, vamos contra los filisteos; éstos no son los de Palestina, sino los de Unamuno. Todos éstos, en la película de nuestro directos son ¡los cristianos!; hay que decirlo alto y claro como Estentor; vamos que somos, en parte, nosotros; y es que esta vieja y culta Europa es la heredera de la fusión de Grecia, Roma y el Cristianismo. Por lo tanto Amenábar está describiendo “nuestra” historia, por mucho que la película se sitúe en esa “lejana” Alejandría, hoy ciudad musulmana y absolutamente ajena a la civilización occidental.
Pero nosotros también somos herederos de los griegos, i.e. Hipatía, su madre, sus admirados matemáticos, los bibliotecarios. De ese extraño matrimonio surgieron esos peculiares vástagos que somos nosotros. Grecia, Roma, el Cristianismo ..., no será la última que los mencione, porque quiero que esto sea el leit motiv de este texto.
Hipatia era, entre otras cosas, astrónoma; y en aquellos días esto era prácticamente lo mismo que matemático, pues no existía la astrofísica: no se había introducido el concepto de fuerza en la ciencia pues el señor Newton estaba aún lejos de irrumpir en la Historia. Los héroes de Hipatia son por tanto Euclides (el de los axiomas), Apolonio (el de las cónicas), Arquímedes (el de casi todo) y gente de este pelo. Por entonces dominaba rotundamente la teoría geocentrista de Ptolomeo, otro alejandrino, que se combinaba con la “física” (hoy la llamaríamos metafísica, pues física en nuestro sentido contemporáneo es sólo la del bárbaro anglosajón) de Aristóteles.
No tenemos constancia de lo que escribió Hipatia, y ante esto Amenábar ha decidido atribuirla ciertos descubrimientos que son claramente posteriores; una obra fílmica es un producto de ficción, no un documento histórico, eso está más claro que el agua destilada. Pero es aquí donde los críticos historicistas han disparado muchas saetas contra el director español.
Porque la Rachel Weisz-Hipatia en primer lugar se “convierte” (término religioso, y pero asimismo científico/paradigma kuhniano) al heliocentrismo; no vamos a decir que crea ella la teoría, porque hacía ya siglo la había defendido Aristarco. La película lo reconoce en uno de sus mejores momentos: bellísimanoche estrellada, murallas de la ciudad, los buenos (log griegos, los científicos) están sitiados por los malos (los cristianos), y no tienen nada mejor que hacer que ponerse a filosofar, o matematizar mejor, sobre la disposición de los cuerpos celestiales (no me refiero a las supermodelos, que quede claro). Nuestro director usa un plano general, el encuadre está muy cuidado (vamos que parece un cuadro de Velázquez), el tempo es pausado para darle más tensión al descubrimiento, y se percibe emoción en los participantes ..., y uno hasta la percibe en el que está detrás de la cámara. Y Amenábar esta rodando una escena en la que se debate una teoría científica; echo de menos esta pasión en los varios cara a cara de los pesonajes, en sus declaraciones de amor y de odio, en su protestas de sinceridad o de fe religiosa. Sé muy bien que lo que se podría, y debería contestar, es que Hipatia fue una científica estricta y muy plausiblemente un ser humano no arrastrable pos su pulsiones, si es que las poseía; y sin embargo ..., un trabajo cinematográfico no es un documental, sino un re-creación.
Y el realizador madrileño (de adopción) sí que “recrea” la historia.... científica. Ya que Hipatia, tras su transmutacion de heliocentrista, descubre la relatividad del movimiento adelantándose a la revolución científica. Aménabar nos ubica a Hipatia en un barco con su eterno admirador/enamorado Orestes para indicarnos su nuevo estado epistemológico en cinemática.
En una nota personal tengo que mencionar que cuando vi a nuestra heroína explicándo su nueva cosmovisión, cerca del palo mayor de la embarcación, no pude menos que exclamar para mis adentros:¡No me digas que ahora un marinero va a subirse a la cofa y tirar desde allí algún objeto, para demostrase que cae el pie del mástil! Pues sí, eso es lo que sucede; el experimento está tomado directamente del “Diálogo sobre los dos sistemas máximos “ de Galileo. La Hipatia-versión Amenábar- se ha adelantado muchísimo a su època, y nos quiere transmitir que al igual que dentro del barco (sistema de referencia) no podemos llevar a cabo observaciones que determinen si ésta en movimiento o no, igual ocurre dentro de la Tierra-Barco en su movimiento alrededor del Sol. Esta comparación-explicación la he tomado, una vez más, del propio Galileo.
Así que Hipatia es capaz de dar cuenta de porqué no somos capaces de percibir el movimiento, ya que somos parte de él; habría que salirse fuera para poder demostrarlo ..., bueno esto es una pequeña exageración, pero se nos permite.
Pero las dotes premonitorias de Hipatia no terminan en el este escarceo náutico-planetario. Y ello porque en otra escena crucial, y bien planteada y montada por Amenábar, nuestra matemática le muestra a su esclavo como todos los datos astronómicos se entenderían y encajarían mejor si supusiéramos no un un centro del sistema solar (ya no es la Tierra; recordemos lo visto en el barco), sino dos, que serían los focos ¡de una elipse! Tengo que admitir que en tal punto de capacidad precursora de la alejandrina debí decir, y no para mí mismo pues mi vecino de sala cinematográfica me oyó, algo cómo: ¡ahora se adelanta a Kepler! Ya puestos nuestra protagonista podría haber descubierto asimismo la gravitación universal, el segundo principio de la termodinámica, la penicilina, sin olvidar la rueda. ¿Demasiado?
Esto es cine, recordémoslo. ¿Por qué no iba Hipatia a encontrar el principio cinemático de la relatividad galileana, y la primera de las leyes de Kepler? Nuestro director nos pone sencillamente a una señora de rasgos muy inquisitivos (que no inquisitoriales, éso para sus enemigos los cristianos) anotando cómo una objeto cae al pie del mástil en un barco moviéndose, o cómo se dibuja una elipse en la arena atando una cuerda a dos palos fijos (focos) y luego desplazando un tercero al que está también fijada. El espectador no percibe nada extraordinario en estas dos escenas. O quizás sí; ciertamente el director español tira mucho de oficio (no voy a decir de genio) para rodar la escena del trazado de la elipse; es uno de los momentos más cuidados de la cinta, y de los más emocionantes; hay, sí, pasión en Hipatia y en Amenábar en esas plasmaciones de un proceso mental de investigación científica.
Con esa atención a la posición de la cámara y al ritmo en el encadenado de las tomas nos imaginamos que rodaría Amenábar la ocasión histórica de cierto científico inglés observando en su jardín cómo cae una manzana al suelo.
Fijémonos que hemos acoplado “pasión” a proceso mental e investigación científica, que no parece el más usual de los matrimonios. Y retornamos a esos críticos insatisfechos con “Ágora” debido a su frialdad; en una obra fílmica más al uso esperaríamos encontrar la pasión en las relaciones de nuestra protagonista con Orestes, o con el joven esclavo, pero no en sus relaciones con los axiomas de Euclides, la cinemática o las secciones cónicas. Nuestro director ha corroborado que la castidad de su Hipatia es un elemento argumental nuclear en su visión del personaje; vamos, que se negó rocosamente a introducir algún que otro revolcón y excursión por las vías del intercambio de fluidos corporales, aunque ello repercutirea en la taquilla ..., que parece que efectivamente lo ha hecho.
La Hipatia de “Ágora” tiene más pasión por la geometría, la astronomía y la cinemática que por sus entregados enamorados, el prefecto romano y su propio joven esclavo. Le interesa más descubir los secretos del movimiento y constitución del cosmos, que practicar posturas sexuales con sus enamorados. ¿Era Hipatia? No lo sabemos, ni lo sabremos, pero la brújula de las crónicas apunta en esa dirección , y a ello ha querido atenerse el director español.
Pero, ¡y otra vez lo mismo! (damos más vueltas que una rata de laboratorio de psicología), nos hallamos ante una obra cinematográfica no ante un documental del National Geographic o del Canal de Historia. Éstos nos han plasmado estupendamente cómo fueron los hallazgos de Arquímedes en hidrostática, y sus estupendas máquinas para levantar naves asediadoras romanas o quemarlas. Pero en “Ágora” el medio (y el mensaje) son distintos,o deberían serlo; se trata de una obra de ficción, de creación , de arte; y con esto no queremos implicar que una documental científico-histórico no puede tener valioso contenido estético.
Se han hecho películas (buenas) sobre Alejandro Magno, pero no ocurre lo mismo con Aristóteles. ¿Qué productor pondría capital para desarrollar los procesos mentales que llevaron a la distinción entre esencis, subsistencia, pontencia y acto , en vez de relatar las campañas épicas del macedonio. Por lo mismo tenemos películas sobre el trágico Lawrence de Arabia, pero no las tenemos sobre Newton. Hay obras fílmicas sobre Leónidas y Los Trescientos, pero no sobre Sócrates; o corregimos, hay una serie televisiva sobre el filósofo ateniense de Rossellini, con un aire didáctico y “documental”, hecho no inhabitual en el realizador italiano. Hay trabajos fílmicos sobre Julio César importantes, pero no sobre Cicerón. Al público parece interesarle más ver las excentricidades/crueldades de Nerón en “una de romanos” que una biografía fiel de Séneca. Y tenemos y tendremos películas sobre Gengis Kan, pero difícilmente sobre Descartes.
¿Es que la ciencia, el pensamiento racional..., la filosofía en general no venden en el mercado audiovisual? ¿Es una costumbre y un gusto adquirido en unas audiencias educadas (mal) en es esa área del arte y del entretenimiento?
Estimo que no es cuestión de equivocada formación estética de las grandes audiencias, sino que la respuesta se encuentra de nuevo en medio artístico que es el cine. Son numerosos los críticos que entienden éste sobre todo como un vehículo para las emociones puras y desnudas; que piden que una obra cinemetográfica te conmueva, te revuelva las entrañas, te encoragine, te subleve ..., i.e que te genere alguna respuesta del sistema simpático. Y este tipo de críticos se subleva contra el cine conceptual, cerebral, pura transmisión de contenidos intelectuales.
De cualquier manera ésta no es la única visión y versión del séptimo arte, y éste será ¡lo que queramos que sea! Existen directores muy prestigiosos calsificados de frío y distantes, bien por los argumentos que desarrollan, bien por la forma de hacerlo; nos viene a la memoria automáticamente Antonioni, y luego Resnais o Rohmer (que no es mi predilecto en absoluto); e incluso no poca de la obra de Kubrik; los trabajos de Hitchcock, con todo su énfasis en inquietar al público tienen una apariencia de precisión relojera suiza que nos acerca a la mecánica.
A pesar de todo, incluso en las obras fílmicas más desapasionadas, no se están analizando o explicitando ideas metafísicas, sino presentando los sentimientos de personajes dolidos, heridos, traicionados o aburridos; Antonioni es notorio por haber convertido la plasmación del aburrimiento en un arte.
Me acuerdo de que en las aulas de Filosofía y Letras de mi época se discutí sobre posibles, o inventados, intentos de llevar a la pantalla “El Capital” o “El Discurso del Método”. No he vuelto a oír esos rumores, o filfas; considero que ello seentiende porque tal empresa no se puede hacer; apostillo, no se debe hacer. Según los psicólogos sociales nuestro cerebro es capaz de identificar más de doscientas expresiones faciales: ese es el campo de trabajo del cineasta, como si se tratara de un antropólogo.
Llevar a la gran pantalla “El Discurso del Método” se me aventura tan impracticable, como hacerlo con los “Principia Mathematica”. El cine no puede competir en recursos explicativos y comunicativos ni con el lenguaje artificial de las matemáticas, ni siquiera con el lenguaje natural; no tiene tantos recursos, tantas capacidades de transmisión semántica.
Por otra parte un gran actor puede trasladar a su rostro decenas y decenas de emociones, para expresar las cuales haría falta empujar juntos muchos verbos, sustantivos, adjetivos ..., y quizás ni incluso así se conseguiría la efectividad de la imagen en movimiento. Esa es la fuerza del cine, y ahí está el talento, de los actores y de los hombres que les exigen y les apremian. Y qué mejor que un buen traveling para marcarnos el dinamismo o la precipitación de los actos vitales; p un buen montaje con tomas muy rápidas para generar nerviosismo o inquietud. En estos apartados el cine llega a su máximo potencial, y es inigualable. Decenas y decenas de vocables serían precisos pafra lograr los mismos efectos expresivos, y quizás ni aún así, Añadamos también la ejecución de cuidados encuadres (pinturas en pantalla) o de selectos planos secuencias, y lo que cosechamos es simple y pura belleza, como una estatua griega, un cuadro renacentista, o una sinfonía clásica,.El cine es producción de elementos bellos, y aquí el lenguaje natural no tiene nada que ofrecer como competición, pues ésta no es factiboe al jugarse en ámbitos artísticos inconmensurables. El error de Amenábar en su “Ágora” es jugar en un campo que no es el más específico e identificativo del séptimo arte; representarnos la lucha intelectual (históricamente no comprobada, pero eso es otra “historia”) de Hipatia contra la intolerancia religiosa (cristianos) y contra la cerrazón cognoscitiva (los geocentristas). Un ámbito de expresión artística en el cual el ensayo, la novela o el mismo reportaje pueden ser más efectivos; hay que cambiar de cancha y de juego para que el arte cinematográfico se despliegue con todas las velas.
Por eso sí se podría hacer p.e. Una gran obra fílmica sobre “Crimen y Catigo”: yo todavía la estoy esperando. Incidentalmente, “Los Hermanos Karamazov” de Richard considero que es bastante deficiente; pero, sí de ese material el cine puede sacar chispas de emoción.
Y en “´Ágora” encuentro demasiada cerebralidad, demasiada elaboración de los aspectos conceptuales del argumento. No me conmueve Rachel Weisz, que no intenta recoger una amplia gama de ese par de centenares de gestos significativos del rostro humano; es más, cfreo que se queda con unos pocos. Y lo mismo asevero del resto de los intérpretes.
II.
“Ágora”, ciencia y religión. Ahora es la vez de esta última en nuestro repaso de la obra.
El mismo Amenábar admitía que la similitud que se detecta entre la intransigencia de los cristianos alejandrinos y los talibanes no es casual; se trata de rechazar a los dogmáticos cerriles y violentos de cualquier religión y época.
Los fundamentalistas musulmanes odian la civilización occidental: la libertad de expresión, el laicismo, la tolerancia de los diferente, las hamburguesas, la música pop, las minifaldas etc. etc. Los fundamentalistas cristianos de Alejandría no soportan la ciencia occidental, aunque admitámoslo, en el siglo V después de Cristo era todavía un bebé. ¿Se trata del mismo fenómeno? Más claramente, ¿está asociada la cultura occidental a una cosmovisión científica? , e ¿implica una mirada científica sobre el cosmos un enfrentamiento con la religión (la que sea)? Aquí es donde más tinta ha corrido en los medios de comunicación, y menos mal que no sangre, que al fin y al cabo estamos en Europa y no en Afganistán. Y como hay que mojarse, voy a hacerlo aunque me caiga encima un resfriado descomunal, y voy a responder a ambas preguntas afirmativamente; y rápidamente matizo que en el caso de la segunda hay mucho que puntualizar. Concretamente, ciencia-religión poco compatibles si contamos con unos científicos inflexibles como una barra de acero inoxidable (que no suelen darse), y con unos creyentes estrictísmos, que desafortunadamente sí suelen darse, y además a millones; así lo experimentó Hipatia y lo vivimos hoy a comienzos del siglo XXI con los archienemigos islámicos.
No todo hombre religioso es un extremista, lo mismo que no todo científico es tolerante; se trata en suma de seres humanos. Pero, reconozcámoslo, una visión del mundo u otra ha determinado, estadística e históricamente (datos empíricos contrastables) conductas individuales y movimientos de masas de muy distinto sesgo. En la religión ha existido mucho dogmatismo: somos propietarios y usufructuarios de la Verdad y el que no lo entienda quemado o decapitado sea. En el otro bando esto no sea ha dado; pero en honor a la verdad (con minúscula) el de los científicos practicantes nunca ha sido un grupo de millones y millones. Los hacedores de la matemática o la ciencia experimental siempre son una minoría. Precisamente en este perfil hallamos un elemento de gran potencialidad dramática que creo que el guión de “Ágora” no aprovecha, y es la casi soledad de Hipatia en cuanto a sus conocimientos matemáticos, rodeada de fanáticos que sólo quieren ganar la gloria eterna y a los que les importa un pimiento el teorema de Pitágoras o la trigonometría o el volumen de la esfera o por qué flotan los cuerpos. Lo que cuenta es conseguir la inmortalidad, y todo el resto del universo universal no sirve para nada más que para distraer de ese objetivo único, y lo mejor es apartarlo o destruirlo. Y eso es lo que le ocurre a la Biblioteca de Alejandría.
Se trata de una escena capital en “Ágora” y aquí sí creo que Amenábar acierta en su diseño; ese enjambre de fanáticos humanos/insectos que desecran el Gran Depósito de saber de la antigüedad clásica como hunos en un panteón clásico, machacando tanto seres humanos como libros. Cuando la cámara se pone boca abajo el cine “vemos” realmente el universo grecorromano patas arriba y a punto de expirar; puede que el símil sea muy elemental, como lo son esos planos cenitales (o de mapa google) que transmuta a los humanos en hormigas sin cerebro, pero me parece contundente; y sobre todo acorde con los recursos del cine: aquí si tiene ventaja la imagen en movimiento sobre la expresión a través del lenguaje. ¡Cuántos verbos y cuántos párrafos se precisarían para trasladar a nuestras mentes la aniquilación de un monumento de saber!
Yo esperaba más momentos como éste en “Ágora”, y muchos de ellos entre dos actores, y con la cámara quieta y a la altura del hombro, en el más clásico de los encuadres. No los he encontrado.
Ciencia y religión ¿incompatibles? Yo prefiero con mucho el término ya clásico kuhniano, y muy adecuado ya que nos adentramos en la filosofía de la ciencia, de incomensurabilidad. Si quieres expresar como una fracción, por mucho que busques no encontrarás esos dos números que te hacen falta; no hay una medida común. Y esto es lo que ocurre entre ciencia y religión no hay una dimensión común. No puedes poner como numerador una cifra que represente la ciencia, y el denominador otra que refleje la religión; o siendo más precisos no puedes presentar dos fracciones cada una de las cuales simbolice una medición de ciencia y otra de religion, dentro del mismo ámbito y del mismo lenguaje; entre otras cosas porque la religión se mide aritméticamente.
Si expresas la ciencia por un número, lo harás respecto a la religión por la intensidad de la fe; si muestras la ciencia por una figura geométrica, la religión aparecerá por la profundidad de la intuición. Si la ciencia por una fórmula algebraica, la religión por la autenticidad de la revelación; y así “ad infinitum” ... bueno, no tanto, sino hasta que nos aburramos y abandonemos la empresa por agotamiento.
Ciencia y religión circulen por raíles paralelos en vías geográficamente distintas; por lo tanto nunca deberían crucarse, y mucho menos chocar. Pero lo han hecho, y lo hacen, estruenda y catastróficamente, más que ningún Poseidón, Aeropuerto o Coloso en Llamas imaginado por Hollywood. Hemos pasado los humanos muchas lunas en estado de vigilia y concetración intentando encontrar la respuesta.
Cuando Hipatia descubre que los cristianos van a tener libre acceso a la Biblioteca se espanta como ante la visión del Hades regurgitado al mundo de la superficie terrestres: “Lo destruirán todo”. ¿Qué les va o les viene a los parabolanos con libros sobre el teorema de Pitágoras, la flotación de los cuerpos, o las porpiedades de la parábola? En todo caso quemarían los textos platónicos, aristotélicos o epicúreos, porque en ello sí se transmite una cosmogénesis, una moral, una visión del alma, una comprensión de la vida en la Ciudad Terrena de la que abominan.
Amenábar nos indica, más que nos asevera, que para esos fanáticos religiosos (y para cualesquiera otros, incluidos los contemporáneos) esos dos perfiles de la cultura están imbricados: Arquímedes está asociado a Arisóteles, o Apolonio a Platón, o Hiparco a Epicuro. Todo está en el mismo barco, y hay que destrozarlo, quemarlo y hundirlo para que su infección se hunda en lo más profundo, y no nos atufe con sus miasmas. Y el único barco que debe permancer flotando en el oceáno de la uniformidad, la conformidad y el dogmatismo es el de La Biblia, o el Corán, o la Tora, o los Vedas, o lo que quiera que sea que pinte en ese momento.
La cámara de Amenábar es muy eficaz en esa parte de destrucción, y no simplemente porque aparezcan muchas masas y se destruyan mucho decorado; la escena está bien diseñada y resuelta. Nuestro director sigue sobresaliendo al tratar del perfil científico/cultural, en el que parece encontrarse más cómodo, que da la impresión que le importa muchos más. Como si los amores frustrados o inexpresados de Hipatia, Orestes, el esclavo manumitido ..., las maniobras políticas de los administrdores romanos y los lamentos de los aplastados judíos no contaran tanto. Existe ahí mucho forraje para el dramatismo, que no aparece; la vida, milagros, cuitas y pulsiones de las hormigas que pululan por el delta del Nilo no “apasionan” a Amenábar. Sí es significativo que una de esazs miles de insectos haya redescubierto el heliocentrismo, hallado al relatividad cinemática y encontrado las óribtas correctas de los planetas. “Ágora” es una pelicula muy didáctica, muy apropiada para comentarla en clases de historia, de matemáticas, o de filosofía; una película muy atrevida al tratar a los cristianos de una manera no-positiva y alejarse radicalmente del espectáculo tipo Cecil B. DeMille;al retratar una fase poco conocida del Imperio romano y su cristianización. Y poco conocida porque claramente, al menos en el ámbito fílmico, no se ha querido presentar los aspectos dudosos de la eclosión del cristianismo. Éste es una raíz de nuesgtra civilización, y no es cuestión de tirar piedras en nuestro propio tejado.
Amenábar ha tenido mucho coraje (¡y talento!) al atreverse con esta época, esta temática, y este personaje. Muchos nos preguntábamos por la respuesta de la taquilla a una película comprometida, espinosa y no procristiana, sin ser anti. El éxito de público en España nos sirvió para congratularnos; pero fuera de estos lares ibéricos, apenas ha sido vista, y es es que casi ni se estrena. En EE.UU. Concretamente sólo lo ha sido en unas pocas salas, con un buen porcentaje de espectadores, eso sí; imaginamos que se tratará de los intelectuales de la Costa Este, los progres de la Oeste y los bien informados del Medio Oeste. Pero hacer calar en el público norteamericano que tiene en sus billetes “In God we trust”, y que ha acudido en masa a ver “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson, se antojaba misión imposible. Hipatia frente a Jesucristo no tenía nada que hacer en tierras de predicadores ambulantes, cristianos renacidos, y sectas de todo pelaje. Y también de hombres de orden y valores familiares, que no quieren ver cuestionados los fundamentos éticos (y religiosos) de aquéllos por una científica alejandrina de dudosa reputación y que se salió de la cocina para meterse donde San Pablo dice que no la llamaban, ni a ella ni a ninguna señora que se precie de ser tal, y ser buena para la casa y los recados.
En este tinglado de cosmovisión mítica y científica y sus buenas y malas relaciones quiero traer a colación otra obra cinematográfica contemporánea, que me viene de perlas para precisar mis salvedades para con “Ágora”. En “Master & Commander” Russell Crowe es el bizarro capitán de un buque inglés a la caza de otro francés durante las guerras napoleónicas; todo está servido para un relato de aventuras entretenidísimo de los que le salín tan bien “in illo tempore” a Raoul Walsh. Pero junto a él está Paul Bettany, que es el médico de a bordo; y digo “pero” porque un galeno con curiosidades múltiples y ansias de investigación empírica no es el mejor reclamo para el relato épico, si es para eso para lo que hemos ido al cine.
Inevitablemente el núcleo de la historia es el capitán, sus proezas de orientación océanica, y la tensión de la búsqueda del enemigo fanchute; pero el subtema es el arraigado interés del doctor por la Historia Natural, y no digo biología porque como ciencia experimental moderna difícilmente podemos aceptarla como nacida en aquellas fechas. Pues bien el facultativo le pide al comandante que le de tiempo para explorar la fauna y flora ¡nada menos que las Islas Galápagos! Y en esas ínsulas inigualables observa aves que no vuelan, lagartos que nadan, tortugas gigantescas que son distintas en cada isla etc. etc. Y nuestro hombre medigta sobre todo ello; démosle tiempo y se adelantará a Darwin en más de dos décadas desvelando la evolución de las especies. Tamaña anticipación pueda resultarnos ínfima si notamos que la Hipatia de “Ágora” se adelanta en una docena de siglos a Kepler; pero ser el descubridor de la evolución convertiría tal hombre, esta vez sí, en el creador de la biología como disciplina científica adulta.
Pero en medio de ese paraíso observacional de formas orgánicas, ¡surge el buque francés Acheron! Vuelta a la dura realidad bélica y olvídense de los pinzones y sus picos tan reveladoramente diversos.
Se imaginan Vds. minutos y minuots, escenas y escenas de Paul Bettany contemplando ensimismado pinzones (o sinsontes mejor), dibujando despaciosamente cormoranes, analizando las iguanas, midiendo los caparazones de los galápagos... La sinfonía de bostezos en la sala cinematográfica se oiría incluso fuera de ella. Peter Weir, director, opta por hacer un giro de guión, tan esperado que no deberíamos denominarlo así, y trasladarnos a la preparación para el asalto y abordaje del pérfido navío galo. Ya sabemos que en las películas anglosajonas (Crowe y Weir son australianos) los franceses, sobre todo si son bonapartistas son malos malísimos, y además no saben pronunciar la erre y comen caracoles.
Amenábar se ha quedado en las Galápagos, i.e. Axiomas, teoremas, elipses, parábolas, sistemas de referencia, órbitas, epiciclos, ecuantes y mucho mucho más. Hacerlo así es muy muy valiente; nuestro director admitía que la falta de sexualidad de su protagonista le iba a restar muchos espeectadores, pero él así lo decidió. Y nuestra película es muy didáctica para hacernos entender lo que son secciones cónicas, y como se construye una elipse, y como es complicado determinar el estado de movimiento absoluto (no hablemos de relatividad, que ello está muy lejos); y nos ilustra el proceso interior que “convierte” a Hipatia en heliocentrista. “Didáctica”, “ilustrativa”: no son lo adjetivos que deseamos para nuestras obras fílmicas.
En estas labores pedagógicas y aclaratorias, lo repetiré hasta que me quedé ronco, el lenguaje cinematográfico no puede competir con el inglés, el francés, el alemán, el castellano, el latín o el griego: eso que los filósofos llaman el lenguaje natural. Como tampoco puede medirse con él la pintura, la escultura, o la música; pero ¡cuánta belleza y emoción consiguer trasladar a nuestro espíritu! Y con tal fuerza a intensidad, que el castellano, o el ingles, o el latín, en este área sí, apenas pueden rivalizar con esas artes.
El propio lenguaje natural no está a la altura cuando se trata de representar y manipular complejas relaciones entre número (u otros entes matemáticos), y debe rendirse a las x, y, z del álgebra. Del mismo modo es incapaz de enfrentarse a la precisión de las p, q, r, s y sus leyes de formación en lógica proposicional, si lo que intentamos es dar cuenta de las normas de inferencia ente enunciados. En lugar de larguísimos párrafos, como Aristóteles, ahora recurrimos a breves fórmulas que remedan las de la matemática; el propio Filósofo tendría que capitular ante la evidencia.
¡No intentemos emplear el cine para un cometido para el cual no es apto, y en el cual siempre perderá ante paladines más eficaces! Esto no es muy distinto de la selección natural, y la supervivencia del más eficaz biológicamente.
Si eres bajito no te empecines en jugar a baloncesto; pero además si tienes el centro de gravedad muy bajo y te llamas Lionel o Diego Armando y eres argentino, quizás sobresalgas sobre todos tus contemporáneos..., en otra arena. Y cuanto placer estético y arrebatos producirás en los espectadores.
Por otra parte el atrevimiento de Amenábar para jugar en un dominio que no es el propio del séptimo arte, y haber conseguido una obra clara y armónica, es digno de ... un gran talento.
III.
“Ágora” es una buena película; lo afirmo a pesar de que no me emocionó, ni me deslumbró formalmente a través de travelings, montajes en paralelo, o encuadres hermosísimos (aunque de esto algo sí hay), ni me transmitieron muchos sus actores (para mí lo más flojo de toda la función).
No creo que pase a la historia de las obras señeras del cine, pero sí al registro de las películas arriesgadas y auténticamente interesantes. Admito que esto último puede ser ser sesgo profesional de filósofo de la ciencia ..., pero no lo creo.
Y ahora quisiera hablar estrictamente de cine. El realizador español comentó que buscó inspiración, también, en las películas consagradas de romanos: “Cleopatra”, “Espartaco”, “Ben-Hur” y así. Tengo que apuntar que nuestra película me parece de un tipo muy diferente a estas películas tan famosas; vamos que es como otra especie biológica, ni siquiera es del mismo género ( y aprovecho la ambigüedad), no es una película de romanos, un peplum. Es un drama personal e histórico, permítasenos considerar la Historia como un personaje, que tiene lugar durante el período del Imperio Romano.
Voy a aprovecharme de la mención de tales obras fílmicas clásicas para mis perspectivas sobre nuestra película; y afirmo de entrada que voy a ser un poco tahur y jugar con ventaja.
Judá Ben-Hur ha ganado la gran carrera de cuádriga, mientras que el malo malísimo (que esta vez no es francés, sino romano) yace destrozado por las ruedas de otra cuádriga esperando que le amputen las extremidades inferiores. Mesala le dice al médico que espere para recibir a su archienemigo con el cuerpo íntegro; la cámara se desplaza suavemente y al fondo de la estancia aparece Charlton Heston: seis pies tres pulgadas, hombros de cíclope, macizo como un armario ropero de los antiguos, suelta la corona de vencedor de todo y se aproxima. Es un plano general, los rostros están en semioscuridad, el ritmo es pausado; despacio, despacio; ya hemos ido a uña de caballo durante la memorable escena de la competición de cuádrigas. Le ha llegado el momento a la expresión y la explosión de las emociones; Heston camina despacio hacia el moribundo, le mira calmosamente; despacio, despacio. Mesala le lanza la bomba de que su madre y hermana no han muerto sino que se hallan en el valle de los leprosos; Ben-Hur chilla como un animal saeteado, y por fin, lentamente, quita de peto la mano rígida del ya muerto Mesala. Considero que es la mejor escena de la película; y no es que Heston sea el mejor actor del cosmos; si hubiéramos contando con Brando habría sido injustificable la penumbra de la escena. Seguro que algo habría conseguido Marlon en su rostro para comunicarnos la más adecuada de las doscientas expresiones faciales que reconoce el cerebro humano.
Sí sobresalen los encuadres, en los que se integran varios personajes sin estorbarse ni confundirse; una armonía de proporción áurea; destaca el ritmo pausado, y las tomas largas; lo opuesto al método de Michael Bay de un plano cada segundo y medio. Y en general sobresale el diseño de la escena y la ubicación de la cámara: William Wyler. “Ben-Hur” no es una obra fundamental de la historia del cine, ni debe entrar en los anales de la excelencia; sí es un producto muy entretenido, y muy bien manufacturado. Pero William Wyler, acusado de carecer de estilo personal (como John Huston), estimo que sí que lo posee.
Ese encuentro final entre Mesala y Ben-Hur está rodeado, a pesar de ser una empresa carísima, con la misma claustrofobia y planificación que p.e. “Brigada 21”, donde no se sale de una comisaría, o “El Coleccionista” donde apenas se sale de una casa y con sólo dos personas en ella.
Cuando Ben-Hur conoce a su sirvienta Haya Hararet hay un intercmabio de miradas, esta vez sí en campo/contracampo, en el cual se adivinan y sugieren un caldero de emociones; otra vez todo ello está montando con un tempo pausado, marca de la casa Wyler. Y para obtener esa respuesta emotiva del espectador, al que no se le escapa la tensión/atracción entre el amo y la esclava, Wyler ni siquiera necesita a Brando, Olivier, DeNiro, Hopkins o Pacino; es la cámara, su buen uso, la que lo logra: en una plabra, el director
Ahora se entenderá porque avisé que iba a jugar con cartas marcadas, puesto que no es del todo justo comparar “Ben-Hur” con “Ágora”; y esto va en los dos sentidos. Verdaderamente no he encontrado en “Ágora” momento de esa intensidad como los que acabó de describir. También se dirá, con justicis, que “Ben-Hur” es un producto mercantil hollywoodense, y nuestra película es cine de autor. Pero también el cine de autor ha de estar bien montado, encuadrado, armónico el ritmo, medidas las secuencias, ajustados los actores etc.; rápidamente añado que en las obras de Amenábar ello es así en un alto porcentaje. Desgraciadamente donde lo encuentro más bajo es en la obra que nos ocupa.
Vayamos ahora a “Espartaco”; su primera hora, la descripción de la rutina diaria de los esclavos/gladiadores me parece no sólo lo mejor de la sesión, sino modélica (no voy a decir genial) de como narrar esa situación tan atribulada. Kubrik recurre a tomas generales, más largas de lo usual, con lo cual el ritmo es calmado; la composición de los planos es “pictóricamente” bella y tampoco necesita prestaciones extraordinarias de los intérpretes (Kirk Douglas no es un portento de la actuación) para lograr efecto sobresalientes. Existe un cierto distanciamiento (físico y emotivo) de la cámara para relatar los hechos, por otra parte tan tremendos, pero ello repercute en beneficio total para la obra.
Ni que decir tiene que nada similar encontramos en “Ágora”; bien, la cotidianedad de una mujer de la clase alta helénica no da para tanto apasionamiento como el aplastamiento humano de un esclavo.
Pero al fin y a la postre es la posición de la cámara, la viveza de los actores, la longitud de las tomas y su encadenamiento etc., lo que debe determinar la fuerza expresiva de la película. Concedido: un señor poniendo sellos, u otro poniendo tapones en una cadena no son temas que vayan a permitir grandes resultados fílmicos por muy bien que dominemos la técnica. Pero la Alejandría romana y las disputas religioso/político/científicas sí que dan mucho juego.
“Cleopatra” fue el largometraje más costosa de su época, y probablemente de todas; el dinero y el lujo desbordan la capacidad sensorial, y la convierten en una obra realmente hermosa, un disfrute para la vista; y el oído: la banda sonora es deliciosa. Y dentro de todo ello, recordemos que al timón está un gran virtuoso de los textos como Joseph L. Mankiewicz, encontramos una arrebatadora historia de amor; que va a explotar con todo su frenesí en la parte final. En ese momento sobran todos los ejércitos, todos los palacios, todas las estatuas y todos los decorados de la 20th Century Fox, y al espectador le basta con la fogosidad y las cuitas de Elizabeth Taylor y Richard Burton (con esa clara y poderosa voz shakespeariana, quizás la mejor nunca escuchada en una sala cinematográfica).
Cleopatra e Hipatia eran las dos alejandrinas, las dos griegas, las dos mujeres irreprimiblemente independientes; pero ¡cuan diferentes si creemos los anales! Una usaba ente todo su cuerpo, la otra recurría a su mente; una quería apoderarse del mundo conocido, la otra deseaba capturar cognoscitivamente los cielos. Y el caso es que Cleopatra no era tonta desde luego, ni Hipatia era fea al parecer. Dos hitos históricos, dos prototipos conductuales femeninos.
J.L. Mankiewicz no era un realizador inclinado hascia el exceso en la manifestación de las pasiones; su fuerte era en realidad el texto, y el comentario de sus coetáneos es que sus personajes no paraban de hablar en ningún momento. Y efectivamente en “Cleopatra” se habla mucho, no hay que olvidar que una de las semillas del guión es Shakespeare; pero no es una obra verborreica y recargada de metáforas brillantes en la línea del vate inglés. Además contamos con los actores; Elizabeth Taylor es de verdad guapísima, pero eso no le estorba para mostrarse como preofesional nada desdeñable. Richard Burton es tan ... sobrio, poderoso (sobre todo en la declamación) y shakespeareano. Y por fin Rex Harrison, que es lo mejor de todo; o no sé sí decir Julio César; aún hoy no estoy seguro si lo que me deslumbró fue la escritura del personaje Julio César, o la interpretación llena de sabiduría y conmiseración de Rex Harrison; supongo que plausiblemente fue la combinación de los dos.
Por eso, repito, comenté que iba a jugar con cartas marcadas; en “Ágora” estamos muy lejos de lo anterior; pero es que hemos puesto el listón muy arriba. Hay un personaje que atrajo inmediatamente mi interés, y es el líder popular de los parabolanos, que a pesar de ser innegablemente un extremista (un fundamentalista) y caminar sobre las brasas, da la permanente impresión de estar medio de sorna y de ser un cachondo mental. El actor que lo incorpora es un israelista, y quizás sea el el cachondo mental y no el guionista; incluso cuando asegura que la tierra es como un plato y si llegas muy lejos te caerás por el extremos se lo perdonamos y esbozamos una sonrisa. Y ello a pesar de que somos conscientes de que teorías -mejor, despropósitos, pues carecen de toda evidencia empírica- como ésta se convertirán en normativas en la primera fase del cristianismo, condenando a la aniquilación ( de la opinión y del opinante) a todo lo que se sitúe fuera de ello.
Este parabolano desmesurado y deslenguado resulta muy bien en la pantalla; es un tipo de personaje muy cinematográfico: aquí el lenguaje fílmico rivalizar en capacidad expresiva con el lenguaje natural, en una novela o en una pieza de teatro. Es más el séptimo supera en recursos artísticos -en esgte ámbito- al género dramático; en el escenario no hay traveling, montaje, encuadre diversos ..., y ante todo no hay ¡primer plano! Esto sólo ocurre en el cine, y una vez más creo que los desaprovecha nuestro director.
Una de las imágenes que salta en mi córtex cuando pienso en el primer plano es la de Anthony Hopkins -como el doctor caníbal- comiéndose la pantalla y además a tí si te acercas demasiado. El poderío gestual de Hopkins es tal que te inquieta y te hechiza a la vez. Ése es el poder del cine, bueno uno de ellos pues tiene más recursos técnicos y formales, que no existe en el teatro.
Hace unos días reveía otro trabajo de Johnatan Demme, la nueva versión de “El Mensajero del Miedo”, que no me había gustado demasiado. Y contemplando uno de los intercambios entre los dos protagonsitas (y ejes de la trama), me vi atrapado y conmovido por el planteamiento de la escena; Denzel Washington y Liev Schreiber son ambos competentes, pero esta vez los encontraba singularmente intensos. Además me percaté de que Demme estaba moviendo, leve y sutilmente, la cámara: un poco a la derecha, una pizca a la izquierda, la alejaba unos centímetros, la volvía a acercar; el salto de un actor a otro lo encontré ajustadísimo, para que luego digan que el proceso de campo/contracampo es algo elemental, mi querido Watson.
El realizador debe elegir el encuadre, el tempo en el encadenamiento de los planos y contraplanos, las pausas, y debe orientar, aconsejar, exigir o exasperar a los actores; debe dirigir. La cámara no se mueve sola, y no se “corta” sola.
Estoy poniendo ejemplos de trabajos muy notables y de directores de igual rango; por ello es, insisto, probablemente abusivo utilizarlos para evaluar “Ágora”. Confío empero que todo que lo expuesto clarifica un poco por qué ha sido calificada de distante, sin vida, espectacular pero sin hálito. Pero Hipatia fue muy distinta a Cleopatra, y Amenábar así lo ha reflejado en su composición; quizás la frialdad está más en el contenido (de la historia, del personaje) que en la forma cinematográfica. Aunque también estoy convencido que con la forma narrativa atinada el fondo puede transformarse espectacularmente (incluso genialmente).
IV
“Ágora” es en mucho respectos una película de actores, y admito tener problemas con sus trabajos, y aquí creo además contarme entre la mayoría. Michel Londsdale es un ilustre y sobrio intérprete francés; ya es un hombre de avanzada edad, pero igualmente con menos edad me parecía participante de este modo francés de cine controlado y desapasionado, del que hemos citado a Resnais y Rohmer, aunque pertenece a toda una tradición gala en el largometraje; mucho se abusa del término cartesianismo para representar en modo francés de entender y actuar; pero, ¡caramba!, en ocasiones el adjetivo es ajustado.
Si el tópico nos representa el cine italiano como señoras gritando como sardineras y haciendo aspavientos: “Mamma mia”, y a ordondos señores en camiseta deglutiendo spaghetti con tomate, el tópico nos presenta un cine francés de individuos circunspectos, con cara de notarios y registradores de aunque sean currelas de la construcción. El mísmisimo Jean Gabin, monstruo sagrado del cine francés, me ha parecido siempre hierático cual Buda sentado y con menos expresividad que una cara en un billete; y ello tanto de joven como en su edad vetusta; nunca me ha transmitido demasiado.
Lonsdale me parece de escuela; y al apropiarse del rol de padre de Hipatia tiene trazas de marcar todo el son de la película, cual si hubiera influido a sus compañeros con sus maneras. Rachel Weisz considero que es una buena actriz; no la mejor del momento, ni tampoco la segunda mejor, pero correcta; además con una filmografía bastante escogida, a pesar de haber intervenido en “La Momia”: nadie es perfecto, que diría Wilder. Pero nunca la había vísto tan constreñida, tan estática gestualmente; e insisto, me da igual si la matemática y astrónoma Hipatia fue en realidad así. Esto es -o pretende ser- una obra de arte, no un copia platónica de la realidad.
Los dos actores jóvenes que la acompañan, el joven esclavo y Orestes, me parecen profesionales por hacer, o quizás nunca se hagan. No malos, sino insuficientes; como que les faltan en su paleta de expresiones faciales muchas de las más necesarias. Y del resto de los actores me temo que voy a pronunciarme del mismo modo; con la salvedad del actor israelita que interpreta al carismático parabolano. Harían falta más profesionales como éste, o más líneas de diálogo como las suyas para encender el fuego de “Ágora”.
Respecto a la cámara, i.e. Donde se coloca, cuando cambia de ubicación y como se mueve, opino que todo está correcto, pero no fabuloso, maravilloso, portentoso, espléndido..., en dos palabras ge-nial. No, en absoluto.Ya he comentado que los planos de “mapa google” me parecen bien traídos, con esa sensación que nos invade de estar viendo insectos moviéndose anárquicamente en la destrucción de la biblioteca; la cámara que se coloca boca abajo es una buena idea. Pero son pinceladas atinadas dentro de un cuadro que no nos encanta. En el encuadre Amenábar respecta las normas elementales del cine, y de la estética y no hiere la vista ni destroza la proporción áurea, ni ninguna otra que sea pertinente a la armonía de la visión. Pero claro, Amenábar nos tiene tan mal acostumbrados, es tan ingenioso y renovador, que queremos que “Ágora” sea la nueva obra maestra del madrileño, la película singular que saque la cabeza por encima de todas las demás de romanos y de biografías científicas, convirtiéndolas en mediocres pos su estatura. No, no es así.
Y a pesar de todo nuestra película se ve muy bien; su tempo no es premioso, los minutos pasan deprisa, es atrayente lo que nos relata y no aburre. Y vista una segunda vez sigue generando atención; no muchos productos fílmicos pueden presumir de esto. Y es que “Ágora” contiene una aprecible cantidad de información histórica y científica, y nos permite -nos exige- la posterior tertulia, y la más posterior consideración individual; tiene multitud de valores, pero no es la obra maestra que aguardábamos. Amenábar nos la proporcionará la próxima vez.
Gonzalo Casanova
junio 2010